«Necesitamos que los traten como pibes enfermos, no como delincuentes»: una historia que revela el infierno del consumo y la necesidad de cambiar la mirada

«Necesitamos que los traten como pibes enfermos, no como delincuentes»: una historia que revela el infierno del consumo y la necesidad de cambiar la mirada
18 agosto, 2021 por Redacción La tinta

La actriz y productora Carolina Fernández compartió en redes sociales la tremenda historia de su hijo, con problemas de consumo, para graficar el horror y la desesperación que atraviesa cada madre que no sabe qué hacer, dónde acudir y cómo actuar ante una cadena de violencias que involucra al propio Estado. El resultado fue una catarata de mensajes de aliento, ayuda y muchos “lo vivo en carne propia”. Carolina denuncia que la justicia trata a su hijo como un delincuente, cuando en realidad necesita un tratamiento de adicción y contención psicológica y psiquiátrica. Reproducimos aquí la historia completa para aumentar la red y alentar la reflexión sobre un abordaje con perspectiva de derechos humanos.

Por Inés Hayes y Melissa Zenobi para Lavaca

“La pasión de Santi son el skate y la música. Desde muy chiquito, competía en los torneos. También le gustan los caballos y ganó torneos de polo, antes de los 12 años, hasta que el consumo totalizó su vida”, dice Carolina Fernández recordando la feliz infancia de su hijo. Una vida cargada de futuro que comenzó a complicarse pronto: “Desde los 8 años, empezó a mostrar ciertos aspectos de su personalidad que a mí me hacían mucho ruido, que nos llevaba a extremos de angustia: mucha ira de la nada, reacciones intempestivas, se golpeaba solo, lloraba y gritaba, comenzaba luego dolor fuerte de cabeza hasta que vomitaba”, recuerda Carolina con la angustia en la garganta.

Caro maternó a Santi prácticamente sola, como les pasa a muchas mujeres. “Lo llevé a psicólogos, pediatras: nada. Todos decían que era ‘conductual’. Durante mucho tiempo y a medida que estas reacciones o ‘crisis’ se hacían más incontrolables, me sentí una madre que no podía. Me hablaban de límites y yo los ponía, pero del otro lado había una gran violencia frente a cualquier ‘NO’. No le encontraba los bordes a Santi. Se empezó a escapar. Llamaba casi a diario a la policía para que salgan a buscarlo”, cuenta Carolina, pero podría ser la historia de muchas madres e hijos más.

“Obviamente, yo me doy cuenta tarde que estaba consumiendo. Y todo se transforma en un infierno. Santi es un chico que necesita y da ternura, me dice que me ama unas 50 veces al día, es afectuoso y es muy inteligente. Una parte de Santi, la parte sana, quiere vivir, pero su parte enferma quiere romper el mundo en pedazos y morir”, se la escucha a Caro con la voz entrecortada.

¿Y ahora quién podrá ayudarme?

Cuando Santi cumplió 12 años y a pesar de que su mamá seguía buscando intensamente un diagnóstico que permitiera ayudar a su hijo, los profesionales seguían poniendo el eje en la crianza: “Pero yo sentía que no, que algo más había, que la maternidad no podía ser tan dolorosa y que Santi tenía algo. Yo lo miraba y sabía cuándo todo iba a explotar”.

Fue cuando se enteró de que Santi fumaba mariahuana que empezó a buscar tratamientos contra las adicciones. “Para cuando me entero de que fumaba marihuana, ya Santi estaba tomando cocaína: me da la sensación de que las madres corremos a las adicciones desde muy atrás. No llegamos. No alcanzamos, simplemente porque no sabemos”, dice Carolina.

“Un día, lo miro a Santi y lo veo raro, le dije: ‘Vos tomaste algo’. Y ahí me abre un mundo atroz: me cuenta que era adicto. Que no quería salir, que debía mucho dinero a gente pesada del pueblo y que solo quería huir para que no lo maten. Por esos tiempos comienzan a golpearme la puerta los tranzas del pueblo y hacíamos vaquita con mi familia y mi papá iba a pagarles. Yo, muerta de miedo. Un día, tocan la puerta, abro y me ponen un revólver en el pecho: un hombre me dijo que le pague lo que le debe Santi, que tengo media hora”, cuenta Caro desde Patagones.

