Masacre de Napalpí: “Los cuervos comían los muertos que dejaban los militares”

Masacre de Napalpí: “Los cuervos comían los muertos que dejaban los militares”
29 abril, 2022 por Redacción La tinta

Así lo contó la sobreviviente indígena, Melitona Enrique, en una entrevista grabada en 2005. Su testimonio se escuchó en lo que fue la segunda jornada del juicio por la verdad por la Masacre de Napalpí que se desarrolló este martes en Resistencia. También declararon la antropóloga, Elizabeth Bergallo; la historiadora, Mariana Giordano; el traductor indígena e investigador, David García; los nietos de sobrevivientes, Ramona Pinay y Florencio Ruiz; Analía Noriega, de la Fundación Napalpí, y Rosa Chará, quien, al igual que Melitona, pudo escapar de la Masacre y su testimonio fue registrado en video. Las audiencias continúan este miércoles.

Por Bruno Martínez para Perycia

Con la declaración de seis testigos y la reproducción de dos entrevistas grabadas de sobrevivientes, se sustanció este martes, en la Casa de las Culturas de Resistencia, la segunda jornada del histórico juicio por la verdad por la Masacre de Napalpí.

La audiencia fue dirigida por la jueza federal de Resistencia, Zunilda Niremperger. Las partes estuvieron representadas por los fiscales, Diego Vigay y Federico Carniel, en representación del Ministerio Público Fiscal. En tanto que, por la secretaría de Derechos Humanos del Chaco, querellante en la causa, estaban presentes la secretaria de la cartera, Silvana Pérez; la subsecretaria, Nayla Bosch, y el abogado patrocinante, Duilio Ramírez. El abogado Emiliano Núñez fue el encargado de representar a la querella por parte del Instituto del Aborigen Chaqueño.

Durante las casi cuatro horas que duró la audiencia de este martes, declararon la antropóloga, Elizabeth Bergallo; la historiadora, Mariana Giordano; el traductor indígena e investigador, David García; los nietos de sobrevivientes, Ramona Pinay y Florencio Ruiz, y Analía Noriega, de la Fundación Napalpí. Además, se reprodujeron entrevistas realizadas en 2005 a las sobrevivientes Melitona Enrique y Rosa Chará, fallecidas antes de este juicio.

“Huataxanac”

Con algunos problemas de audio en el inicio, el primer testigo en declarar fue el auxiliar docente bilingüe, traductor e investigador, David García. Propuesto por la fiscalía federal, García realizó un fuerte trabajo para reconstruir la memoria histórica y la cosmovisión de su comunidad en el marco de la investigación sobre la Masacre.

Colaboró también con la labor del escritor e historiador qom, Juan Chico, en dos libros dedicados a Napalpí: “La Voz de la Sangre” y “Las Voces de Napalpí”. A pesar de haber sido uno de los principales impulsores de este juicio por la verdad, lamentablemente, Chico no llegó con vida a presenciarlo debido a que falleció el año pasado por COVID-19.

«En nuestra casa no se hablaba del tema, aunque, de chicos, siempre lo escuchábamos. Después, de grande, fui aprendiendo la magnitud del hecho», rememoró. Contó que, ya en la edad adulta, se encontró con Chico, con quien comenzó a trabajar en la traducción al qom de la Biblia.


En ese incipiente vínculo, García notó que Chico en ese entonces no tenía demasiado conocimiento respecto de su cultura y su identidad qom. Luego, entendió que esto fue producto del miedo que generó la Masacre de Napalpí en la familia de Chico, algo que se replicó durante mucho tiempo en casi todos los miembros de la comunidad indígena de la provincia.


Tiempo después, comenzaría las preguntas respecto de Napalpí. Preguntas que derivarían luego en el inicio de una investigación sobre la historia de aquella matanza.

Con García volcado a la traducción y a interpretar la cosmovisión de las comunidades, y Chico a la elaboración de las entrevistas y recolección documental, comenzaron a trabajar. “Lo que siempre escuchamos de nuestros abuelos es que han sido asesinados muchos hermanos”, relató García en la audiencia.

