La ciencia nos salvará

La ciencia nos salvará
1 septiembre, 2020 por Redacción La tinta

Por Christian Camilo Díaz Barrios para Contra hegemonía

La ciencia por sí sola no puede romper los grilletes de la lógica capitalista en la cual está inserta y llevar al mundo a un ideal de producción de bienes útiles y de aumento del tiempo libre, sin que eso signifique desempleo. La ciencia sí presenta un gran potencial transformador, pero esto sólo puede ocurrir si viene acompañado de lucha política (Ricardo Antunes, 2010).

En estos tiempos de Coronavirus, ha sido abundante y apabullante el material mediático que nos informa de las bondades de La Ciencia y su desinteresada labor. Sí, La Ciencia con mayúsculas iniciales. Desde los rincones más apartados, hay un grupo de científicxs que desafían al tiempo en la búsqueda incesante de una alternativa al tapabocas. Vale aclarar que por rincones no me refiero ni a Contratación, ni a Maimará, ni a Tahal, ni a Macondo, sino a esos otros rincones con amplios desarrollos tecnológicos, mejor dicho, los rincones donde se acumula el polvo del capital.

Y sólo nos resta esperar entonces a que algún equipo de nobles científicxs descifre el enigma del portentoso virus, y construya la vacuna que se multiplicará como aquel muchacho lo hizo con panes, peces y vino (no nos olvidemos del vino). Hay que creer que lo lograrán y esperar con paciencia. Quizás con menos paciencia de la que esperan las poblaciones más pobres del mundo la cura de la malaria, la leishmaniasis, el dengue, el Chagas, la diabetes, el cáncer y etcétera. Pero para evitar impaciencias se puede esperar la cura con un fármaco bien vendido y administrado, y si no ha llegado la cura, creer que llegará.

Para ampliar esta postura, me arriesgo con un párrafo con tono literario y del mismo valor histórico que el casi gol de Yepes en el partido Colombia-Brasil en el Mundial precisamente de Brasil 2014 (porque lo anularon impunemente, no lo olvidaremos):

Los profetas de La Ciencia descienden del Instituto y anuncian la verdad con las tablas de la Revista Nature: “Como tantas otras veces, el conocimiento nos será dicho. Los caminos de la validación son insondables y misteriosos. Paciencia; tarde o temprano, La Ciencia nos salvará. No teman, que el Único conocimiento siempre ha sabido dar respuestas. Llega a su tiempo, y habla con la verdad”.

Una aglomeración de fieles aclama a viva voz a sus profetas y espera la venturosa venida del día del método: La Ciencia nos dirá cómo fue todo, el principio y el final. En el medio de la feligresía, un grupo regurgita saberes ancestrales en un acto público de arrepentimiento; una camarilla de vecinos se sienta y dice en voz baja que no entienden, pero que sus hijos entenderán, y tomarán sabias decisiones públicas basadas en las mejores definiciones de La Ciencia, pues para eso van a la escuela; otro grupo de sacerdotes masculla insultos en un rincón, pues consideran que los que hablan no han interpretado bien La Escritura, se muerden los sacrílegos labios a falta de un computador para escribir un comunicado-queja.

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Mientras tanto, otro grupo de sacerdotes de La Ciencia se encuentra en una amplia oficina con paredes color marfil y un escaso mobiliario. El escritorio vidriado no tiene más que un cáctus (de esos que atrapan malas energías), y en un costado la biografía más autorizada de las autorizadas de Mandela: “Mandela no fue un resentido”. Dos jóvenes rubios hasta donde pueden y bronceados hasta donde deben, sonríen con sus dientes color marfil Colgate mientras terminan de saludar al sacerdocio que se ubica como puede en dos sillas incómodas, pero muy ergonómicas.

¿Para cuándo tendrán la vacuna? Pregunta uno de los jóvenes exhibiendo una formal y pragmática mueca de sonrisa.

No sabríamos decirles. Todo depende de la aprobación del Ministerio, OMS y de los recursos con los que contemos. Responde el obispo, o director de investigación, o como quieran llamarle.

Mi primo el ministro ya tiene el protocolo y sólo espera nuestra orden. Por los recursos no se preocupen, mientras hablamos la sede central ya envió los equipos y están llegando a la universidad. ¿Para cuándo entonces?

