De edificio militar a escuela de economía popular

De edificio militar a escuela de economía popular
Anabella Antonelli
21 julio, 2021 por Anabella Antonelli

En el Refugio Libertad, entre Los Molinos y San Isidro, en la provincia de Córdoba, una cuadrilla de trabajo recupera el ex-casino de oficiales para abrir una sede de la Escuela Nacional de Organización Comunitaria y Economía Popular (ENOCEP) de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP). “Acá están caminando otro tipo de zapatos ahora”, dicen les trabajadores.

Por Anabella Antonelli para La tinta

Las comunidades de la Ruta E56, a poco más de 50 km al sur de la capital cordobesa, conviven con el inmenso predio militar del ex-Grupo de Artillería 141. Un lugar de unas 900 hectáreas, casi abandonado, pero históricamente vedado para les vecines, señalado como centro clandestino de detención en la última dictadura cívico-militar-eclesial.

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(Imagen: Germán Saretti)

En 2018, un grupo de vecines organizades en Trabajadorxs Unidos por la Tierra (TraUT) entendió que necesitaban acceder a más tierras para avanzar en propuestas de soberanía alimentaria y agroecología. Las tierras estaban ahí, en desuso, les trabajadores acá, necesitándolas. La ecuación era simple y, tras mucha organización y lucha, consiguieron un permiso de uso de una parte del predio. Comenzaron a habitarlo de múltiples formas, lo transformaron en territorio libre, comunitario y abierto, lo llenaron de vida, proyectos y trabajo.

Si pasan por la E56, entre el “Puente Negro” y la localidad de San Isidro, se levanta un enorme cartel que señala al “Refugio Libertad”. Si entran y toman hacia la izquierda, llegan al ex-Casino de Oficiales, un edificio altísimo de grandes columnas y galería de pisos antiguos. “Esta es la ENOCEP”, dice orgullosa Yamila Bustos, una mujer de unos 40 años, vecina del lugar, integrante de la cuadrilla de trabajo que recupera ese edificio para la construcción de una Sede de la Escuela Nacional de Organización Comunitaria y Economía Popular “Roberto Arias”.

“Imaginate que acá era el Casino, o sea, el lugar donde la plana mayor venía de joda, en una época súper oscura. Que hoy se recupere para que esté abierta a la comunidad es un cambio impresionante”, explica José Ignacio Puigdeliboll, el “Bebo”, integrante de la cuadrilla. “Es fuerte, hay una energía de renovación muy linda”, agrega.

La cuadrilla está integrada por diez personas de las comunidades aledañas que venían trabajando en el marco de TraUT o que tenían relación con alguno de los proyectos del espacio, con el asesoramiento y acompañamiento de Comuna, cooperativa de diseño y construcción. Hace ocho meses que se autoorganizan para transformar el edificio en un lugar que espera ser habitado por personas de organizaciones comunitarias, cooperativas de trabajo y unidades productivas. Recuperaron baños, habitaciones, oficina, comedor, cocina, aulas. Realizaron tareas de restauración en general, sangrías, cielorrasos, revoques. Tiraron y levantaron paredes, pintaron, instalaron cañerías, colocaron membrana. “Estaba todo hecho pedazos, abandonado hace 30 años, así que tuvimos que hacer todo nuevo. En esta etapa, vamos a cambiar todas las chapas y las maderas que no sirven. Eso es lo más grande que se viene ahora”, dice Darío Basualdo.

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(Imagen: Germán Saretti)

Camino junto a Yamila y Soledad Liendo, otra trabajadora. Me muestran el comedor, un salón gigante. Las mujeres se detienen para señalarme cada uno de los arreglos que fueron realizando: sacar los paneles de yeso del techo, uno a uno, para restaurarlos y volver a colocarlos. “Estaba lleno de caca de murciélagos, fue una de las tareas que más tiempo llevó, terminábamos muy sucias, te imaginarás”. Los pisos -me señalan- son los originales, “aún queda trabajo en esta sala, pero estamos avanzando muy bien”. En una pared, hay un empapelado gigante con un paisaje de río y monte, de la época militar. Me quedo mirando, no hay decoración que pueda ser telón de fondo del horror.

