Investigaciones anímicas episodio diecisiete
Entre que no sabemos si juntarnos a tomar el té o pasar por el COE a ver si ligamos vacuna, ya despuntamos una señora charla: el relevamiento de los últimos temblores afectivos, y sus marcas. Hay que decir que metis, (astucia) y entrenamiento para desmarcarnos nunca nos faltó. Porque hacer existir juegos y partidas y picaditos es lo nuestro. Nunca nos llamaron de ninguna selección, pero a lo mejor porque es otra cancha la nuestra.
Así vamos amasando la charla, como un buñuelo temprano que tarda en caer a la olla. El amor no habla, pero hace hablar. Si alguien camina con pie pesado por esa fina capa de hielo, se rompe, y empieza a filtrar. O si se hace un giro imprevisto, por ejemplo, si alguien se muere, habiendo dicho y jurado que nunca se iba a morir. No vamos a decir ahora que es culpa de nadie, el deshielo. Que si habremos sido filtradas, infiltrantes, patas de palo. Pero lo cierto es cierto: el filo del patín ya no corre ni se desliza. Con la paciencia de una araña y la torpeza de una mosca se espera la nueva era del hielo. Que si el texto del amor no hace hablar, no hay que rellenarlo con palabrerío. Puede ser una cosa ordinaria y soez.
Como sea, cuando sucede, nuestro fin de mundo es una cosa muy florida. Tiene monstruos y fantasmas y gritos a mitad de noche, a mitad del sueño. Tiene revelaciones, suspensos, adivinaciones y se coge bastante.
Al amparo de una charla, como al amparo de una galería, es hermoso ver llover.
Por Claudia Huergo / Foto: Paul Mpagi Sepuya