Desaparecidos en México: cuando enterrar “pedazos” es el único consuelo

Desaparecidos en México: cuando enterrar “pedazos” es el único consuelo
15 diciembre, 2020 por Tercer Mundo

La cifra de desaparecidos crece día a día en el territorio mexicano. Un puñado de madres se dan la tarea de buscar a sus seres queridos que les fueron arrancados de sus vidas.

Por Paola Díaz para The Conversation

Era el 2 de diciembre de 2018, en la ciudad de Hermosillo, capital del estado de Sonora, al norte de México. Jesús Ramón Martínez Delgado se disponía a cerrar el negocio que le llevaba a su madre, Cecilia Delgado Grijalva, cuando llegó al lugar la patrulla 073, de la Policía Estatal de Seguridad Pública (PESP). De ella descendieron un par de oficiales. Subieron a Jesús, y a otro joven que se encontraba en el lugar, a un vehículo blanco que venía con ellos. Desde ese día, Cecilia no supo más de su hijo.

“Yo hablé con él ese día a las 10:48 de la noche. Quedó en llamarme después de cerrar el negocio. A él se lo llevaron a las 12:15 y, en ese mismo momento, cuando se lo llevan, yo siento un dolor en mi corazón, un piquete. Es la unión, el amor tan fuerte de un hijo con una madre”.

De inmediato, Cecilia puso una denuncia de desaparición en el Ministerio Público y declaró que había una patrulla involucrada, dado que hubo testigos de lo que en México se denomina “un levantón”, es decir, un secuestro. Sin embargo, desde hace dos años, la investigación no avanza.

“Hasta el momento, no se ha hecho nada en contra de esos elementos (policías); ellos andan trabajando y mi hijo está desaparecido”, me dice Cecilia el 21 de octubre 2020.

Buscadoras de tesoros

Cecilia buscó en todo el Estado. Donde le decían que habían visto a su hijo, ella iba. En la ciudad, caminó debajo de los puentes, fue a casas donde había personas drogándose, fue a los hospitales y a la morgue. Al tiempo, se unió a otras mujeres que buscan a sus desaparecidos en este árido estado fronterizo y se fueron a buscar al “monte” (campo) con palas y varillas. Desde 2019 hasta hoy, han encontrado 176 restos humanos.

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“En algunas ocasiones, recibimos puntos (pistas) donde buscar”, dice Charlín Unger, cuyo hijo Carlos Antonio Arredondo Unger fue secuestrado por un comando armado el 24 de junio de 2019 en Guaymas, en la costa del Golfo de California.


“El 20 por ciento de esos puntos son verdaderos y el 80 por ciento no, pero igual nosotros vamos a explorar el terreno. Vamos, buscamos, buscamos, buscamos. Buscamos donde el terreno se presta para que haya fosas. Tiene que ser un terreno más o menos blando, donde no haya muchas piedras, que no esté a la vista de mucha gente. Aunque a veces no les importa y los tiran ahí no más. Hemos encontrado muchos cadáveres, ya en hueso, así, tirados, todos regados: el cráneo por aquí, la columna por allá… Y pues a juntar huesitos, con mucho amor, con mucho respeto. Porque es un ser humano”, cuenta Charlín.


Las buscadoras llaman a esos seres humanos sus “tesoros”. Ellas no buscan “restos” ni “restos humanos”, ellas buscan a sus “tesoros”. En este gesto de cuidado y de amor, como indica Charlín, les restituyen no solo una humanidad general, sino también una identidad singularizada, con un nombre, un apellido, un rostro, una historia y un lazo indisoluble. Sus seres queridos son sus “pedazos”, como ellas suelen nombrarles, son una parte de sus propios seres y cuerpos; sus “corazones”.

Tierras de sangre e impunidad

Como Cecilia les ha repetido a los policías implorándoles que busquen a su hijo: “Yo les digo que no se llevaron a un perro, se llevaron una parte de mi vida. Es mi hijo, es mi carne, es mi corazón. Pónganse cinco minutos, no más, en mis zapatos y en los zapatos de cada una de las madres”.

