¿Colapsa?
Mientras pareciera que la pandemia se retira de los medios de comunicación, la Argentina tensa al máximo su sistema de salud y transita su peor momento en la batalla contra el coronavirus. Entre médicos agotados y contagiados, centros de salud saturados y gobiernos que se quedaron sin estrategias, ¿se llegará a un colapso total del sistema sanitario? Hablamos con la jefa de terapia intensiva de un hospital del distrito más mortal del país, con un médico de planta en la capital que se contagió de coronavirus mientras lo combatía y un bioinformático de Córdoba, que pintan un panorama desolador. Pero que estamos a tiempo de cambiar.
Por Facundo Iglesia
El colapso y la mente
Ya se están preparando. En febrero, como en todo el país, los médicos del Hospital Francisco López Lima de la localidad rionegrina de General Roca comenzaron a estudiar cómo combatir al nuevo “enemigo invisible”. Hoy, internalizan un protocolo de bioética para decidir, en caso de que haya una sola cama libre y dos pacientes que la requieran, a quién asignársela. La Dra. Cristina Orlandi, jefa de terapia intensiva en ese centro de salud, lo resume así: “Entran en consideración varias cosas: gravedad de la situación, la edad, patologías previas, si es frágil… se le asigna a la persona que tenga mayores chances de sobrevivir”.
Con 21 muertos de coronavirus cada 100 mil habitantes, Río Negro es la provincia que mayor tasa de mortalidad tiene en el país. Dentro de ese distrito, la ciudad de General Roca es la que más fallecidos lamentó hasta ahora: con 81.000 habitantes según el censo 2010, 52 personas fallecieron con la enfermedad. Los encargados de comunicárselo a la familia son los propios médicos: para no exponerlos al contagio, esa noticia se da por teléfono o por videollamada. Los familiares no pueden darle el último adiós a sus muertos.
Al 17 de septiembre, el 87% de las camas de terapia intensiva de Río Negro está ocupado. También supone un récord en el país, cerca de provincias como Jujuy, Mendoza, Santa Fe y La Rioja. Sin embargo, es más preocupante en la zona que comprende a General Roca: hay días en que hay un 100% de ocupación. “Nos ha ocurrido no tener camas de terapia intensiva en ningún hospital de la región”, dice Orlandi, “pero siempre se ha garantizado algún tipo de atención, aunque quizás no la que quisiéramos”. Es que ante la emergencia, el gobierno nacional envió médicos para reforzar las terapias comunes: eso significó la diferencia entre la saturación y el colapso. Sin embargo, admite preocupada que “de la saturación al colapso, hay un solo paso”.
Si bien desde el inicio de la pandemia, las camas del hospital se duplicaron (pasaron de 7 a 14), el cuello de botella no se produce en la cantidad de camas o de insumos: falta el recurso humano, ya que no hay suficientes médicos intensivistas. “No es una especialidad elegible, las condiciones salariales no están a la altura del sacrificio que representa y no hubo políticas al respecto. Somos solamente 1800 en todo el país: cuando esto termine, vamos a necesitar un plan de acción que lo revierta”, dice Orlandi.
Durante la pandemia, el resto de las patologías no cesa y también requieren internaciones. “Las cirugías programadas están suspendidas: se operan solo urgencias. A veces, ingresan pacientes con emergencias y no hay cama para intentarlos. Quedan en los servicios de emergencias”, describe Orlandi. En todo el país, la gente no solamente está muriendo de COVID-19: empieza a fallecer más gente por ACV, por meningitis, por accidentes de tránsito…
“Produce mucho estrés moral. Nosotros nos preparamos teóricamente, pero vivirlo es otra cosa”, cuenta Orlandi. “Se nota el cansancio, el agotamiento emocional. Los síntomas empiezan a aparecer en los trabajadores de la salud: insomnio, depresión, ansiedad, angustia…”, enumera. A eso, se le suma otro drama: el de los trabajadores de salud contagiados de COVID-19.
El colapso y el cuerpo
Era cuestión de tiempo. Al experimentar los primeros síntomas, Nicolás lo supo enseguida. Ya se los conocía de memoria. Hacía seis meses que este médico de 31 años atendió ininterrumpidamente pacientes de covid-19 en una clínica privada de la ciudad de Buenos Aires. Cuando le dieron los resultados del hisopado, pasó oficialmente a engrosar la lista de más de 17.000 trabajadores de la salud infectados en el país con el nuevo coronavirus, un agente microscópico del que se sabe muy poco, salvo que nos está ganando la batalla.
