Locos por el agua: noticias de allá y alertas de acá
Por Mercedes Sturla para La tinta
En los años 70, algunas preocupaciones ambientales comenzaron a saltar al temario internacional, adquiriendo impulso en la década siguiente cuando se consolidó la noción de desarrollo sustentable a partir del informe Nuestro Futuro Común, más conocido como Informe Brundtland.
En 1977, el agua tuvo papel protagónico durante la Conferencia de las Naciones Unidas que se desarrolló en Mar del Plata. De allí, surgió el Plan de Acción Mar del Plata, documento en el que (a diferencia de instancias anteriores y posteriores) se “adoptó ese enfoque totalizador que partió de reconocer que el agua no es solo un bien para ser usado, sino también un bien para ser protegido y cuidadosamente administrado”.
Los veinte años subsiguientes fueron dominados por perspectivas mercantiles que impulsaron las privatizaciones del servicio en muchas regiones, sin mucha consideración. En ese contexto, se produjeron controversias que dilataron en la Asamblea General de la ONU el establecimiento del acceso al agua potable y a los servicios sanitarios como un derecho humano básico, resolución adoptada recién en 2010. Esa demora permite vislumbrar la cantidad de aspectos e intereses que convergen en esta cuestión, representando uno de los más serios desafíos de este siglo, igual que la prevención de los desastres producidos por fenómenos climáticos vinculados al agua.
Para abordar lo que genéricamente podríamos denominar “la cuestión del agua”, es necesario estudiar la trama de aspectos interrelacionados que la constituyen. Su complejidad se debe, entre otras cosas, a las variaciones de los ciclos hidrológicos y los cambios ambientales que los afectan, a las divisiones políticas de los territorios que dificultan la coordinación de medidas en distintas escalas y a las tensiones que se producen entre diversos actores sociales en torno a su uso.
El futuro ya llegó
En situaciones de escasez de un bien sin el cual no es posible la vida, la conflictividad puede escalar rápidamente. En el mundo, se producen inconvenientes cuya frecuencia y gravedad aumenta. La demanda de una población creciente, los desequilibrios ecosistémicos y el calentamiento global son algunos de los muchos y variados factores que anuncian su profundización. Ejemplos sobran en regiones de África, de EE. UU., Medio Oriente, etc.
La situación se replica en América Latina y en nuestro país donde, si bien existen importantes reservas de agua dulce, están desigualmente distribuidas y muchas regiones sufren periódicas dificultades para disponer de agua segura en cantidad suficiente. La situación en México y Chile es complicada y más conocida. Pero alarman los estudios que revelan cómo disminuyen, en una potencia hídrica como Brasil, sus aguas superficiales, afectando también afluentes de nuestro río Paraná.
Llegados al 2021 y tras el último informe del IPCC sobre el calentamiento global, sabemos que la tecnología podrá ayudar, pero no resolver nuestros problemas: desalinizar agua de mar es posible en algunas regiones con un importante costo de energía y riesgo de alterar ecosistemas al descartar la salmuera resultante de ese proceso. Recoger agua de la humedad ambiental permite una producción de pequeña escala. Todo suma, pero nada suma tanto como cuidar nuestras fuentes de abastecimiento y racionalizar su uso.
Argentina también arribó al futuro
Distintas regiones del país atraviesan difíciles situaciones, tan diversas y extensas de describir que va una acotada enumeración con vínculos a algunas noticias. Cuyo está con serias dificultades que pueden afectar sus producciones en San Juan y en Mendoza. En esta última, la crisis hídrica se enlaza con el conflicto con La Pampa y otras provincias por el proyecto de la represa de Portezuelo del Viento. Situaciones también severas se viven en parte de la Patagonia. Río Negro está en una compleja situación, agravada porque la escasez de agua disminuye su calidad. Dependiendo de los casos, puede deberse a concentración de sales o sedimentos orgánicos, o a contaminación por el vertido, escurrimiento o filtraciones provenientes de distintas actividades productivas. Además, ha sido noticia la contaminación por líquidos cloacales vertidos sin tratamiento a ríos de menguados caudales. Otra consecuencia visible es la generación de energía eléctrica que, en lugares como en el sur de La Pampa, debió suspenderse. Las tensiones por el agua en Neuquén derivaron en los esperables cuestionamientos a los controles en Vaca Muerta y la desconfianza respecto a lo que las empresas declaran consumir para sus producciones. La situación en las regiones irrigadas por el Paraná tiene sus especificidades más difundidas en los medios masivos, con impacto en sus ya maltratados ecosistemas vinculados, en la producción de energía, en la pesca, la navegación y el comercio exterior. También allí debe afrontarse la contaminación por el vertido de efluentes cloacales sin tratamiento, practicado incluso en grandes ciudades.
No hay sequía que dure 100 años ni pueblo que lo resista. En algún momento, volverán las lluvias y, dependiendo de sus intensidades, antes o después, y con mayor o menor daño, se recargarán la mayor parte de las cuencas en algún grado.
No obstante y con anterioridad a este escenario, en distintos territorios, vienen creciendo las luchas por el agua. Es probable que esa conflictividad siga creciendo, por rivalidad, por afectación recíproca o por interdependencia asimétrica y unidireccional entre usuarios. En zonas de clima árido que dependen del agua de deshielo, el calentamiento global reduce los glaciares anticipando la profundización de tensiones por los distintos usos, enfrentando sujetos con muy desiguales posibilidades. En términos inter-jurisdiccionales, las decisiones tomadas en las cuencas altas de un curso de agua o sus afluentes afectan irremediablemente la vida río abajo, con potencialidad para tensionar las relaciones entre localidades, provincias o países.