El investigador comentó que, de acuerdo a los testimonios recabados junto a Chico, los indígenas que estaban en huelga, producto de la situación de semi esclavitud que padecían en los algodonales, mal pagos y en situación de casi hambruna, mantenían una protesta pacífica en el monte a la espera de una solución a sus reclamos.

“Esa mañana estaban reunidos, todos tranquilos. En ese momento, sucede una explosión y todos se asustaron. Los abuelos de nuestro tío quedaron ahí. El padre de él pudo escapar, pero, después de una persecución de tres días, fue muerto también”, contó.

“¿Le comentaron quiénes ejecutaron esos hechos?”, preguntó el fiscal Carniel. “Sí, Huataxanac. Así le decimos nosotros a la policía: Huataxanac. Usaron máuser para eso”, respondió.

La versión que se sostuvo oficialmente fue la de un supuesto enfrentamiento entre indígenas en huelga y la policía del Territorio Nacional del Chaco. García contó que, de acuerdo a los testimonios que recabó, esto es mentira. “La comunidad no estaba preparada para enfrentarse a alguien. No estaban armados”, explicó.

Tras la Masacre, el miedo y silencio se expandieron como una mancha oscura sobre las comunidades indígenas del Chaco. Pocos se atrevían a contar lo que pasó. No querían ni siquiera que sus hijos se enteraran de eso.

Consultado por el abogado querellante por la Secretaría de Derechos Humanos, Duilio Ramírez, respecto de por qué había dificultades en la comunidad para relatar lo sucedido, García comentó que “las comunidades callaron el tema para no ser asesinados, maltratados o discriminados. Si hablaban, podían ser asesinados. Entonces callaron el idioma y no quisieron que los hijos sigan hablando”, recordó.

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(Imagen: Secretaría de Derechos Humanos y Géneros de Chaco)

Sobre el trabajo de investigación en sí que llevó a cabo junto a Chico, contó que justamente fue este muro de miedo el que dificultó las entrevistas con los sobrevivientes y sus familiares.

“En ese proceso de silencio, a nosotros nos costó mucho relacionarnos. Tuvimos que hacer varias previas de encuentro, no caer como investigador, sino hacer una convivencia, que es nuestra forma de entablar un diálogo con nuestra gente. De pasar días para poder tomarnos el tiempo de darnos a entender entre nosotros”, comentó.

Para finalizar su exposición, la jueza Niremperger preguntó como formalidad si tenía algún interés en la causa. “Mi interés de esta causa es que se haga el juicio como corresponde para poder tener veracidad de la verdad. Que el Estado se haga cargo de esto y quitar la culpabilidad a los indígenas”, contestó.

“No le festejaban su cumpleaños”

Luego, le tocó el turno a Ramona Pinay. Pinay es nieta de una sobreviviente de la Masacre de Napalpí y conoció, a través de la tradición del relato oral de la cultura indígena, lo ocurrido en aquella matanza.

Dominga Palota era su abuela. Ella logró escapar de las balas escondiéndose en el monte. Dijo que le costaba mucho hablar sobre aquella matanza que padeció por el miedo que aún sentía. Solo les comentaba esa historia a sus nietas, que en ese momento tenían 10 años. Una de ellas era ella. Lo hacía de noche, cuando estaba tranquila, fumando su pipa.

Pinay relató que, en esa huida hacia el monte, cuando se salvó de la masacre, su abuela perdió su libreta cívica. Nunca más la recuperó y tampoco tenía el valor para volver a hacerla. Estuvo casi 60 años indocumentada hasta que, en 1980, acompañada de su familia, se acercó a un registro civil. Contaba que, tras la masacre que vivenció, tenía mucho miedo de la policía y de las autoridades en general, y es por eso que evitaba hacer ese trámite. “Ella tenía el número de documento y el nombre, pero no la fecha del nacimiento. No sabíamos cuando nació. Por eso, la familia le festejaba solamente el Día de la Madre”, recordó.