Siendo así, en unos 2 meses podremos hacer los primeros ensayos. No somos muchos en el equipo y no sabemos quién se ofrece.

El Estado puede pagar más becas, si es que necesitan más capital humano, mi mejor amigo de la universidad es Ministro. Y los medios construyen el panorama heroico para encontrar voluntarios. De todas maneras, pase lo que pase, no hagan ningún anuncio sin consultarnos. Estamos a la espera de que las acciones en la Bolsa coticen un poco más alto. Si hay eureka, nosotros les informamos cuándo y qué decir.

¿Cómo así? Se arriesga a preguntar un viejo sacerdote que está a un libro y dos artículos de ser obispo.

No es tan difícil de entender. Cuando tengan la vacuna, nos informan y la campaña de difusión será coordinada entre nosotros, la universidad y el Estado. Como es el mismo equipo de comunicación, no es tan difícil. Esto lo manejamos nosotros, ustedes ocúpense de sus dogmas y el Erlenmeyer.

Pero no es seguro que tengamos la vacuna ni que sea efectiva. Además, no sólo usamos Erlenmeyer.

Y nosotros tampoco tenemos seguro si ustedes o cualquiera de las otras cinco universidades públicas y privadas que contratamos tendrán primero la vacuna. Hay que esforzarse. Hasta luego.

Una nueva sonrisa Colgate cierra la puerta a estos afables sacerdotes de la ciencia. Se preguntaron algunos al salir si es que sirven a otro dios. Ninguno se atrevió a pronunciar el nombre de El Capital en vano.

Abandono por imposibilidad evidente cualquier pretensión literaria. Y antes de caer más en el ridículo, intento ampliar algunas de las reflexiones que aparecen en estos amagos de narración.

La divina ciencia

Desde hace un buen tiempo, una cierta idea de comunidad científica y ciencia se afianza en el imaginario colectivo: divina, pero no por bonita, sino por sacra: omnipotente, omnisciente y omnipresente. Esta posición está fundamentada en otras características atribuidas a la actividad científica: progresiva y progresista, porque avanza al galope de descubrimientos asombrosos y beneficiosos; neutral hasta lo más técnico de la médula; históricamente victoriosa ante cualquier desafío; comunitaria porque hay mecanismos puros, impolutos e higiénicos de validación colectiva; y humanitaria por su moral de alto calibre, entre otros muchos valores atribuidos a la actividad científica.

Esta caracterización estereotipada ha sido ampliamente debatida por epistemólogxs, historiadorxs y docentes de ciencias en diversos momentos y latitudes que ejemplifican que la ciencia y lxs científicxs lejos están de semejantes caracterizaciones.

Sin embargo, todo este andamiaje pareciera tirarse al piso en atención a una cruzada contra una suerte de herejía latente y que emerge en la pandemia en las carnes de brujas, chamanes, terraplanistas, descreídos y seguidores del anarcoindividualista Feyerabend.

Toda la herejía en una sola bolsa. Nada más sino la ciencia podrá tener respuestas a los desafíos que enfrenta la humanidad: defender la ciencia a toda costa, cerrando filas y empotrando creencias ante la crisis pandémica desatada por ese enemigo invisible ¡Advertencia! Hablan del virus, no de la mano del mercado.

La comunidad científica amparada en esta disputa – facilitada por tanto mercachifle que vende alegría al por mayor: cloros, fósforos y pelos en la biblia se anuncian como curas milagrosas (arropados muchxs en la misma doctrina científica)- nos mencionan que la única voz autorizada para entender y comunicar por menores es la de lxs científicxs ¿Cuál científicx? No importa, porque habla por la ciencia y la entiende: su voz es técnica y neutra, no hay ideología, no hay intereses, no hay seres humanos, sólo emisarixs divinxs.

Reza así el sacerdocio de científicxs que, entre tanta desesperanza, hay que creer en La Ciencia. Como protectores de los grandes profetas de la independencia de la razón del alma, del espíritu y el misticismo, y portadores de la sacra alianza firmada en la ilustración y ratificada en la conquista y colonización occidental, expresan con pomposa argumentación que la humanidad no sería lo que es sin La Ciencia. Y viendo lo que es la humanidad hoy, uno no sabe si se están haciendo un favor o es un ataque solapado.

