¿A quién le importa el planeta? Entre la crisis climática y la ecoansiedad
Las narrativas apocalípticas están en auge. Un loop de «se acaba el mundo» -con motivos fehacientes- que, en muchos casos, paraliza más de lo que invita a cambios concretos. Conversamos con Maitri, un equipo de profesionales de salud mental que nos ayudan a pensar cómo cuidarnos ante la ansiedad y la angustia que genera la crisis climática, mientras se negocian las posibles transiciones hacia un nuevo pacto social que incluya la justicia ambiental.
Por Redacción La tinta
Entre “el cambio empieza por casa, reciclando tu basura y haciendo tu huerta”, “10 millonarios son los que consumen la mayor energía en el mundo” y “los Estados son responsables y los cambios solo pueden venir desde ahí”, hay un abanico de posibles soluciones y desesperanzas ante la crisis climática, así como discursos que generan afectaciones en la salud mental. Un estudio global realizado a jóvenes de entre 16 y 25 años fue publicado en la revista Lancet Planetary Health el año pasado. Coordinado por la Universidad de Bath junto a otras 5 universidades y financiado por la plataforma Avaaz, tiró algunos datos muy concretos. Quienes más sienten una carga mental sobre la crisis climática son las infancias y jóvenes. A su vez, la crisis afecta más a mujeres y disidencias, quienes han construido otros marcos de comprensión con la tierra y los territorios. La mayoría de las defensoras ambientales contra el extractivismo y la expoliación son mujeres.
4 de cada 10 jóvenes dijo tener dudas sobre si tener hijes o no, a raíz de esta emergencia global; el 75% sostuvo que el futuro es aterrador, el 60% aseguró sentirse preocupado o extremadamente preocupado por la situación del clima y más del 45% consideró que sus sentimientos respecto del medioambiente llegaban a afectar su vida diaria. El 65% dijo que sus gobiernos están fallándoles al no actuar, el 83% dijo que las personas fallaron al cuidar el planeta y el 55% cree que tendrán menos oportunidades que sus mapadres.
La crisis climática, energética y planetaria (entre otros nombres que la clasifican) se nos hizo más palpable que nunca: pandemia eterna, brote Ómicron, incendios, ola de calor, exploraciones off shore, aumento de precios y no llegar con la guita. Entre la trampa discursiva de ¿ambientalismo vs desarrollismo?, los memes y los discursos negacionistas del cambio climático, pandemia y vacunas, muchas personas sintieron o sienten trastornos de ansiedad, miedo, depresión y sensaciones paralizantes ante las narrativas apocalípticas. Twitter y las redes en general aceleran algunas discusiones que afectan nuestra salud mental.
El 28 de febrero, se estima que el IPPC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) presente el sexto informe de evidencia de la crisis climática sobre aspectos socioeconómicos y su relación con la biodiversidad. Más allá de la incidencia política que puedan provocar estos datos, es una info que va a estar circulando para el bajoneo.
Conversamos con integrantes de Maitri, un equipo de profesionales de la salud mental, que lejos de posicionarse en el lugar del “discurso del experto”, admiten ser millennials atravesando sus treintas y los discursos apocalípticos. Nos cuentan que crecieron en hogares de clase media, entre la superficialidad y el vacío político de la Argentina de los 90; y los mundos maravillosos y románticos de Disney y Cris Morena. Hoy son parte de una generación llena de preguntas, contradicciones e incertidumbres que impactan de lleno a nivel subjetivo: “Entre reproducir los sueños y modos de vida tradicionales de las generaciones anteriores, o desarrollar nuevas estrategias de vida que se revelen contra todo lo establecido”.
