Adictos a la grieta
Clase media y grieta. La adicción que el virus no pudo parar y la dificultad para reconocerse en el que está al lado.
Por Nanc Giampaolo para Panamá
Cuando se masificó la crisis del Covid19 en Europa, Argentina, para aquel momento casi sin casos, vivió un extraño lapso de armonía. Los ataúdes en las calles del norte de Italia parecían constituirnos, a la distancia, en un solo bando luchando por sobrevivir. Las medidas preventivas de Alberto Fernández fueron celebradas por medios, influencers de redes sociales y opinión pública casi con idéntico fervor, a excepción de unos pocos personajes que, desde el vamos, machacan con que “el corona es una excusa” usada por el oficialismo para tapar su falta de plan económico y ejercer un control inaudito sobre los ciudadanos.
«Los ataúdes en las calles del norte de Italia parecían constituirnos, a la distancia, en un solo bando luchando por sobrevivir.»
Pero aquel instante idílico en el que las tapas de todos los diarios salieron con el mismo slogan (slogan que, además, contenía la palabra “todos” acuñada antes por el Gobierno Nacional) permitió que atisbáramos a través de múltiples pantallas, las mieles de la una supuesta unión fraternal, en clave filo patriótica. Cuarentena mediante, resulta difícil decir cuánto duró ese periodo en el que la gran grieta y las pequeñas grietas parecieron cerrarse bajo una idea tan irrefutable por su obviedad, como estrechapara planificar el futuro de un país: la vida es lo único que no se recupera. ¿Duró un par de semanas? ¿Sola una? ¿Llegó al mes? Lo concreto es que rápidamente emergieron, a través de las clásicas operaciones destinadas a gestionar opinión pública, motivos de conflicto sin los que la clase media parece no poder vivir.
Los médicos cubanos, los presos, la eficacia de la cuarentena, los derechos individuales, el impuesto a las grandes fortunas y la inefable calificación de “comunista” sobre cualquier cosa, sirvieron para catalizar esa persistente necesidad de pelearse con el de al lado con la que venimos engolosinados hace mucho tiempo y cada vez con más fruición. “Que sobrevivamos no garantiza que salgamos mejores de esto” dijo en una entrevista la psicoanalista y autora de “Por una erótica contra natura” Alexandra Kohan y todo parece darle la razón. La estigmatización, la descalificación a priori, la imposibilidad de atender argumentos válidos sólo porque provienen de quien “votó mal” o está subjetivamente encasillado como zurdo, facho, conspiranoico o machirulo, en fin, el prejuicio que nos priva desconocer realmente a aquellos sobre los que opinamos, está a la orden del día. Fanatizados en rivalizar entre pares, seguimos perdiendo, además, la oportunidad de interpelar a quienes realmente pueden determinar el éxito o el fracaso de la Argentina. Tampoco interpelamos nuestras propias convicciones para ver qué tan razonables y ciertas son, ni llegamos a hacernos preguntas emancipadoras respecto del sistema que a veces nos atrevemos a cuestionar sólo enunciativamente.
«El vecino cacerolero putea al del cuarto piso por ser K, mientras el del tercero denuncia al del quinto por quebrar la cuarentena, y el de planta baja tuitea que su barrio está lleno de garcas.»
No tan distintos
La adicción a la grieta puede derivar en un macartismo desfasado, o en una cruzada tuitera contra los libertarios, no importa, lo único importante es poder seguir peleando transversalmente, sin detenerse a pensar que, más allá de haber votado a unos o a otros, no hay tantas diferencias como pareciera. El vecino cacerolero putea al del cuarto piso por ser K, mientras el del tercero denuncia al del quinto por quebrar la cuarentena, y el de planta baja tuitea que su barrio está lleno de garcas. El edificio es el mismo, pero la adicción a la grieta hace pensar que se habita en espacios irreconciliables. En la dirigencia el panorama tampoco es tan tendiente a dividir como podría pensar algún incauto, porque las pulsiones que mueven a la política son otras y hacen que el presidente pueda sentarse a presentar estrategias sanitarias junto al primer referente de la oposición, como si todos estuviesen en el mismo barco. Cautivada por una vorágine de enfrentamientos (muchas veces de poca monta) cuyo leitmotiv ni siquiera es una ocurrencia personal porque vino servido en titulares o timelines, la clase media no atina a preguntarse seriamente: con esto de las grietas, ¿quién se beneficia?
Una revisión del pasado reciente indica que los problemas de un sector cuya prioridad es no caer en forma definitiva en la pobreza, no se resuelven al calor de las trifulcas propuestas por la agenda de algunos medios o las arengas de los opinadores. No hay utilidad en el ataque contra un sistema de creencias que no nos gusta, y menos cuando es cultivado por quien padece problemas muy similares a los propios y aspira a beneficios muy similares también. Hacer foco en intereses comunes y dejar pasar -al menos provisoriamente- las disputas que dividen, puede abrir una interesante puerta a un futuro poco claro, pero, aún, disponible. La diversidad que tanto se proclama desde el ala progresista de la clase media languidece cada vez que se cancela un pensamiento o un discurso con el que se está en desacuerdo, y los derechos individuales de los que habla el ala tildada como “de derecha”, se desvanecen por la misma razón. Las urgencias y necesidades comunes, en cambio, crecen ante una crisis mundial nunca vista. Quizás habría que prevenirse pensando en conjunto, antes que llegue “la nueva normalidad”.