La lucha que erróneamente algunos insisten en señalar como “antiminera” en Mendoza, en Andalgalá, en Jáchal, en las Salinas Grandes, en Chubut y en otros lugares es, en primer lugar, la lucha por la preservación de las fuentes y de la calidad del agua a partir de vecinos que se reunieron preocupados y enlazaron sus saberes construyendo un conocimiento profundo de sus territorios. Esas experiencias territoriales se profundizan y sostienen a partir de redes colaborativas que crecen al compás de los problemas. Por eso, aunque lleguen las lluvias y se alivien temporariamente las situaciones particulares, el problema va a seguir aumentando tal y como se viene advirtiendo desde hace ya muchos años.
Córdoba en agosto del 21: ¿desconocimiento, insensatez o locura?
Aunque no tengamos en este momento situaciones de estrés hídrico, la provincia tiene larga experiencia en situaciones de sequía e inundaciones. Por poner un ejemplo, en las Sierras Chicas, el desmonte por minería y comercialización de leña a gran escala impulsó al gobierno provincial, tras la inundación de 1958, a intentar frenar la degradación creando la Reserva de Bosque Protector y Permanente de Sierras Chicas en todo el faldeo occidental, instituida en 1961 por la resolución 1408 del ex Instituto Provincial de Estudios Agrícolas. Esa reserva nunca saltó del papel a la realidad.
Aunque hoy Córdoba tiene muchas áreas protegidas, destaca su falta de presupuesto y planes de manejo. Y alarma que sigamos construyendo escenarios donde las consecuencias de esos ciclos naturales se agudizan, como pudimos experimentar durante las duras sequías y las devastadoras crecientes que afectaron muchas zonas de la provincia en este joven siglo. A ello, sumemos que los esfuerzos para construir diques que embalsen el agua que sale de nuestras canillas son afectados por los vertidos cloacales de la creciente urbanización en las cuencas, con casos graves y otros peliagudos como los vertidos en el lago San Roque. Entre los peliagudos, también deberían agregarse las frecuentes fallas de la planta de Bajo Grande, que contamina el río Suquía que desemboca en la laguna de Mar Chiquita, recientemente declarada área nacional protegida.
Este maltrato al ambiente que habitamos y del que dependemos moviliza cada vez más actores. El desarrollo de saberes territoriales y de conocimientos académicos no deja dudas sobre las causas que acentúan los fenómenos y las medidas que debieran tomarse para atemperar sus efectos. Los múltiples ambientalismos que pueblan las sierras conocen, cada vez mejor, la trama de relaciones que permite retener la lluvia en las cuencas mitigando los efectos de sequías prolongadas, olas de calor y precipitaciones abundantes.
Sin embargo, el gobierno no parece estar pensando cómo afrontar la imprevisible, pero segura recurrencia de estos eventos que el calentamiento global nos promete. En las sierras de Córdoba, donde están nuestras fábricas de agua, perdemos bosques y monte todos los años, sin pausa, por avance de la frontera agropecuaria, por incendios, desmonte, desarrollos inmobiliarios y productivos, etc. La disminución y degradación constante de las superficies donde se producen imprescindibles e irremplazables servicios eco-sistémicos nos deja cada vez más expuestos.
Ya no es necesario tener sensibilidades respecto a la fauna y la flora. Para dimensionar el problema, solo hay que intentar responder: sin montes, ¿dónde y cómo se produciría la regulación del agua, del clima, del aire? ¿Qué frenaría la erosión hídrica y eólica, cómo se retendría el suelo en las pendientes, cómo se amortiguaría la contaminación sonora? ¿Cómo resistiríamos el calor en verano y cómo nos abasteceríamos de agua en los meses secos de invierno y primavera? ¿De qué modo se evitarían crecientes e inundaciones en los meses de lluvia?
Por eso es tan difícil comprender que la Secretaría de Ambiente haya avalado el proyecto para la realización de la autovía de Punilla. Entre los múltiples cuestionamientos de distinto orden que produjo el estudio de impacto ambiental (EsIA), estuvo la ausencia de referencias al cambio climático. En el mismo sentido, finalizó también la audiencia sobre el EsIA para otra autovía en el valle de Paravachasca.
Inevitablemente, estas rutas ampliarán el desarrollo inmobiliario y, progresivamente, la infraestructura de servicios en las zonas serranas con la consecuente presión sobre los ecosistemas aumentando los problemas derivados de la degradación ambiental. Entre ellos, la escasez de agua porque en las superficies construidas el agua no se retiene, se escurre.
Aunque insiste en el desarrollo de proyectos que avanzan sobre las cuencas serranas, el gobernador reconoció en alguna entrevista las limitaciones hídricas de nuestra provincia. Para paliar parte de ese déficit es que hace varios años se avanza en gestiones para concretar una obra faraónica y costosísima que bombee agua… desde el río Paraná.
Mientras se toma deuda para rutas, se impulsa el desarrollo urbano en las sierras y se toma más deuda para impulsar agua de un río que evidencia sus propias fragilidades y contaminantes. No conocemos un solo proyecto orientado a preservar, restaurar y mejorar la retención de agua en las sierras, además de buscar estrategias para racionalizar su uso.
Hacer más de lo mismo, conociendo cada vez mejor los problemas, es irracional, es verdaderamente una locura. Hacerlo pese a la oposición de sectores cada vez más importantes es, además, violento.
El tema del agua es inagotable y la suma de información, estudios y experiencias locales explica el volumen creciente de ciudadanos que entendimos cómo se agravan los problemas. Lo que no sabemos es cuándo comenzarán los poderes públicos a tomar medidas en sentido contrario.
Por eso, es indispensable que estas cuestiones avancen en la agenda de temas que discutimos.
*Por Mercedes Sturla para La tinta / Imagen de portada: Gabriel Lindoso.