Don´t look up
Con amores y detractores, la película recientemente estrenada fue trending topic y condensa el ejemplo de la forma en cómo el futuro es negacionista. “Si me pongo a pensar en cómo serán los próximos años, nada me motiva. No puedo imaginar un futuro”, dice una piba en un posteo. Aumentaron los comentarios sobre no tener hijes; “¿Quién quiere criar en un mundo en llamas, a oscuras y con olor a cenizas?”. “No tengo trabajo, solo puedo pensar en el día a día, para subsistir, no tengo privilegios para pensar en el futuro”. Aumentaron los trastornos de ansiedad, depresión ante el futuro incierto y la culpa de no estar haciendo nada para parar la crisis y salvar el planeta.
—¿Y qué pasa si no estoy militando en algún grupo y no quiero o no puedo? ¿Cómo voy a calmar mi culpa y aportar al cuidado del planeta? Se pregunta una piba y se la replicamos a les profesionales de Maitri.
—Reciclar, separar residuos, compostar, no tirar basura: muchas de las acciones que emprendemos con el objetivo de “cuidar el medioambiente” no son realmente asimiladas y apropiadas por nosotrxs, como si no encajaran del todo en nuestra vida cotidiana. En general, no llegamos a convertirlas en hábitos significativos que transforman nuestro sistema de creencias en la cotidianidad. La principal motivación para llevar a cabo este tipo de acciones suele ser la culpa por no estar haciendo algo para cambiar una realidad en constante crisis y el miedo que nos produce la idea de una inminente catástrofe o apocalipsis climático. Suelen ser acciones impuestas, a veces vaciadas de sentido, todo muy “green wash”.
Los medios masivos de comunicación y las redes sociales crean, a través de un proceso de sobreinformación, esos sentimientos de culpa y de miedo a gran escala por el futuro del planeta, operando a nivel personal en cada sujeto. Esos discursos suelen paralizar, generar desaliento, abatimiento y confusión. ¿Qué posibilidades existen de construir otras maneras de informar que movilicen a desarrollar un posicionamiento sólido en relación a estas problemáticas? Formas capaces de motorizar la necesidad de transformación de las propias creencias y hábitos para abordar esta realidad de manera creativa.
Si bien es un hecho que las afectaciones en relación a estas cuestiones son muy personales, lo más común es reducir esos sentimientos a un problema íntegramente individual, descontextualizando y descomplejizando la situación. Así se patologiza a la persona y se buscan suprimir los síntomas y el malestar a través de psicoterapia, medicalización, meditaciones, ejercicio, etc., sin tener en cuenta ningún otro aspecto de su vida.
La crisis climática y el tratamiento de las catástrofes medioambientales, incluido todo lo vivido en los dos últimos años de pandemia, nos revelan cómo los contextos se hacen carne en nuestros cuerpos llenos de malestar, incertidumbre, dolores y ansiedad. Nuestros padecimientos subjetivos tienen el caldo de cultivo social, contextual, político, territorial, por lo que también los modos que encontremos de sobrellevarlos pueden estar en comenzar a preguntarme por mi entorno, por mirar lo comunitario también.
La salud mental tiene una dimensión subjetiva y otra contextual que están sumamente implicadas, y en este contexto actual, entre tanto discurso apocalíptico que se hace texto en nuestras vidas, es necesario abordarlos con la complejidad que amerita. Como pasa con otras problemáticas sociales, discursivamente somos muy progres, entendemos y nos duele la realidad, queremos cambiarlo todo, pero luego en nuestras acciones y cotidianidad nos cuesta muchísimo transformar hábitos de consumo, de vínculos. Incluso seguimos atados a deseos y proyecciones que se tenían en los 90 o incluso antes.
No sos vos, es el Ecocidio
—La pandemia acrecentó la sensación del fin del mundo, de incertidumbre, comprendimos que muchas cosas ya no dependen de nosotres y que el mundo ya no es igual. ¿Por qué necesitamos priorizar la salud mental en estos momentos?