La clínica donde trabaja Nicolás tiene cuatro pisos y alrededor de 150 camas. En los inicios de la pandemia, solo un sector de una de las plantas estaba dedicado a atender pacientes de COVID-19. Hoy, el coronavirus ya se comió dos de los cuatro pisos. Ni siquiera en ese centro de salud, que cuenta con bastantes recursos, los recaudos alcanzaron para evitar que varios trabajadores se contagiaran: él fue el cuarto médico en infectarse.
Fiebre, dolor de cuerpo y pérdida de olfato fueron los signos que delataron la enfermedad y que motivaron a que Nicolás se sometiera a una revisión y a un hisopado. Su esposa, también médica, se contagió. Aunque ambos cursaron la enfermedad sin mayores complicaciones, Nicolás conoce de primera mano lo que puede causar el COVID-19: diarreas, falta de oxígeno en sangre (“se puede sentir como sed de aire”), afectación pulmonar. Y la muerte.
El 31 de agosto, a cuatro días del diagnóstico, Nicolás apenas se podía levantar de la cama. No le sentía el olor ni siquiera al quitaesmalte. Le dolía la espalda como nunca antes. Ese día, el día en que peor se sintió durante su aislamiento por COVID-19, se enteró. Un médico, excompañero suyo de la facultad, había fallecido por la misma enfermedad que él padecía. Juan Lobel tenía 47 años y 4 hijos. Trabajaba en el SAME. Antes de eso, fue trabajador telefónico y, pasados los 30 años, decidió que quería ser médico y se anotó en la universidad. A su tiempo, terminó la carrera y pudo cumplir su sueño. Después de un mes y medio de internación, falleció. En ese momento, había 75 trabajadores de salud muertos en todo el país por coronavirus.
Dos semanas después del diagnóstico, Nicolás se recuperó completamente y lo primero que hizo al volver fue chequear dos pacientes que había derivado a terapia intensiva con respiración asistida: no figuraban en el sistema. Revisó y habían sido derivados a un centro de rehabilitación: generalmente esta es respiratoria o motriz, para recuperar la fuerza, para moverse, para volver a orinar por sus propios medios. Tuvieron suerte, pero Nicolás trató varios pacientes que murieron tras meses en terapia intensiva. ¿Cómo puede ser, si a las 2 o 3 semanas uno “se libera” del virus? “El problema son las complicaciones que trae el mantenimiento de vida mientras están con el virus: algunos, por ejemplo, sufren infecciones asociadas al respirador, a los catéteres, a las traqueotomías o a ciertas drogas inmunosupresoras”, nos cuenta.
Con el correr de los días y el constante cambio en la disponibilidad de plazas, la clínica en la que Nicolás trabaja cierra y vuelve a abrir sus puertas por falta de camas en terapia intensiva. El riesgo mayor, sin embargo, estriba en un colapso por falta de personal médico, que se agudiza cuando alguno de los profesionales cursa la enfermedad. “Generalmente, trato 10 pacientes diarios: si un compañero no está, 15. Si dos compañeros no están, 20. El doble. ¿Cómo hago para seguir 20 pacientes en un día?”, se pregunta. Como él y como la Dra. Orlandi, numerosas asociaciones de médicos también se hacen, a escala nacional, esa pregunta: ¿Cómo hacemos?
El colapso y el cálculo
Los números son claros. En una carta firmada el 13 de septiembre por expertos de distintas disciplinas, se advierte que si no se toman medidas concretas, para noviembre podríamos tener 25.000 contagios y 400 fallecimientos diarios. Y acumular medio millón de infectados y 30.000 muertes. Para noviembre faltan tan solo dos meses. Pero para uno de los firmantes de la dura misiva publicada en el portal El Cohete a la Luna, no hay que esperar tanto: “Si normalizamos por población, el número de fallecidos diarios a hoy supera los máximos niveles que tuvo Brasil”, afirma Rodrigo Quiroga.
Quiroga es bioinformático y docente en la Facultad de Ciencias Químicas de la UNC. “Con la cuarentena estricta, todas las provincias del país lograron bajar los casos prácticamente a cero entre fines de marzo y mediados de abril”, afirma. Sin embargo, desde mayo -cuando los resultados eran comparativamente mejores al resto del mundo-, Quiroga advirtió en su cuenta de Twitter que el número de casos no era preocupante, pero que si seguía aumentando de manera constante en el AMBA, “en algún momento íbamos a llegar a un momento dramático y las provincias íbamos a seguir el mismo destino”. Ese momento llegó ahora.
