El escrache, cultura de la cancelación y perspectivas no punitivas
Por Julia Pascolini para La tinta
“A esos hay que meterles un palo por el orto bien caliente, que caigan en cana, ¿y ahí? Ahí que les hagan lo que quieran”. Varón X en medio de una conversación que no inicié ni sostuve.
El escrache, la cultura de la cancelación y las perspectivas no punitivas pertenecen al mismo orden social, por lo tanto, responden a tensiones presentes, por ejemplo, en los feminismos. El segundo enunciado es propio de una conversación que sostuvo conmigo -aunque unilateralmente- un varón. Así, quedó expresada su opinión en relación al ejercicio de la violencia de género por parte de otros varones que evidentemente no son él.
Puede que parezca una ensalada: escrache, cancelar, un varón apostando a la violación como forma de aprendizaje (y castigo). Un poco lo es, porque no es lo mismo que una piba elija denunciar a través del escrache -o se encuentre en esa secuencia- porque: el Estado no respondió a sus demandas, existió el temor a represalias o a la re-victimización, etcétera, que un varón que comprende y expresa sin tapujos que al violador hay que violarlo.
Si bien es necesario hacer la diferenciación pertinente, es cierto que las lógicas punitivas son permeables a todos los círculos sociales. Expresadas de forma diferente y producto de hechos completamente diferentes. Por ejemplo, la falta de políticas que agilicen los procesos judiciales despierta la necesidad de alertar a la sociedad sobre la persona que ejerció violencia por motivos de género. Además, la pregunta y el cuestionamiento por parte de ciertos agentes estatales ponen en duda la palabra de la persona sobreviviente. Como es lógico, eso desencadena en el agotamiento y posterior búsqueda de justicia en otros métodos no institucionales.
El escrache, práctica historizada
Con el retorno de la democracia en Argentina, la agrupación Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S) recuperó el término escrache para denominar las prácticas colectivas que buscaban romper con el anonimato de los genocidas que habían cometido crímenes en la última dictadura cívico-militar. Los escraches buscaron denunciar y visibilizar el hecho de que responsables de cometer crímenes atroces siguieran ocupando cargos en el Estado, en las Fuerzas de Seguridad o anduvieran por la calle sin mayores represalias. El contexto: un Poder Ejecutivo, avalado por los poderes Judicial y Legislativo, sosteniendo un pacto de impunidad.
A pesar de que, desde sus comienzos, los escraches recibieron duras críticas cuestionando la modalidad del reclamo -su carácter violento y la amenaza de diluir las fronteras entre lo público y lo privado-, la práctica fue recuperada por organismos de derechos humanos de otros países del continente. El escrache como práctica es una medida de urgencia ante la falta de respuestas a conflictos de máxima gravedad. En este sentido, la escalada de escraches llevados adelante en el período 2016/2018, respectivamente, no está exenta de esa “respuesta a la urgencia”.
A ver quién señala primero: de cómo se criminaliza al movimiento feminista
Existe un problema en relación a cómo es percibido el escrache en el ámbito público. Se lo punitiviza, tal como se punitiviza a la persona que está en cana y es asociada a lo salvaje, lo violento, lo deshumanizado. Ambas partes terminan siendo víctimas de una serie de hechos que las criminalizan y acusan de ser “violentas y punitivistas”. ¿Hay algo que no sea punitivo en nuestro orden social, económico y cultural? ¿Hay alguien que esté exento de esa práctica? ¿No es parte de los acuerdos sociales a los que adherimos tanto consciente como inconscientemente?
Tal como lo indica el término, el escrache atiende a lo que urge y que no debe urgir para siempre. Se desprende entonces la otra parte del escrache: no puede durar para siempre. No tiene fecha de caducidad, pero sí tiene fecha de caducidad. No casualmente, los escraches que acontecieron en nuestro país fueron en el período de un gobierno que desinfló grandemente los presupuestos destinados al abordaje de las violencias por motivos de género. Si bien también tuvo que ver con el hartazgo de sobrevivientes, la falta de respuestas por parte de la justicia y la creación del movimiento Ni Una Menos, aportaron también cuestiones del orden político y económico características de ese tiempo.
