Relatos trans desde el Sur
Penélope Andrés, Victoria Arriagada y Pamela Quezada viven en Neuquén. Se conocen de las calles y de saberse compañeras en la batalla de volver la realidad un lugar menos hostil para sus existencias y guarecer sus utopías. En esta conversación, desde el Sur de la Patagonia nos traen trazos de sus formas de organización.
Por Redacción La tinta
“Que lo que se diga de ellas, sea por la voz de ellas”, me dice Guadalupe Lazzaroni, quien hizo de nexo para conversar con las compañeras de Neuquén. Ella es psicóloga, trabaja en la Universidad del Comahue y en el marco de sus inserciones territoriales, comenzó hace varios años a trabajar conjuntamente con mujeres trans en Neuquén. En ese tránsito, fue conociendo y queriendo a muchas. Realizó su tesis de maestría en Investigación e Intervención Psicosocial con un proyecto innovador que disputó algunas lógicas académicas de construcción del campo de estudio y análisis, en el que la palabra de las compañeras asumió un lugar protagónico. Su tesis está poblada y entrelazada de trazos de las vidas trans. No son solo sus voces, son sus cuerpos e historias y el arte que les permitió crear y decir.
Con el susurro del viento patagónico en sus voces, conversamos con Penélope Andrés, Victoria Arriagada y Pamela Quezada. Se conocen de la calle y de la militancia, y llevan años tejiendo afectos.
Penélope
Es auxiliar de cuidados gerontológicos y desde el 2005 milita en Conciencia VIHda. Nos cuenta que llegó hasta primer año de servicio social en la Universidad del Comahue y participó en la Mesa por la Igualdad de Neuquén y en la agrupación trans Vidas Escondidas. “Recuerdo que a comienzos de los 2000, yo era trabajadora sexual y Victoria me insistía en que vaya a las reuniones, en ese tiempo nuestra mentalidad era que teníamos que salir a la calle de noche y de día dormir, esa era nuestra vida. Ella me insistió y ahora hace 15 años que milito, y si bien me he alejado algunas veces, siempre he vuelto. Mejorar nuestra calidad de vida y que nuestros derechos sean garantizados es en lo que estoy siempre”.
Victoria
Inició su recorrido de militancia en Conciencia VIHda, ahora trabaja hace varios años en la Legislatura de Neuquén como asesora de la diputada Carina Montesinos. “Hace muchos años que hago voluntariado en distintas temáticas, pero la que más me atrapó y me llevó a militar en el 100% de mi vida, es ser trans y las condiciones en que vivimos. Yo tengo 55 años, cuando empecé a transicionar tenía 27 años, en ese momento me decían que ya era vieja para ser trans, y nunca entendía por qué si estaba en una edad llena de vitalidad. Hasta que comprendí que no había mujeres adultas mayores trans porque morían antes de los 35 años”.
Para este año se había propuesto no militar más y hacer cosas desde su trabajo, porque cada vez son más las organizaciones civiles que están haciendo cosas, pero vino la pandemia. “Las mujeres trans hemos aprendido a unirnos en una causa y generar caminos de lucha y organización. A veces una tiene ideales que son muy difíciles de cumplir, por ahí me imagino cosas, la utopía de la perfección, o de llegar al lugar donde una quiere y no es así, no es fácil. Empezó la pandemia, y una vez más estamos perjudicadas”.
Pamela
Es trabajadora sexual, migrante chilena, vive en Argentina hace 21 años. Para ella, aunque se viva en diferentes países, las realidades trans son similares porque la discriminación es global, desde la propia familia, la escuela, y luego, en todos lados. “Tengo 46 años, y si bien acá tenemos el cupo laboral trans, a mi edad se me complica poder postular. Además de ejercer el trabajo sexual, soy cocinera y promotora de salud. Cuando intentas lograr un trabajo formal, por una cosa o por otra, siempre se complica, las discriminaciones aparecen en múltiples formas. Ya sea por tu condición sexual, porque algunas no tienen los estudios, porque no tenés la estética que el trabajo pide, siempre hay un pero para nosotras”. Ella tiene los estudios completos pero, paradójicamente para una comunidad que tiene una expectativa de vida de 35 años, haber pasado ese límite es una dificultad para su inserción laboral.
