Diálogos íntimos sobre terapias de hormonización trans
Como artificio de la pandemia, Dana Negretti-Borga y Lucca Aromando llegaron a compartir el hogar. Una convivencia como símbolo y apuesta del parentesco elegido. Como consecuencia de la contingencia, se encontraron entre sus búsquedas personales y profesionales, y, desde distintos lugares, reflexionan sobre los procesos de hormonización en la población travesti trans.
Por Verónika Ferrucci para La tinta
Lucca lleva un año y 5 meses realizando una terapia de hormonización con testosterona, Dana es Bioquímica y, hace unas semanas, dictó una clase teórica sobre terapias de hormonización en personas trans-travestis en la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Por primera vez, este contenido curricular se convierte en parte de un programa de formación profesional. Sí, leyeron bien, por primera vez.
Comparten casa hace casi un año y, en un diálogo compartido, extienden algunas de sus conversaciones íntimas y sus trayectos. Eso de “lo personal es político”, plasmado en esta charla, en un gesto generoso para comprender cómo, desde lo pequeño, nacen historias y experiencias que abren nuevos y persistentes caminos para el acceso a la salud integral.
Dana es profesora asistente en las cátedras de Química Clínica I y Endocrinología en la carrera de Bioquímica en la UNC y cursa el Doctorado en Ciencias Químicas. Desde los laboratorios y la formación académica, trabaja haciendo lugar a temáticas sobre problemáticas sociales y transfeministas, que son una deuda formativa histórica. Impulsó, como profesora, introducir el tema de las terapias hormonales de transición de género (masculinizantes con testosterona o feminizantes con estrógenos y antiandrógenos: terapias combinadas y las terapias en niñes trans/no-binaries para bloquear el desarrollo puberal). “Siempre me movilizó lo que pasa en la realidad. En los primeros años de la facultad, hacía apoyo escolar en barrios populares y después empecé a participar del Centro de Estudiantes y el Consejo Estudiantil. Estos espacios fueron muy importantes, compartir con compañeres la mirada crítica sobre la realidad, que no era parte del trazado académico, me permitió tener otras miradas desde mi campo disciplinar”, cuenta.
Algunas tradiciones de las ciencias más duras, sobre todo, las ramas vinculadas con la formación en salud, teñidas con la impronta de la mirada occidental y desancladas de los procesos históricos y sociales, ofrecen pocas experiencias de reflexión y trabajo desde lo social en la atención y los procesos vinculados con la salud. “El mundo académico suele ser una burbuja aislada, me chocaba con la realidad de lo que pasaba afuera del laboratorio y me interpelaba cómo vincular esos dos mundos. En general, en estas carreras, no hay formación específica en temas sociales e, incluso, más allá de la perspectiva de género y diversidad, hoy existen derechos otorgados que les profesionales tenemos que cumplir y es necesaria la adecuación de los enfoques y contenidos”.
Cuenta que se está trabajando un nuevo plan de estudios en la carrera de bioquímica, porque, por ejemplo, no existe una materia sobre salud pública o materias vinculadas a la ética, la psicología o formación humanitaria previa a la práctica en hospitales. “Por ejemplo, si una persona trans llega a un laboratorio a realizarse análisis, es importante el acompañamiento y monitoreo que se haga”, detalla la becaria doctoral, Magíster en Investigación traslacional y medicina personalizada en España. Dice que esa formación le permitió “ajustar en su cabeza” cómo el trabajo en el laboratorio podía servir para avances sociales, cómo no desenfocar la realidad en el estudio de las moléculas y quedarse atrapada ahí y no ver la foto completa. “¿Cómo hacer para que las ciencias básicas, el estudio de moléculas, en el laboratorio de análisis clínicos, no tenga una desconexión con el afuera? ¿Cómo llevar del laboratorio básico a la población general? Hoy, es de público conocimiento, por ejemplo, con el proceso de creación de una vacuna (desde la investigación básica ‘in vitro’, el uso de animales, pasando las distintas fases de estudios científicos en humanos hasta que llega a aplicarse), esa es parte de la medicina traslacional”, explica.
Lucca, por su parte, está terminando la tesis de grado en Psicología donde entrecruza su formación en psicología comunitaria, los activismos, un enfoque de derechos humanos y su experiencia personal. Junto a Flor Ortega, trabajan sobre estrategias de agenciamiento colectivo en el activismo para el acceso a la salud integral de personas trans en la ciudad de Córdoba. Fue y es ayudante alumno de cátedra en la Facultad de Psicología y cursa actualmente una especialización en Terapia Dialéctico Conductual. Pero, sobre todo, escribe poesía para sobrevivir.
“Si bien fue interesante el entrecruzamiento de mi experiencia personal con mi formación académica, no fue algo fácil. Mi transición había comenzado un tiempo antes de encarar el proceso de tesis. El inicio de la tesis me encontró cuestionándome muchas cosas en relación a mi transición de género, pero sobre todo en la disyuntiva de iniciar o no un tratamiento hormonal. Además, la temática de mi tesis me ponía de cara a lo que estaba vislumbrando que debería enfrentar, no sólo en cuanto a hormonización o cirugías, sino en relación al acceso a una salud integral. Y sí, las personas trans no somos sólo un cambio de nombres, hormonas y cirugías. Hablo de una lucha que libramos diariamente: desde el transitar por la calle y que tu identidad pueda convertirse de pronto en una razón para la violencia, la discriminación y la exclusión, hasta el cercenamiento de derechos en el acceso a una salud integral. Y es en este punto donde todo se volvió cuesta arriba”, dice Lu con mucha sinceridad.
