Extractivismo forestal y olvido social en la región chaqueña argentina
La Ecoregión Chaqueña, en Argentina, es un ámbito biótico que se caracteriza por ser una vasta llanura modelada por importantes ríos y cubierta por una gran variedad de especies arbóreas de distintas características matizadas por pastizales y humedales.
Por Guillermo Alfonso para ANRed
A raíz de la denuncia que realizó la organización ecologista Greenpeace hace unos días, acerca del continuo avance de la deforestación en la Ecoregión Chaqueña aún en tiempos de pandemia y cuarentena, me parece importante contextualizar e historizar brevemente un proceso que obviamente no es nuevo y que parece imparable aún con todas las normativas existentes y las denuncias realizadas.
La Ecoregión Chaqueña, en Argentina, es un ámbito biótico que abarca dos sub-ecoregiones, a saber: el Chaco Seco (de unos 493.000 km2) y el Chaco Húmedo (de aproximadamente 120.000 km2). Forma parte, del Gran Chaco Sudamericano que cubre un territorio de más de 1 millón de km2 compartido por Paraguay, Bolivia, una pequeña porción de Brasil y nuestro país. Cabe decir que en el extremo noreste de Mendoza se “introduce” una cuña del Chaco Árido, representado por los bosques abiertos de algarrobo de Lavalle, Santa Rosa y La Paz.
Se caracteriza por ser una vasta llanura modelada por importantes ríos y cubierta por una gran variedad de especies arbóreas de distintas características matizadas por pastizales y humedales. La gran variedad de ambientes de esta extensa región hace que posea una gran biodiversidad.
Gran parte de la región se encuentra desde hace mucho tiempo totalmente antropizada, especialmente por el avance urbano, turístico y agropecuario. Desde hace siglos, habitan comunidades indígenas que se cuentan, actualmente, entre las poblaciones más olvidadas y vulneradas de la región. Se trata de integrantes de las comunidades Qom, abipones, mbayaes, payaguaes, mocovíes, pilagás y wichís, entre otros.
En este breve artículo me centraré especialmente en los espacios incluidos en las provincias de Chaco, Santiago del Estero y Salta, por ser allí en donde se está registrando el avance más salvaje de la frontera agropecuaria.
Un poco de historia
Podemos decir que, el proceso de deforestación con fines productivos comenzó casi inmediatamente después de que este territorio se incorporara a la jurisdicción del estado nacional hacia comienzos del siglo XX, siendo el último bastión de resistencia indígena en caer ante las balas y espadas del ejército argentino.
En la segunda mitad del siglo XIX, con el ingreso de la Argentina en la división internacional del trabajo dictada por las grandes potencias de turno, la explotación de los recursos naturales se orienta hacia la especialización de nuestro país como “granero del mundo”. Esto implicó que se valoricen de manera prioritaria los ecosistemas pampeanos y, por ende, el modelo de producción agrointensivo. Los bosques, en este contexto, servían sólo para alimentar las calderas de las locomotoras, para el alumbrado de las crecientes ciudades, para el alambrado de los campos y también para los postes y rodrigones elaborados con destino a los viñedos cuyanos. Los árboles que no servían a esos fines resultaban una molestia. Al igual que las poblaciones campesinas indígenas cuya economía se basaba en el equilibrado aprovechamiento del bosque y que quedaron marginadas del trazado ferroviario y fueron aisladas.
Sin demasiados cambios pero, sí con una profundización del proceso depredatorio, el esquema siguió funcionando durante la primera mitad del siglo XX. La combinación de una economía extractiva del monte con la imperiosa necesidad de las comunidades locales de subsistir mediante la ganadería, agudizaron la situación socioambiental hasta provocar desertificación, emigración de la población hacia los centros urbanos y pauperización de quienes se quedaban.
Sin embargo, tal como afirman Brailovsky y Foguelman (1993), “poner el acento solamente en la depredación lleva a una excesiva simplificación del problema”. Existe, dicen, “una dialéctica de conservación-depredación en la que las acciones en un sentido y en otro se interinfluyen mutuamente”. Citan a Jorge Morello (1987), quien señala que “en el interior de los países dependientes las regiones centrales destinadas a la producción agrícola para exportación están sujetas a un manejo conservador, que es subsidiado en función de la explotación irrestricta de otros recursos naturales complementarios en espacios periféricos”. Tal es el caso, sostiene Morello, “de la pampa húmeda en la Argentina, que opera en función del uso predatorio de bosques de madera dura del Chaco para provisión de maderas imputrescibles para alambrado, cercos, corrales, etc.”. En otras palabras, agregan Brailovsky y Foguelman, “para conservar en buen estado el suelo pampeano se elige arruinar el bosque chaqueño”.
