David Moreno: “Lo único firme es su ausencia”
Conocemos el rostro infantil de David. Lo vimos en las fotos de su mamá Rosa y su papá Luis, en los carteles de marchas contra el gatillo fácil, en la Marcha de la Gorra, en pedidos de justicia, en murales y actividades. El 20 de diciembre de 2001, lo mató un arma policial y una política represiva criminal, en medio de la violencia estatal desatada contra un pueblo desesperado y en rebeldía. David es memoria presente de esos días de fuego.
Por Redacción La tinta
“Sí, David fue asesinado por la policía de nuestra provincia de la forma más aberrante e injustificada. Fue el 20 de diciembre de 2001, cuando el país estalló porque había que cambiar todo -dijo Rosa a cinco años del asesinato de su hijo-. Y como en toda rebelión popular no faltó la violencia, confusión, vandalismo, saqueos, intento de saqueos y promesas engañosas de entregar bolsones con alimentos en lugares estratégicos e insinuantes: frente a un supermercado”.
Para diciembre de 2001, la situación era insostenible. La crisis generalizada golpeaba con fuerza los cuerpos. En nuestra provincia, según el INDEC, el 40% de las personas estaban en la pobreza y el 13% en la indigencia. La desocupación alcanzaba a un cuarto de les trabajadores y el saldo represivo era estremecedor: 1.008 personas fueron víctimas de gatillo fácil policial en Argentina, según un informe elaborado por la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI). El Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo señalaba que 25 niñes y adolescentes morían en el país cada día por causas evitables.
David tenía 13 años, le gustaba el fútbol, salir a pescar y atrapar los globos que se tiraban para las fiestas. Ese 20 de diciembre, llegó curioseando a la calle Piedra Labrada al 8.000 en Villa 9 de Julio, frente al Supermercado MiniSol. Todo el día habían corrido rumores de que allí entregarían alimentos. El clima estaba caldeado, el caluroso diciembre subía la térmica de una situación que no se aguantaba más. Esa tarde, les vecines llegaron a las afueras del negocio que estaba cerrado. Les esperaba la Guardia de Infantería, que abriría fuego por órdenes superiores.
David buscó escapar de la balacera de plomo que impactó repetidas veces contra su cuerpo. Horas más tarde, murió en el dispensario de Argüello siendo una de las tres víctimas fatales de la represión en Córdoba. No fue un arrebato policial, la orden fue tirar contra un grupo de personas que corrió apabullada ante el primer disparo.
Rosa habla con calma. 20 diciembres de dolor cargan ella y su compañero. “Nos ha costado enfermedades. Todo este estrés y el dolor te va haciendo perder salud. Ya pasaron 20 años, pero a nosotros se nos fue la vida esperando justicia y se nos va a ir la vida con la ausencia de ese hijo que no tenemos y extrañamos”, dice al otro lado de la línea. “Le ha pasado lo mismo a las madres y abuelas (de Plaza de Mayo), algunas ya perdieron su vida y no vieron los logros de haber encontrado nietos, de los juicios, las sentencias, porque no llegaron, su salud no les dio”, agrega.
David era el más chico de cuatro hermanes. Hubiera cumplido 33 años el 1° de este mes. “Diciembre es siempre difícil. Recuerdo cuando terminaban las clases y empezábamos a preparar las cosas para la Noche Buena, y estaba ese ambiente festivo. Eso ya no está, pero mis hijos lo siguen haciendo porque lógicamente lo tienen que hacer, tienen su familia, pero siempre recuerdan a su hermano”, relata. A sus nietos no les dice cómo murió su tío, “por ahí preguntan, pero hay que dejarlos que vivan su vida felices, como vivió David. Como niños, tienen derecho a disfrutar y ser felices, mañana lo sabrán”, reflexiona.
En el año 2017, se llegó a juicio por el asesinato de David. “Lo positivo es que se hizo y no te queda el sabor amargo de que todo queda impune”, cuenta. El policía Hugo Cánovas Badra fue juzgado y condenado a 12 años y ocho meses de prisión. En el año 2008, cuando se hizo la reconstrucción de los hechos, el perito confirmó que el policía más comprometido era Cánovas Badra. Durante el juicio, otro perito coincidió en el análisis. “Pero la condena no está firme porque él tiene su derecho a seguir presentando recursos, así que nosotros en este momento, a 20 años, lo único que nos queda firme es la ausencia de David”.
El policía sentenciado es instructor en tiro, sabe dónde apuntar con el arma. “Los heridos de ese día tenían disparos de las piernas hacia arriba, en todo el cuerpo, o sea que disparó a matar”, explica Rosa. En el juicio, pudieron conocer las circunstancias de la muerte de su hijo, “escuchamos cosas que no teníamos idea porque nunca supimos qué había pasado realmente ese día en ese lugar, muy pocas personas del barrio conocían a David y no se arrimaron en estos años por temor a la policía”, señala.
Rosa y Luis anduvieron mucho en estas dos décadas. Se encontraron con el universo de las organizaciones sociales y de derechos humanos, hicieron marchas y actividades, presionaron en Tribunales, empujaron la causa aun en momentos de quietud judicial, soportaron maltratos de la fiscalía, hablaron, lo hicieron público, aguantaron el juicio, los alegatos, las mentiras de testigos. “Es una lucha donde te estresás y pasás malos momentos, en un estado de indefensión e inferioridad ante el poder. Es una lucha que la sabe el que la vive”, sintetiza Rosa.
“Sabíamos que la policía reprimía, el aparato represor quedó después del proceso militar. La policía siguió matando y hay muchísimas muertes en democracia, es un genocidio escondido porque las noticias que llegan son muy pocas”, expresa Rosa. “Tiran con plomo sin problema, como diría León Gieco, sin saber de dónde venimos ni qué hacemos”.
La memoria de David se mantuvo viva estos 20 años. Rosa, Luis y organizaciones del barrio han realizado diferentes actividades para recordarlo. El próximo 20 de diciembre, llevarán flores al monolito construido en el lugar. “Que no pase un año sin que se haga memoria, es un delito terrible, fue el peor trauma que podríamos haber pasado como familia, como pasó con los otros casos. Escuchás los testimonios de los familiares y son espeluznantes -refiere Rosa-, mantener la memoria es importantísimo, sobre todo para visibilizar lo que no se debe hacer más”.
*Por Redacción La tinta / Imagen de portada: Ezequiel Luque para La tinta.