Sobre plantas nativas, diversidad y ecogenesia
Somos habitantes amnésicos de un planeta en llamas. Ante lo que parecen pruebas del apocalipsis, insistimos en recordar saberes para re-conocernos parte de la naturaleza. Desde San Marcos Sierras, Adrián y María Elena comparten su experiencia en el proyecto Santo Remedio.
Por Anabella Antonelli para La tinta
“El monte nos fue enseñando que tiene su belleza,
al monte no hay que cuidarlo, está ahí,
tiene un montón de medicinas, tiene un montón de alimentos.
Dejamos de poner esfuerzo en combatir el equilibrio que se estaba manifestando”.
María Elena y Adrián, Santo Remedio
Veo en la web un mapa del planeta Tierra con cientos de puntos rojos. Cada punto es la marca de un fuego actualmente activo. Me asusto, me deprimo, me preocupo. Le cuento a mi vecina y ella aprovecha para decirme: “Es gravísimo, por eso es importante plantar todo tipo de árboles y plantas”. No es una frase inocente, discute con mi insistencia de sembrar nativas. Algo de lo que me dice, ante el panorama catastrófico que acabo de ver, me hace dudar. Entiendo que necesito mejores argumentos.
Llamo por teléfono a Adrián Gentilini, un amigo que, junto a su compañera María Elena Flores, decidieron hace tres años vivir en San Marcos Sierras, al norte de la provincia de Córdoba. Llevan adelante el proyecto Santo Remedio, “un espacio de conexión con la vida que nos sustenta”.
¿Por qué plantar nativas?
Desde hace años, particularmente con la extensa e intensa lucha por la Ley de Bosques, resuena con fuerza la importancia de las plantas nativas. Se trata de la vegetación que crece en el área biogeográfica de donde son originarias. Son especies que hace miles de años se vienen adaptando a las condiciones de la región, al suelo, el clima, el agua y la comunidad de seres que habitan el lugar. Son plantas que evolucionaron bajo esas condiciones ambientales específicas y por eso corren con ventaja para desarrollarse ahí y proteger el lugar.
“La nativa es un elemento más del ecosistema, colabora, se relaciona con los demás seres vivos que están ahí, no es un extranjero, habla el mismo idioma, come lo mismo, se interrelaciona rápidamente, hace un uso eficiente de los recursos, entiende el terreno en el que está, sabe a quién le da de comer, sabe de quién come. Una especie nativa es alimento de muchas especies animales y vegetales, y a la vez es refugio de otras”, me explica Adrián.
Mientras conversamos, y casi como un guiño del monte, me cuenta que un pájaro Siete colores se posó en un piquillín. Detiene un momento la charla, imagino que lo contempla. Esa observación curiosa y sistemática fue la que enseñó a Adrián y María Elena la conveniencia de plantar especies nativas y de integrarse al entorno.
“El tala, por ejemplo, se conoce que interactúa con 17 especies de pájaros, les da cobijo y comida. También hay enredaderas que interactúan con mariposas y colibríes. Toda la comunidad ecosistémica sabe relacionarse con esa especie nativa, que además hace un uso eficiente de los recursos que están en el ambiente, fundamentalmente del sol y el agua”, continúa.
Le cuento que en la casa donde vivo hay una hilera de pinos, que quedan bien bonitos, pero que abajo no crece casi nada. Conversamos sobre un concepto de belleza colonizado, vinculado más a las flores europeas que a los yuyos autóctonos.
Volvemos a los pinos y me explica que estas especies necesitan mucha agua, entonces, en zonas tan secas, hacen abuso del recurso, “se come lo mismo que diez nativos y no le da de comer a nadie, porque nadie come del pino, encima mató a los de alrededor porque necesita un espacio propio y tiene la capacidad para matar a lo que se acerca”, me dice. Las especies nativas, en cambio, tienen un menor consumo de agua y nutrientes porque están adaptadas al lugar de origen.
El equilibrio es fundamental en los ecosistemas y los árboles nativos cumplen un rol fundamental a la hora de regular el agua de lluvia y el microclima. “Los árboles nativos tienen raíces profundas, entonces, logran que el agua de las lluvias drene a las napas subterráneas, porque aprendió que el agua está muy abajo y que hay que subsistir un gran período de tiempo sin lluvia, y así logra que las vertientes se mantengan vivas”, dice Adrián.
Las nativas no paran de sumar porotos: también protegen el suelo de la erosión, mejoran su permeabilidad, aportan materia orgánica, mantienen su humedad y favorecen el desarrollo de los microorganismos del suelo, promoviendo además hábitats favorables para especies específicas de flora y fauna.
Diversidad y equilibrio
Una vez que se plantearon la diferencia entre nativas y exóticas, pasaron a un segundo par de contrarios: monocultivo versus diversidad. “Es muy importante que haya biodiversidad de especies para que haya mucha interacción de distintos individuos que enriquezcan el sistema vivo”, me dice.
¿Pero qué pasa si es un monocultivo de nativa? Para Adrián, se traduce en desequilibrio. “Si uno llega al monte y planta una hectárea de maíz nativo sacando una hectárea de monte, está poniendo nativas, pero estás desequilibrando el ecosistema porque le estás dando una sola comida a algunos insectos que se van a tornar plaga, porque van a tener más comida que depredadores, entonces, se desequilibra el sistema”.
No se trata de decisiones aisladas, se trata de un cambio de paradigma, de descentrarse y observar, de integrarse al entorno. “Somos nosotros los invasores, porque, cuando llegamos a este monte, había comunidades de seres que interactuaban entre ellos y estaban en armonía”. Se trata de ser conscientes de que cohabitamos, produciendo el menor impacto negativo posible sobre el resto, entendiendo que llegamos y tenemos que pedir permiso, “como cuando llegás a un lugar que no es tuyo”, me dice.
Se mudaron a San Marcos con la idea de sembrar frutales, tener un jardín y una huerta. Sin embargo, esa observación respetuosa y atenta los condujo por otros rumbos. Parte de su actividad actual es acompañar el cultivo de lo espontáneo, “colaborar con lo que nace solo y así con el desarrollo de todos los seres vivos que habitan nuestro entorno, porque están en el lugar adecuado, por eso nacen”.
A esta práctica, le pusieron un nombre: ecogenesia. “Estamos atentos a lo que nace, identificando y clasificando las especies para darles el sustrato óptimo”. Al principio, me cuenta, “sacábamos todos los yuyitos que crecían en las macetas para poder poner las semillas. Después, nos dimos cuenta de que muchos de esos yuyitos eran especies que nosotros queríamos sembrar, porque su semilla venía en la tierra que sacábamos de nuestro mismo monte, y tenían las condiciones óptimas para su germinación”. Entonces, variaron la estrategia: en vez de dedicar tanto tiempo en recolectar las semillas para luego sembrarlas, prefirieron aprender a reconocer lo que nacía por sí solo.
“En estos tiempos, nos fuimos convenciendo de que vivimos interrelacionados con todo, que somos una parte y que hay un equilibrio. Que lo que nace cerca de donde vivimos lo hace porque ‘es necesario’. Que al alimento y a la medicina no hay que ir a buscarla lejos de casa”.
*Por Anabella Antonelli para La tinta / Imagen de portada: Santo Remedio.