¿Y ahora?
Antesala para preguntarnos: ¿creemos en el Estado? ¿En qué Estado creemos? Si la práctica del escrache se sostiene, ¿se derrumba lo institucional? No se derrumba, pero sí debemos ser inteligentes en la forma. Tomar de los escraches todos los llamados de atención, ponerlos sobre la mesa y hacerlo tensionar. El escrache tiene, o debe tener, un momento de conversión en política pública. Todo eso que se construyó discursivamente, gracias al movimiento feminista y a la visibilización de muchas violencias por motivos de género, debe traducirse, en algún momento, en política de Estado.
Eso sucedió, se crearon ministerios destinados al abordaje de la temática, se fortalecieron los espacios de capacitación y formación en materia de género en todos los estamentos del Estado, etc. ¿Es suficiente? No, nunca lo será. Porque la violencia es una práctica transversal a toda la sociedad y excede las cuestiones de género. Como tal, interpela a varones, mujeres y disidencias. Por esto, es necesario abordar las violencias por motivos de género con los varones, a través del trabajo en materia de capacitación y formación. Aquí entra el segundo debate: y la cultura de la cancelación, ¿qué onda?
Cultura de la cancelación
¿Sirve cancelar a la persona que ejerció violencia por motivos de género? Quizás es una forma de reparación para la persona sobreviviente, pero, ¿la reparación asociada a la cancelación? Si esa persona va a ocupar nuevos espacios, nuevos vínculos y ejercerá nuevos tipos de violencia, ¿es efectiva la cancelación? Es cierto que una forma de responder a la impunidad es la visibilización.
El problema sería que se extienda esa práctica, tal como sucede con el escrache, y no se piensen espacios de abordaje de las violencias por motivos de género con las personas que la ejercieron. La cárcel, en ese sentido, opera como depósito de personas marginadas (por diferentes motivos). En ese grupo poblacional, entran varones que ejercieron diferentes tipos de violencia y que allí dentro sufren otras por parte del sistema penitenciario (bonaerense) y de otros internos. La responsabilidad, una vez más, es del Estado, ya que, a diferencia de otros países, en Argentina, los lugares de encierro dependen exclusivamente de órganos públicos.
Pero, ¿en qué Estado creemos? Un Estado que reúne efectivamente a todas las partes, o sea, un Estado del que participan todas las personas y no es pensado en términos mercantiles: cliente-proveedor. La cultura de la cancelación podría obturar ciertos procesos de re-aprendizaje en materia vincular. Si bien apunta sobre todo a varones con llegada pública, es cierto que termina trascendiendo ese hecho. Por momentos, anula el debate y excluye a la persona que ejerció violencia por motivos de género.
Inclusive en los contextos carcelarios, la persona que ejerció violencia por motivos de género accede a menos beneficios y sufre violencias vinculadas a la “venganza” por lo que hizo. Esa persona, ¿cómo sale de la cárcel? ¿Renovada y fresca, o convencida de que la violencia es el mejor método de castigo? La violación es un método de control social. Una forma de demostrar poder bastante alejada, de hecho, de tener su origen en el deseo sexual. Entonces, atender al abordaje de la violencia por motivos de género tiene que ver con encontrar los espacios para hacerlo sin silenciar ese debate ni reducir su llegada solo a quienes, en teoría, no la ejercen.
Poner del otro lado la práctica de la violencia obtura un hecho real que es: todes ejercemos diferentes tipos de violencia y no por eso somos menos sujetes de derecho en relación a las responsabilidades del Estado. Visibilizar a través de la cancelación es un método que sirve, al igual que el escrache, como respuesta urgente a un conflicto grave. En este sentido, también debería tener su tiempo de conversión a la política pública, de pensar nuevas estrategias de abordaje de esas violencias por motivos de género y no de exclusión de la persona que las ejerce.
*Por Julia Pascolini para La tinta / Imagen de portada: Javier Joaquín