¿Qué normalidad?
Por Rafael M. Giménez para La tinta
De pronto, todo cambió. Ya nada es igual a lo que era hace poco más de un año. La incertidumbre se abrió paso en la conciencia humana y cada uno se vio enfrentado con una realidad tan terrible, que la venía ocultando durante siglos de las más diversas maneras, principalmente, a través de la cultura o del entretenimiento. Y fue un golpe inesperado, uno directo a la mandíbula sobre algo que no queríamos ver. Que todo cambia, que todo está en movimiento. Ni siquiera las células de los dedos que escriben estas líneas son las mismas de hace apenas unos meses. No somos los mismos que éramos en la inhalación anterior. Hasta los pensamientos han cambiado o pueden hacerlo en pocos instantes, según cualquier nuevo estímulo. Y esa incertidumbre total aparece como apabullante.
Hace siglos, una epidemia podría afectar a una región, pero nunca había sucedido que todo el planeta se viera afectado y en todas las actividades. La economía ya no es la misma, las relaciones geopolíticas se han modificado al punto de que se forman nuevos bloques de influencia planetaria. Los conflictos limitados, que han reemplazado a los continentales, resuenan ahora a nuestro lado.
La forma de sentir el mundo se ha modificado. Hace apenas un año, el abrazo era una muestra, muchas veces sincera, de amor. Ahora, puede inducir cierto recelo, una dosis de temor a ese contagio que puede estar agazapado en el pliegue del codo.
Siempre fue así. La vida, los planetas, las galaxias estuvieron y están en permanente cambio. Sólo que ahora nos damos cuenta.
Las tecnologías se diseminaron por el mundo y agigantaron su influencia. Ya nunca volverá lo de antes.
Podíamos no conocer al vecino de la planta baja, pero ahora lo vemos a través del zoom. Y es posible conversar con un pakistaní, con un poblador de la Franja de Gaza o con un granjero de los Estados Unidos como si estuviera a nuestro lado.
Hasta algo tan biológico como el sexo se modificó. Este cambio es más importante que la revolución que provocaron los anticonceptivos. Todos estamos en el mismo lugar, al mismo tiempo. Y se puede recurrir a transportes, también globales, para concretar ese contacto físico, que primero nació en el espacio virtual.
Hasta el placer está al alcance de un clic. Y se puede hacer el amor donde lo virtual no se distingue de lo real.
Biden se queja de Putin en el living y Putin le contesta desde el comedor. Y los cohetes vuelan sobre Israel y sobre Gaza en el dormitorio, y bajo la ducha un neurólogo explica la necesidad de hacer nuevas conexiones cerebrales para interpretar esta nueva realidad, una realidad que no es la de antes y no será la de mañana. Una realidad impalpable.
Aquí, con nosotros, un monje benedictino explica la necesidad de aprender a agradecer, mientras otro, vestido con una túnica anaranjada, asegura que hay que estar en el aquí y ahora, siendo conscientes de la respiración. El arquero tensa su arco y con los ojos semicerrados da en el blanco, dado que, asegura, la flecha y el blanco son la misma cosa.
Un sacerdote nos bendice y parte con nosotros el pan. Como hace 2021 años, aquí, junto a nosotros, en nuestra propia mesa.
Y junto a los astronautas, flotamos en un espacio infinito, sin caer a ningún lado, porque no hay arriba ni abajo. Y con dos pequeños camioncitos palpamos la rugosidad de las rocas de Marte.
Por primera vez en la historia humana, todo lo que conocemos está aquí. ¿Volver a la normalidad? ¿Qué es eso? ¿Qué es lo normal? ¿Y esto que hoy nos sucede, impulsado por un virus que no terminamos de dominar, será normal? Porque, seguramente, hasta el COVID-19 será transitorio.
*Por Rafael M. Giménez para La tinta / Imagen de portada: AP.