La invención de la desigualdad
Desde los jefes y reyes del pasado hasta los multimillonarios de hoy, un pequeño puñado de seres humanos ha sabido siempre, a lo largo de miles de años, cómo apropiarse del poder y la riqueza. Hablamos con un antropólogo sobre el origen de la clase dominante.
Por Seth Ackerman para Jacobinlat
Desde los jefes y reyes del pasado hasta los multimillonarios de hoy, un pequeño puñado de seres humanos ha sabido siempre, a lo largo de miles de años, cómo apropiarse del poder y la riqueza. Hablamos con un antropólogo sobre el origen de la clase dominante.
—En los textos clásicos de la filosofía política moderna, pensadores como Thomas Hobbes, John Locke o Jean-Jacques Rousseau especularon sobre un momento en el pasado lejano anterior a la existencia de las clases sociales. Se trata del llamado «estado de naturaleza», que llegó a su fin cuando los humanos crearon la propiedad privada y el Estado. ¿Existió realmente ese momento fundacional en la historia?
—Si la pregunta es si hubo un único momento en el que las clases aparecieron por primera vez, la respuesta es no. Aparecieron una y otra vez en diferentes partes del mundo, en diferentes situaciones. Y la forma en que ocurrió puede analizarse en gran medida en términos de jefes: líderes fuertes que descubren cómo manipular las instituciones para concentrar la riqueza y el poder.
Para llegar al poder, un líder tiene que ofrecer primero algo que atraiga a la gente, algo que le guste. Pero un concepto clave aquí es la circunscripción, es decir, la capacidad de atar a la gente a un lugar. Cuando la gente no puede trasladarse a otros lugares, no puede afiliarse a otros grupos, no puede votar con sus pies, sus opciones son limitadas. Una vez que empiezas a circunscribir las sociedades, entonces tienes la posibilidad de desarrollar ese control.
—En otras palabras, sin circunscripción, la gente siempre puede huir a las montañas si las cosas se vuelven demasiado opresivas.
—Ni siquiera tiene que ser tan agobiante. Si te exigen trabajar un par de días más a la semana, huir a las montañas suena bastante bien. Y hay muchos, muchos casos de esto.
Así que es importante observar cómo una sociedad se circunscribe. Y una de las formas clásicas en que se circunscribe es a través de los sistemas de riego. Los sistemas de riego están vinculados a la aparición de jefaturas y Estados en todo el mundo, simplemente porque una vez que se construye un sistema de riego, la productividad de la agricultura se vuelve mucho más alta en comparación con cualquier otra cosa en la zona que ha circunscrito a la gente. Los has atado.
—¿El funcionamiento de un sistema de riego requiere una jerarquía social?
—No, la jerarquía no refleja la complejidad del sistema de riego. Refleja la organización de la sociedad en general.
Se pueden encontrar los mismos niveles de complejidad, en términos de tamaño o escala de las presas y acequias de riego, en sociedades que son relativamente igualitarias y en sociedades que están fuertemente estratificadas. Lo fundamental es la posibilidad de circunscripción.
—¿Por qué algunas sociedades se vuelven más igualitarias y otras más estratificadas?
—Bueno, no debería sorprender a los lectores de Jacobin que el elemento clave en todo esto sea el desarrollo de los sistemas de propiedad. La pregunta es: ¿quién es el dueño del sistema de riego? Si uno es dueño del sistema de riego, el único poder de negociación que tienen los demás es su fuerza de trabajo. Porque el sistema no funciona si no hay gente trabajando en él.
Un jefe tiene que proporcionar beneficios al pueblo y el principal beneficio de un sistema de riego es que es mucho más productivo y estable. Pero una vez que los jefes y gobernantes pueden hacer valer la propiedad de los sistemas de riego, tienen el control de ese valioso recurso.
—Entonces, la pregunta es: ¿cómo surgieron esos sistemas de propiedad? Es de suponer que no siempre existieron.
—Entre los cazadores y recolectores no hay un fuerte sentido de las relaciones de propiedad. Lo sabemos por las etnografías de cazadores y recolectores vivos, pero también lo vemos en los marcadores de propiedad en el registro arqueológico. Existe cierto sentido de la propiedad, pero es muy flexible: si uno es cazador o recolector, lo que quiere es maximizar la movilidad, la capacidad de moverse por el espacio.
