Quera: la forma y el fondo
En Quera, hace casi 150 años, los kollas de la Puna protagonizaron su última batalla por la tierra. La batalla de Quera es el trágico hito de la derrota, la expropiación y el genocidio de la población indígena del norte argentino. En Cushamen, un siglo y medio después, la historia se repite.
Por Martín Medero para La tinta
«¿Cómo convencerá el asesinado a su asesino de que no ha de aparecérsele?».
(Malcom Lowry – Bajo el volcán)
Diégesis
Con paciencia milenaria, trenzaban tientos de pelo de alpaca para emplearlos como tiros de huaraca. Más cortos para la avanzada; largos y de cuero sobado de uso de los comandantes que combatieron abiertos en alas al norte, noroeste, Saravia, Gonza y Maidana; Inca y Zurita, por el sur. Podían partir en cuatro la espalda, perforar un capote militar o romperle la crisma a un caballo a más de 70 rikras de distancia.
Las mujeres las trenzaban, pero también sabían usarlas.
Apostados en la cresta del monte y a la madrugada, ya alcanzaron a ver los espías a los que en número de más de mil llegaban desde Salta. Tropas de fusileros regulares, perros de Sánchez de Bustamante, la larga mano de Nicolás Avellaneda que los estrangulaba desde Buenos Aires.
Pudieron en Cochinoca. En Quera no pudieron.
Al caer la tarde, fue la desbandada en Abra Pampa. Unos huyeron a los cerros, otros doscientos cuarenta fueron alimento de la propia tierra y otros, para alegría aristocrática, fusilados en plazas públicas de Rinconada, Santa Catalina y Yavi. Decenas de cadáveres colgaron durante días, pudriéndose a la vista, por puro escarmiento, nada más.
Pelearon hasta que se agotaron las pocas balas, hasta que se rompieron todas las lanzas, hasta que no quedó en los cerros ni una sola piedra más por ser arrojada.
De quién será la tierra
El 4 de enero de 1875, en Quera, fue la última batalla de los kollas puneños en resistencia por la propiedad de la tierra.
Pocos años antes, en 1867 en Hamburgo, Carlos Marx había publicado el Libro Primero de El Capital, “Crítica de economía política”. Escribió: “El capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, de la cabeza hasta los pies». Y explicó el proceso brutal de expropiación de los medios de producción, como la tierra, para dejar en manos de las grandes masas solo la oportunidad de vender al mejor postor su fuerza de trabajo.
Jujuy tenía una composición indígena del 90 por ciento. Casi todos habitantes de tierras ancestrales; pequeños productores agropecuarios donde hubiese agua y rudimentaria explotación minera de superficie para una economía familiar y pre-capitalista.
El avance de la oligarquía terrateniente, propulsado por la iglesia y el ejército, produjo una concentración tal de los territorios que, ya a mediados del siglo XIX, sólo 30 familias eran dueñas de la provincia entera.
Las etnias originarias quedaron reducidas a la Encomienda. Pasaron a entregar al propietario parte sustancial de su producción, a pagar el arriendo y a ofrendar su mano de obra cuantas veces este lo demandara.
Soroche
El mismo año en el que Marx publicaba su obra, nació en Falum, Suecia, el arqueólogo y antropólogo Eric Boman. A los 20 años, el joven universitario, bajo contrato del Museo de París, llegó a la Argentina para estudiar sus culturas antiguas. De su expedición al noroeste, proviene el estudio “Antigüedades de la región andina de la república Argentina y del desierto de Atacama”.
Boman fue docente secundario en Buenos Aires y en Catamarca, donde alcanzó el cargo de juez de Paz, y se naturalizó argentino. Murió muy pobre en 1924. Su modesta tumba forma parte del Monumento en Honor a los arqueólogos del Pucará de Tilcara.
«El territorio está dividido entre un pequeño número de propietarios que viven casi todos en Jujuy. Cada propietario tiene una enorme extensión, habitada por un centenar de indios o más, que deben ceder al propietario la mayor parte de los productos de sus pequeños rebaños y además entregar su trabajo personal cuando se les requiere. La mayoría de sus propietarios no han visitado nunca sus dominios de la Puna, se contentan con enviar de tiempo en tiempo a un administrador para recoger sus arriendos”, describió en 1904.
La batalla de Quera es el trágico hito de la derrota, la expropiación y el genocidio de la población indígena del norte argentino.
Nadie recogió esos cuerpos. Y de los que alcanzaron Bolivia y salvaron sus vidas, sólo unos pocos emprendieron el regreso. De los apellidos Gonza y Zurita, no se encuentran rastros en la puna jujeña. Casi ya no quedan.
Durante un breve intervalo y para su “reordenamiento”, las tierras pasaron a manos del Estado. Luego de estas manos, todas a manos de sus nuevos propietarios. Hubo leyes y reformas, y como consecuencia, nunca la tierra volvió a sus habitantes originarios.
Los desposeídos tornaron clase obrera en los ingenios y minas de capital extranjero (principalmente británico) como La Esperanza, Ledesma y posteriormente Mina Pirquitas y El Aguilar. Las tierras de Yavi fueron cedidas para su explotación a la familia de Robustiano Patrón Costas, dueña del Ingenio San Martín de Tabacal, con su población entera adentro.
“…La noche cóncava”
Que la historia se repite, dijo Hegel. Que lo hace primero como tragedia y luego como farsa, apuntaló Marx. “Yo no sé si la historia se repite, pero a veces rima”, Mark Twain. Ni la borgeana noche cíclica ni el Eterno Retorno que Nietzsche postulaba. “¡Es la economía, estúpido!”, el resumen de James Carville durante la campaña de Bill Clinton a la presidencia en el 92.
Es la economía y la reproducción de los medios de producción. Son la iglesia, los medios masivos de comunicación, la escuela, explicó Althusser, los “aparatos ideológicos del Estado”.
La división entre lo público y lo privado es una división intrínseca al derecho burgués (el pensamiento de Antonio Gramsci); y es en sus dominios subordinados donde este derecho ejerce sus potestades. Incluso la represiva. Incluso la represión física. «Chorreando sangre y lodo por todos los poros, de la cabeza hasta los pies».
Sucedió en Quera hace 146 años y hace apenas cuatro en Cushamen. Rastro de sangre sobre un vasto mapa. Cambian los nombres; aquí y allá, brotan de la tierra todos esos que ni tumba han tenido.
Lo que no cambia son los asesinos. Bedeles de la muerte, único dios sin fe y sin ateos.
* Por Martín Medero para La tinta / Pintura de tapa: «Batalla entre Reinos Collas», de Blas Villagomez.