Según el también divulgador científico e investigador asistente en el CONICET, “en este momento, las capitales provinciales están más complicadas: cuando lleguen a niveles de circulación viral más o menos equiparables a los que tiene el AMBA, van a empezar a aparecer brotes muy complicados de controlar en las ciudades y pueblos chicos. Y eso va a ser un drama muy problemático porque muchas de estas localidades tienen uno o dos médicos, y muchas veces ni siquiera hospitales”.
Asimismo, Quiroga asegura que “la percepción social del riesgo que implica esta pandemia está en su mínimo desde marzo. Y en realidad, el riesgo real está en su máximo”.
¿Qué factores no ayudaron? Para empezar, Quiroga considera que la comunicación del gobierno fue pobre. “No se observaron grandes campañas ni siquiera, por ejemplo, para enseñar sobre el correcto uso del barbijo”, ejemplifica. Además, asegura que en las conferencias en las que se disponían las distintas fases, faltaba claridad de por qué se lo hacía y se oían mensajes contradictorios entre los mandatarios nacional, porteño y bonaerense. En ese sentido, Quiroga opina que “la grieta política se tragó a las medidas sanitarias”. “Esta partidización es muy contraproducente y muy irresponsable”, afirma, y apunta contra las numerosas marchas que se realizaron contra el aislamiento.
¿El colapso, entonces, es inevitable? “Si no hacemos una cuarentena estricta de al menos dos semanas, no veo que podamos evitar escenarios dramáticos de decenas de miles de muertos”, advierte.
¿Hay espacio para tal medida? Para Quiroga, “el gobierno nacional sabe que es la herramienta más adecuada para bajar rápido y de manera eficaz el número de casos, pero después del fracaso -en el sentido de que tuvo un bajo acatamiento- del intento de julio, pienso que bajó los brazos”. Sin embargo, Quiroga no cree que sea una decisión para tomar a la ligera: “Deben establecerse conexiones con los gobiernos provinciales y con las cámaras empresariales. Debemos estar todos de acuerdo en que es necesario porque sino, no va a funcionar”.
Pero una cuarentena es solo una medida de emergencia, que por sí sola no alcanza. Quiroga propone otras decisiones complementarias que pueden tomar los gobiernos: por ejemplo, el rastreo y el aislamiento temprano de los contactos en la etapa de los casos sospechosos. Actualmente, se hace con los casos positivos: algo que funcionaba cuando los resultados de los tests tardaban 24 o 48 horas, pero hoy -debido a la saturación- el diagnóstico puede tardar más de cinco días. Cuando se le comunica al enfermo que lo está, probablemente él o ella y sus contactos ya hayan contagiado a varias personas. “La razón por la cual es tan difícil frenar el contagio es que cuando una persona se infecta, empieza a contagiar dos o tres días antes de tener síntomas”, afirma. Además, propone testear a trabajadores esenciales que, por su circulación, tienen altas chances de propagar el virus.
En cuanto a la responsabilidad ciudadana, Quiroga llama a evitar reuniones sociales y familiares. Y si no se pueden evitar, hacerlas al aire libre y no más de una por semana. “Conozco varios casos de conocidos y de compañeros de trabajo que terminaron infectando a miembros de su familia y la verdad es que es una situación muy fea sentirse responsable de la enfermedad de un ser querido”, confía. Y finaliza: “Se habla mucho de convivir con el virus y eso, intentando volver a la vida que teníamos en febrero, significa solamente una cosa: terapias intensivas colapsadas”.
¿Colapsa?
Para Quiroga, “el gobierno nacional va a tener que tomar una decisión fuerte, con claridad en los objetivos y en la comunicación”. Además de empujar para que eso suceda, desde la sociedad civil se deben seguir cumpliendo las medidas de prevención. Sin embargo, el bioinformático reitera que el objetivo no se debería circunscribir únicamente a evitar el colapso del sistema de salud. “También hay que llegar a la vacuna con la menor cantidad de infectados y de muertos posible”, dice. Suena obvio, pero algunos parecen haberlo olvidado.
*Por Facundo Iglesia / Imagen de portada: Livia Garofalo.