Entrevista a Santiago Levín: «No asumimos a la comunicación como instrumento sanitario»

Entrevista a Santiago Levín: «No asumimos a la comunicación como instrumento sanitario»
11 mayo, 2022 por Redacción La tinta

En conversación con Plaza, quien fuera presidente de la Asociación de Psiquiatras Argentinos durante la pandemia, analiza el impacto que el COVID tuvo y tiene en nuestra vida cotidiana, en los vínculos y en la forma de relacionarnos. En esa línea, reflexiona sobre el rol que juegan la comunicación y los medios en este contexto, y plantea cómo acompañar a las personas y a la sociedad para amortiguar las consecuencias de esta catástrofe que nos ha tocado atravesar.

Por Rosalía Arroyo para Revista Plaza

Santiago Levín es médico especialista en Psiquiatría y doctor en Medicina, graduado en la Universidad de Buenos Aires. Fue elegido presidente de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA) entre 2019 y 2021, por eso, en más de una oportunidad, le tocó participar en el equipo que asesoró al gobierno sobre la evolución de la pandemia por el coronavirus. Enfocado en las reservas que la sociedad necesita para enfrentar la post pandemia, Levín sostiene que, hoy, parte de nuestra salud mental pasa por conocer la realidad sin desmentirla y sin negarla, pero, también, por organizarnos amorosamente para intentar construir un mundo mejor, dado que no sería sano «aceptar al mundo en estas condiciones”.

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(Imagen: Diarios Bonaerenses)

—¿Cómo podrías explicar lo que sucedió en estos casi dos años de pandemia de COVID-19?

—Tengo la impresión de que vamos a estar evaluando efectos de esta pandemia durante muchos años, tal vez décadas desde todos los puntos de vista: en lo político, los oficialismos han perdido en todas partes del planeta; en lo económico, desde la crisis del 30 del siglo XX que la humanidad no enfrentaba un parate tan fuerte como el del último año y medio; en lo ecológico, hubo un llamado muy fuerte de atención sobre lo que estamos haciendo con el planeta. Ni hablar desde el punto de vista sanitario: la pandemia nos mostró una radiografía muy desfavorable y preocupante del estado de inequidad muy doloroso en todo el planeta. Y también, trajo aparejados efectos graves en nuestra experiencia humana como seres sociales, que vivimos a partir del vínculo con el otro; en nuestra existencia cultural simbólica que se manifiesta, sobre todo, en la necesidad de símbolos, metáforas, de palabras para entender la realidad.

—Pensando en la dimensión que tuvo esta pandemia, ¿cómo se podría catalogar?

—Lo que nos sucedió tiene la categoría de catástrofe. Muchos hicimos lo posible por no usar esa palabra al principio de la pandemia porque, en ese momento, considerábamos -sobre todo, quienes hablamos en nombre de la salud mental- que era necesario no ahondar los niveles de alarma, de angustia, de ansiedad y de desesperación. Yo discutí mucho con los colegas que aprovechaban las notas periodísticas para salir a decir que se venía una ola de trastornos mentales, que iban a aumentar los suicidios y las depresiones. Si bien teníamos fundamentos para decir eso, no era lo correcto hace un año. Ahora sí podemos admitir más tranquilamente que lo que nos sucedió y nos sigue sucediendo tiene la categoría de catástrofe generalizada porque esto ha afectado nuestras vidas cotidianas, proyectos, trabajos, nuestros vínculos, nuestra vida íntima, sexual, de amistad, las vacaciones, la escolaridad, la salida a la exogamia de los nenitos y nenitas más chiquitos, el inicio de la escolaridad en los chicos de primaria. También ha afectado las reuniones esenciales de los grupos de adolescentes, ha envejecido más rápido que lo corriente a los más viejos y viejas. La pandemia ha generado una presión muy fuerte sobre las personas totales. Pero es importante aclarar que, como vivimos en un mundo dividido en clases sociales, en un sistema capitalista sumamente agresivo y violento, no es lo mismo atravesar la pandemia en un departamento de clase media con la heladera llena y con el ambiente climatizado y un sueldo depositado a principio de mes que hacerlo en uno de los 4.000 barrios carenciados que hay en la Argentina, en los cuales viven en total unos 5 millones de personas.

Cuando la mentira es la verdad

—¿Qué papel jugó la comunicación pública en este contexto?