Cecilia y las otras mujeres de los diferentes colectivos que se han formado en Sonora (en Nogales, Guaymas, Ciudad Obregón, Caborca, Hermosillo) se dirigen a diario a los autores desconocidos de estas desapariciones, rogándoles que les hagan llamadas anónimas para recuperar a sus familiares.

La mayor parte de las veces lo que reciben es silencio e indiferencia, pero algunas veces reciben información verídica. Es así como han encontrado restos humanos tanto en el desierto como en plena ciudad, incluso al interior de casas abandonadas donde enterraron a personas bajo el cemento.

Sonora, como muchos otros estados de la República mexicana, se ha convertido en una “tierra de sangre”, donde las mujeres salen a buscar a los caídos y recoger los casquillos, pero donde no se conoce el rostro de los autores, dado que la tasa de impunidad alcanza un porcentaje elevadísimo. Un 99 por ciento de los casos de desaparición en México queda impune.

77.000 desaparecidos, 13 condenas

Desde que en México se puso en marcha la llamada “guerra contra las drogas” bajo el gobierno de Felipe Calderón (2006-2012), en línea con las políticas antinarcóticos estadounidenses, y desde 2001, en una acérrima guerra contra el terrorismo, la violencia se mide en número de muertos, desaparecidos, torturados y desplazados, sin contar los feminicidios y el homicidio de niños y niñas.

Las cifras son un problema en sí: entre el mal registro y el subregistro, existe un alto nivel de incertidumbre y desconfianza en relación a ellas. Pese a todo, los conteos dan una idea global de la amplitud y de la sistematicidad del fenómeno: alrededor de 300.000 muertos y 77.000 desaparecidos desde 2007, sin contar los migrantes extranjeros desaparecidos en territorio mexicano, de los cuales no se tiene registro.

De estos 77.000 casos de desaparición, los registros de la Fiscalía Especializada en la Investigación de Delitos de Desaparición, entre 2006 y 2019, contienen carpetas de investigación correspondientes a 2.072 víctimas. De dichos casos, existen 27 sentencias a nivel nacional, de las cuales 13 son condenatorias.

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Sin ayuda del Estado

Cecilia, como muchas otras buscadoras, vivió en carne propia la impunidad: “Les llevé toda la información a las autoridades, ¡se las entregué en charola (bandeja) de plata!, pero me dijeron que la patrulla no existía y los agentes siguen trabajando y nunca más volví a ver a mi pedazo”.

Ella recuerda que, a pesar de entregar pruebas, el ministerio público de la Fiscalía General de Justicia del Estado (FGJE) no avanzó en la investigación para dar con el paradero de los responsables de la desaparición de su hijo. Además, le negaron la existencia de la patrulla 073 de la policía estatal que los testigos habían visto al momento del secuestro.

Sin embargo, Cecilia localizó dicha patrulla, ya en estado de abandono, el 26 de septiembre del 2020 en La Victoria, comuna cercana a la ciudad de Hermosillo. Le tomó fotos y las llevó al Ministerio Público para completar el expediente; eso nada cambió.


Lo que sí ha cambiado en México, desde que comenzaron las guerras mortíferas, es que se han organizado más de 70 colectivos de familias que buscan a sus desaparecidos en vida y en fosas. Es la única manera en que han logrado localizar a algunos de sus tesoros.


Jesús de regreso a casa

“Nos ha pasado en búsqueda que hemos visto brumas blancas previo a hallazgos de personas. El sábado, mi compañera María vio una sombra negra que le enchinó la piel cuando íbamos entrando a aquel cementerio clandestino”, contó Charlín Unger, del colectivo Buscadoras por la Paz.