Ese día y con el miedo y la angustia en la piel, Carolina hizo la denuncia en la policía local. “Me ponen custodia por este episodio y por otras ‘visitas’ que tuve por deudas de Santi, a pesar de que todo el mundo me decía: ‘No denuncies, es peligroso. Están todos comprados. No confíes'».

Caro decidió que Santi hiciera un tratamiento ambulatorio en Mar del Plata porque, por las denuncias, él corría más riesgo. “Fue un caos. Un desastre. Santi empieza a fumar crack, sigue tomando cocaína y robaba para consumir. Yo todas las semanas viajaba desde Patagones o Buenos Aires a verlo. Yo sentí que estaba muerto. La psicóloga que lo trataba me dijo que debía internarlo. Mi psicólogo y el psiquiatra de Viedma, también”.

Santi tenía 17 años. Junto a una defensora oficial de Río Negro y con el aval de profesionales, solicitamos una internación compulsiva: “Había que traerlo de Mar del Plata engañado. Lo internamos”, sigue contando Caro.

—¿Qué respuestas has recibido de las instituciones del Estado?

—Cuando Santi era menor, logramos en Río Negro la internación compulsiva, porque hasta ahí la ley llega. Fue muy extrema. En ese momento, a Santi lo internan, hicimos por un engaño que entre al hospital: le dijimos que mi mamá estaba internada. Ahí estuvo 4 días medicado al extremo, atado de pies, manos y hombros, se hacía pis, hacía frío, no tomaba agua, deliraba: toda esa abstinencia en un nene de 17 años recién cumplidos. Lo trasladamos a un centro privado donde estuvo casi un año. El Juez Leandro Oyola, con amparo ejemplar, obligó a OSECAC a cubrir la internación en este lugar.

Santi cumplió 18 internado. En todas las visitas –Carolina recorría todas las semanas los 1.000 km que separan Carmen de Patagones de Mar del Plata-, Santiago hablaba con fascinación de su pasado con las drogas y la delincuencia con orgullo: “En ningún momento se hizo un trabajo psicológico para intentar desarmar esto”, asegura ella. “En este instituto, reafirman el diagnóstico de Carlos Názara y me dicen que Santi tiene rasgos psicóticos. Y en febrero del 2020, decide no volver al centro y ya era mayor. Ahí empieza un calvario aún mayor porque Santiago sale directo a consumir todo”.

—¿Dónde vivía en ese momento?

—Se queda dos meses exactos en Pilar con su papá con una convivencia violenta al extremo. Empieza a empeñar cosas, a reclamar dinero, comienzan las deudas. Su papá lo deja en Ciudad de Buenos Aires en la casa de una chica con la que salía. Yo empiezo a buscar desde acá psicóloga y psiquiatra. Tuvimos sesiones virtuales por cuarentena. Santiago hundido en la cocaína y el crack. Un día, llama que se estaba muriendo. Que se había metido además con gente pesada, que lo iban a matar. Lo buscamos.

Era agosto, plena cuarentena. Carolina habla con el jefe de Salud Mental del Hospital Zatti y para pedir la internación de su hijo, en pleno consumo de crack y cocaína. “Necesitaba una internación y tratamiento integral. La respuesta fue: estamos en cuarentena, no puede ir a verlo un psiquiatra, que venga a un turno. ¡Un turno!, pensé yo. Un adicto extremo en abstinencia y con el registro de una internación compulsiva, ¿cómo hacemos para que vaya? Imposible. Seguimos. Golpes. Intentos de suicidio. Agresiones con cuchillo. Una vez, se tiró al río. Llamados al 911, a ambulancias. El horror.

—Me imagino tu miedo…

Sí, todos los días sentía que Santi podía morirse. Todos los días. Rogaba que hagan algo más. Comienza en un momento a ir al psiquiatra (para drogarse con pastillas, supongo). Intentamos. Pero una consulta cada 15 días, ¿sirve?, me pregunto. ¿Eso es lo que tiene el Estado? Arman un espacio terapéutico para que vaya una vez por semana. ¿En serio piensan que en estos extremos alcanza? En enero de 2021, Santi roba mis cámaras, mis herramientas de trabajo. No puedo seguir con el programa audiovisual. Santi llega con un brote paranoico gritando a las 4 de la mañana: ‘Los voy a matar a todos, me hicieron una emboscada. Voy a matar a toda mi familia’. Santi siempre salía con la cuchilla de casa, con un machete, con un bate de béisbol. Gritaba y su hermana (de 6 años) estaba durmiendo. Entonces, le pego una cachetada. Me ahorca. Me desmayo. Al otro día, hago una denuncia y pido la perimetral. También pido a gritos un tratamiento para mi hijo que ahora se quedaba en lo de mi mamá.