Lucca terminó de cursar su carrera en los 5 años estipulados como “ideal”, su cuestionamiento acerca de su identidad de género se acentuó mientras estaba en el último seminario (de identidades trans) de la carrera. “Fue ahí donde mi salud mental empezó a flaquear. Y no puedo decir que mi transición fue la causa de, pero sí puedo decir que vislumbrar las dificultades que traería expresar socialmente una identidad de género diferente a la asignada en mi nacimiento hizo que, quizás como un reflejo de autocuidado, me aislara durante mucho tiempo”.
El año pasado, durante los primeros meses de la pandemia, Dana estaba haciendo una estancia de investigación doctoral en New York. A sus 30 años, el encierro en otro país le llevó a preguntarse: “¿Qué estoy haciendo? ¿Qué le dejo a la sociedad? La carrera académica de producción y toda esa maquinaria de conocimiento te pone de frente a una productividad constante. En ese momento, retomé mis búsquedas relacionadas con lo social y, particularmente, con las terapias de hormonización y las vivencias de las personas que acceden o que nunca pueden acceder”. Se puso a estudiar e investigar sobre las producciones científicas sobre las terapias de hormonización en las personas trans. “Muchas personas trans tienen acceso casi nulo a los servicios de salud. Aun cuando tienen la necesidad de adaptar su cuerpo a su identidad de género y aun cuando tenemos legislación al respecto como la Ley de Identidad de Género, hay personas que siguen sin acceder al sistema de salud, porque se les discrimina, porque les profesionales no tienen formación, no acompañan y luego esto deviene en tratamientos clandestinos, como inyecciones de aceites de aviones en glúteos y senos. La ley garantiza las cirugías y tratamientos de salud en el sistema público y de manera gratuita, y las obras sociales también. Pero hay largas listas de espera, incluso de varios años”.
Cuando se encontraron en la casa que hoy habitan, Lu estaba en su proceso de hormonización y esperando su nuevo DNI, y Dana llegaba con todo el impulso para instalar nuevos debates sobre acceso a la salud de trans y travestis en la cátedra donde da clases. Los lados B de las contingencias en los tiempos inciertos tienen también estas magias y posibilidades. Se ríen cuando les pregunto si se pasan de manijas charlando y charlando.
Lucca empezó su cambio registral sin estar seguro de comenzar con la terapia de hormonización. “El cambio registral fue lo primero que hice burocráticamente en relación a la expresión social de mi identidad, fue un proceso complejo. Algo que yo pensé (y que debería ser) simple, no lo fue. Después de hacer todos los trámites que tenía que hacer, esperé 6 meses y, por fin, me llega mi DNI ‘nuevo’ (spoiler alert). Cuando lo abro, en mi DNI seguía figurando como femenino y con mi nombre anterior. Creo que no hace falta explicar la bronca, la desilusión y las ganas de prender fuego todo que me generó esa situación. Pasaron meses, junté coraje nuevamente (en plena pandemia) e hice los reclamos correspondientes, hasta que, recién en octubre del 2020, tuve mi DNI con mi nombre elegido. No así con mi género, ya que habito una identidad trans masculina y que no está reflejada en el ´sexo masculino´ que dice mi DNI”.
Cuando comenzó a habitar una masculinidad trans y empezó con su tratamiento en testosterona: “Yo no quería construirme como una masculinidad hegemónica, ni siquiera quería estar cerca de eso y mucho menos ‘pasar’ como una identidad cis. Y fue ahí donde comencé a entender que la potencia de hormonarme era justamente esa: hacerlo hasta donde yo quisiera, como quisiera, en una masculinidad otra, diferente a la hegemónica. Empiezo entonces a hacer las averiguaciones de endocrinólogues con mi obra social (APROSS), escuchando relatos de pares y averiguando experiencias. Empecé con la testo a fines de enero del 2020, con una cobertura del 50% que, luego de un par de movimientos y batallas, logré que fuera el 100% ingresando al sistema como paciente crónico”.
