Habitar y gobernar la incertidumbre

Habitar y gobernar la incertidumbre
23 octubre, 2020 por Redacción La tinta

Por Amador Fernández Savater para Revista Ají

Para transitar los tiempos que vienen, nos van a ser necesarios un esfuerzo grande de creación, de invención, porque lo que había antes ya no sirve, ya no funciona. O, al menos, su sentido está cancelado o puesto entre paréntesis.

En el momento en el que estamos, es preciso un esfuerzo en las maneras de relacionarse, de estar y de compartir; o vamos a vivir en lo que llamaría una realidad disminuida o mutilada o recortada. En el sentido de que vamos a vivir la vieja normalidad de antes, la vieja normalidad con su relación de producción, de trabajo, de consumo, etc., pero sin todo el encuentro con el otro, que nos va a faltar o va a estar limitada.

Entonces, o encontramos nuevas maneras de encontrarnos o vamos a vivir en una realidad disminuida; en la cual lo “malo”, es decir, la obligación de trabajar en condiciones regulares, la obligación de consumir, los tráficos desbordantes, etc., van a seguir estando ahí, pero nos va a faltar la dimensión del encuentro. Como nunca, este presente nos exige un esfuerzo de invención. Si no hay invención, vamos a vivir tristemente en una realidad devaluada, que va a ser lo mismo, pero menos. A no ser que creemos otra realidad, que no sea igual a la anterior, que sea distinta y más.

En torno a este concepto de realidad disminuida, amputada, que estuviera como presente, una clave del hoy es el desafío de inventar nuevas maneras de vivir.

Pensar la pandemia del Coronavirus con un concepto de una pensadora belga —que recomiendo especialmente— que es muy potente y, a la vez, muy accesible, y que se llama Isabelle Stengers. En el contexto en un libro que se llama En tiempos de catástrofe, propone el concepto de la intrusión de Gaia (madre tierra, naturaleza, planeta). Ella dice (antes del COVID-19) que viene un tiempo de catástrofe e intenta pensarlo con este concepto de la intrusión de Gaia. Como una reacción de lo que ella llama el planeta viviente a la depredación, al abuso, a la explotación de un sistema capitalista ciego. Es decir, no es una reacción de revancha o de venganza; durante todo este tiempo, se ha hablado mucho de si el Coronavirus era un castigo de la naturaleza. Ella dice no, la intrusión de Gaia no es un castigo, no es una revancha, Gaia es indiferente a los temores y a los proyectos de los seres humanos. Ni tampoco es un mensaje (muchos dicen “el virus trae un mensaje”), ella dice no hay ningún mensaje. En todo caso, hay una realidad que nos impone, a todos nosotros, preguntas. Pero no es que nos trae un mensaje. Stengers dice que ver todavía que la naturaleza nos castiga es seguir en una posición antropocéntrica. El ser humano es lo más importante y la naturaleza me castiga o nos trae un mensaje, pero nosotros somos el centro de la creación. Stengers dice: “Ella es indiferente a nosotros”.  Pasa que se ha molestado por nuestras políticas en cuanto a la depredación y hace como nosotros cuando nos quitamos una mosca. Esa es la intrusión de Gaia.


Lo que sí hace es plantear preguntas. Y no hay respuestas. Y nosotros debemos inventar una respuesta y esa respuesta nos exige una creación en todos los aspectos: políticos, económicos, culturales, existenciales, laborales, etc. La respuesta a la catástrofe es inventar nuevas formas de vida.


Resulta que ella no nos pide ni espera nada de nosotros. Ha estado antes y seguramente seguirá después. Entonces, ¿qué vamos a hacer? Es la pregunta de estas catástrofes: ¿Vamos a seguir igual? ¿O vamos a ser capaces de inventar maneras nuevas de habitar el planeta?

Ya pensando más concretamente en COVID-19, yo saco tres respuestas posibles, que veo que están en marcha. Por lo menos, dos en marcha y una que deberíamos inventar.

La primera respuesta que podríamos llamar neoliberal-neoliberal y que podríamos identificar con algunos nombres propios: Trump, Bolsonaro, Boris Jonhson. La idea sería volver a la normalidad. Lo que ha pasado ha sido un momento, un mal momento, y debemos regresar cuanto antes a la normalidad, caiga quien caiga. La idea es: ha sido un tropiezo, volvemos a la normalidad. Se dice que la economía está por encima de la vida, del cuidado de la salud, del cuidado de la vida. En realidad, lo que plantean los neoliberales es que la economía es la vida. Que la vida es productividad; que cada uno es una empresa, que somos empresarios de nosotros mismos, que debemos gestionar permanentemente nuestro capital. Que vivir es hacer empresa, es proyectar y que debemos dejar caer a los que no pueden seguir el ritmo; porque la vida es productividad, los que no pueden seguir el ritmo deben dejarse caer, porque, de alguna manera, están fuera de lo natural, de la productividad.

