Trabajadoras de casas particulares: “El empleador no se reconoce empleador y la trabajadora no se reconoce trabajadora”
Cerca del 20% de la población femenina económicamente activa trabaja en el servicio doméstico, un sector que tiene apenas un 25% de trabajadorxs registradxs. En el Día de les trabajadores, conversamos con Carmen Brítez, referenta de UPACP, sobre las particularidades del trabajo en el hogar, en especial, durante la pandemia.
Por Agustina Paz Frontera para LATFEM
Lleva puesto el barbijo para la entrevista aunque está en su casa, “me agarré COVID porque a los administrativos de las obras sociales no se les da la vacuna”, dice, atravesando el coletazo de la enfermedad que tiene al mundo dado vuelta. Carmen Brítez es una mujer del sindicalismo que salió a trabajar en casas particulares por primera vez a los 16 años y cerca de los 40 se recibió de abogada para trabajar por los derechos de las trabajadoras del hogar. En el día de les trabajadores, conversamos con la referenta de la Unión del Personal Auxiliar de Casas Particulares (UPACP), perteneciente a uno de los sectores laborales más feminizados del mundo.
—¿Qué implica para una trabajadora doméstica reconocerse como trabajadora?
—Es una pregunta un poco difícil de contestar, porque la problemática justamente del sector del trabajo de casas particulares es que no se consideran trabajadoras. Es así desde hace muchísimos años, a pesar de que hay una ley de protección total de los derechos de los trabajadores de casas particulares, todavía se sigue teniendo un montón de personas no registradas, hay casi un millón trescientas mil personas no registradas. Todavía seguimos con el gran problema de que el empleador no se ve como empleador y el trabajador no se ve como trabajador. Si un empleador va a su comercio, va a su PyME, se ve como empleador, pero cuando viene a su casa y ve a su trabajadora doméstica, no la ve como una trabajadora, la ve como la persona que ayuda en la casa o alguien muy cercano a la familia. Entonces, es muy difícil porque todavía esa problemática no cambió ni en Argentina ni en ninguna parte del mundo. Todavía nos cuesta mucho vernos como trabajadoras de casas particulares, que somos trabajadoras, que brindamos un servicio por una remuneración. Si todas pudiéramos vernos como trabajadoras, sabríamos que tenemos una ley que nos protege, que nos da un derecho y que es una obligación para el empleador tener que registrarlo y darnos los derechos que nos corresponden.
—¿Este autorreconocimiento como trabajadoras o incluso las sindicalización es más complicada por tratarse de un trabajo que se hace muchas veces en solitario? ¿Cómo te organizas con otras en estas condiciones? ¿Cómo hace hoy una trabajadora de casa particular para contactarse con el sindicato, por ejemplo, o para saber qué derechos tiene?
—Bueno, desde la UPACP, lo que hicimos es trabajar mucho en temas de campañas de comunicación. Históricamente, fue el boca a boca lo que más ha funcionado. Una trabajadora le comenta a otra trabajadora o un familiar le comenta a otro familiar y, bueno, se va corriendo la voz de eso. Pero no, no es suficiente. La tecnología con las redes sociales, Facebook, Instagram, también te llevan información, pero también llegás solo a una determinada cantidad de trabajadores o trabajadoras. Por eso, nosotros siempre decimos que tiene que haber no solamente un esfuerzo de los sindicatos de trabajadores de casas particulares, sino que también tiene que haber acciones de políticas públicas del Estado para que haya un reconocimiento del trabajo doméstico como un trabajo. Que el gobierno visibilice el trabajo doméstico como un trabajo con derechos, no nosotras. Eso es lo que tratamos de hacer, articular con cada organismo para poder llegar al reconocimiento del trabajo de casas particulares como trabajo y obviamente con derechos.
—Entiendo que hay altos grados de informalidad, ¿qué porcentaje de lxs trabajadores está regularizado? ¿a qué atribuyen ustedes este gran porcentaje de informalidad?
