Desahogo para denunciar la justicia patriarcal
La expresión “desahogo sexual”, utilizada por el fiscal Rivarola de Chubut en un fallo por violación grupal, reanimó la bronca contra el sistema de justicia que viene perpetuando las violencias de género y la impunidad. También instaló preguntas, sobre las posibilidades del punitivismo como respuesta para las violencias que sufrimos. En este contexto, Mariela Lario hizo público un desahogo por la inacción de la justicia cordobesa, en relación a la denuncia por violencia sexual que realizó en 2016. Conversamos con ella para pensar el contexto local.
Por Redacción La tinta
La semana pasada fueron 5 años desde el primer Ni Una Menos, días después conocimos la resolución del caso de violación grupal a una joven en Chubut, donde el fiscal utilizó la expresión “desahogo sexual”. Las redes se encendieron, una vez más, ante el recordatorio del derecho y el ámbito de la Justicia como espacios donde abierta e impunemente el patriarcado ejerce la perpetuación de un orden de desigualdades. No es la primera vez que desde el sistema judicial se expresan así, revictimizando, presentando procedimientos ineficaces, o directamente inacción.
Virgine Despentes en su libro Teoría King Kong (1983) nos trae una idea dolorosa pero real, desde la infancia, las mujeres y todas las identidades feminizadas somos construidas intrínsecamente como “cuerpos violables”, al cuerpo se le aprende a temer, es un miedo primario. Dice: “Es a través de las violaciones que se mantienen estables las atribuciones de poder, los espacios de autonomía y los márgenes de acción según cada género. La violación es un programa político preciso: esqueleto del capitalismo, es la representación cruda y directa del ejercicio de poder. Designa a un dominante y organiza las leyes del juego para permitirle ejercer su poder sin restricción”.
Entre estos días de lucha y de noticias que movieron sensaciones y sentimientos en varias direcciones, Mariela Lario decidió hacer pública desde su cuenta de Facebook, una historia que tenía atorada hace tiempo. Allí cuenta que “el 29 de noviembre de 2014 sufrí un abuso sexual, ‘eso’ tan duro de nombrar como violación. No era alguien que me atacó en la calle, ni utilizó violencia física. No corrí ni le pegué ni grité. Yo estaba dormida, con el efecto de alguna sustancia que nunca voy a conocer, y cuando me desperté estaba sucediendo eso que todos los días recuerdo y que quisiera que no hubiera pasado”. Eso sucedió en una reunión con compañerxs de la primaria.
Al tiempo, Mariela sintió que podía empezar a ponerle palabra a lo vivido, y así comenzó lo que ella llama «el tiempo de nombrar y la decisión de denunciar». La denuncia la realizó el 29 de diciembre de 2016, en la Unidad Judicial de Delitos contra la Integridad Sexual que en ese momento funcionaba en la calle Rondeau. En agosto de 2017, ante la inacción de la Justicia, volvió para conocer en qué estado se encontraba su denuncia, pidió ampliarla aportando testigxs y decidió instar a la acción penal, ya que la causa no se había movido. En ese entonces, la Unidad de Delitos contra la Integridad Sexual ya funcionaba en el Polo de la Mujer. Sin novedades, tras insistir vía telefónica, el 6 de marzo de 2020 volvió a la Unidad, la denuncia seguía en las mismas condiciones que en 2016. Ella expresó en su descargo: “Sentí que para el poder judicial mi integridad sexual no era un bien jurídico protegido en la realidad de sus acciones y que su maquinaria produce un resto de abusos sexuales no juzgables, es decir aceptables”.
Mariela es psicóloga y feminista, hace años trabaja desde el territorio en salud comunitaria y lleva años acompañando mujeres en situaciones de violencia de género. Conoce desde adentro lo que implica acompañar y sostener, trabajar en la prevención pero sobre todo en la construcción de redes de acceso a derechos. “Ya conocía la Unidad Judicial por haber acompañado a otras personas, niñxs y familias que conocí en mi trabajo. Esta vez me tocaba a mí”, explicó.
Cuando leyó los dichos del fiscal Rivarola sintió mucha rabia e indignación, y también angustia al pensar en la joven escuchando esos términos con los que se referían a lo que había vivido. Pero con el correr de las horas, entendió que esa situación era una nueva posibilidad para volver evidente algo que está permanentemente presente y a la vez invisibilizado, y que cuando se muestra así, tan obscenamente como en los dichos del fiscal, se abre la oportunidad de reaccionar al sexismo y machismo que opera todo el tiempo en muchas instituciones y en la justicia particularmente.