Los comienzos de la militancia
Conciencia VIHda nació en 1995 y es la primera organización de la Patagonia con trayectoria y continuidad en el trabajo de concientización y prevención sobre el HIV con perspectiva de género. Victoria participa desde los comienzos e invitó a Penélope, les interesaba llevar información a sus amigas y querían cuidarse, seguir vivas. “Cada año se nos morían 3 o 4 compañeras, entendimos que no podíamos dejar de militar nuestros derechos. En el año 2011 logramos derogar los códigos contravencionales, porque hasta esa fecha nos llevaban presas acá en Neuquén, por no usar la ropa adecuada según el sexo asignado al nacer”, recuerda Penélope.
“Tenemos un horizonte, y es la posibilidad de generar cambios, pero la realidad está mucho más allá del horizonte”, dice Victoria, y agrega que “la mayoría de nosotras tenemos un cementerio en la cabeza, desde que empecé a militar tengo cerca de 40 enterradas en el cementerio”. Pamela trae el recuerdo del invierno que aún no se va: “Neuquén es muy frío, cuando trabajas en la calle comes mucho frío, tenés que estar con poca ropa para que tu cuerpo se luzca y venderte. Los fríos se van acumulando y en el fondo, cuando llegas a una edad, esos fríos te pasan factura. Ocho compañeras murieron este año, algunas las mataron, otras murieron por diferentes motivos». Un silencio hondo cruza el zoom que nos encontró a la distancia.
Desde que empezó el confinamiento, quienes ejercen el trabajo sexual no han podido salir a trabajar y las redes de solidaridad entre organizaciones, cuenta Pamela, aportaron ayuda con mercadería, “con lo básico para subsistir, para comer día a día”, y aunque no alcanza, tienen la fuerza de estar con otras.
Hablar Con y no De: el mundo de los afectos
“Hablar con nosotras ayudaría a que, colectivamente y no como masa indiferenciada, podamos pensar estrategias desde los derechos y los afectos. De alguna manera, se ha vuelto políticamente correcto hablar de o por nosotras. Pero ¿son los vínculos entre nosotras, con nuestras familias y amigues, con nuestra historia y sobre todo con nuestros deseos y proyectos tenidos en cuenta?”, vienen trabajando.
Victoria lo dice con claridad: “Mucha gente habla de nosotras, y si bien en algunos medios se ha empezado a revertir y ya no somos noticia sensacionalista y muestran las realidades que vivimos, no lo hacen de manera consulta. Hablan de nosotras sin preguntarnos y más bien por una cuestión imaginativa básica, ¿qué necesitan las mujeres trans?, trabajo, educación, salud y vivienda. Pero a veces ni siquiera necesitamos eso”.
Durante los años 2017 y 2018 se llevó adelante el “Primer Relevamiento de la población Trans de las Provincias de Río Negro y Neuquén: Transformando realidades”, que fue un proyecto colectivo autogestivo del que participaron ATTTS (Asociación de Travestis, Trans y Trabajadoras sexuales), Conciencia Vihda, otras organizaciones LGBTTTIQ+, UNCo y organismos del Estado de Rio Negro y Neuquén. Las encuestadoras fueron mujeres Trans que recibieron capacitación y salario. Uno de los ítems que decidieron incluir fue el de los afectos.
El relevamiento arrojó que el 70% de sus afectos son las amistades. “Una nunca está sola en este mundo, las que sobrevivimos aprendimos a buscar nuestros propios afectos en los lugares donde nos sentimos cómodas y bien y donde te valoricen”, afirma Pamela.
Todas coinciden en que no te enseñan a buscar afectos más allá de la familia. Primero en la casa y luego en las escuelas, la socialización refuerza que el mundo de los afectos incuestionable es: mamá, papá, hermano/a, tío, tía, aquello vinculado a las relaciones de parentesco. “La mayoría de nosotras somos expulsadas de las escuelas y de las familias, mientras te enseñan que no hay como el amor de la madre y el padre. La afectividad también nos lleva a la muerte, cuando no tenés afectos, la soledad pesa, muchas se suicidan”, aclara Victoria. Penélope interrumpe y agrega que “nosotras construimos afectividades por otro lado, con la compañera de al lado, el afecto se expresa en las personas que te comprenden y acompañan”.
Victoria recuerda una pregunta que muchas veces se hacen, “¿cómo sostener una vida?”, y Pamela responde a esa pregunta con un detalle de por qué se les hace pesada sostener la vida, “los trabajos que tenemos que hacer son sufridos, sin autonomía, sin poder elegir qué hacer o qué no, si te gusta o no, cuando empezamos a trabajar no lo dejas más por miedo a no conseguir otro trabajo”.