Más allá de algunos intentos conservacionistas de Sarmiento y, sobre todo, de Florentino Ameghino, se insistió en hacer minería con los árboles del Estado. Un ejemplo entonces que a nadie debería asombrar fue la trágica historia de La Forestal (retratada en la película “Quebracho” de 1974, censurada desde luego poco tiempo después por la última dictadura).
Esta empresa que se instaló en el norte santafesino a principios de siglo y construyó un verdadero imperio para explotar los bosques de quebracho con el objetivo de extraer el entonces valioso tanino, empleado para curtir los cueros de las caballerías que luchaban en la I Guerra Mundial. Tan depredatoria fue la acción de esta empresa (tanto desde lo ambiental como desde lo social), que los efectos del descalabro aún se perciben hasta nuestros días: no sólo explotó los bosques con un criterio minero, sino también, desarticuló el entramado social existente construyendo relaciones clientelísticas y de cuasi-esclavitud. Su partida del país dejó como resultado casi 60 años de destrucción en una vasta región del Chaco.
El modelo se trasplanta
Si pensamos que con la partida de La Forestal el problema en la región se terminó estamos muy equivocados. En la década del ´70, de la mano de una coyuntura de demanda y de precios favorables para cereales, legumbres y oleaginosas, acompañada por una oscilación climática que hizo aumentar la cantidad de lluvias en aproximadamente un 20% (Brailovsky y Foguelman 1993), se adoptó acríticamente el modelo de agricultura pampeana en suelos que distaban mucho de ser tan aptos para esta actividad como lo son los de la región núcleo argentina.
El avance de las topadoras, no ya con el sentido de explotación selectiva efectuada en la etapa anterior sino lisa y llanamente para eliminar todo vestigio de un bosque de por sí muy maltratado, desembocó hacia fines de la década del ´80, con el retorno del clima original de la región, en una nueva y triste situación de marginalidad socioambiental: suelos destruidos y campesinos, minifundistas y puesteros expulsados.
El “boom” de la soja y el avance acelerado de la frontera agropecuaria
Hacia fines de la década de 1980, con el arribo del neoliberalismo más recalcitrante a la Argentina, se produjo un incremento sostenido del área dedicada al cultivo de la soja, a caballo de un contexto internacional favorable. El proceso, que en un primer momento se centró en la región pampeana, pronto sobrepasó sus límites para alcanzar a las provincias del noreste, especialmente Santa Fe, Chaco y Santiago del Estero, avanzando sobre el bosque chaqueño, tal como lo muestra el mapa.
Los gobiernos que se sucedieron aprovecharon el impulso dinamizador de la soja cuya exportación produjo abundantes ganancias a ciertos grupos concentrados pero, generó un nuevo y letal impacto sobre el bosque chaqueño. La pauperización social de los pueblos indígenas y de los campesinos minifundistas alcanzó niveles nunca vistos. La desaceleración del precio internacional de la soja hizo que el proceso también se frenara pero el daño ecológico y social ya estaba hecho.
Gobiernos provinciales, cómplices de empresarios inescrupulosos, y gobiernos nacionales que miraron para otro lado fueron el combo perfecto para acentuar la pobreza y el deterioro ambiental de una región siempre castigada. La creación de áreas naturales protegidas, la acción de organizaciones ambientalistas y la promulgación de leyes protectoras del bosque nativo, no han logrado revertir la tendencia depredadora.
Actualmente, amparados por los gobiernos provinciales, se verifica un avance de la actividad ganadera extensiva a través de terratenientes que incluso llegan a contratar mafiosos armados para desalojar a los campesinos que aún resisten la usurpación, tal como lo denuncia frecuentemente el MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero).
Con la emergencia de la pandemia actual el problema no se detiene. Cuando el gato no está las ratas están de fiesta.
*Por Guillermo Alfonso para ANRed / Imagen de portada: ANRed.
Bibliografía consultada
Brailovsky, Antonio E. y Foguelman, Dina. Memoria Verde. Historia ecológica de la Argentina. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 3ra. Edición, 1993 (pp. 193-206 y 301-304)
Pengue, Walter (comp) La apropiación y el saqueo de la naturaleza. Conflictos ecológicos distributivos en la Argentina del Bicentenario. Lugar Editorial, Buenos Aires, 2008 (pp. 53-57 y 155-209)
Reboratti, Carlos. Un mar de soja: la nueva agricultura en la Argentina y sus consecuencias. En: Revista de Geografía Norte Grande, Número 45, Santiago de Chile, Mayo de 2010 (https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-34022010000100005)