Pañuelos blancos

Posteriormente, declaró Analía Noriega. Propuesta por la querella del Instituto del Aborigen Chaqueño (IDACH), Noriega es colaboradora de la Fundación Napalpí y tuvo contacto con algunos testigos de la Masacre. Se le consultó respecto de la búsqueda de documentos y testimonios que realizó junto a Chico.

Noriega recordó que comenzó a trabajar con Chico en 2010, luego de una muestra que organizó el joven historiador sobre los hallazgos fotográficos realizados por la historiadora, Mariana Giordano, quien pudo obtener imágenes, hasta ese momento, inéditas, tomadas por el antropólogo y médico alemán, Robert Lehmann-Nitsche, en la reducción de Napalpí, en días previos y posteriores a la Masacre.

“Juan mencionaba en varias ocasiones una foto donde había indígenas con pañuelos blancos y él recordaba que su abuela, Saturnina, le contaba cómo en la reducción estaban los indios que eran ‘los buenos’ y los que eran ‘los malos’. Y la forma de identificarlos a los ‘buenos’ era con el pañuelo blanco. Él tenía ese relato desde chico y luego verlas en las fotos fue un impacto muy grande”, contó. Esa diferenciación fue luego clave para la cacería que protagonizó la policía posterior a la Masacre: quienes tenían los pañuelos blancos eran los indígenas amigos y no debían ser tocados. En cambio, aquellos que no estaban identificados eran los que se debían exterminar.

A partir de ahí, Noriega comenzó un trabajo que continuó hasta el día de la muerte de Chico. Junto a académicos e investigadores, comenzó a trabajar en la reconstrucción de lo que fue la matanza indígena en la reducción Napalpí.

“Años más tarde, tuvo contacto a través de Juan Carlos Martínez con otro sobreviviente: Pedro Balquinta”, recordó Noriega. “Juan estaba preocupado y ansioso para hacer esa entrevista. Fueron varios viajes que hizo para visitarlo para luego comenzar ese proceso de investigación con él. Y se preparó en ver la posibilidad de comprobar esa hipótesis que tenía que lo que ocurrió ese 19 de junio fue una masacre. Entonces armó preguntas abiertas. Trabajó en una forma muy similar a las grabaciones. Hizo registros muy puntillosos de los dichos del abuelo. Y el abuelo, en un momento de esas entrevistas, cuenta lo del avión, donde tiraban caramelos o algo para comer con la intención de que se amuchen”, contó.

En 2015, la Fundación Napalpí comenzó a trabajar con el IGHI (Instituto de Investigaciones Geohistóricas) y el Conicet con la idea de realizar seminarios para dar a conocer y poner en discusión la información recabada por investigadores e historiadores de la academia, y los referentes indígenas. Durante ese trabajo, lograron detectar a una sobreviviente que, hasta ese entonces, no se conocía: Rosa Grilo.

“Juan se acercó a visitar a la abuela Grilo, a tomar ese testimonio. Fui varias veces también con él. En ese testimonio, surge nuevamente la figura de ese avión que nosotros sabíamos por los escritos y las fotos que estaban, pero escucharlo del testimonio de los pueblos daba otra certeza. Rosa decía que le costaba hablar porque ella vio a su papá cuando lo mataron”, apuntó.

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(Imagen: Secretaría de Derechos Humanos y Géneros de Chaco)

Consultada respecto de lo que escuchó por parte de los testigos el 19 de julio de 1924, Noriega contó que el relato que se repetía era que los indígenas estaban reunidos en el marco de un reclamo, porque había una situación de hambre. Tras una negociación infructuosa, se produjo la matanza. “Nos dijeron que la gente corría para escaparse y que la forma de sobrevivir era estar calladitos, escondidos arriba de un árbol o bajo un matorral”, contó.

“¿Pudieron reconstruir aproximadamente un número de víctimas?”, preguntó el fiscal Carniel. “En las entrevistas, se iban preguntando quienes estaban de las familias y cuántos eran. Nosotros estimamos un número de entre 400 y 500 personas. Y que, por lo que cuentan, el 40% de sus familias se perdió en ese lugar, y también hablan de dos o tres fosas. En este último tiempo, con Juan estábamos trabajando en un listado de víctimas para poder trabajar con nombre o, al menos, con familias y cantidad de integrantes. Lo tenemos a medias”, indicó. Carniel pidió que se incorporen esas anotaciones a la causa.