Datos y más datos, cuadros, filminas, gráficas, proyecciones, puntos de inflexión y picos, cualquier orilla ideológica tiene un grupete de científicxs que valida decisiones políticas y económicas. Y además ahora con promesas: una vacuna nos salvará. Qué más nos falta para decir que La Ciencia lo es Todo.

La ciencia se procura instalar así como una verdad incuestionable (salvo por los propixscientíficxs), sin pena de ser excomulgado o banalizado. Y no estoy hablando de la estupidez del terraplanismo. Hablo de cómo la ciencia se entroniza como el único saber válido. Porque si bien no es tema de este escrito, y otras personas lo hacen mejor, poco espacio se da para problematizar la idea de la ciencia como un conocimiento superior a otras formas de conocimiento.

Llegado aquí quiero aclarar, para evitar suspicacias de herejía insolente, que no quito el mérito a lo que muchas personas dentro de la ciencia han hecho y lo que siguen haciendo. Más bien el intento es pensar qué lugar le estamos dando a la ciencia y qué ciencia queremos construir.

Pues, cuando se considera, como en el título de este escrito, que la ciencia nos salvará, habría que ver si esa Ciencia estará en todas partes, como un buen dios debe estar. Y si ese “nos” incluye a toda la humanidad. Y la respuesta es obviamente no, pues no es ningún dios y depende en gran medida de la misma matriz de producción en que se afianza la investigación científica: la valorización del capital.

La ciencia corporativa

Estos tiempos de Coronavirus han dejado expuesto con claridad cómo una gran parte de la actividad científica está íntimamente vinculada a las dinámicas de apropiación de capital. Los titulares de noticias abundan en menciones de que tal o cual equipo de investigación de tal o cual empresa farmacéutica tiene en la punta de la lengua la fórmula milagrosa para librarnos del coronavirus, y así poder volver a una nueva normalidad, donde abandonemos la inseguridad de consumir con papel moneda contaminada y nos refugiemos en la certeza aséptica de las compras por internet. Vacunados y con la felicidad a un clic de distancia.

Grandes emporios farmacéuticos compiten por los recursos estatales que financien investigaciones que definan un tratamiento efectivo o una vacuna. Los grupos de inversores, como quien compra un número en el hipódromo, destinan fuertes sumas de su capital financiero al caballo más veloz. Las universidades estatales se asocian con empresas para ensayar tratamientos. Y en un terreno más habitual, aparecen cada día científicxs argumentando que lo que dice aquel otro científico no es verdad, que ese tratamiento es pura pantalla, que el efectivo es el que él recomienda. Y entre tanto, cada uno se escupe en la cara el peor insulto para la academia científica: pseudocientífico. Una salvajada.

Lo que vivimos del coronavirus no es nuevo. No cabrían las páginas para citar cuántxs científicxs trabajan para el agronegocio, la industria militar, la banca y los fondos de inversión, las otras ramas de la industria farmacéutica, la industria alimenticia, la tecnología y la técnica, la publicidad, etc. El vínculo ciencia y capital crece en términos exponenciales, tanto como las ventas de hidroxicloroquina; o el sueldo del Gerente para el Coronavirus que puso el subpresidente colombiano para atender la pandemia[1].

Ya hemos visto también cómo la mayor parte de las empresas científicas destinan acciones a aquellas áreas donde se maximiza la acumulación del capital y, por ende, encuentran sosiego sólo quienes pueden acceder comprando la ¨bienaventuranza científica”. Esperan en el sueño de los justos las poblaciones pobres que padecen otras enfermedades, plagas y epidemias tanto o más mortales que la COVID-19. Incluso, quienes hoy padecen la COVID-19 son las clases populares en la mayor parte de los países: pobres, negrxs e indígenas, mujeres y población LGBTI+.

Y en este panorama, todo parece indicar que, dentro de los tantos proyectos registrados en la OMS para obtener la vacuna, hay algunos galgos que ya asoman la nariz en la meta. Sólo queda expuesta la puja entre los Estados por quién compra primero los derechos de producción (financiación estatal para laboratorios privados) y sabrá el dios capital cómo se distribuye; no habrá plegaria que no mueva una jeringa sin un dólar mediante. El juego político se decanta en quién se lleva el botín y qué imperio se posiciona en la llegada al espacio.

De esta manera, convivimos y parecemos apostar sin más a una ciencia corporativa, totalmente alineada a la ideología del capital, por más neutralidad que quiera aparentar, por más promesas de felicidad general que quiera enmascarar, y aunque el sacerdocio pronuncie a boca llena que nada tiene que ver con lo que se haga después con su producción y desarrollo.