—Advertimos desde etapas muy tempranas que había que prestarle atención al aspecto comunicacional. La pandemia del siglo XVIII y XIX conocida como la gripe española produjo un montón de muertes, diez veces más de lo que va a producir esta pandemia. Sin embargo, no existían las comunicaciones como ahora y la mayoría de las personas vivían con algunas precauciones, pero vivían su vida relativamente normal sabiendo que se venía una peste y que iba a producir algunas consecuencias. Hoy, las palabras y la comunicación son un terreno en el que se dirime la lucha política. En ese sentido, el sector neoliberal ha comprendido mucho mejor que el sector popular cómo manejar la comunicación y nos llevan kilómetros de distancia. Lamentablemente, el gobierno actual, a quien me tocó asesorar en algunas oportunidades como parte del comité de “expertos” -aclaro que odio esa palabra, ya que para mí quedó pegada a la publicidad y, cada vez que te dicen experto, te están vendiendo algo y yo no estoy vendiendo algo, estoy tratando de ayudar a pensar-, no terminó nunca de asumir la importancia de la comunicación como instrumento sanitario, no político. Es decir, asumirla como instrumento sanitario para ayudar a disminuir la angustia, para poder cumplir mejor las medidas sanitarias de distanciamiento (sobre todo, antes de la aparición de las vacunas), para combatir el discurso nocivo de los antivacunas, los terraplanistas, los negadores de la pandemia. Hay como una especie de prejuicio de cierto sector de pensamiento político nacional y popular de que el pueblo entiende las cosas por su cuenta y que las políticas favorables para el pueblo las puede interpretar solo. A mí me parece que eso es una visión muy antigua de cómo funciona la política y que la pandemia desnudó algunos esquemas anticuados de pensamiento en el sector de la política.

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(Imagen: Inés Ulanovsky)

—Hay un momento en que la persona entra en estado de alerta permanente a partir de toda la información que le llega. ¿Qué impacto tuvieron los medios de comunicación, en el modo en que la sociedad transitó la pandemia?

—En los medios, se vio muy claramente, en la mayoría -no en todos-, que el periodismo es un discurso vacío, lo que hay son empresas con fines de lucro que claramente pretenden -y lo logran- reemplazar una ética editorial por la lógica comercial. Entonces es muy difícil, sobre todo, en la TV, que es una máquina de fabricar rating y que modifica lo que pasa casi en el mismo momento que sucede, que se haga una modificación a favor de una buena comunicación. Hubo realmente una impronta ligada al sensacionalismo, amarillismo, desde una mirada antisanitaria que, a la vez, generó miedo.


La comunicación predominante fue generadora de persecución, paranoia y generadora de distancia social: “Vos me traés la peste”, “tengo que tener cuidado”. Ese individualismo neoliberal que escotomiza y niega la existencia del otro es el que está en la base del que podamos vivir todos los días en un sistema tan inequitativo y que estemos acostumbrados a pensar en otras cosas.


De todos modos, no tenemos que caer en simplificaciones peligrosas. Por momentos, parece que nos tranquilizamos diciendo que los malos, el cuco, son los medios hegemónicos y los demás somos víctimas buenitas, pero el asunto es mucho más complejo.

—¿Qué podrías decirnos sobre el rol del espectador? ¿Cómo impacta toda la información que consume en sus relaciones y en la vida cotidiana? 

—Hoy, ya no existe ese receptor pasivo que había antes. La era digital y las redes sociales permiten una interacción constante, tanto para el lado de la democratización de la palabra como para el lado de la saturación y simplificación del pensamiento. El diseño de una modalidad de comunicación tiene que ser democrática, respetuosa de la diferencia, con perspectiva de género, que pueda pensar en las distintas realidades a las que se les está hablando. Esa modalidad produce, no solo recluta, sino que fabrica un tipo de escucha y de respuesta.

Con esto quiero decir que, si desde el Estado hubiésemos dicho distanciamiento sanitario y no distanciamiento social, hubiéramos obtenido una respuesta subjetiva diferente porque la comunicación tiene un efecto subjetivante, poco o mal utilizado por quienes tienen una mirada más democrática y progresista.

Las redes cansan las cabezas, promueven la violencia, la intolerancia, la dificultad por comprender fenómenos complejos, lo complejo no se puede simplificar, es complejo y tiene que ser comprendido en su complejidad. Se utilizan mal las palabras y las desinformaciones, por ejemplo, yo desaconsejé muchas veces el uso del verbo inocular, es un verbo que genera sensación de persecución de que te van a meter algo, eso desata fantasías como hemos visto muchas en las redes. 