Y también, en la complejidad de esos dichos, se abrió la posibilidad para re instalar otras preguntas, ¿qué justicia queremos? Sobre esto, nos dice que viene reflexionando en torno a la idea de la reparación. “Para re-pararse de estos actos de violencia sexual, es fundamental pensarlos en una trama que va más allá del hecho puntual, y es ahí donde tenemos las formas de reparar. Reparar tiene distintas temporalidades, es algo muy personal; para algunas es desde lo punitivo, un juicio, una sentencia; para otras puede pasar por lo económico; o por la posibilidad de decir y hacer algo con eso desde lo creativo y artístico, hay quienes lo hacen desde el escrache. Son distintos momentos y en cada caso, tenemos que cuidar y acompañar esas formas de reparación y generar los espacios necesarios”.
En este sentido, el debate sobre el punitivismo se ha actualizado con fuerza en esta cuarentena, las más de las veces nos deja frente a preguntas antes que certezas. Para Mariela, necesitamos desde los feminismos seguir pensando qué Justicia y qué actos de justicia queremos. “Si la reparación la reducimos solo a lo punitivo y al derecho penal lo veo complicado, porque el aparato y la administración de justicia es patriarcal, clasista y racista, no pueden ser nuestro objetivo, y hasta que logremos otras condiciones, puede ser una de las vías que podemos estar buscando. El movimiento que vertebra la reparación es salir de la pasividad, de la herida a la potencia que nos da la acción y la posibilidad de hacer algo con eso. Y tenemos que cuidar la revictimización no solo en el acceso a la Justicia, sino también en otras instituciones, en las salidas públicas, en los escraches por ejemplo, cuidando esos testimonios, para que no se los banalice ni se los convierta en un espectáculo. El testimonio en la reparación es clave y es fundamental, el tema es cómo generamos condiciones colectivas y sociales de cuidado de ese testimonio”, expresa.
Empezar a nombrar y denunciar
Dónde y con quiénes empezar a ponerle palabras, son preguntas que atraviesan la vida de muchas niñas, mujeres e identidades disidentes, cuando necesitan nombrar una violencia sexual. Mariela lo nombra con mucha claridad en su publicación, “el silencio es algo que se repitió como respuesta desde muchos lugares. Incluso con compañeras feministas. El ‘sí te creo’ es fundamental pero no puede quedar ahí”. Ella sabía que el camino para que nos crean, las preguntas, miradas y silencios que nos devuelven son difíciles de sostener, pero también sabía de las redes que en estos años se han construido y que son posibilidad para visibilizar y transformar la realidad. “La noticia del femicidio de Lucía Pérez y el dolor de saber todo lo que le habían hecho, me movilizó mucho y me decidí a denunciar. Fue lo que me hizo rebalsar, venía escuchando violencias sexuales que me dejaban resonando la mía. Con la denuncia no esperaba una pena, intentaba hacer algo para que otras mujeres no pasen por lo mismo”, afirma.
Cuando denunció se enfrentó a condiciones de falta de privacidad y confidencialidad y formas de violencia institucional que vivió en todos estos años. Nos aclara: “Las condiciones para un espacio de confidencialidad y privacidad no mejoraron desde que realicé la denuncia, cuando la Unidad estaba en la calle Rondeau, cuando amplié la denuncia ya en el Polo, el espacio no estaba acondicionado para garantizar esos derechos. Otro tema es el recurso humano destinado a la atención de estos casos, revisando datos que publica el Ministerio Público Fiscal sobre la Unidad Judicial de Delitos contra la Integridad Sexual: en 2016 que es el año que yo realizo la denuncia, de 1400 sumarios, 146 fueron por violación y en el 2018 de 2293 sumarios, 245 fueron por violaciones. Contrario a ese aumento en la recepción de denuncias hubo una reducción del personal, es realmente preocupante”.
El Polo de la Mujer creado en 2016, propone un espacio donde se nuclean diferentes instancias de asistencia y acompañamiento a situaciones de violencia de género. Aunque es una propuesta novedosa, vemos con preocupación la falta de presupuesto. Mariela nos dice que le parece un avance como política pública para la atención de las violencias en la provincia, pero en su experiencia, las condiciones al momento de ampliar la denuncia no cambiaron. En la experiencia de acompañar a mujeres en situación de violencia y articular con los equipos técnicos, dice que es distinto, “hay profesionales excelentes y muy comprometidas, pero es preocupante las condiciones precarias de sus trabajos y contratos. La mayoría son mujeres que están cuidando y acompañando las violencias que vivimos en esas condiciones laborales precarizadas, y que claramente, no hay una decisión política de mejorarlas, porque hace bastante que vienen reclamando para que se mejoren”.