—Acá en Argentina, hay un millón trescientos mil trabajadoras no registradas, pero que trabajan y, hoy, con la caída (por la pandemia), debés tener unas 600 mil o un poquito menos, 585 mil trabajadoras registradas. El porcentaje de registración que hay es un 25%. La trabajadora, al no verse como trabajadora, no pide los derechos y el empleador, al no verse como empleador, no hace el registro. No puede ser que no paguen una seguridad social tan barata, porque es barata la seguridad social, no es algo impagable para el empleador de las trabajadoras de casas particulares. Estamos hablando de un régimen especial que no llega a los 2.000 mil pesos para poder tener todos los beneficios de la seguridad social tanto como ART, jubilación, obra social. Otro tema que muchas veces te preguntan o inclusive empleadores te preguntan es que su trabajadora tiene un subsidio o un plan de algo y por eso no es compatible con la registración. O piensan que se pierde la Asignación Universal por Hijo por estar registradas. Ningún subsidio es incompatible con la registración. El único incompatible con la registración es el de madre de 7 hijos. Pero el resto no, inclusive el del sistema Acompañar, con el tema del acoso en el mundo del trabajo o violencia doméstica. Las trabajadoras de casas particulares registradas, si tienen un tema de violencia, pueden acceder a ese subsidio y no es incompatible con la registración, todo lo contrario. Creo que todavía hay mucho para hacer en cuanto a la visibilización, a la jerarquización, a la capacitación y principalmente a muchas campañas para la registración, claro.
—El vínculo empleadorx-empleadx, en este caso, se se mezcla con que hay algo de lo afectivo. En muchas familias, se juega la idea de que la empleada es como de la familia…
—Hay un vínculo. Hay un vínculo muy cercano, esa es la realidad, porque estamos hablando de un trabajo puerta para adentro y puerta para adentro de una casa de familia. La trabajadora de casa particular hace dos trabajos: el trabajo no remunerado de cuidado y el trabajo remunerado de cuidado. Sale de su lugar de trabajo y hace el mismo trabajo en su casa, pero no remunerado. Tiene que cuidar a sus hijos, tiene que limpiar su casa, tiene que cocinar, tiene que mantener o cuidar un adulto mayor. Lo mismo que hace en la casa de un empleador. El trabajo en casas particulares es un sector del cuidado, la diferencia es que las trabajadoras no pueden pagar un sueldo a una persona para que limpie la casa, para que le cuide a su hijo o para que le cuide a su abuelo o su padre. La vida sería fácil. Esa es la diferencia con una trabajadora común, hablo de una compañera bancaria o de una compañera de una empresa, que sale a trabajar, pero puede pagar a su trabajadora. La trabajadora de casa particular salió de su casa y tiene que dejar a su hijo al cuidado de su hermana o al cuidado de su hijo mayor. Y la verdad que ahí nosotras consideramos que tiene que haber acciones de políticas públicas donde el Estado esté presente.
—Y más aún en este contexto de pandemia, ¿qué pasó con la pandemia en este sector? ¿Cómo reaccionaron las trabajadores, los patrones y el Estado?