La pancarta “Sacrifice the weak” (sacrifiquen a los débiles) de unos partidarios de Trump. Y esto que parece muy raro, en realidad, es el contenido de las políticas en marcha. Esa consigna es una burrada, pero no hace más que hacer presente lo que está latente; nos hace evidente lo que estaba implícito, hace explícito lo que estaba implícito. Sería lo que podemos llamar una necro-política o una necro-lógica, una lógica de muerte o una política de muerte. Pasó con la producción de poblaciones que fueron consideradas desechables, superfluas, sobrantes. En EE.UU., se están muriendo negros y latinos pobres con problemas de diabetes, de sobrepeso, etc.. Eso es gente que sobra. Eso es la necro-política. Hay poblaciones que “sobran” porque no son “necesarias” a lo que es la vida de “producir”. Esta respuesta neoliberal-neoliberal nos escandaliza, pero, en realidad, creo que el escándalo es demasiado fácil y no nos lleva a ningún sitio. Decir “qué bruto Trump” es una crítica muy fácil. Porque, en realidad, habría que preguntarse si no está ya en nosotros mismos.

Por ejemplo, con respecto a lo que ha ocurrido en algunas residencias de ancianos españolas (abandono, desidia, muerte), ¿no ha estado operando ahí una necro-lógica, no han caído ahí acaso los más vulnerables? ¿Nos está importando eso? ¿Estamos empujando un cambio en la lógica de las residencias? ¿O consideramos que era gente mayor, que ya estaba en la edad de vida posible y que ya? ¿O estamos naturalizando la misma lógica que la neoliberal? Lo digo porque muchas veces creemos que el neoliberalismo está en otros, es cosa de otros. Yo más bien creo que es un inconsciente que nos atraviesa a todos. Y ese inconsciente es el que nos lleva a pensar que, bueno, lo del accidente qué se le va a hacer, era gente mayor. Era gente mayor y en algún momento le tenía que tocar. Naturalizar eso cuando forma parte de una necro-lógica o una necro-política. Esta sería una de las respuestas: ha habido una intrusión, pero nosotros vamos a seguir como si nada; darwinismo social, los fuertes serán más fuertes después de esta sacudida. Una versión un tanto perversa de lo que se llama resiliencia, es decir, hemos recibido un golpe, pero ese golpe nos hace más fuertes y caen los débiles. La respuesta neoliberal, de alguna manera, nos atraviesa a todos nosotros. De hecho, creo que dentro de todos nosotros hay una voz que nos dice “me gustaría vivir como antes”.

La segunda respuesta la podríamos llamar neoliberal-socialdemócrata, llevaría el nombre de Pedro Sánchez en España o Alberto Fernández en Argentina, por ejemplo. Obviamente que para mí es muy preferible la respuesta que se da en España a la que se está dando en Brasil o en EE.UU. (la no-respuesta), no sólo preferible, sino defendible por mil razones. Pero me parece que hay que pensar, que hay complejizar, y complejizar pasa por decir lo que hay no es lo único posible, sino seguir pensando, no quedarse ahí. Esta respuesta propone una combinación de derechos sociales (como la renta mínima) y medidas sanitarias con un marco de producción y consumo que ni se cuestiona ni se toca. La combinación de medidas sociales con medidas sanitarias es importante, pero con un límite que no se toca ni se cuestiona: el marco de producción y de consumo en el que estamos instalados. Es lo que podemos llamar “nueva normalidad”. 

Los neoliberales quieren volver a la vieja normalidad, o sea que tampoco sea tan importante ni que haya mascarillas ni que tampoco haya derechos sociales y que caigan los débiles; y la respuesta socialdemócrata-neoliberal (en el sentido que no cuestiona el marco de producción y de consumo en el que estamos habitando) dice medidas sanitarias, derechos sociales, pero el marco no se puede cambiar. Segunda respuesta entonces: a la intrusión de Gaia, respondemos con algunos derechos, con algunas medidas sanitarias. Nueva normalidad, pero no cuestionamos el marco, las condiciones que han producido la situación, que están produciendo las catástrofes. Entonces, ¿por qué no se van a producir otras? Si seguimos en el régimen de depredación y el desarrollo ciego que obliga a Gaia a reaccionar.

