Internet se rompió

Internet se rompió
10 septiembre, 2020 por Redacción La tinta

El discurso de Silicon Valley parece estar cambiando. Hace tiempo, sus cabezas reconocieron que Internet se les fue de las manos. ¿Habrá modo de desintoxicar las redes sociales de la dependencia a las pantallas, los discursos de odio, las fake news y la vigilancia masiva?

Por Axel Marazzi para Anfibia

Hace tiempo que vengo leyendo a algunas de las personas más importantes de la industria tecnológica arrepentidas. Arrepentidas porque los productos que crearon, sobre todo, las redes sociales, terminaron convirtiéndose en algo diferente a lo que habían imaginado. Nos volvieron dependientes, desinforman y amplifican el discurso de odio como nunca antes nada lo hizo y, como si fuera poco, exponen datos que deberían ser privados. Esto terminó haciéndole mal no solo a sus usuarios, sino también al mundo. Incluso, aquellos que decidieron quedarse afuera de esas plataformas sufren sus consecuencias. Por eso, decidí escribirle al estadounidense Mike Monteiro, un diseñador que, conociendo la industria desde adentro, se convirtió en uno de sus críticos más férreos. Después de dos semanas, recibí una notificación en mi celular. Era un correo suyo: “Enviame las preguntas”.

Te doy un poco de contexto. Soy de los millennials más viejos. De esos que no se sienten tan millennials aunque estén pegados a internet como si fuera falopa. De hecho, crecí sin internet ni celular. En mi casa, había teléfono de línea y, para llamarme a cenar, mi vieja salía a la puerta y gritaba mi nombre hasta que yo, que siempre estaba dando vueltas por mi barrio del conurbano, la escuchaba y volvía. La otra opción era llamar por teléfono a la casa de mis dos o tres amigos para decirle a sus padres que me avisaran que fuera a comer. Hoy, soy, probablemente, la persona que más rápido contesta un mensaje de WhatsApp que conocés. Hace poco, un amigo me dijo: «No había terminado de escribirte y ya me habías devuelto el saludo. No estás bien».

Tiene razón. El celular es el medio a través del cual me comunico, hablo con mis amigos y trabajo. A través del cual, en cierta forma, vivo. Y eso sacando de la ecuación que estamos en el medio de una pandemia y que internet se convirtió en una salvación a la hora de realizar videollamadas por Zoom, seguir en contacto con seres queridos y hasta trabajar desde nuestros hogares.

La primera computadora que tuve, una Pentium 486, llegó a mi casa cuando yo tenía 15 años. Podría decir que me cambió la vida, pero no sería cierto (porque todavía no tenía internet). Dos años después, empezaron a aparecer los servicios gratuitos: Full Zero, Alternativa Gratis, DeArriba, Datafull y Tutopía fueron los primeros. Entonces sí: mi mundo cambió. Estilo Stranger Things, pero sin monstruos noventosos con Sacoas de fondo. Para un pibe curioso, tener acceso a una cantidad de información inabarcable era el paraíso. Fue ese el motivo por el cual Tim Berners-Lee, creador de la Web, decidió desarrollarla: el acceso al conocimiento. Berners-Lee la inventó con la ilusión de generar un “espacio libre y abierto para que la humanidad pueda compartir ideas y conocimientos”. Durante un tiempo, funcionó, pero, hoy, se pudrió todo.


La vieja mula ya no es lo que era. Internet se rompió. Bah, la rompieron las cabezas de Silicon Valley que empezaron a innovar sin que les importara en lo que pudiese llegar a pasar. Con la aparición de Facebook allá por el 2006, internet pareció haberse convertido en la meca de la conectividad. La comunicación constante e instantánea había alcanzado su máxima expresión, pero nunca hubiéramos imaginado que íbamos a terminar donde estamos ahora.


Hoy, el discurso de odio inundó las redes sociales, nos dimos cuenta de que pasamos un tiempo insano con nuestros dispositivos y las fake news y la desinformación están por todos lados. La vigilancia masiva por parte de los Estados es moneda corriente. Puedo citar dos que cambiaron el curso de la red. El primero fue el de Cambridge Analytica. El segundo fue el que involucró a Edward Snowden, informático que develó el programa de espionaje masivo de la NSA contra ciudadanos propios y ajenos en 2013. Siendo optimista, se podría decir que estamos ante un panorama terrible. Berners-Lee, como todos los que habitamos internet, lo sabe: “Mientras la Web creó oportunidades, dando voz a grupos marginados y haciendo más fácil nuestra vida, también creó oportunidades para los estafadores, dio voz a los que proclaman el odio e hizo más fácil cometer todo tipo de crímenes”, escribió en una carta abierta cuando la Web cumplió 30 años.

El daño es tan grande que estamos viendo cómo el relato que llega desde Silicon Valley empezó a cambiar. Hoy, ejecutivos y empleados salen del clóset y admiten, con vergüenza, que están arrepentidos porque lo que hicieron, las plataformas que crearon, dañaron a millones de personas. En resumidas cuentas, admiten que hicieron las cosas mal.

