Una vida consagrada al abuso
El cura José Miguel Padilla creó una Congregación y ejerció su poder 15 años en un pueblo de La Pampa hasta que escapó denunciado de abusar de 2 chicos. La Iglesia lo refugia en San Luis, donde el ex capellán de la dictadura que adhirió al levantamiento carapintada sigue dando misa. Crónica de un caso que revela la sistemática protección eclesiástica y una historia perversa que se repite de parroquia en parroquia.
Por Rosario Marina para Perycia
Cuando el cura José Miguel Padilla pisó por primera vez Intendente Alvear, el pueblo pampeano de 7 mil habitantes llevaba un año sin sacerdote. Lo recibieron con todo: el intendente ordenó pintar la parroquia de tonos pasteles y comprar cortinas nuevas. El cura traía, además, varios frailes para ayudarlo. Era el año 2004.
Pero lo primero que hizo Padilla, antes de instalarse, fue mandar a pintar todo de blanco y a pelar las puertas para que quedaran color madera. El gasto municipal a la basura. Sería sólo una primera señal de autoritarismo.
Después, sacó a Cáritas de la parroquia. Sacó, también, la catequesis de la parroquia y la trasladó al colegio comercial donde él era representante legal. Sacó, además, a los ministros de la Eucaristía y ya nadie visitaba a los enfermos.
Después de cada misa, le apuntaba a la guitarrista qué canciones desaprobaba. Un día, desaparecieron los cancioneros. No le gustaban porque decía que había “canciones tercermundistas”. “Esa alegría que teníamos se fue tornando en un conformismo. Bueno, es lo que hay. Son así”, cuenta G., una habitante del pueblo, una de las fieles.
En 2019, José Miguel Padilla fue denunciado por abuso sexual agravado por ser miembro de un culto reconocido. Apenas lo supo, dejó todo lo que había armado en quince años y volvió a San Luis, su cuna religiosa. Un año y medio después, recibió otra denuncia, por el mismo delito, pero con más agravantes. Ahora espera la elevación a juicio de las dos causas dando misa.
La Fraternidad
Padilla no es un sacerdote más. Es el creador del instituto Fraternidad de Belén (Frailes Capuchinos Recoletos).
En 2001, Padilla fue recibido por el entonces arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, y desde ese momento, los Frailes Capuchinos Recoletos tienen a su cargo no sólo tres parroquias en La Pampa, sino también el convento San Antonio y la parroquia Nuestra Señora del Santísimo Rosario, en El Dique, Ensenada.
Mucho tiempo antes, el sacerdote fue capellán del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 141 del Ejército de San Luis entre 1980 y 1983. En plena dictadura. Luego, en 1987, adhirió al levantamiento carapintada.
En Twitter y en la Justicia
En diciembre de 2015, Vicente tenía 20 años y quería ser fraile. Por eso, viajó desde Entre Ríos, donde vivía, hasta Intendente Alvear, al convento de los Frailes Capuchinos Recoletos.
Al año y medio, estaba fuera.
El 19 de octubre de 2019, empezó a escribir revelaciones en Twitter. Contó, primero, su día a día al salir del convento. Después, todas las restricciones que había, cómo era la vida ahí y, por último, las veces que Padilla abusó de él.
Estos son algunos fragmentos:
“Aquella noche mientras realizaba mi tarea, atinó a acariciarme un brazo y a preguntarme qué llevaba debajo de los hábitos. Ya temblaba. Al levantarme de la silla, despedirme y dar media vuelta, se levantó de un salto (¿Y el tobillo?), me abrazó por detrás, me besó el cuello y me dijo al oído:
—Mío, de nadie más, mío.
Una vez más, creí estúpidamente que se trataba de una prueba para demostrar mi entereza”.
“Fingí que nada de aquello me había afectado, incliné ligeramente la cabeza y dije a punto de quebrarme:
—Santa noche, Padre.
Esa noche, no recé mis oraciones en la celda. Estaba triste. Me saqué los hábitos, caminé por el pasillo sin ellos, utilicé el baño e intenté dormir.
