Yuyos El Milagro: la recolección como forma de vida
Seis familias del Paraje El Milagro, en el Valle de Traslasierra, realizan la recolección y el procesamiento de yuyos nativos con propiedades medicinales que nos llegan a la ciudad a través de diferentes emprendimientos de la economía popular. El desmonte, la estigmatización y la invisibilización estatal de un oficio ancestral que es patrimonio cultural y sanitario de nuestras tierras.
Por Soledad Sgarella para La tinta
Atamisqui, carqueja, palo amarillo, cola de caballo, poleo de monte, jarilla, palo azul, liguilla, pasionaria, marcela, paico, yerba del pollo, flor de brea, canchalagua, corteza de chañar, suico, guaycuru, altamisa, contrayerba, peje, matapulga, topasaire, peperina, yerba carnicera, canchalagua, yerba meona, llantén peludo. En pocos de nuestros patios o balcones urbanos, y con suerte, alguna de estas hierbas lograríamos hacer crecer. Lo que sucede es que los yuyos que recolectan las seis familias que trabajan en El Milagro se desarrollan en los montes nativos que aún quedan en Traslasierra.
“El uso de plantas como agentes medicinales es muy antiguo, incluso, anterior a la historia escrita. Hoy, los productos naturales continúan siendo una importante fuente de nuevas drogas y medicinas: alrededor del 55% de los compuestos utilizados como anticancerígenos y el 75% de las drogas empleadas para el tratamiento de enfermedades infecciosas son productos naturales o derivados semi-sintéticos de estos”, destaca César Catalán, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).
Mariana, Ramona, Mercedes, Gaspar, Cinthia, Julián, Manuel, Matías, Tito, Sebastián y Maricel son lxs integrantes del Grupo El milagro, y viven en los parajes San Isidro, Guanaco Boleado y La Travesía, pertenecientes a la Comuna de Luyaba, en el Departamento San Javier. Junto a Marcela Ledesma, de la Unidad Especializada En Bosque Nativo perteneciente a la Estación Forestal del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) – Villa Dolores, hace unos años, están organizándose colectivamente para que la recolección sea un modo de trabajo -y de vida- digna y sustentable.
El grupo se llama “El Milagro” porque Guanaco Boleado -el paraje donde se reúnen desde el comienzo- tiene una pequeña capilla en homenaje a la Virgen del Rosario del Milagro y no es novedad que, frecuentemente, en los espacios rurales, lo religioso motive lo social y lo familiar.
En la zona, la recolección (oficio aprendido de generación en generación) es una actividad que realizan muchas familias y es el principal ingreso productivo que muchas de ellas tienen. Implica saberes indispensables y valiosos como el reconocimiento de las plantas y su hábitat, sus ciclos y las técnicas específicas para obtenerlas.
Sin embargo, es una actividad históricamente invisibilizada en el plano de las políticas públicas. En diálogo con La tinta, Marcela cuenta que es un oficio que no ha tenido mayor apoyo ni mayor estímulo y, por el contrario, “más bien es una actividad bastante marginal o bastante marginada, tal vez para el marco jurídico o rozando la ilegalidad, sobre todo, cada vez que nos acercamos a los modelos de ocupación del territorio desde la lógica de los agronegocios, donde territorios que siempre permanecieron sin límites rígidos entre las propiedades, ahora, tienen alambrados, nuevos carteles de prohibido ingresar. Entonces, las familias recolectoras se van encontrando con esa modificación del territorio y con que, para poder continuar con la práctica que ellos siempre han realizado, tienen que meterse clandestinamente dentro de otros campos y están, de alguna manera, exponiéndose a distintos riesgos”.
El camino no es fácil para las familias recolectoras. Ledesma hace hincapié en que estas limitaciones por las nuevas formas de ocupación del territorio vulneran las prácticas de las familias recolectoras y van haciendo que la actividad se clandestinice más o se oculte por miedo a las represalias. La recolección es una actividad estigmatizada: “En general, la sociedad dice que quienes están recolectando yuyos no cuidan las plantas, sino que las arrancan y una serie de estereotipos que van configurando que el recolector de hierba es como un sujeto primitivo, mal visto, obligando al ocultamiento de la actividad para protegerse”, asegura la trabajadora del INTA.
Las familias saben de la importancia de poder seguir sosteniéndose de lo que saben hacer y el nombre con el que bautizaron al grupo también tiene que ver con un anhelo: el “Milagro” de poder vivir mejor con esto. “El nombre surge en esa ambigüedad de, por un lado, la pertenencia al territorio (en relación a la Capilla) y, por otro lado, como ilusión de seguir siendo recolectores y vivir dignamente”, cuentan.
El territorio se necesita para poder seguir viviendo
En “Una farmacia en el monte”, publicación del Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Provincia de Córdoba, se informa que Argentina, debido a su amplia extensión geográfica, alberga un amplio número de especies vegetales, estimado en unas 9.000, muchas de ellas exclusivas de nuestro país, calculándose que hay, por lo menos, 1.200 plantas que crecen en nuestro territorio y que poseen alguna propiedad medicinal.
Las plantas medicinales son aquellos vegetales que producen “principios activos”, es decir, sustancias que poseen actividad farmacológica beneficiosa sobre los seres humanos cuyo principal beneficio es aliviar la enfermedad o restablecer la salud. “Las plantas se clasifican y seleccionan según sus principios activos, los cuales otorgan propiedades terapéuticas. Podemos encontrar los principios activos en los distintos órganos de las plantas. Según las especies, pueden distribuirse en las flores, los frutos, las hojas o las raíces. Asimismo, la época y el momento de recolección tienen un gran efecto en el grado de actividad de la planta, debido a que las reacciones bioquímicas de las células dependen de la fotosíntesis y ésta, del ritmo solar”, señalan en la misma publicación.