Quizás, el que mejor lo plasmó fue Mike Monteiro en Ruined by Design (2019), que abre con una frase demoledora: “Diseñamos redes sociales sin forma de lidiar con el abuso o el acoso. Diseñamos un sistema de incentivos financieros que llevó a Mark Zuckerberg a afirmar que lo que es bueno para el mundo no es necesariamente bueno para Facebook y llevó a Jack Dorsey (fundador y CEO de Twitter) a creer que el engagement era una métrica más importante que la seguridad de los usuarios. Por acción o inacción, por culpa o ignorancia, diseñamos un mundo para que se comportara exactamente como se está comportando”.

Le escribí a Monteiro sin esperanzas de que me fuera a contestar, pero lo hizo. Las respuestas no son nada alentadoras.

—¿Les creés a las cabezas de Silicon Valley cuando dicen que quieren que pasemos tiempo valioso dentro de sus plataformas?

—No. Pienso que son adictos a hacer dinero a partir de nuestra adicción a los productos que crearon. Todavía están enfocados en mantenernos pegados a sus creaciones la mayor parte del tiempo posible. No le prestes atención a lo que dicen, prestale atención a lo que hacen.

—¿Nos ayudarán las características de bienestar digital que implementaron las redes sociales con la intención de alejarnos de nuestros dispositivos o ya estamos perdidos?

—No estamos perdidos. Perdidos implica que nosotros somos los culpables. Estamos usando los productos como fueron diseñados para que los usemos. Ellos los diseñaron para que nos volviéramos adictos y nosotros lo hicimos. No fue un accidente de la tecnología, sino una decisión consciente. Es ridículo esperar que esos productos curen nuestra adicción porque fueron creados por las mismas personas que la generaron. Como dijo Audre Lorde: “Las herramientas creadas por el amo nunca desmantelarán su casa”.

En otro libro publicado a principios de 2019, llamado Zucked: Waking Up to the Facebook Catastrophe (2019), Roger McNamee, uno de los primeros inversores de la plataforma y consejero de Mark Zuckerberg durante años, cuenta cómo notó que la red social le estaba haciendo mal al mundo: “Explicaré cómo actores explotan el diseño de Facebook y otras plataformas para lastimar e incluso matar personas inocentes. Cómo democracias están siendo socavadas por las decisiones de diseño y de negocios de plataformas que niegan la responsabilidad de sus actos. Cómo la cultura de estas compañías hace que los empleados sean indiferentes al lado negativo de sus creaciones”.

También le escribí a Scott Berkun, quien publicó The Myths of Innovation (2007) y trabajó para compañías como Microsoft desarrollando nada menos que el Internet Explorer y WordPress. Me dijo que las personas que desarrollan este tipo de productos tienen problemas para ver lo terrible que son las consecuencias negativas de su trabajo y esta ignorancia puede hacerle mal a millones: “Es posible que sean honestos al tratar de reducir la adicción al mismo tiempo que subestiman la escala y la complejidad del problema”.

Hace un tiempo, vi el documental de Netflix llamado Minimalism que hizo Joshua Fields Millburn junto a Ryan Nicodemus. En él, los creadores apelan a un consumo más consciente no solo de la tecnología, sino de cualquier otro producto. Una vida más minimalista y menos efímera donde haya sentido detrás del consumismo. Racionalizar el consumo y hacerlo por necesidad y no por inercia. Por eso, me interesaba su visión en relación al avance constante de las redes sociales sobre nuestra vida. Fields Millburn asegura que el scrolling es el smoking (fumar) de la nueva generación. “Si el significado de la tecnología es la conexión, ¿por qué dejamos que nuestros dispositivos creen una cortina de humo entre nosotros? Últimamente, se viene hablando sobre ‘construir un muro’, pero tal vez ya hayamos construido uno, una barrera de atención entre nosotros y las personas en nuestra vida cotidiana”, aseguró Fields Millburn.

Pero bueno, basta de frases apocalípticas. Si se le puede encontrar algo ¿bueno? a todo esto es que cada vez más usuarios, al menos los que, de alguna manera, seguimos la tecnología más de cerca, sabemos que lo que dicen Monteiro, McNamee, Millburn y Berkun es cierto. Hace un tiempo, empezamos a preocuparnos no solo por cuánto tiempo pasamos delante de las pantallas, sino también a la desinformación, el odio y nuestra privacidad. Así empezaron a aparecer los arrepentidos. Empleados y exempleados de las compañías de tecnología que moldearon nuestra realidad y que, conscientes de que la cagaron, empezaron a pedir perdón. Desde Sheryl Sandberg y Mark Zuckerberg, directora de operaciones y el creador y CEO de Facebook, hasta Jack Dorsey, de Twitter. Y en el medio de esos dos gigantes, muchos, muchísimos otros.

Hace un tiempo, Sandberg dijo en una entrevista que dio a la National Public Radio, después de la filtración masiva de datos de usuarios, que no hicieron lo suficiente para proteger la información de las personas que usan su plataforma. “Estoy muy arrepentida, Mark también.” En febrero de 2020, Zuckerberg sorprendió a todos: “No creo que las empresas privadas deban tomar tantas decisiones solas cuando tocan valores democráticos. Tenemos que equilibrar la promoción de la innovación y la investigación contra la protección de la privacidad y la seguridad de las personas”. ¿El creador de Facebook pidiendo más regulación?

