Crónica de un final
Por Antonella Tosco, del libro «Miralas Gambetear»
Escenario: cuarto de final del campeonato. Finales de septiembre, principios de octubre, ya no recuerdo bien, del año 2018. El partido de vuelta lo jugábamos contra Asociación Atlética Estudiantes. Salimos con la certeza en el pecho y en el pensamiento de que el pase a semifinales era nuestro, sobre todo porque en el partido de ida se nos había escapado el triunfo de las manos (o de los pies). Teníamos los recursos, teníamos el hambre de gloria y el convencimiento. Diez minutos después del silbato de inicio, estoy tirada en el piso, gritando de dolor.
Final: perdimos el partido y nos quedamos sin semifinal. Tres días después, el aparente esguince se convirtió en una doble fractura de peroné. A continuación, las crónicas de la ruptura (del hueso, de la ilusión, de las ganas, del partido y de todo lo que se cuela entre medio).
Crónica I
La justicia no existe: Dijo Camus: «Todo cuanto sé con mayor certeza sobre moral y las obligaciones de los hombre, al fútbol se lo debo».
No dejo de pensar en la justicia. Soy abogada, trabajo en un lugar al que coloquialmente suele llamárselo «la justicia». En la carrera, siempre nos enseñaron que justicia era «la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde». Me castigo. Pienso si no me correspondía estar ahí adentro, con mis compañeras, con mi equipo, jugando esa final. Esa final que también era un final, el cierre de una historia – una historia de amor, para mí – que empezó hace cuatro años y que ayer ponía su punto final.
El fútbol tiene todos los condimentos para funcionar como un motor que le da sentido a la vida… pero también puede transformarse en un hueco sin fondo en donde todas las certezas se desvanecen, al punto de que sólo queda un gusto a desazón y un sentimiento profundo de que no hay leyes universales, ni karma, ni energías, ni Dios…ni justicia. Que el fútbol, como la vida misma, es un azar constante. Todo puede desaparecer en un segundo y no hay Tribunal de apelaciones, ni cielo a quien reclamarle. Todas las hojas son del viento, cantaba el flaco…la pelota también lo es.
Crónica II
Sacar belleza de este caos: «La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño» — Friedrich Nietzsche.
Pasaron los días y el corazón sigue caliente, pero la razón ya está un poco más fría. Veo un documental de Luciana Aymar, una de las más grandes deportistas del mundo. La escucho hablar y me reconozco en sus palabras. No me suenan ajenas, yo misma podría decirlas con total convencimiento y sé que muchas de las deportistas que conozco podrían hacer lo mismo. La única diferencia en los escenarios: Lucha tiene de fondo estadios Olímpicos y ciudades impresionantes que han sido sede de mundiales o champions. El fondo más espectacular al que nosotras podemos aspirar es el estadio 9 de Julio o el Antonio Candini. Pienso cómo la pasión no reconoce grandilocuencias ni pretende determinados escenarios. La pasión no tiene que ver con el tamaño de la gloria, ni con el alcance del torneo que se disputa. Cuando uno siente pasión por algo, hasta la copa de leche del campeonatito del barrio parece bañada en oro.
Siempre estoy buscando recetas para escaparle a estos tiempos de codificación, de extrema tecnificación, de cálculo, de marketing. Lo que hasta ahora más me ha funcionado han sido dos estrategias: profesar una ingenuidad consciente (el neoliberalismo siempre nos quiere posicionar en la sospecha, en la desconfianza. Condenarnos a una retaguardia constante: el otro primero es tu enemigo y después, a lo mejor, puede llegar a ser tu amigo) e intensificar todos aquellos lazos y actividades que resultan improductivas según los parámetros del capitalismo. Lo que se genera en esos micromundos es una ganancia distinta a la que manejan los manuales de economía. Hay una plusvalía que no se enajena, sino que se comparte y circula virtuosamente entre los afectos.
Mi equipo de fútbol es un testimonio constante de que otras lógicas son posibles. Existe un concepto de compañerismo que muchas veces se subestima. No hablo de amistad. Hablo de una esencia compañera. El compañerx está ahí, sin conocer detalles de tu vida íntima, pero con una lealtad y un sentido del cuidado impresionante. Lejos de ser un sentimiento superficial, se trata de un profundo sentido del compromiso. He visto compañeras resignar tiempo con sus hijos, con su familia, con sus parejas, con su trabajo, desafiar el extremo calor y el penetrante frío. Parecen clichés, pero los lugares comunes -más allá de la cursilería por obra de la repetición – son realmente el resumen de las sensaciones más potentes.
No jugamos por la copa del mundo, no ganamos plata, no nos van a regalar una medalla ni salimos por la TV; pero ponemos el cuerpo, la mente y el alma como si fuera el proyecto más importante de nuestras vidas, y ese amateurismo vuelve a este mundo un lugar mucho más habitable. Estoy convencida de que estas son pequeñas revoluciones… aunque no nos demos cuenta.
*Por Antonella Tosco, publicado en el libro «Miralas Gambetear» / Imagen principal: Pilar Camacho / Anccom
** «Miralas Gambetear» es producción de la Cooperativa de Trabajo Al Toque Ltda. y editado por UniRío Editora, de la Universidad Nacional de Río Cuarto.