Con el desarrollo del Neolítico, que es el período en el que se pasa de la caza y la recolección a la agricultura, se observa una intensificación del uso de la tierra: una inversión mucho mayor del trabajo humano en esa tierra. Y lo que se empieza a ver son indicios clave de los derechos de propiedad comunitaria.
Uno de los clásicos son los cementerios comunitarios. Con un cementerio comunitario, estás definiendo una fuerte relación entre los vivos y los muertos. ¿Y por qué quieres hacer eso? Bueno, una de las razones más obvias es que se heredan los derechos sobre la tierra.
—Es una forma de decir: «Esta tierra nos pertenece».
—Sí. Y las ceremonias asociadas a eso son una forma de concretar al grupo como un grupo con derechos de propiedad particulares.
Pero aún no se trata de sociedades de clase. En la sociedad neolítica, el líder no se diferencia mucho. Es el líder del grupo. Lo que ocurre en el desarrollo de los cacicazgos es que el líder de un grupo de parientes, alguien que es responsable de los rituales y de la guerra, encuentra una forma de asumir ambas funciones y hacer que se pongan al servicio de él mismo y no de la comunidad local.
—Así que, originalmente, se suponía que estos líderes no tenían posesión personal de la tierra, sino en nombre del grupo. Y luego, en algún momento, se hicieron con el poder personal.
—Exactamente. Así es como se desarrolla la propiedad.
—Hay un pasaje en uno de tus libros que realmente me quedó grabado: «En cualquier comunidad, algunos individuos, especialmente los hombres, buscan el dominio sobre todos los demás. Tales engrandecedores generalmente están dispuestos a correr riesgos sustanciales de daño físico para establecer y defender agresivamente su dominio».
—Sí. A veces se les llama personalidades «triple a» (por sus siglas en inglés): engrandecedores, acumuladores, adquirentes. Tienen un deseo de poder y se consideran personas importantes. Probablemente tenga una raíz biológica, pero eso es muy variable. Algunas personas tienen ese impulso y otras no.
La cuestión es si llegan al poder o se les resiste. Y el resultado depende de que haya una circunscripción. Si no la hay y alguien quiere mandarte, simplemente te vas: no hay forma de imponer tu cumplimiento. Pero una vez que estás atado a un lugar, entonces se hace muy difícil resistir el desarrollo de un poder central.
Por eso el crecimiento de la población fue un factor tan importante en el desarrollo histórico de la estratificación hace miles de años. Porque el crecimiento de la población conduce a la intensificación del uso de la tierra, lo que lleva al desarrollo de grandes inversiones en el paisaje, y eso crea tierras en propiedad y defendibles.
—Pero un jefe individual, obviamente, no puede controlar ni defender físicamente la tierra por sí mismo. Para hacerse con el poder, necesita el apoyo de otros.
—Sí. En mi libro sobre cómo llegan los jefes al poder, identifico tres fuentes principales de poder. Una es la economía, cuya base son los derechos de propiedad. La segunda es el poder militar: los guerreros. Y la tercera es la religión o la ideología, que proporciona legitimación.
El jefe tiene especialistas en cada área. Así, en la economía tiene administradores de tierras. En la guerra tiene guerreros. Y en la religión, sacerdotes. Estos son lo que yo llamo «especialistas adjuntos». Son especialistas en poder que están unidos a la red de un jefe. Los tres tipos son críticos, pero yo veo la economía como la base.
Tomemos el ejemplo de los guerreros. La pregunta es cómo controlar al guerrero. Se controla al guerrero controlando la economía política. Él es tu hombre. Recibe su armamento de ti, recibe un pedazo de tierra para mantenerse con esclavos a través de ti.
O mira a los líderes religiosos. Requieren instalaciones, iglesias, templos, monumentos religiosos. Requieren también de ceremonias, y las ceremonias no ocurren sin más; son extraordinariamente caras. Alguien tiene que pagarlas. Alguien tiene que organizar la fiesta, pagar toda la parafernalia ritual.
La religión es cara, los guerreros son caros. Es la capacidad de controlar la economía política lo que te permite controlar estas fuentes de poder social de forma centralizada.
—¿Puedes dar un ejemplo de cómo se desarrolló ese proceso?
—Bueno, mi caso clásico es Hawái. Hawái y las demás islas polinesias empezaron a poblarse hace unos 1.500 años por poblaciones que salieron de Melanesia, la zona que rodea a Nueva Guinea. Trajeron con ellos una sofisticada tecnología de barcos, que les permitió llegar a la isla, y trajeron la tecnología de riego.