Penélope nos cuenta lo difícil que es conseguir un trabajo en la universidad o en otras instituciones, aun cuando hace años que vienen militando. “Nos subestiman y eso es invisibilizarnos. Las que vivimos la discriminación en todos los ámbitos somos nosotras. Yo soy la que en 2010 me recibí del secundario con 30 años, y en el colegio tenía que ir a hacer pis a un baldío porque no me dejaban ir al baño de mujeres. Yo soy la que fui discriminada en trabajos, nosotras somos las que no tenemos hogares, ¿quién más que nosotras para hablar de nosotras?”.
La Cocina del pensamiento colectivo
En el ejercicio de construir lugares de enunciación para hablar de sí mismas y sobre aquello que es decible de sus historias, Victoria cuenta que hace muchos años que se reúnen en el espacio que llaman “La cocina del pensamiento”, creado en 2013 desde la organización Conciencia ViHda. Guadalupe nos dice que la cocina es encuentro a la vez que un dispositivo grupal para hacer pensamiento colectivo, y que surge como un modo posible de pensar/proyectar la participación del colectivo en los diferentes ámbitos que eran convocades. “Con la cocina intentamos deconstruir prácticas donde la verdad parece ser sólo una y hegemónica. Para ello pensamos dispositivos que propongan una modalidad que nos mueva de la estereotipada forma donde unos hablan y otros escuchan -escenario que reproduce reparto del poder de manera desigual-”, detalla Guadalupe.
Victoria trae los orígenes de la cocina: “Alguna de las veces que nos reunimos, conversábamos sobre la realidad que algunas atravesaban con las drogas, el alcohol y la prostitución, ahí salió la idea del Combo Trans y cómo colectivamente podíamos aportar una idea y aunar una estrategia de trabajo”. Las primeras cocinas fueron para trabajar sobre el HIV, en ese entonces no tenían profilácticos y eran muy caros. Entonces decidieron comenzar a trabajar. Luego vinieron muchas cocinas, alguna vez apareció la pregunta “¿qué hacer con la soledad?”, “¿quiénes nos acompañan?”. Y comenzaron a tejer las primeras redes sureñas que hoy son extensas, diversas y dan cuenta de todo el trabajo que han realizado.
La cocina tiene varios momentos, lo primero son “las previas” donde se reúnen dos o tres veces, quienes son convocades a contar sus experiencias. “En la intimidad de su cocina piensan la invitación, desde preguntas acerca de qué, quién, cómo, cuándo, dónde, porqué, para qué. En estos encuentros van tomando decisiones desde las respuestas que van construyendo, partiendo de la posibilidad/necesidad de participar hasta el relato que quieren compartir. Luego, sigue “La performance”, que es cuando ya se decidió participar, y se propone “romper” o “desdibujar” el espacio diseñado, entrar a modo de performance donde cada una de las participantes con su silla arman una cocina al calor de quienes esperan su relato. Si el auditorio lo permite, la participación comienza cuando quienes van a dar la charla “se hacen un lugar” en el medio de las personas que sentadas unas tras otras esperan. Los espectadores deben “moverse de sus quietos lugares” para hacerle lugar a quienes van a contarles sus cosas. En el caso de que los asientos sean fijos, se le pedirá a los sujetos espectadores que abran el espacio y dejen asientos libres o que todos se muevan a otro espacio más propicio. Quedan dos círculos concéntricos, en el del medio la cocina y lxs cocinerxs, en el más externo lxs espectadorxs y futuros ayudantes de cocina”, detalla Guadalupe.
Comienza entonces la puesta en escena que dura aproximadamente 2 horas, donde pautan dos momentos claros: performance y cocina íntima, donde se da una escucha atenta a las palabras que recuperan las conversaciones de las previas, y se logra un espacio cuidado. Luego, el cierre es con lo que llaman la cocina ampliada, se desarman los círculos, y es el tiempo de encuentro con el auditorio para conversar.
“Como toda buena cocina, lleva muchos ingredientes para sacar un buen plato. De un pensamiento vamos revisando cosas y armando la mesa para que pueda ser servida. Ponemos condimentos sobre una realidad y necesidad propia pero que beneficia a toda la sociedad; este pensamiento cocinado colectivamente, tiene que ver con construir un mundo más vivible”, detalla Victoria sobre esta experiencia que las encuentra y potencia. Al calor de esa cocina del pensamiento colectivo, al calor del fueguito sureño adoban, maceran, cuecen sus deseos y utopías.
*Por Redacción La tinta / Imagen de portada: Colectiva Vulvalsur. Muestra: «El foco en el deseo. Retratos de mujeres que eligieron sus nombres».