Las buenas y las malas víctimas
En el descargo público planteó la idea de ser “buena o mala víctima”, le pedimos que nos explique esas nociones, y nos cuenta que “buena o mala víctima es un estereotipo construido para categorizar el tipo de víctima, es una mirada moral que juzga nuestra conducta, vestimenta, la circunstancia donde se dio el acto violento y si fuimos responsables o no de estar donde estábamos. Son juicios que vienen de la familia, el barrio, los medios y de la misma Justicia. Pienso en el caso Lucía Pérez y cómo fue tratada, la Justicia estuvo más preocupada en las características de Lucía que en los victimarios, si podía ser que fuera sometida sexualmente por las características que tenía. Buena o mala tiene que ver con quiénes merecemos ser escuchadas y quiénes no. Y pienso en un montón de situaciones de violencias sexuales, en el trabajo sexual, en el cautiverio, en situaciones de extrema pobreza, si sos trans, travesits y fuiste violada, en todos esos casos la posibilidad de ser escuchada es terriblemente difícil. Tiene que ver con quiénes merecen ser defendidas y quiénes no”.
También nos invita a pensar sobre quiénes pueden ejercer la legítima defensa. Trae a la memoria a Higui, quien se defendió en una violación “correctiva” por ser lesbiana, pero hoy enfrenta una causa en su contra por defenderse. “Claramente hay personas privilegiadas para hacer uso de la legítima defensa, ahí se ven las desigualdades y las relaciones de poder. Hemos sido educadas para estar calladas, quietas, sumisas y cuando se pone en juego la autodefensa aparece la sospecha, ‘si te defendiste no eras tan víctima’ y ‘si no te defendiste será porque hubo disposición o gusto’. Siempre vos sos responsable de lo que pasa y el estado en el que estás. Las malas víctimas entramos en esos cuerpos que pueden violarse, matarse y desecharse con impunidad”, concluye.
#MiráComoNosDesahogamos
“Es muy importante tener presente que hay condiciones de posibilidad y de imposibilidad para entender la violencia, para comprenderla, nombrarla, para enunciar y hacerla pública. En esas condiciones están presentes las desigualdades, que nos atraviesan por pertenecer a determinados grupos, identidad, razas, etnias, clases”, expresa Mariela. Y reconoce diversos hitos que actúan como condiciones de posibilidades para denunciar violencias sexuales, hay una genealogía en la que inscribir esas condiciones: “Ha jugado un rol muy importante toda nuestra historia de derechos humanos, los juicios por Memoria, Verdad y Justicia, los testimonios de las mujeres que se animaron a hablar de la violencia sexual en el cautivero. La historia de los Encuentros Nacionales de Mujeres, ahora Encuentros Plurinacional de Mujeres y todas las Identidades que se pueden ir incluyendo, el ‘Ni Una Menos’, la Campaña Nacional por el derecho al aborto que implicó sacar del closet algo que siempre estuvo en la clandestinidad y lo privado. Y por supuesto, fue fundamental el ‘No nos callamos más’ y ‘Mirá cómo nos ponemos’, como hitos colectivos que generaron condiciones de posibilidad para que podamos hacer públicas las denuncias de violencias sexuales”. Ella usó en su descargo el hashtag «#MiráComoMeDesahogo» como un grito para seguir corriendo los límites de lo que queremos transformar.
“Porque, al final, no somos las más aterrorizadas, ni las más desarmadas, ni las más trabadas. El sexo del aguante, de la valentía, de la resistencia, siempre fue el nuestro. No es que nos hayan dado a elegir, de todas formas”
Despentes, 1983
Hoy contamos con la Ley 27499 de Capacitación Obligatoria en Género para todas las personas que integran los tres poderes del Estado, es reciente y sabemos que es un logro de las luchas de los feminismos. Mariela considera que esta ley es un avance muy importante y puede implicar en el corto plazo, efectos positivos si efectivamente se dan las capacitaciones, en cuanto permiten sensibilizar, dar información que pueda traducirse en herramientas para acciones concretas. No sólo es necesario más presupuesto en materia de género, para efectivizar las leyes en políticas públicas para combatir y acompañar a personas que sufren violencias de género, también son las condiciones laborales y de contratación, pero sobre todo la urgencia de avanzar en buenas prácticas desde la perspectiva de género en la administración de justicia y en la cultura institucional, y en eso, falta mucho.
*Por Redacción La tinta / Imagen de portada: Euge Neme.