Los saberes necesarios para la recolección de los yuyitos medicinales son parte del patrimonio cultural, imprescindible de cuidar. Marcela relata que “las familias saben vivir con lo que tienen al alcance de la mano, cosas que, por ahí, en otras poblaciones más urbanizadas, lo tienen que aprender de un libro o porque lo buscan en internet”, asegura.
“Para quienes viven aquí, es su forma de haberse vinculado con el territorio, reconociendo cada una de las plantitas que tienen un valor medicinal y, de ahí, pasar a la acción de la recolección si es que creen que van a poder venderlo. En ellxs está muy fuertemente manifiesta la dependencia que tienen del territorio: el territorio se necesita para poder seguir viviendo, porque no es que tengan una propiedad en la que cultiven o en la que recolecten, sino que ellxs salen a buscar: antes, a campos abiertos que siempre los hubo o a los espacios de jurisdicción pública, como los cauces de los arroyos, los costados de los caminos… esa ha sido la forma histórica, digamos, en la que se fueron buscando las plantas medicinales”, agrega Ledesma.
“Y, ahora, las amenazas son emprendimientos que tienen que ver, por ejemplo, con los lugares en donde se hacen perforaciones y riego de profundidad para producir granos y forrajes, relacionados con emprendimientos de feedlot, por ejemplo… que los hay en esa zona o, en otros casos, emprendimientos que realizan plantaciones de nogales, de parras, pero que, en realidad, tienen un perfil empresarial, que cuidan mucho sus límites y que no ingrese nadie. Otro ejemplo es la demanda territorial para uso residencial -que es enorme el crecimiento que ha tenido en Traslasierra o en todas las sierras de Córdoba- por la que vienen a vivir aquí personas que no van a vivir del monte, sino que van a vivir de otras actividades artesanales o servicios profesionales: como vienen al bosque como un espacio de residencia, en general, lo parquizan y van eliminando un montón de las plantas medicinales que estas familias recolectan. Esas múltiples amenazas van generando que cada vez haya menos menos espacio de recolección”, cuenta Ledesma.
Del monte a la ciudad
Hablamos con Marcela porque casi ninguna de las familias tiene acceso a internet en sus casas. Algunxs no saben leer y escribir, y la gestión y comercialización son, frecuentemente, procesos más complejos, más en tiempos de pandemia.
La forma de comercialización de los yuyos “El Milagro” también es una novedad o una apuesta. “Las familias nunca habían participado de intentar vender por fuera del circuito de los acopiadores grandes (que, muchas veces, hacen un muy mal pago del trabajo). Nosotrxs lo que entendemos es que, mientras permaneciéramos en ese circuito, en donde hay una escasa valorización por el trabajo de recolección, no iba a haber posibilidades de crecimiento para la familia. Entonces, fue surgiendo esta posibilidad de producir yuyitos que vienen de una recolección que le llamamos responsable, donde intentamos que, si el yuyo decimos que es jarilla, bueno, que lo que vaya sea jarilla. Es una recolección cuidada, sin mezcla de especies, que no vaya tierra ni material que no corresponde. Que las familias se cuiden en el trabajo que implica andar por el monte, donde hay víboras y hay espinas… lo que tratamos es que tengan herramientas acordes a esa actividad. Que el proceso esté más cuidado en el sentido de que el yuyo no se moje: esto suele ser un gran problema, porque estamos hablando de familias que tienen muy bajos recursos y déficit habitacional, entonces, pensar en que uno tiene que tener espacio para poder resguardar los yuyos cuando no tenés espacio para vivir dignamente es un problema”.
Ledesma cuenta que, desde el Pro-Huerta, se implementaron algunos proyectos para la construcción de tinglados en cada casa en donde se puedan guardar los yuyos protegidos de la lluvia o almacenarlos hasta que van surgiendo las posibilidades de venta. Además, comparte que también tuvieron la experiencia de generar proyectos más grandes en los que se planificó construir una planta de procesamiento en una escala pequeña que permitirá a todos los yuyeros procesarlos con la máquina y no manualmente, como se hace en la actualidad, picándolos a machete. “Tenemos máquinas que pudimos comprar y tenemos los materiales para la construcción, pero los últimos años de gobierno nacional, muy contrario a las economías regionales, hicieron que la comuna de Luyaba, que es la contraparte que iba a ayudarnos en la construcción de esa sala, no pudiera avanzar. El grupo tiene un terreno colectivo que también fue un logro gestionarlo y conseguirlo. Así vamos, haciendo aprendizajes, porque se parte de realidades bastante individualistas y de prácticas muy vulneradas por el desvalor de la comercialización, y, entonces, pasar de estas experiencias a estas otras de revalorización, son procesos que hay que vivirlos”, asegura.
En Córdoba Capital, los yuyos medicinales El Milagro se pueden conseguir en la Cooperativa 1936 y en Orgánicos de mi Tierra, en una de clara apuesta a la vuelta al campo, la importancia del cuidado y desarrollo de la tierra, la soberanía alimentaria y el trabajo colectivo de quienes están trabajando en ella, como dicen lxs compañerxs cooperativistas.
*Por Soledad Sgarella para La tinta / Imagen de portada: FB Familias Productoras del Monte Traslasierra.