El avión y las fotos

Luego, brindó su testimonio la doctora en historia, docente de la UNNE e investigadora del Conicet, Mariana Giordano. Giordano fue convocada como testigo por la fiscalía Federal debido a la investigación que realizó sobre la Masacre de Napalpí en dos áreas: una que tiene que ver con el discurso periodístico de los diarios de la época y otra con la recolección de fotografías históricas que la llevaron a hallazgos muy importantes.

Giordano contó que su labor tiene un cruce entre el arte, la antropología y la historia. Comentó que, hacia fines de la década del noventa, comenzó a trabajar el tema Napalpí a partir del discurso periodístico. Lo hizo sobre diarios de la zona y nacionales, en particular La Voz del Chaco y El Heraldo del Norte, ambos totalmente contrapuestos en su mirada sobre lo ocurrido: el primero, colaboracionista; y el segundo, crítico con el régimen.

La investigadora comentó que La Voz del Chaco respondía a los intereses de los colonos y que, en el contexto previo a la Masacre, identificó el escenario como un “enfrentamiento entre tobas y mocovíes”.

Mientras mostraba algunos facsímiles de los periódicos analizados, comentó que en La Voz del Chaco se estigmatizaba al indígena con términos como “alzado”, “levantistas” y “taimados”. Y también se hablaba de la “inseguridad de la región” porque se avecinaba “un malón”.

En contraposición a esa cobertura, estaba el periódico El Heraldo del Norte. El diario era un medio opositor al gobernador del territorio, Fernando Centeno, y estaba censurado. De hecho, las ediciones donde se comienza a hablar de la masacre, un año después de los hechos, fueron editadas desde Corrientes.

“El Heraldo sacó un número especial sobre Napalpí en 1925 donde va relatando los hechos ocurridos el 19 de julio e, incluso, hace referencia a algunos días posteriores. Por primera vez, aparecía en la prensa que los hechos ocurrido fueron una Masacre, donde, según El Heraldo, murieron cientos de personas”, contó.

La otra temática que abordó Giordano fue la de las fotografías indígenas, labor que no solo se reducía a una cuestión de archivo, sino también a determinar con cómo las imágenes construyen identidades y cómo opera en la circulación y recepción por parte de las comunidades.

Desde el año 2000, tenía la hipótesis que existían fotografías tomadas por el antropólogo alemán, Robert Lehmann-Nitsche, en la reducción de Napalpí. En ese entonces, Lehmann-Nitsche trabajaba para el Museo de La Plata y había pasado un tiempo en el Chaco.

“En 2009, las encontré en el archivo del Instituto Iberoamericano de Berlín, en el fondo Lehmann-Nitsche”, relató Giordano. En ese lugar, le entregaron 14 imágenes, previo contrato de uso y pago de canon. Las fotos corresponden a la administración y edificios de la reducción indígena. Lo que muestran son retratos de un estilo antropométrico y con descripciones en algunos casos con nombre y apellido, pero generalmente con referencia al grupo étnico. Se ven tomas individuales y también grupales.

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(Imagen: Perycia)

Si bien Lehmann-Nitsche dijo que solo hizo fotografías en la reducción y que no tenían ninguna vinculada a la Masacre, Giordano encontró una que lo desmiente y que se convirtió en icónica: la del tristemente célebre avión que sobrevoló el área previo a la matanza. La imagen, además, tiene escrito en alemán el siguiente texto: “Flugzeug gegen den indinerauftang in Napalpí” (“avión contra levantamiento indígena en Napalpí”).

En esa foto, explicó Giordano, aparece en primer plano Lehmann-Nitsche junto a, probablemente, un grupo de vecinos armados con rifles. También estaba el piloto del avión que el Heraldo había identificado como el sargento Esquivel.