Esta respuesta tiene ventajas con respecto a la neoliberal, pero tiene límites que tenemos que ver, que tenemos que ver qué hacer con ellos. Una manera, un marco de producción y de consumo (que tiene que ver con nuestras vidas) que no se está cuestionando, que no se está alterando, que no se está desmontando, que no se está transformando.

Y una tercera y última respuesta es que no la hay. Al menos, yo no la sé ver. Y en todo caso, tampoco puede salir de la mente de un solo individuo. Es decir, es una respuesta que la debe crear la gente, no los intelectuales; porque es la gente la que crea maneras de vivir. No son ni los gobiernos, ni los militantes, ni los intelectuales. Sino la gente común, la gente cualquiera es la que tiene que crear la tercera respuesta. 


Tenemos una materia prima en la que esa respuesta podría arraigar, que es pensar en lo que ha pasado durante el confinamiento. En lo que han sido los dos o tres meses de confinamiento y de las fases. Me parece que, en esa interrupción (hay que pensar lo que son las potencias de la interrupción), ha habido una interrupción del marco de producción-consumo, una interrupción que no la ha traído una revolución proletaria, obrera, sino que la ha traído el bicho más pequeño que hay en el planeta y que ha interrumpido el marco de producción y de consumo.


Es una cosa rarísima que nos obliga a pensar, a inventar nuevas categorías, a pensar más que nunca porque las respuestas que tenemos no sirven de nada… quien ha conseguido interrumpir la lógica de producción, de consumo, de acumulación, de crecimiento, es un bicho, no una insurrección proletaria o anarquista. En este tránsito de confinamiento, me parece que nos han pasado cosas y esas cosas podrían ser la materia prima, el humus, el caldo de cultivo para otra respuesta.

¿Qué ha emergido en estos tres meses de confinamiento? Yo diría que tres cosas: Preguntas, malestares y nuevos deseos.

Preguntas: las que queramos compartir. Nadie ha podido seguir la vida igual, todas las vidas han sido trastocadas. Todas las vidas han tenido que reinventarse, todas las vidas: trabajar o no trabajar; qué hacer con los niños; obedecer o no obedecer; cómo informarme, cómo no volverme loco en el confinamiento; cómo cuidar de los míos. Eso han sido preguntas. La interrupción de la normalidad nos pone preguntas que nos obligan a inventar. No hay tantas veces en la vida en la que estemos obligados a inventar. Es muy interesante eso, cuando la vida nos obliga a inventar. Inventar maneras de relacionarnos, hablar, etc. No hay tantos momentos en los que estemos obligados a ser otros que los que somos, a generar otro nosotros mismos. Creo que son momentos bien importantes. ¿Qué está pasando? ¿Qué nos va a pasar? ¿Qué es lo esencial? ¿Qué y quién nos cuida? Preguntas que yo he anotado, que he detectado en mí mismo:  ¿qué es lo significativo? ¿qué es lo importante? ¿qué relaciones me sostienen? ¿qué hace que mi vida valga la pena? ¿qué es lo que tengo que cuidar? ¿en qué poner atención? Preguntas, han habido un montón.

También malestares. Creo que han habido muchos malestares. El malestar es una potencia para la revuelta, malestar es lo que nos empuja a combatir un estado de cosas. No encajar, sentir que la realidad te oprime, te aplasta, te asfixia. Es una potencia de subversión, para agujerear la realidad, para ir más allá de lo que se propone. Malestar creo que ha habido muchos, con respecto al Estado y con respecto al mercado. El Estado porque —más allá de sus mejores intenciones— su manera de actuar siempre es muy fiel a las desigualdades. Por ejemplo, dice: “Hay que confinarse” y seguramente meterse en casa es lo más sensato. ¿Y los que no tienen casa? ¿Y los que no pueden confinarse porque no pueden estar en casa porque viven en una casa muy chiquita con una familia inmensa? ¿Y los que viven al día? El Estado legisla como si todos fuésemos la clase media. Por eso, se tiene que organizar aquí una despensa (un comedor comunitario), porque no es así. Y la sociedad tiene que activarse porque el Estado legisla como si todos tuvieran una casa estupenda, con todos los servicios para pasarla bien. Y no es así. El Estado es muy ciego, legisla desde lo que deben ser las cosas, pero luego está lo que son las cosas. En lo que son las cosas, hay desigualdades, de clase, de género, de edad… y también hay singularidad, cada uno somos una singularidad, cada vida tiene una peculiaridad.