—La pandemia fue muy, muy, muy dura. Primero, porque no tienen un salario alto, imaginate que está por debajo del índice de pobreza. Y el hecho de ser la mayoría jefas de familia hizo que, aunque esté la enfermedad, utilizaran todos los medios para poder ir a trabajar de alguna manera. Los que eran de tercera categoría, los que eran de segunda, de primera o de quinta categoría, que es la categoría general de limpieza, todos o la mayoría sacaban permiso como que eran de cuarta categoría (Asistencia y cuidado de personas) y se estaban arriesgando. Lo que pasó es que muchos empleadores no pagaban los salarios, o hacían como que el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) era la compensación del salario. Hubo muchos despidos, muchísimos despidos. Y el IFE no fue la solución para las trabajadoras de casas particulares. Primero, porque no se lo dieron a todas y, segundo, fue una ayuda, pero no fue la solución. Muchas trabajadoras, si no iban a trabajar, no les pagaban porque, al no verlas como trabajadoras, les decían “si no venís, no te pago”. Hubo empleadores también, hay que decir, que han pagado, que han cumplido con lo que les correspondía. El gran problema que hubo al principio fue cómo pagaban los salarios, porque la mayoría no tenía cuentas bancarias. Y bueno, y desde ahí tuvimos que nosotras, como UPACP, también empezar a apoyar y ayudar a las compañeras. En la inscripción al IFE, capacitar en cómo sacar la cuenta bancaria, la billetera del Banco Provincia fue muy buena, la pudieron sacar en el móvil, capacitarlas con el tema del protocolo para el cuidado. Nos llevó casi tres meses elaborar un protocolo exclusivo del sector, que después se oficializó a nivel nacional y muchos ministerios provinciales, nacionales tomaron nuestro protocolo. Para nosotras fue un trabajo terrible porque tuvimos que pensar cómo contener a todas y darles la información día a día. Y que también los empleadores puedan entender las obligaciones que tenían en pandemia con las trabajadoras, denunciar algunos abusos como pasó con el tema de las personas que ponían en los barrios privados en los baúles, o sea, un montón de situaciones inhumanas que también pasaron. Algo muy importante es que haya diálogo social entre el empleador y el trabajador, que no sea una confrontación, porque llegar a una confrontación es perder la fuente de trabajo. Y hoy, lamentablemente, estamos en una situación de crisis y una situación de pandemia. También hicimos una gran movida con los sindicatos de amas de casa, con SACRA, con la compañera Pimpi (Colombo) y con todo el sector de ella. Porque siempre vamos de la mano, nosotras apoyamos sus pedidos y ellas apoyan nuestros pedidos porque vimos que de la única manera que podemos lograr o articular es apoyándonos y trabajando con unidad en ambos sectores plenamente feminizados.
—Las trabajadoras de casas particulares, hasta los números que yo vi, representan cerca del 20 por ciento de la población femenina económicamente activa. Más o menos 20 por ciento, es un montón, ¿no? ¿Sienten el apoyo de otros sectores de trabajadoras o del movimiento feminista? ¿Sienten que se les da ese lugar de importancia que tiene en términos numéricos?
—Es un montón. Me encanta esa pregunta porque para nosotras, como sindicato de mujeres, fue muy difícil. Nosotras tenemos una comisión plena de mujeres. Fue muy difícil abrirnos camino, imaginate que el sindicato nació en 1901 y hay una trayectoria dentro de ese sindicato y de lucha terrible. Y una de las cosas que se logró más o menos hace 10, 15 años, es visibilizar el trabajo doméstico con otras compañeras y compañeros de otras organizaciones sindicales. Yo soy vicepresidenta de la Federación Internacional de Trabajadoras del Hogar a nivel mundial y obviamente tengo mucho trabajo internacional con trabajadoras de casas particulares de distintos países. Una vez, me acuerdo que tenía que ser panelista en Nueva York, en las Naciones Unidas, y ahí había muchas compañeras sindicalistas de otras organizaciones sindicales de Argentina, con las que empezamos a interactuar. En ese momento, estaba lo del tema de la película Roma (Alfonso Cuarón, México, 2018) y ahí se fortaleció muchísimo nuestro sindicato a nivel nacional porque muchas compañeras sindicalistas y compañeras feministas, compañeras de los ministerios de las mujeres, empezaron a ver, a verse a ellas y a preguntarse: “¿Nosotras también somos empleadoras?”. ¡No se veían empleadoras! Las compañeras feministas no se veían empleadoras. ¿Por qué? Porque el 70 por ciento de empleadores también son trabajadores y trabajadoras. Y decían “pero yo soy sindicalista y soy trabajadora, no soy patrona”. Y yo les decía que si vos tenés una trabajadora en tu casa, entonces también sos empleadora. Y ahí empezó una inclusión de visibilización de los sectores sindicales y el respeto al trabajo doméstico como trabajo. Y empezamos a articular un montón. SITRAJU, por ejemplo, que está liderado por la diputada Vanesa Siley, el año pasado logró incorporar en convenio colectivo de trabajo la compatibilidad del subsidio por maternidad si tenían una trabajadora del hogar registrada. Son tantas las acciones que fuimos logrando, hoy siento que acá, en Argentina, a nuestra organización se le ha dado mucha visibilización, pero por todo el trabajo que se hizo, por todo el trabajo de incidencia, de acciones, de las escuelas de capacitación que nosotras tenemos a nivel nacional. Muchas veces antes golpeábamos puerta y no se abrían, ahora se golpea y cuesta un poco abrir, pero se abre.