—¿Qué políticas de comunicación se pueden sugerir a partir de esta crisis sanitaria?

—Tuvimos la oportunidad -no la usamos mucho- de hacer de la comunicación un instrumento transformador y también un instrumento sanitario de prevención. También habría que tener en cuenta que hablar desde el Estado no es tan fácil después de que tuvimos un gobierno que redujo el Ministerio de Salud en Secretaría. Hay que tener en cuenta cómo trató el Estado al pueblo para, luego, cuando le vamos a hablar a ese pueblo, tener en cuenta si ese canal de comunicación está abierto o no, y si lo que voy a decir va a ser escuchado o va a ser ninguneado.

Yo entiendo que es muy difícil conducir una situación como una crisis sanitaria mundial inesperada, pero, en el área de la comunicación, hubo uno de los mayores déficits. Se puso mucho más énfasis en la comprensión del aspecto biológico de la pandemia insoslayable y mucho menos en la comunicación de los aspectos no biológicos. Mucho después, empieza el interés sobre qué pasa con los números de la salud mental y cómo hacemos con la prevención. En ese sentido, es necesario diseñar una comunicación que ayude a entender lo que está pasando, pensada como insumo fundamental, que promueva la solidaridad como instrumento también sanitario porque la cooperación es la tecnología humana más antigua. Gracias a esa cooperación -y mucho antes de que existieran las vacunas antivirales-, los seres humanos pudimos sobrevivir a pestes y epidemias muy fuertes, aprendiendo a partir de la observación y cuidándonos los unos a las otras porque eso es el punto culminante de la cultura humana, la ternura y el cuidado hacia el otro.

Hacia una comunicación más genuina

—¿Cómo nos paramos hoy frente a esta catástrofe? 

—De una pandemia se sale mal o se sale recontra mal, no hay ninguna otra opción. Es imposible salir bien de una catástrofe. Cuando uno no toma en cuenta todas las variables posibles, va en camino de salir más mal que bien. A mí me gusta mucho una frase de Sigmund Freud en un texto que se llama “La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis”, hay un párrafo muy famoso que dice: “Denomino sano a todo sujeto que es como hace el neurótico, no desmiente la realidad, pero como hace el psicótico, intenta permanentemente transformarla”, esa sería una frase del Freud más zurdito que está jugando con los términos. En la neurosis, no hay pérdida de la realidad, por eso no se la desmiente y, en psicosis, hay un intento fallido de transformarla, pero no por la vía real, sino por la vía del delirio y Freud lo toma amorosamente del lado positivo. Hoy, parte de nuestra salud mental pasa por conocer la realidad sin desmentirla, sin negarla y, por el otro lado, por organizarnos amorosamente para intentar construir un mundo mejor. No podemos aceptar al mundo en estas condiciones. 

No existe salud mental de dos personas mientras todos los demás la pasan mal. La salud, la educación y la equidad son conceptos colectivos. Al sistema le conviene que no pensemos en estas cosas, nosotros tenemos que pretender un poquito más que eso.

—En este contexto, ¿cómo se acompaña a las personas y a la sociedad?

—Las generaciones más jóvenes me despiertan mucha esperanza porque nos están enseñando muchísimas cosas que nosotros no pudimos conseguir, desde el amor por la diferencia, el estallido del binarismo sexual, el respeto ultranza de los vínculos, la solidaridad, el amor por la naturaleza y la ecología; una serie de valores que en gran parte vienen de los feminismos. Tenemos que empezar a escuchar y trabajar con eso.

Estamos necesitando una comunicación genuina que permita el ida y vuelta de la reflexión, una comunicación que acerque conceptos que te permitan pensar cosas nuevas. Los seres humanos necesitamos de palabras para construir teorías y conceptos, son las únicas dos formas que tenemos para conocer la realidad. Los seres instintivos que no tienen una vida cultural simbólica aplican conductas genéticamente programadas. Nosotros existimos a través de los símbolos, tenemos un cuerpo, una mente y una existencia social. Si nosotros nos queremos empezar a amigar con la idea de vivir un poco mejor, lo que tendríamos que hacer es replantearnos los modos sobre cómo construimos al mundo con nuestras teorías y cómo nos comunicamos entre nosotros.

*Por Rosalía Arroyo para Revista Plaza / Imagen de portada: Infobae.

Palabras claves: covid-19, pandemia, Salud Mental

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