Y lo que se ve es que en algunas islas la irrigación es relativamente menor y no da lugar a nada inusual; pero en otras situaciones, como en Hawái, fueron capaces de desarrollar una irrigación extensa. El grado de desarrollo de la irrigación y la capacidad de extraer un excedente de ella es lo que permitió la creación de una élite guerrera vinculada a los jefes.
Una vez que los jefes obtuvieron la propiedad de la tierra a través de la conquista, suplantaron a cualquier líder local nombrando administradores de la tierra —conocidos como konohiki— para administrar a la población local. La frase en Hawái es: «Los konohiki nos ponen a trabajar». Y a partir de ahí podemos observar toda la progresión de estos sistemas de riego y el desarrollo de la estratificación social.
—¿Entonces siempre se empieza por el riego y la circunscripción?
—No, el desarrollo de la estratificación puede tomar diferentes caminos. En la Dinamarca de la Edad del Bronce, por ejemplo, la circunscripción no funcionó porque la densidad de población era demasiado baja. El potencial de movimiento era demasiado grande. En cambio, la estratificación se basaba en el control del comercio.
Ese es el modelo clásico de Eurasia. Hace unos cinco mil años se empiezan a desarrollar estos extensos sistemas de comercio que cubren miles de kilómetros. Y al principio, el uso principal de los objetos que se comerciaban era para diferenciar un segmento de población gobernante. El jefe mantenía su grupo de apoyo controlando la distribución de los objetos de riqueza (especialmente las armas, pero también el oro y la plata, las gemas especiales, la ropa bien hecha…).
Así, en el paso del Neolítico a la Edad del Bronce, se observa en toda Eurasia una separación entre plebeyos y élites en cuanto a lo que tienen. Y como lo que tienen solo puede obtenerse a través del comercio, es algo a lo que los campesinos locales no tienen acceso. La clave es crear una diferencia.
Con el desarrollo de los cacicazgos, siempre se ve la separación progresiva del líder de su grupo. En el caso hawaiano, y en algunos otros casos de la Polinesia, los jefes ya no son de sus comunidades locales. Se les considera de una raza distinta; se les considera dioses. Son diferentes.
Ese es uno de los aspectos clave de la formación de clases: esta capacidad de separarse ideológicamente y de ser demarcado materialmente del hoi polloi.
—¿Y por qué un grupo pondría a uno de estos desagradables engrandecidos en una posición de poder?
—Bueno, la élite gobernante crea una ideología que la gente se cree. Y parte de la razón por la que se la creen es la escala de las ceremonias y la arquitectura monumental que rodea estas cosas. Entre los cazadores y recolectores, muy temprano, se ven cosas como el arte rupestre elegante y la construcción monumental a pequeña escala. De hecho, los primeros especialistas que podemos identificar arqueológicamente son especialistas religiosos.
—¿Por qué la religión requiere especialistas?
—Creo que la naturaleza de la religión es que solo algunas personas se conmueven. Algunas personas sienten realmente que están en conexión con Dios o dioses o espíritus o lo que sea. Y entonces la cuestión es si se puede convencer a los demás de ello.
—Esto suena a lo que Max Weber llamó «autoridad carismática».
—Es una autoridad carismática, pero se basa en una economía ritual. Weber hablaba de que Jesús tenía un poder carismático y estoy seguro de que lo tenía. Pero la capacidad de extenderlo a la siguiente etapa, al control religioso carismático, depende del desarrollo de rituales e instalaciones vistosas.
A lo que la gente se apega es a la ceremonia. Ese es el medio particular a través del cual se difunde la ideología. Lo que hay que pensar es que si eres un agricultor, te quedas en un sitio y aporreas la tierra… esa vida es aburrida. Recuerdo haber hablado con un agricultor de taro en Hawái cuando estaba haciendo un estudio etnográfico sobre los métodos de cultivo moderno de taro por irrigación. Le pregunté: «¿Qué vista hay desde esa colina de ahí?» (estaba justo encima de su granja). Y me dijo: «Nunca he estado allí arriba». Y había trabajado siete días a la semana en su campo desde que era un niño.
Ahora, tomas ese tipo de tedio y le añades un mundo que ofrece un festival religioso y la sensación de maravilla espiritual que obtienes cuando entras en la Catedral de Chartres o participas en una de estas grandes ceremonias… y Dios mío, eso es muy diferente. Pero eso es algo que pueden controlar unos pocos; no muchos. No todo el mundo puede construir un santuario o una catedral; se requiere una organización extraordinaria. Así que el poder carismático de Jesucristo se convierte en parte de una institución religiosa que posee enormes propiedades feudales y controla la mano de obra para construir catedrales e iglesias y todo lo demás.