—Otra particularidad del sector es que muchas mujeres que hacen trabajo doméstico son mujeres migrantes.
—Tenemos todas, mirá: trabajo doméstico infantil, en Argentina, somos los que mantenemos; tenemos trabajadoras migrantes, la mayoría son compañeras peruanas, compañeras paraguayas, hay un 12, un 13 % y son las que más violencia sufren.
—¿Vos trabajabas en casa particular?
—Yo trabajé, obviamente, hoy soy dirigente sindical y me dedico a la organización al cien por cien, pero sí fui trabajadora del hogar, mi mamá es trabajadora del hogar, Lorenza (Lorenza Benítez de Gómez, Secretaria General) es trabajadora del hogar. Somos personas que vivimos el trabajo doméstico, que nos convertimos en líderes para que no les pase lo que nos pasó a nosotros, de no tener derecho a una jubilación, de no tener derecho a un aguinaldo, de no tener derecho la antigüedad, de no tener derechos, ¿no? Porque ya tenemos una esencia del sufrimiento que pasamos y nadie nos puede decir a nosotros lo que se siente ser trabajadora doméstica. Tuvimos la suerte de que nuestra organización creció y pudimos dedicarnos al cien por cien a la lucha.
—¿Cómo fue ese salto a constituirte como una referente? ¿Cómo fue ese proceso?
—Mi papá era de la construcción. Era maquinista. Mi mamá era trabajadora doméstica. Hasta los dieciséis años, pude ir a la escuela secundaria, pero a mi papá y a mi mamá los despiden del trabajo. Mi mamá estaba embarazada de casi 7 meses, de mi hermano más chico. Yo soy la mayor de cinco hermanos y, cuando los dos se quedaron sin trabajo, tuve que salir a trabajar. Lo único que más rápido se conseguía era el trabajo de casas particulares. La compañera Lorenza me dijo: “¿Pero no conoces el sindicato de trabajadoras domésticas, ahí hay una bolsa de trabajo?”. Y para mí fue la salvación. La salvación en el sentido de poder llevar todos los días un plato de comida a mi casa. Yo siempre fui muy inquieta y muy hiperactiva y aparte siempre tuve el alma de sindicalista. Yo siempre lucho, quiero ser la justiciera. Y aparte, mi carácter en ese momento era más fuerte que el que es ahora. De alguna manera, me fui quedando en el sindicato, sacaba trabajo en la bolsa y, cuando no había, atendía el teléfono, les pedía si querían que atienda el teléfono o atendía una compañera, leía la ley en ese momento, el decreto, y así me fui metiéndome y metiéndome, y bueno, fui creciendo dentro de la organización de esa manera. Y, después, cuando yo tenía ya 38 años, Lorenza, que en ese momento era Secretaria general, me dijo que la lucha era seguir capacitándose de alguna manera, que me fortaleciera donde yo pudiera tener un espacio para poder pelear de otra manera, desde otro punto de vista. Ella me inscribió en un colegio secundario y después fui a la Facultad de Derecho y ahí me recibí de abogada, a los 44 años. Ahí Lorenza me dice: «O te quedas a seguir trabajando con nosotros y seguir luchando como hasta ahora o te podés ir porque creciste». Y yo le dije que le debo todo a esta organización así que yo voy a seguir en la lucha de la misma manera, como si fuera que soy hoy empleada doméstica. El crecimiento fue para seguir en la lucha.
*Por Agustina Paz Frontera para LATFEM / Imagen de portada: LATFEM.