El colectivo ha inspeccionado, desde 2019 hasta hoy, cinco kilómetros cuadrados de terreno. Solo en esa zona, han encontrado 23 cadáveres, entre ellos, el de dos mujeres.

El lunes 23 de noviembre, iniciaron otra jornada de búsqueda en Hermosillo, junto a la Comisión Nacional de Búsqueda, la Comisión Estatal de Búsqueda (que funciona desde 2020 en Sonora), protegidas por el Ejército (Secretaría de Defensa Nacional, SEDENA) y la Guardia Nacional.

Charlín Unger dice que, ese lunes, al oscurecer, “ya nos íbamos cuando nos perdimos, no sé cómo, y Mario (compañero del colectivo) me dijo que habíamos pasado un hundimiento. No dimos ni ocho paladas cuando salió una chamarra (chaqueta), fue el último hallazgo del lunes”.

El martes 24 por la mañana, Cecilia volvió con ellos: “Me llamaron a ver las prendas y ahí vi la chamarra que él traía, su camiseta interior, su playera, su aparato de ortodoncia”.

“Cecilia casi se desmaya y nos sentamos en el suelo junto a la fosa, llorando y tratando de entender lo que estaba pasando”, dice Charlín. El dentista confirmó que el tratamiento dental de los restos encontrados corresponde con los que le había realizado a Jesús Ramón. Cecilia dice, o más bien llora tratando de hablar, que el mayor temor que tenía era encontrar a su hijo “así”, muerto de una mala muerte.

El último adiós

El miércoles 25 de noviembre, Cecilia fue llamada a las oficinas del Servicio Médico Forense (SEMEFO) para reconocer oficialmente las prendas y trabajos dentales de las osamentas encontradas el día anterior. Cecilia y sus hermanas pasaron a la parte posterior de la morgue. Ahí tenían los huesos y los restos de ropa. Sus hermanas la miraban por una rendija, mientras Cecilia, como ausente, miraba las ropas y los huesos.

Al salir después de 20 minutos, las miró y, con la voz quebrada y piernas tambaleantes, dijo: “Sí, es mi pedazo”. Y comenzó a llorar. En ese momento, se acercó a ella una persona que le solicitó callarse porque se estaba realizando un evento y sus llantos podían molestar a los funcionarios, entre ellos, la fiscal del estado de Sonora quien, sin embargo, momentos más tarde, salió a solidarizarse con Cecilia y prometió avanzar en la investigación de la muerte de Jesús Ramón.

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Como muchas madres, Cecilia no hubiese querido encontrar a su hijo muerto y enterrado clandestinamente. Como indica Nicole Loraux, para las madres de la Grecia clásica y violenta, sostener en sus brazos “el que sangrando es aún el tesoro de una madre” es el deseo de las madres suplicantes, que reclaman los cuerpos de sus hijos y que saben que así obtendrán un término a sus sufrimientos y un aún más dolor.

Estas madres en México buscan en vastos terrenos los restos de sus “pedazos” para, quizás, “darles la muerte” que la desaparición les ha negado; porque la desaparición mata la muerte.

Como dice Cecilia, ella llevará a su hijo de regreso a casa. Saber que está muerto y ya no más desaparecido, terminar con la incertidumbre, y ofrecerle una sepultura y funerales es el término del sufrimiento, pero también más dolor, aunque ciertamente permite restablecer el orden familiar. Esta reintegración es un gesto de cuidado póstumo que muchas familias y madres desearían poder darle a sus seres queridos.

El sábado 5 de diciembre, Cecilia Delgado recibió los resultados del estudio de ADN que confirman que los restos encontrados por las buscadoras son los de su hijo. Jesús Ramón fue enterrado el martes 8 de diciembre y Cecilia, con las buscadoras, seguirá recorriendo campos y casas “buscando a todos los demás”.

*Por Paola Díaz para The Conversation / Foto de portada: Colectivo Buscadoras por la Paz Sonora

Palabras claves: desaparecidos, madres, México

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