Seguimos caminando y vamos hacia la cocina. El ventanal es grande y el sol del mediodía vuelve más cálido el ambiente. Los mosaicos son blancos, están intactos. Yamila apoyada sobre la mesada, cuenta: “Mi abuela era cocinera acá, ella tiene 84 años, me dijo que nunca vio nada, pero creo que no hablaría. Yo venía cuando tenía 11 años, me traían a cuidar unos nenes, eran hijos de oficiales que cumplían tareas en el predio. Era a fines de los 80. Recuerdo que estaba todo mantenido aún. Luego, lo dejaron en ruinas. Yo no vine más, hasta ahora”.

Los varones cuentan que nunca habían trabajado con mujeres en albañilería, “son guapas, van haciendo las tareas de pintura, pero también agarran el pico, la pala, no tienen problema, laburamos a la par. Nos dividimos cuando hay que hacer algo que solamente algunos saben”, explican. Remarcan que se trata, además, de una linda experiencia de compañerismo, en un ambiente democrático, donde “nadie viene y da una orden, sino que entre todos vamos resolviendo”, dice Bebo, reconociendo que Ricardo, el compañero que más sabe, ayuda a organizar el trabajo.

“Como mujeres, la tarea es hermosa, me gusta más esto que ser empleada doméstica” -comentan las chicas- “trabajamos a la par del resto, son muy compañeros. Vamos aprendiendo cosas nuevas, algunas que nunca habíamos hecho, y es muy lindo ese aprendizaje”.

Agustina Mayansky es Coordinadora Nacional de la ENOCEP. El proyecto nació en el año 2014, en tiempos acalorados de movilización y avance de los movimientos sociales en todo el país, consolidando marcos de unidad cada vez mayores. “Con la creación de la Central de Trabajadores de la Economía Popular, en el 2011 (hoy UTEP), surgió la necesidad de crear espacios de formación gremial dirigidos a compañeros/as que forman parte del sector de la economía popular”, dice Agustina, principalmente para “fortalecer la lucha por tierra, techo y trabajo”.

Se llama economía popular a los procesos que nacen de la exclusión sistémica, en los que son les excluides quienes tuvieron que inventarse su propio trabajo para sobrevivir, en diferentes rubros: cartoneros, textil, rural, sociocomunitario y de cuidados, construcción, espacios públicos, liberados. La UTEP, en este sentido, es la herramienta gremial que reconoce a este nuevo sujeto trabajador y lucha por el reconocimiento del sector para restituir derechos.

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(Imagen: Germán Saretti)

Matías Ruffener es militante en el Encuentro de Organizaciones e integra el equipo de coordinación de la ENOCEP Córdoba, la pata local del proyecto. Desde 2015, impulsaron cinco cohortes de la Diplomatura en Organización Comunitaria y Economía Popular, con la participación de unas 25 personas de todas las organizaciones de la UTEP. Allí se trabajan temáticas referidas a la economía popular y las actividades de las organizaciones y del sindicato, con la pretensión de brindar herramientas para que haya una mayor participación de les trabajadores en todos los espacios sindicales y de las organizaciones.

Tener en Córdoba una sede de la Escuela Nacional en el Refugio Libertad, con habitaciones y la infraestructura adecuada, “posibilitará complementar la escuela local, sumando la participación de quienes no pueden cursar en Córdoba capital, como les compañeres de la ruralidad y de otras localidades, y también que vengan y haya intercambio con otras provincias de esta región del país, como La Rioja, Catamarca, San Juan, San Luis”.

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(Imagen: Germán Saretti)

La ENOCEP cuenta actualmente con cinco sedes en el país que comparten una característica esencial: todas funcionan en lugares maravillosos por su riqueza natural, su historia, su valor productivo y simbólico. “Son espacios recuperados por nuestro pueblo. Por ejemplo, la primera sede está en San Martín de los Andes, en Barrio Intercultural, sobre tierras de propiedad comunitaria, producto de la lucha de los Vecinos sin Techo y la comunidad Mapuche Curruinca”. Una segunda sede está en una isla en el delta del Paraná en Tigre, “recuperada para la construcción de una casa comunitaria para trabajar adicciones”, comenta Agustina. Hay otra en Misiones y una cuarta en Tilcara, a los pies del pucará.