—El contexto de crisis que vivimos nos pone de cara a una realidad que muchas veces preferimos ignorar: la muerte. Y no es solo la muerte individual, sino la posibilidad de extinción de la humanidad. Cómo esto impacta en cada unx es diferente, pueden existir tantos modos y formas de afectarnos como sujetxs, y lo que hagamos con eso también variará. Puede aparecer la ansiedad como síntoma, pero no solo la ansiedad, sino también la angustia, el enojo y otras veces malestar difícil de nombrar o describir. Escuchamos decir “estoy perdiendo la esperanza en la humanidad”, “mejor me quedo en mi casa y no salgo si afuera todo está estallado”, “leo noticias y me angustio, no sé a quién creerle”. Y su contraparte “cuando llego al río, inmediatamente cambia mi estado de ánimo”, “estar en contacto con la naturaleza me tranquiliza”.
Esto nos acerca una pista. Si la ecoansiedad es entendida como “una respuesta emocional saludable a las amenazas a las que nos enfrentamos”, podríamos pensar entonces que la ansiedad -o cualquier otro síntoma, como mencionamos antes- nos quiere mostrar algo. Primera señal. Detenerse, observar y escuchar. Convertirnos en observadorxs de nosotrxs mismxs: ¿qué nos está mostrando de nosotrxs o de la situación en la que estamos? ¿Cómo reacciona mi cuerpo, cuáles sensaciones aparecen? Escuchar qué necesitamos y cómo se conjuga con las posibilidades reales para hacer algo. No desde la culpa o el deber ser o lo que se supone o se espera que haga, sino con lo que de mí se mueve. Muchas veces acuerparse, encontrarse con otrxs y compartir experiencias se vuelve muy rico, se potencia. La desesperanza que aparece suele tener que ver con la sensación de soledad, con creer que soy lx únicx que está transitando esto. Colectivizar la experiencia, las sensaciones, trae luz y sentido al malestar.
—¿Qué podemos hacer para sentir menos ansiedad? ¿Cómo darte cuenta si estás sobreinformade? ¿Cuál es el límite entre informarte y pasarte de rosca, o vivir en un termo y negar?
—La idea de un kit que elimine la ansiedad de nuestras vidas, si bien nos parece tentadora, también nos recuerda un poco a las propagandas de Sprayette con las que crecimos, ya sabemos que no suelen funcionar. No hay una receta mágica para no sentir ansiedad. De hecho, nos preguntamos, ¿sería saludable no sentir ansiedad ante una situación así? Tampoco es saludable vivir en un estado de ansiedad, miedo o culpa constante.
Y, ¿qué podemos hacer? En la clínica, se puede observar que la ansiedad se caracteriza por no tener ni una forma ni un tiempo concreto, es como una neblina que invade todo. Una buena estrategia es localizarla, por ejemplo, en el caso de la ecoansiedad, si bien la situación climática es una catástrofe general que nos afecta a todxs, pero qué de eso moviliza mis sentires singulares, ¿es la idea de la muerte? ¿Empatizo con los animales que sufren? ¿Me afectan mucho las condiciones climáticas? ¿Cuándo empecé a sentirme así? ¿Con una noticia o una situación que viví? Entender cómo me afecta la situación para ensayar respuestas nuevas desde ese lugar.
Conectar con el sentir singular no significa responsabilizar a los individuos ni dejar de lado lo colectivo, ni mucho menos que esto sea solo un problema emocional. Creemos que esa acción debe ir acompañada de una bajada al territorio, colectivizando las emociones, y pudiendo accionar desde esos sentires. Generar mayor conciencia individual y colectiva sobre cómo nos afectan estas situaciones, y registrar qué acciones, tanto individuales como colectivas, nos devuelven algo de bienestar y nos acercan a posiciones más vivibles. Recuperar saberes ancestrales, reconectar con el territorio propio, meter las manos en la tierra, sentarme debajo de un árbol, regenerar la tierra, el tejido de cuidados, regenerar vínculos y lógicas de sustentabilidad.
*Por Redacción La tinta / Imagen de portada: A/D.