Investigando para escribir este artículo, llegué a una charla TED que dio Dorsey donde contó cuál fue el mayor arrepentimiento en relación a su creación: la importancia que le dieron a los followers y a los likes: “Si tuviera que empezar otra vez, no enfatizaría tanto el recuento de ‘seguidores’. No enfatizaría tanto el recuento de ‘me gusta’”. ¿No te habrás dado cuenta un poco tarde, amigo? Hace poco, el creador del botón de retuit, Chris Wetherell, salió a mostrarse avergonzado por su desarrollo. Era el año 2009 e internet era un lugar completamente diferente al que es hoy. En ese momento, a Wetherell se le ocurrió crear un botón que permitiera amplificar un mensaje. Permitía que un usuario al que le había gustado un tuit pudiera mostrárselo a sus seguidores. Así fue como nació el botón que más contribuyó a romper internet. “Le entregamos un arma cargada a un niño de 4 años”, dijo en una entrevista que le dio a BuzzFeed. Tranca.

La cuenta es simple. Si vos creás una plataforma en la que priorizás el engagement y le das “premios” a los usuarios que más lo generan, está claro cuál será el resultado: personas enganchadas a esos servicios buscando publicar contenidos que generen likes y que sumen seguidores. No te podés desentender después de lo que terminó pasando. Es lo que me dijo por WhatsApp Santiago Bilinkis, emprendedor y autor de Pasaje al Futuro (2014) y Guía para sobrevivir al presente (2019): “En la elección de qué variables maximizás en el algoritmo y cómo ubicás los intereses de tu compañía y plataforma, estás determinando la ideología de tu tecnología”. Nada es gratuito. “Si bien es la persona la que mata usando un arma, el que la diseña lo hace para matar porque no tiene otro uso. El fabricante no es enteramente inocente”, agregó. Salvando la cruenta distancia, lo importante es que las personas entiendan cuál es la visión moral que hay detrás de cada una de las plataformas que utilizan y decidir si coincide o no con la suya. Si eso está claro, todo bien. El tema es que no suele estarlo porque las compañías, hasta ahora, venían escondiéndolo.

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Después del mea culpa, llegó el intento de resolver el problema que crearon. ¿Cómo? Hay varios frentes. Uno es el del “tiempo bien empleado”, el concepto que usan los CEO de grandes compañías tecnológicas, con Zuckerberg a la cabeza, para referirse a que no pasemos tiempo en el celular solo porque sí. Que no estemos scrolleando por el feed de Instagram, Twitter o Facebook sin pensar en lo que estamos haciendo, como si fuésemos autómatas; que cuando usemos el teléfono y las redes sociales haya un sentido detrás. Para eso, están apelando a un diseño más “humano”, más pensado en pos del usuario y no de que pasemos más tiempo en sus productos para poder, solamente, ganar más plata. Resumiendo, la intención es crear plataformas más empáticas con sus usuarios. No te digo que no les creo, pero voy a permitirme desconfiar teniendo en cuenta lo que hicieron hasta ahora y lo que me dijo Mike Monteiro.

Un ejemplo claro es la inclusión en iOS y Android de una herramienta para saber cuánto tiempo pasamos con nuestro teléfono y qué hacemos con él. Ah, no te conozco, pero te aseguro que cuando veas cuántas horas pasás con el celular por día no te va a gustar el resultado. Otro cambio que vimos es que Facebook modificó su algoritmo para poner énfasis en las interacciones entre familiares y amigos en vez de publicaciones de medios o marcas, y Apple, después de que su CEO dijera que estaba usando demasiado su iPhone y silenciara las notificaciones para reducir ese tiempo de uso, le está dando prioridad a las apps que apelan a mejorar la salud de los usuarios.

Estos sistemas no fueron diseñados para el goce de los usuarios, sino para mantenerlos pegados y así poder generar más ganancia. Esto originó problemas que nunca hubiéramos imaginado. No reconocerlo es inútil. Ahora, hay que intentar dilucidar cómo resolver esos problemas. Estar atentos a que esos ejecutivos que los crearon estén a la altura y, como dijo Monteiro, preocuparse por sus acciones más que por sus declaraciones. Algunos apuntan a la regulación por parte de los diferentes Estados; o a que deben ser multados; o a la educación de los usuarios; mientras que los más radicales que hay que empezar de cero porque no hay solución aparente. Es un debate abierto que, lamentablemente, no se cerrará en un corto tiempo.

El problema detrás de todo esto es que lo que están haciendo las empresas suena a chamuyo porque estas características no son tan utilizadas por los usuarios. En relación a esto, Bilinkis me explicó que “hasta que no haya un esfuerzo concreto y real de comunicación y de adopción de esas funcionalidades, por ahora es más window dressing que un cambio genuino”.

*Por Axel Marazzi para Anfibia / Imagen de portada: Pablo Boffelli.

Palabras claves: fake news, Internet, redes sociales

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