El problema es que la religión es fundamentalmente inflacionaria. No importa lo bueno que sea un festival, la gente quiere un festival mejor. Y para los líderes es un mundo competitivo. Supongamos que hay dos jefes que compiten por el poder en una zona: se ve un aumento en estos sistemas religiosos hacia una elaboración cada vez mayor. Para ello, los jefes requieren la extracción de más riqueza y la organización de más gente. Se vuelve muy difícil desde el punto de vista logístico.
—Todo esto es de lo que hablaba Karl Marx cuando definía la clase dominante como el grupo que extrae y controla el excedente.
—Exactamente. Mi trabajo es una elaboración de conceptos que Marx desarrolló para una sociedad capitalista y (probablemente con menos sofisticación) para la sociedad feudal. Esos eran mundos que él conocía. No conocía otras sociedades, excepto en su imaginación. Él y Friedrich Engels imaginaron cómo sería un comunismo primitivo, pero no lo conocían. No tenían ningún registro arqueológico de ello. Eso es lo que hemos conseguido en los últimos 150 años.
Nosotros, los antropólogos y arqueólogos, hemos reunido el tipo de pruebas que ahora nos permiten presentar estos argumentos y tomar lo que es fundamentalmente un conjunto de principios marxistas y ver cómo funcionaron en las sociedades no capitalistas.
—Dentro de la disciplina, ¿hay acuerdo sobre el panorama general que ha expuesto?
—La gente que estudia la economía política lo comparte ampliamente. Un académico que estudie la guerra, la religión o la raza como fenómenos separados no tendría interés en explicar por qué surgieron… Se interesa por cómo funcionan. Esa es una diferencia importante. El enfoque evolutivo que yo adopto no caracteriza a la mayor parte de la antropología.
—Así que usted y sus colegas, que se interesan por estas cuestiones, son una especie de excepción dentro de la disciplina.
—Definitivamente, somos atípicos. La mayoría de los antropólogos y arqueólogos no se interesan por la economía política o el poder. No consideran que eso sea la esencia de la sociedad humana. Y para mí eso no tiene ningún sentido. Es decir, si no puedes entender cómo se desarrolla el poder diferencial, no veo cómo puedes entender cómo funcionan las sociedades.
—Es fácil escuchar la secuencia histórica que expones y llegar a la conclusión de que la historia no es más que el devenir de gente sometiéndose cada vez más a la autoridad y al control de gobernantes despóticos.
—Los jefes no llegan necesariamente al poder. La cuestión de por qué querrías que alguien te diera órdenes es fundamental. La sociedad es un sistema que tiende a desorganizarse; se rompe en unidades más pequeñas. Así que organizar a la gente es el caso contrario. Hay que explicar los jefes; no hay que explicar la falta de jefes.
La cuestión es cómo es la economía subyacente. ¿Han creado los humanos en esa situación una economía que sea controlable? Si no lo han hecho, vas a tener una sociedad igualitaria.
Por ejemplo, parte del desarrollo de la estratificación social en la Europa de la Edad del Bronce fue el establecimiento de la propiedad sobre determinados puntos de los sistemas fluviales: básicamente, cualquiera que pasara por debajo de tu asentamiento fortificado tenía que pagarte. Así que se ve un grado bastante alto de diferenciación social a lo largo de los ríos donde se podía hacer eso.
Pero si tienes un río trenzado, donde hay muchas rutas diferentes, lo que hace que sea difícil de controlar, no encuentras eso; es más igualitario. Ese cuello de botella en la economía, ese punto de control, se crea poniendo ese fuerte o ese castillo justo encima del río.
Así que la pregunta es: ¿puedes evitar que eso ocurra? Ese fue el argumento de Adam Smith para el libre mercado (que no se parecía en nada a lo que la gente entiende hoy por «libre mercado»). Él quería acabar con los monopolios privados concedidos por los reyes.
Y recuerda que la fuerza de trabajo está siempre en manos de los agricultores. Si como grupo deciden no seguir, es difícil conseguir que lo hagan. Es decir… puedes empezar a matarlos. Pero tienes que mantener la legitimidad. Y la coerción es muy cara.
*Por Seth Ackerman para Jacobinlat / Imagen de portada: Raúl Soria.