“La complicidad de la academia”

La magíster en Antropología Social y docente de posgrado, Elizabeth Bergallo, fue la siguiente testigo en declarar. Bergallo es la autora del libro “Danza en el Viento, Memoria y Resistencia Qom”, tesis de su Maestría en Antropología Social (Año 2001, Universidad Nacional de Misiones), donde dedica un capítulo especial a la temática con el título “Memorias de Napalpí”.

Además de su libro, la investigadora aportó a la causa una serie de investigaciones, peritajes y publicaciones, y dos entrevistas audiovisuales de sumo valor testimonial realizadas a las sobrevivientes Rosa Chará y Melitona Enrique, filmadas por su hija, Tania Pantaleff, en el año 2005.

Bergallo recordó que, previo a la Masacre, había un clima de evolución entre las comunidades indígenas. Se habían realizado protestas en el ingenio de Las Palmas y también en Tucumán. Incluso, algunos de los que participaron en ellas estuvieron luego en la huelga de Napalpí. “Es un caso paradigmático Napalpí, pero no fue el único”, contó Bergallo.


“Por diferentes razones, se pone el centro en Napalpí porque fue la primera reducción establecida por el Estado en el Chaco, donde hubo un intento civilizatorio para formar para la agricultura, la educación y la formación en la concepción del trabajo. El contexto en general era muy grave, a lo que se le sumaba la prohibición al indígena de salir del territorio chaqueño”, señaló.


Contó que, de acuerdo a los testimonios que recabó en sus distintos trabajos, la Masacre de Napalpí no se quedó en un solo día, sino que se transformó en una persecución de indígenas durante varios días. “No querían dejar ni siquiera niños vivos”, contó.

Sobre las secuelas de la Masacre, Bergallo señaló que, en el caso de Colonia Aborigen, se perdió el uso de la lengua indígena, ya que los padres no querían transmitirla a sus hijos por miedo, además de que ese lugar es el único donde las comunidades dejaron de realizar sus danzas ancestrales. De nuevo, el miedo.

También habló de la complicidad de la academia para mantener esta matanza bajo la alfombra de la historia. Aseguró que “negaron el hecho” durante mucho tiempo y mencionó un caso paradigmático: el del exdirector del Museo de Medios de Comunicación del Chaco y actual presidente de la Sociedad Argentina de Escritores filial Chaco, Fabio Echarri.

Licenciado en Historia y también miembro de la Junta de Estudios Históricos del Chaco, Echarri publicó en 2001 el libro “Napalpí: la verdad histórica”. En ese libro de corte negacionista, afirmó en la página 107, y en base a documentos oficiales, que “no hay pruebas –hasta el momento- respecto de una ‘matanza’ de 200 aborígenes ocurrida el 19 de julio de 1924. Sí, en cambio, de la muerte de cuatro de ellos (…). Numerosos testimonios lo confirman”, escribe Echarri, sumando declaraciones de autoridades policiales, agentes de la policía, funcionarios, colonos y siete indígenas.

En las conclusiones de su obra, el exfuncionario radical sostiene que si a los indígenas “se le han quitado sus tierras, sus dioses, sus caciques (…), en fin, su forma de vida (…), no (por eso) podemos tratar de remediar todo ello inventando un hecho no ocurrido o tergiversando la verdad histórica”. Por este libro, Echarri recibió en 2001 el Primer Premio Provincia del Chaco a la Obra Histórica de manos de historiadores de la UNNE.

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(Imagen: Secretaría de Derechos Humanos y Géneros de Chaco)

Para Bergallo, más allá de la figura de Echarri, “ese era el modo de actuar de los académicos: la negación de la voz de los actores locales en la construcción del conocimiento”.

“Los modos de construcción del conocimiento no involucraban a la voz del otro. Eran solo investigaciones que se hacían en oficinas o escritorios basadas en documentación oficial”, sostuvo.

“No se junten con los criollos”

Luego, fue el turno de la declaración de Florencio Ruiz. Ruiz es moqoit, tataranieto de Carlos Martínez, Teresa Martínez y sobrino de Patricio Martínez, todos sobrevivientes de la Masacre de Napalpí. Además, fue un actor fundamental en el trabajo de reconstrucción histórica para las comunidades indígenas.