Dentro de la habitación donde fui a atender al sacerdote, había una especie de mini capilla donde celebraba misas privadas. ¿No pensó que el mismo lugar donde buscaba satisfacer sus pasiones más bajas estaba en la presencia de Dios?
Lo más triste es que a pocos metros estaban mis papás, que habían ido -con mucho esfuerzo- a visitarme tan lejos. No podía hacer más que pensar en ellos. En buscar las palabras para decirles que me sacaran de allí cuanto antes. Nunca lo hice”.
“Me invadían las preguntas, las dudas, los miedos. Trabé la puerta -algo también prohibido- por miedo a que aquella noche entrara en algún momento. ¿ Me seguiría molestando? ¿Me va a echar si no le sigo la corriente? ¿Será que sólo buscó probarme?”.
Cuando los tuits se viralizaron y los medios los empezaron a levantar, Vicente se dio cuenta de que lo que le había pasado era mucho más grave de lo que pensaba.
En noviembre de 2019, decidió denunciar a Padilla por abuso sexual ante la Justicia pampeana. La causa avanzó hasta que la pandemia fue alargando algunos plazos.
Tres años antes, Vicente se había contactado con la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico, pero no lo contó. Tenía miedo de que no le creyeran. “Hasta que, en 2019, al integrar la Red formalmente y comenzar a ser acompañado, y acompañar otros juicios de sobrevivientes, decidí dar el paso de denunciar en la Justicia Penal. La Justicia Canónica, pese a tener todos los elementos, no ha iniciado ninguna investigación interna ni ha colaborado con la causa”, contó Vicente a Perycia.
Liliana Rodríguez es la psicóloga de la Red. Después de años de escuchar a sobrevivientes, sabe de lo que habla: “Resulta muy fuerte ir descubriendo que quien abusó responde a un perfil de cura abusador que se repite sistemáticamente”.
“Son personas conscientes de sus actos, que no empatizan con el dolor de les otres, que cosifican a las personas a fin de satisfacer sus propias necesidades. Estos abusadores eligen sus víctimas, generan espacios de confianza, de confidencia, muchas veces intentando suplir figuras parentales, estafan también a una familia que depositó su confianza en ellos para la educación, etc.”, explica Liliana.
La fiscal a cargo, Ivana Hernández, inició el proceso con una audiencia de formalización ya cerca de marzo. A las semanas, empezó la pandemia. Las pericias se fueron retrasando, sobre todo porque ni Vicente ni Padilla viven en La Pampa.
“Se hizo una pericia psicológica del cura. No tiene ningún indicador de abusador ni de homosexual”, dice a Perycia Jorge Salamone, abogado del sacerdote. La pericia de Vicente fue al principio y la de Padilla se demoró más de un año, y sumó a una perito propia. Vicente, por su parte, todavía no tiene quién lo defienda ante la Justicia.
Ahora, otro denunciante apareció en el escritorio de la fiscal. “Hace un mes y medio atrás, se recibe una nueva denuncia de otra persona también imputando a Padilla. Los dos casos son abusos sexuales, pero uno tiene más gravedad que el otro en cuanto a pena y a los hechos”, explicó la fiscal a Perycia.
La nueva denuncia es de un chico que asistió al colegio donde Padilla era el apoderado, también en Intendente Alvear. Esa es la más grave, porque era menor.
Fuera de la causa judicial, Hernández tuvo conocimiento de otras situaciones relacionadas con el sacerdote, pero no las pudo incorporar a la causa porque “la gente no quiere avanzar en una denuncia por la situación del pueblo. Hay gente que tiene ciertos temores o prejuicios, o no quieren exponerse en el día a día de su localidad”.
Según el abogado del cura, “para no generar problemas, en su momento, pidió licencia de la diócesis en Alvear, en 2019. Y se fue a San Luis, que es el lugar donde él ha estado siempre”. Contó, también, que Padilla “estuvo con un tema depresivo durante la pandemia”.
Salamone empezó a defender al sacerdote después de un primer allanamiento que se realizó en el convento donde vivía en Intendente Alvear. Lo llamaron a declarar y, un día antes, lo empezó a representar. “Son delitos gravísimos. Pero cuando no son ciertos, no”, dijo Salamone.