Los obstáculos no solo son por el incumplimiento de la Ley de Identidad de Género, sino también porque escasean les profesionales debidamente formades e informades acerca de estos procesos específicos que atraviesa la población trans. “Apunto principalmente a la falta de formación específica en las carreras de grado que así lo requieran, como, por ejemplo, en la formación endocrinológica. Nos cansamos de ser conejillos de india, de pagar con nuestros cuerpos las consecuencias de un sistema de salud pública estatal que no destina los recursos necesarios para que les profesionales puedan acceder a una formación en consonancia a las demandas de la sociedad. Desde una efectiva aplicación de la educación sexual integral (ESI) y de una ley de salud integral para trans-travestis hasta actualizaciones para les profesionales que tuvieron una formación universitaria retrógrada (en términos de derechos) y que hoy son quienes nos atienden cuando vamos a sacarnos una muela o a una guardia por un dolor de cabeza. Porque dentro de nuestros reclamos, también decimos que, en muchos casos, pasa exactamente lo inverso: médiques generalistas, o incluso especializades en otras áreas, no quieren atendernos porque alegan no saber ‘sobre población trans’ o refieren todas nuestras dolencias al simple hecho de ser trans y/o estar en hormonas, cuando, al fin y al cabo, somos también seres humanes que atravesamos y padecemos las mismas dolencias que cualquier persona cis. ¿Hace falta una formación específica para tratar con respeto y dignidad a una persona que consideramos diferente a nosotres mismes? Y acá hablo no sólo de personas trans, hablo también de personas bisexuales, gordas, seropositivas, discas, negras y un largo etcétera”.
Como parte del material reunido para dar la clase, Danu explica que hay muy pocos estudios científicos sobre poblaciones trans en general y en hospitales en particular. “No sabemos cuántas personas trans travestis hay, no todas se han hecho cambio de DNI o van a los hospitales. En Argentina, existen encuestas impulsadas desde organizaciones como ATTTA (Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina), la primera encuesta la lleva adelante Lohana Berkins en 2007, donde se relevó a 257 personas trans cercanas a algunas organizaciones en distintos puntos del país, se les preguntó sobre su vida; algunos de los datos que arrojó esta encuesta fue que el 80% buscaba hacerse modificaciones corporales, mayormente en la clandestinidad. Las encuestas que hoy se disponen están sectorizadas por municipios, no hay un relevamiento nacional; quizá el censo del año que viene permita tener más datos. El informe más nuevo que encontré es de 2017 a cargo de Josefina Fernández en la Ciudad de Buenos Aires”, dice. Y remarca la importancia de que les profesionales de la salud puedan formarse y actualizarse al respecto.
Vale la pena, al menos, empezar por preguntarnos, ¿por qué muchas personas trans, travestis, no binaries no acuden a los servicios médicos? Dana detalla: “Más del 95% de las personas encuestadas antes de los 18 años, siendo niñes y adolescentes, ya sienten que su identidad y expresión de género van por otro lado distinto al asignado al nacer. Hoy se empieza a hablar en las sociedades de endocrinología sobre hormonizaciones de transición de género, tanto en pediatría como en la adultez. Cecilia Calvo, Méd. Endocrinóloga e investigadora de Buenos Aires, a pedido de activistas de ATTTA, comenzó hace muchos años a trabajar sobre las terapias hormonales de transición de género y acaban de publicar un estudio sobre la dimensión de la salud mental, como un indicador de la forma de pensar la salud integralmente, el bienestar psicológico y las terapias hormonales. En ese estudio, de abril de 2021, se hacen encuestas antes y después de 6 meses de comenzado el tratamiento de hormonización. Los índices aumentan significativamente: desde el bienestar físico, la disminución de depresión, ansiedad, los intentos de suicidios disminuyen. En Córdoba, aún no hay información sistematizada ni equipos multidisciplinares que publiquen al respecto, pero espero que cambiemos eso a mediano plazo”.
Lucca agrega que el panorama hoy es bastante más complejo que pre-pandemia, pero la saturación del sistema público existe desde mucho antes de la pandemia. Y en cuanto a la población trans, la situación se profundiza porque son poques profesionales que estén debidamente formades y que estén dispuestes a atendernos. Hace algo más de un año que está intentando acceder a una masculinización de tórax (mal llamada mastectomía) a través de su obra social. “Debido a la pandemia, los hospitales públicos dejaron de brindar el acceso a este derechos y el gobierno provincial, en palabras del cirujano que me atiende la primera vez: comienza a presionar a APROSS, por ser una obra social de empleades públiques provinciales, para que comience a hacer estas cirugías (como si una cosa reemplazara a la otra). Con diversos acompañamientos de por medio, logré que me autoricen la cirugía. El problema fue que sólo me ofrecía un único cirujano posible, yendo en contra inclusive de lo que la Ley de Identidad de Género estipula. Comienzo entonces con la búsqueda de otras opciones en paralelo a la presentación de notas acompañada por el abogado Alejandro Escudero Salama. Y hasta el día de hoy, sigo en ese camino, con idas y vueltas, tiempos pandémicos y desgastes de mi salud mental y física de por medio”.
Pensaba, mientras les escuchaba, cómo los espacios educativos son lugares centrales en múltiples sentidos y con sus contracaras. Cómo pueden hacer eco de las vivencias, acompañar, propiciar nuevas reflexiones y también pueden obturar debates, mantener diálogos cerrados y caducos. En esos revés, se tejen miles de historias, como la de Dana y Lu que hacen nuevos surcos. Hoy, se siguen acompañando, a punto de mudarse a un nuevo hogar, mientras Danu acompaña a Lucca a su consulta con la endocrinóloga, siguen creando proyectos colectivos y compartidos.
*Por Verónika Ferrucci para La tinta / Imagen de portada: Candelaria Pucheta.