—¿Cómo siguió todo?

—El jueves 5 de agosto, efectivos de la prefectura rompen la puerta de mi casa y la de la casa de mi mamá con una orden de allanamiento y una orden de detención para Santiago. No encuentran nada. Porque Santiago es adicto y tiene una patología psiquiátrica. No es narco, aunque en su fantasía lo crea. Aunque sueñe con eso. No lo es. Los allanamientos dan negativo. Sin embargo, secuestran mis herramientas de trabajo. Yo soy periodista, además de actriz, y tengo información confidencial en mi celular y en mi computadora. Además, necesito trabajar. Me encantaría descansar, pero no puedo. Me violentan una vez más: el Estado aparece solo para violentar a una mujer y su hija, a una madre que le pidió a ese mismo Estado que contenga a su hijo adicto.

—¿Por qué entró la policía en tu casa?

—La orden de allanamiento habla de comercialización de estupefacientes por parte de Santiago. Santi ahora tiene una causa penal y el proceso de investigación dura mucho tiempo. Mi pregunta es: ¿en este tiempo Santi será condenado a ir a un penal en etapa de investigación con un diagnóstico severo, con medicación antipsicótica, con brotes y abstinencia? ¿Santi será expuesto a un penal por ser adicto y hacer lo que sea para conseguir droga? Santi estaba dejando la cocaína. Estaba orgulloso de cada día sin tomar. Pedía ayuda. ¿La justicia verdaderamente piensa que Santiago y tantos pibes no necesitan que el Estado sea quien hoy ordene un tratamiento?

—¿Cómo deberían tratarse este tipo de casos?

Según mi experiencia, el camino es una internación en comunidad terapéutica con custodia policial. El camino es que empecemos a sanar a las personas adictas y que contengamos a las personas con patologías de salud mental. No podemos las madres convivir con la muerte, escondiendo cuchillos, encerrándonos en los cuartos.

El pedido y la denuncia de Caro es clara:

“Necesitamos que a Santi y a tantos pibes los traten como personas que están enfermas, no como delincuentes. Hoy, Santi está detenido en prefectura. Tuvo un brote, intentó autolesionarse, lo trasladaron al hospital una noche. Está medicado al extremo en la prefectura. Deben estar bajo tratamiento».

«Combatir el narcotráfico es responsabilidad del Estado. Cada pibe muerto, cada madre destrozada, cada persona víctima de violencia institucional es responsabilidad del Estado. Un Estado ausente que aparece para seguir destrozando lo poco que podemos sostener de un medio del infierno. Esto que vivimos tantas familias confirma que el Estado los quiere presos o muertos, no sanos. ¿Qué intereses habrá para que el circo persiga a los adictos y no a los narcos, ¿no?».

—¿Cuáles son los mensajes que recibiste de otras madres en situaciones parecidas?

—Recibí cientos de mensajes del tipo: “Lo vivo en carne propia. Mi hijo está preso. Mi hijo se mató hace 10 meses. Jamás me dieron un turno en el hospital. Hagamos algo. El Estado nos deja a la deriva”. El “lo vivo en carne propia” es muy recurrente.

—¿Eso te hace sentir menos sola?

—La red sostiene como nada. Cientos de personas apoyando. Las colectivas que integro me dan lucidez, amor, fuerza, ideas. La colectiva local de periodistas feministas, Acá Estamos, sacó un comunicado que me conmovió tanto. Acá todxs conocen mi lucha. Jamás la guardé debajo de la alfombra. Materno a Sofi y a Santi. Todxs saben; tengo el privilegio de ser una persona pública, que se reconoce mi trabajo como periodista y mi militancia, entonces, hoy el amor es infinito. Luchar con otres es la única y maravillosa posibilidad de cambiar el status quo, lo establecido, lo que ya no va, lo que daña, lo que mata.

*Por Inés Hayes y Melissa Zenobi para Lavaca / Imagen de portada: Lavaca.

Palabras claves: Carolina Fernández, consumo, drogas

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