Cartas a la Iglesia
Durante este año y medio de investigación, la fiscal pidió informes a los arzobispados de La Plata y de La Pampa. Ambos respondieron. Pero a quien no respondieron fue a la víctima.
Vicente envió tres cartas: en 2016, a Raul Martin (obispo de La Pampa); en 2020, a Gabriel Barba (obispo de San Luis) y en 2021, a Mario Poli, Cardenal Primado y sucesor de Bergoglio en Buenos Aires.
“Entiendo que Usted conoce la dinámica de esta asociación de fieles, siendo Obispo de La Pampa desde 2008 hasta su nombramiento como Cardenal. Lamentablemente, no soy el único afectado por el accionar de José Miguel Padilla, pero sí fui el primero en acudir a la Justicia, luego de solicitar ayuda al Obispo Raúl Martín –su sucesor– y, posteriormente a la denuncia, a Monseñor Gabriel Barba, Obispo de San Luis donde comenzaron los abusos. No obtuve acompañamiento, ayuda ni respuestas de parte de los Obispos mencionados”, le escribió al cardenal Mario Poli.
Poli nunca respondió.
Vicente le pidió, en la carta a Monseñor Gabriel Barba, que evitara que Padilla estuviera en contacto con menores de edad o personas en situación de vulnerabilidad a través del ejercicio público del ministerio. De nuevo, sin respuestas.
“La Iglesia es una institución que habilita la pedofilia, en tanto no castiga. Cuando se entera de algún abuso, traslada a ese cura, a riesgo absoluto de que siga abusando, ya que el que abusa no lo hace solo una vez, no es un error ni un pecado, es un delito. Para que esto funcione, necesariamente hay cadenas de encubrimiento, que llegan a Bergoglio”, apuntó la psicóloga Liliana Rodríguez.
Un pequeño pueblo pampeano
El 3 de noviembre de 2019, un grupo de personas se reunió en la plazoleta frente al Colegio Comercial Nuestra Señora de Luján (colegio en el que Padilla era apoderado) y marchó unas pocas cuadras hasta llegar a la parroquia. Era horario de misa, así que esperaron a que terminara. Habían llevado carteles que decían “Padilla, mirá cómo nos ponemos”, “Padilla vos sos la dictadura”.
Su idea era quedarse en silencio, mostrando los carteles. Los fieles comenzaron a salir de la misa, algunos se fueron inmediatamente, otros se quedaron y comenzaron a gritarles: “¡Son de la Cámpora! ¡Es todo política! ¡Viva Padilla! ¡Viva Padilla!”
“Acá nunca hay manifestaciones. En ese momento, no entendíamos el riesgo que asumíamos”, contó S., una de las participantes, a Perycia.
El 7 de noviembre, la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico organizó otra marcha en Santa Rosa, la capital de La Pampa. En ese momento, había tres sacerdotes acusados de abuso sexual en la provincia.
“Los alumnos del Colegio Luján, donde yo enseñaba, fueron amenazados por las autoridades de ese instituto si asistían. Dos años después, denunció un ex alumno de allí”, dijo Vicente a Perycia.
A finales de ese año, después de la denuncia, al teléfono de S. empezaron a llegaron mensajes y llamadas de personas del pueblo diciendo que le creyeran a Vicente porque le habían hecho lo mismo a sus hijos. “El patrón son chicos gays. Acá es difícil ser gay”, contó S.
Ese año, Padilla mandó un audio al grupo docente del colegio diciendo que Vicente tenía problemas psicológicos.
Otro pueblo, la misma historia
En 2019, el mismo año en que Vicente denunció a Padilla, el sacerdote Héctor Coñuel fue condenado a 5 años de cárcel por abusar de un chico menor de edad con discapacidad cognitiva en una iglesia de Victorica, una localidad pampeana de 6 mil habitantes. Al momento de la detención, había sido trasladado a Choele Choel, un pueblo de la provincia de Río Negro.
Otro pueblo. Otra parroquia. Otro cura. El mismo delito.
*Por Rosario Marina para Perycia / Imagen de portada: Perycia.