Esta Ciencia publicitada y hecha divina, con mayúsculas iniciales, tiene apellido también, es La Ciencia Corporativa, que seguramente encontrará la vacuna y la repartirá como bien sabe hacer: con Visa o Mastercard.

Así, ¿es esta ciencia corporativa librará a la humanidad del coronavirus? A la humanidad de siempre, como siempre. Fortalecerá el virus del capitalismo, es lo más seguro. Y así qué chiste.

Aclaraciones necesarias: Una ciencia comunitaria y popular

No quiero dejar en el aire, en este esbozo de opinión, que me posiciono del lado del fascismo religioso, o de la opinionitis postmoderna,o incluso, que resto todo valor a la importancia de defender la actividad científica como uno de los caminos posibles para construir conocimiento comunitario y popular. Pero… todo tiene peros: comunitario y popular riñe mucho con una ciencia corporativa. Una defensa de la ciencia per se entonces es hacerle el juego a una supuesta neutralidad que tiene todo de ideológica. Debemos acompañar esta defensa de una organizada lucha política por otro mañana donde los valores comunitarios y populares sean el eje de nuestras investigaciones. Un mañana donde las clases populares tengan acceso real (y no declarativo) a la actividad y producción científica, y que ésta atienda las necesidades más urgentes de la población pobre y sumida en condiciones de miseria. De nada vale la lucha por más presupuesto público para becas y carreras de investigación si es para seguir engrosando el ego con artículos y libros o para adornar y validar las investigaciones estratégicas de las lampreas empresariales.

Intentar bajar del curulito divino a la ciencia o desnudar sus relaciones con el capital es una tarea necesaria, pero no suficiente. En este marco, la tarea realmente ineludible es luchar por una ciencia comunitaria y popular, como lo vienen haciendo algunas organizaciones y colectivos de investigación vinculados orgánicamente (y no declarativa o extractivamente) con las luchas populares, campesinas y comunitarias en muchos lugares del continente.

Porque nos es preciso un mañana donde lxs científicxs se comprometan con el desarme de las lógicas del capital y colonialismo que la condicionan, y tanto acomodo permiten. Un mañana donde la ciencia conviva con otras formas de conocimiento y saberes. Y así también, lxs docentes problematicemos el hecho de que la ciencia se constituye casi siempre como el único saber válido y posible de ser enseñado y aprendido; una actividad científica y pedagógica que sea capaz de aprender de las lógicas y saberes comunitarios que han nutrido la vivencia de las clases populares ante tanta podredumbre histórica.

Por eso, la cita inicial de Antunes resulta tan valiosa en estos tiempos, y merecedora de remarque: la ciencia tiene un potencial transformador, pero sólo sí viene acompañada de lucha política. Eso implica, entre otras tantas cosas,abandonar la comodidad de los comunicados declarativos en contra de todo. No sobra así repetirlo que ya hemos dicho y otrxs mucho mejor: la lucha política organizada con las comunidades es la que construye otro mañana, sí es que otro mañana es nuestro sueño. Una ciencia con otra ética.


En estos momentos de pandemia, con el teatro del libre mercado que teclea la salvación en la ciencia, se avizora el peligro de siempre: que lxs de abajo queden excluidxs. Por eso, con la vacuna del coronavirus no nos puede volver a pasar lo que siempre nos pasa con la mayor parte de las producciones científicas: que sus resultados tangibles llegan sólo a la población más acomodada (y allí, quizá, nosotrxs), mientras las clases populares les dejamos la tarea de seguir creyendo que llegará algún día esa divinidad.


Si estas falaces divinidades se hacen de oídos sordos, resulta imperioso que nos vean y escuchen. El mañana de esta futura “nueva normalidad” aún está por definirse, por concretarse, por tanto, aún tenemos otra oportunidad de que la ciencia comunitaria y popular, y el acceso integral a la salud puedan ser realmente para todxs. Lo tenemos que hacer nuestro. No nos queda otra que seguir organizándonos y luchar por ese mañana.

*Por Christian Camilo Díaz Barrios para Contra hegemonía / Imagen de portada: UNCiencia.

Palabras claves: Ciencia y Tecnología, covid-19, pandemia

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