Y por supuesto, con respecto al mercado, hemos visto como una evidencia que el mercado no cuida la vida, que no había mascarillas, que no había respiradores, que había precariedad. Su lógica no es la de los valores de uso, sino la del beneficio. Y el beneficio está por encima de la vida. Marx decía que el mercado sigue una lógica extraterrestre, porque está por encima de la tierra, por encima de los terrestres… todos hemos podido ver que el mercado no cuida la vida.

Por último, yo diría que ha habido deseos nuevos, también. En la experimentación de cierto silencio (de los que hayan podido, estamos hablando), en el tiempo reapropiado, en un tiempo que ya no es la rueda del hámster que siempre gira y gira, y siempre nos falta tiempo para, nunca tenemos tiempo, siempre en una carrera hacia otra cosa y de repente… en ciertos encuentros o reencuentros que ha habido con la naturaleza, desde los pájaros en la ventana hasta los paseos sin coches. Otro encuentro con el entorno. En el cuidado de los más cercanos, en el cuidado amoroso de desconocidos, en prácticas creativas caseras para habitar el tiempo, en la intensificación de los vínculos. En miles de experiencias distintas, se han despertado las ganas de vivir de otra manera, en otro contacto con los demás, en otro contacto con el silencio, con la naturaleza, con el tiempo. Me parece que todo eso es el caldo de cultivo, el humus, la materia prima de una tercera respuesta.


¿Cuál es el desafío? Me parece que el desafío más importante que tenemos es el de inventar otra concepción de la política, reconcebir lo político.


Mientras sigamos pensando que lo político pasa por “los” políticos, por lo que pasa en el Estado, por las luchas de poder, por las intrigas de palacio, por quién ocupa las posiciones, etc. y no pensemos que lo político es lo íntimo que se comparte con los demás, lo íntimo que nos pasa a cada uno, es decir, esas preguntas, esos malestares y esos deseos, que logramos socializarlos, ponerlos en común, compartirlos con otros y que eso es lo político, me parece que lo político está siempre seco.

No tiene la fuerza de lo existencial. Habría que reinventar lo político, uniendo lo político a lo existencial. ¿Y qué es lo existencial? Es lo que nos pasa. Son preguntas que nos pasan, malestares y deseos que nos pasan y queremos compartir. Un espacio de compartir lo que a uno le pasa por el cuerpo, lo que a uno le pasa en lo más íntimo. En tanto que pensemos que la política es algo que pasa en esferas distintas a lo íntimo, la política se queda seca, se queda dormida. ¿Dónde está la fuerza del movimiento feminista? En unir las vidas cotidianas, el cuidado, la violencia, etc. a lo político. Siempre que lo existencial se une a lo político, hay energía, hay fuerza. Siempre que se separa, hay debilidad, hay luchas entre camarillas.

La transformación social no tiene sólo que ver con hacer demandas al Estado para que las solucione, sino que es también la expresión, la organización, la elaboración de esas preguntas radicales sobre el sentido de la vida. Hacer política es compartir preguntas sobre qué hacemos en esta vida que compartimos con otros en sociedad, eso es la política para mí. Es la pregunta por lo común. La pregunta original de la Polis: ¿cómo nos vamos a organizar para vivir juntos? La sanidad, la educación, las calles… eso es la política. La pregunta por lo cotidiano, pero que sale de la esfera de lo íntimo, de lo individual y se comparte con otros. Y parecería que hoy el desafío de nuevo está ahí.

Respuestas a esta situación de catástrofe en la que vivimos, que no es una catástrofe puntual, sino un estado catastrófico del mundo debido a una lógica de beneficio que no mira consecuencias. El desafío estaría ahí: en reinventar la política y dotarla de un contenido existencial. Que en la política pueda entrar lo íntimo de cada cual, la que a cada uno le preocupa más, sus preguntas, sus malestares.

*Por Amador Fernández Savater para Revista Ají. Transcripción del coloquio “Habitar y gobernar la incertidumbre. Reflexionar en común en tiempos confusos”, realizado el miércoles 15 de julio en Espacio La Atenea de Madrid.

Palabras claves: filosofía, neoliberalismo, pandemia, politica, sociedad

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