No es extraño que esta sede, entonces, esté emplazada en el Refugio Libertad, en medio de las sierras y a metros del río Los Molinos. “Es un espacio muy importante y simbólico para recuperarlo, transformarlo y garantizar que se habite de otra manera”, explica Matías. “Fue un lugar controlado por el ejército, usado con fines represivos y de terrorismo de Estado, que estuvo siempre cerrado a la vista de la población”. Se trata de recuperar ese recurso, esa infraestructura y ponerla al servicio de todo lo contrario, de procesos populares y de la formación de personas organizadas que multipliquen las propuestas de las organizaciones populares.

A su vez, las cinco sedes están en territorios y paisajes reservados, generalmente, a un pequeño porcentaje de personas que pueden pagar los costos de visitarlos. Así, la importancia de que trabajadores de la economía popular estudien en estos lugares, disfrutando de la belleza de estas tierras, cobra otro significado. “Todos los cursos y diplomaturas de las sedes nacionales de la ENOCEP incluyen momentos de turismo, visitas a lugares y comunidades locales”, narra Agustina.

“La riqueza de una formación excede los contenidos teóricos que desarrollamos en una clase”, continúa. “El lugar donde transcurren los cursos, conocer el trabajo de enorme valor social que hacen las organizaciones que recuperaron y compartieron un pedazo tierra para hacer las sedes, el intercambio entre distintos lugares y realidades a lo ancho y largo del país, son elementos que promueven la reflexión y favorecen la creación e intercambio de ideas”.

¿Por qué insistir con la formación en medio del colapso en el que vivimos? Matías piensa un momento y responde que a quienes participan de las organizaciones les mueve una profunda solidaridad. “Mucho de lo que hacemos tiene un origen muy desde el cuerpo, de rechazo ante una injusticia o ante la violencia”. La ENOCEP, entonces, es uno de los momentos donde pensar y ponerle un horizonte a ese movimiento corporal. “En este contexto complejo, donde todo está tan estallado, los momentos de reflexión son muy importantes. Hay mucha confusión, desinformación y mucha prisa. Necesitamos, más que nunca, bajar un cambio, sentarnos y pensar qué venimos haciendo, para qué y hacia dónde vamos”, agrega.

El contexto actual impacta fuertemente sobre les trabajadores de la economía popular. “El crecimiento acelerado del sector por la crisis que generó la pandemia hizo que los espacios de formación y debate se vuelvan muy necesarios, a la vez que las condiciones materiales para poder participar y conectarse se volvieron de más difícil acceso”, reflexiona Agustina.

“Este ejercicio es fundamental para pensar y actualizar nuestros objetivos” -explica- “El derrotero de los movimientos sociales está atravesado por un profundo y necesario debate con todos los sectores sociales para comprender los cambios que se dieron en el mundo del trabajo, producto de la crisis del capitalismo, un mundo que expulsa y excluye a cada vez más seres humanos”. Además, en palabras de Matías, en un momento donde el sindicato está todavía en construcción, estos espacios formativos brindan herramientas a les trabajadores para garantizar la democracia y la participación política. 

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(Imagen: Germán Saretti)

“Que este edificio que ha estado tan abandonado se convierta en una escuela es hermoso, es lo mejor que pudo pasar, porque se transforma eso que era”, dice Yamila. “Esto va a ser una escuela, van a venir de otras organizaciones con sus niños, va a ser algo muy lindo”.

Para terminar de recuperar y refuncionalizar el edificio para la Escuela, necesitan colaboración. Quienes deseen aportar en este proceso, pueden comunicarse con Anabella al número de teléfono 3516712838.

*Por Anabella Antonelli para La tinta / Imagen de portada: Germán Saretti.

Palabras claves: cordoba, Escuela Nacional de Organización Comunitaria y Economía Popular, Refugio Libertad, UTEP

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