“Quiero homenajear a este muchacho, no sé si se alcanza a ver”, dijo Ruiz, vía videoconferencia. En la pantalla gigante del auditorio de la Casa de las Culturas, se veía sosteniendo entre sus manos el libro “Las Voces de Napalpí”, de Juan Chico. Contó que, gracias al trabajo de Chico, de Jesús Mendoza, Juan Carlos Martínez y otros referentes de las comunidades, se logró “abrir las mentes” en cuanto a la necesidad de conocer la verdad sobre la matanza ocurrida hace casi 100 años.

“Cuando nos enteramos de esto, de la Masacre de Napalpí, empezamos a despertarnos de lo que nos contaban nuestros abuelos”, recordó. Comentó que, desde ahí, entendió ciertas costumbres y consejos que machacaban sobre la necesidad de desconfiar de las personas que no pertenecen a los pueblos originarios.

“Nos decían ‘no te juntes con los criollos’, ‘cuidado con la policía’. Era un terror de parte de ellos estar cerca de alguien que no sea de la comunidad moqoit”, ejemplificó.

“En esos momentos, creo que las secuelas quedaron. No es muy fácil integrarnos hasta ahora”, señaló. Al finalizar su exposición, comentó como dato inédito que el viernes pasado falleció otra testigo: la hermana de Pedro Balquinta, sobreviviente de Napalpí. Tenía 110 años.

“La voces”

Tras el testimonio de Ruiz, se proyectó una entrevista grabada a Melitona Enrique, sobreviviente de la Masacre, quien falleció en noviembre de 2008. La declaración fue tomada por Elizabeth Bergallo en 2005. Los hijos de Melitona, Sabino y Mario, la acompañaron asistiéndola con la traducción del qom al castellano.

Melitona tenía 23 años cuando ocurrió la Masacre de Napalpí y se salvó tras salir corriendo hacia el monte, donde estuvo oculta por varios días, en silencio, sin comida ni agua.  “¿Qué pasó antes de la matanza?”, preguntó Bergallo. “Cuando ocurrió la matanza, la gente estaba haciendo la siesta”, tradujo uno de los hijos de Melitona. “Era la mañana temprano cuando vinieron los militares. Dicen que el primer tiro hicieron para donde están los árboles, hacia arriba”, añadió.

Melitona contó que, primero, sobrevolaron con un avión, desde donde arrojaron caramelos para que se amontonen y así cazarlos con más eficacia. “Cuando se juntaban, le largaban la bomba ahí”, dijo.

“Ella dice que muchos muertos quedaron así esparcidos. Dice que los comían los cuervos, que no podían volar así los cuervos comiendo carne humana, eso es lo que ella cuenta. Ella dice que todos los cuervos comían los muertos que mataron los militares”, tradujo su hijo.

Melitona también habló de la existencia de fosas comunes, donde arrojaban los cuerpos de los indígenas asesinados y luego los incineraban. “Algunos les hicieron un pozo, le juntaron todo y los quemaron, y otros quedaron los cuerpos así esparcidos”, interpretó su hijo, quien dijo que en la zona de Napalpí, previo a cada tormenta, se escuchan voces: “Parece que gritan”, aseguró.

“Todos muertos”

La segunda jornada de este juicio por la verdad se cerró con el testimonio grabado de Rosa Chará. Al igual que Melitona, Rosa fue una sobreviviente de Napalpí, falleció antes de la realización de este juicio y fue entrevistada en 2005 por Bergallo.

“¿Se acuerda de algo de lo que fue la matanza?”, preguntó la antropóloga. Rosa contó que estaba junto a su tía y su mamá cuando huyeron a caballo de la balacera policial.

“Nos fuimos a Quitilipi, ahí nos quedamos”, rememoró. Y añadió: “Cuando volvimos, estaban todos muertos”.

*Por Bruno Martínez para Perycia / Imagen de portada: Secretaría de Derechos Humanos y Géneros de Chaco.

Palabras claves: Napalpí, pueblos originarios

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