Gris marengo: habitar el Neuro en cuarentena
Cobertura colaborativa Enfant Terrible y La tinta
Una larga cola de barbijos esperan a las puertas del Hospital Neuropsiquiátrico de Córdoba. Los cuerpos medicalizados permanecen en la vereda guardando la distancia sanitaria. Esperan la apertura de la guardia que entrega la medicación para usuarios ambulatorios una vez al día. La puerta principal que da a la calle León Morra se abre hacia adentro. Tras un breve pasillo, aparece el hall de entrada: blanco, aséptico, higiénico y con olor a lavandina. Una decena de mesas dispersas en todo el espacio son atendidas por trabajadores de la salud. Realizan el “triaje”: deben tomar la temperatura e higienizar las manos de todo aquel que pretenda ingresar al hospital, y, si es posible, despacharlo cuanto antes.
Marcelo atiende la mesa más cercana a la puerta. Mira con sorpresa, con pánico, con cansancio y con bronca, y pregunta:
—¿Qué hacen acá? No están permitidas las visitas. Mientras desinfecta el termómetro y me lo alcanza para que me lo coloque bajo la axila. Obedezco y respondo que tengo una reunión con una veterana trabajadora del Neuro. – Adriana, sí. Sonríe y se encoje de hombros.
Mientras esperamos los resultados de mi temperatura corporal -y me preocupo vanamente por la posibilidad de tener Coronavirus-, Marcelo cuenta que hace meses que los trabajadores de salud cobran su salario en cuotas, que el bono del gobierno no alcanza, que la precarización laboral es peor que el virus que todo lo contamina. Traspasado el hall, la sala de espera está vacía. No hay pacientes. Una virgen de yeso reza inútilmente al Cristo de las Jeringas junto a un cartel con indicaciones.
El patio donde está ubicada la oficina de Adriana todavía conserva algunos mosaicos que escaparon a la uniformidad gris y antiséptica que todo lo envuelve en esta institución de salud mental. Adriana es psicóloga y preside la asociación Abracadabra que organiza, desde hace años, talleres artísticos y formativos para los usuarios del neuropsiquiátrico. Aporta esa mirada distinta a la medicina hegemónica para tratar con el padecimiento mental.
—Yo trabajo en el neuro hace 26 años. De un tiempo a esta parte, los directores de esta institución no son gente que haya trabajado acá. Eso se nota mucho porque se desconoce la dinámica propia. Suspira y sonríe. Yo soy trabajadora de salud. Los directores van y vienen, los trabajadores quedan y vienen-venimos- a laburar todos los días.
En su despacho, se cuela a raudales la luz gris a través de un ventanal con barrotes. Guardamos el distanciamiento social, pero la pulsión colectiva se impone. Hablamos de lejos, pero sin barbijos para vernos las caras. Un dispenser de alcohol en gel sobre la mesa de madera de pino ofrece desinfección al momento. No compartimos mate ni otras infusiones. Nueva normalidad obliga. Adriana reconoce que las medidas de prevención del virus funcionan.
—Los pacientes no pueden recibir visitas y no se puede salir. En el área del internado, hay 50 camas, de las cuales hay ocupadas entre 34 y 40. El dispositivo de prevención incluye una guardia permanente, un triaje en la puerta donde se verifica la temperatura corporal de quienes ingresan a la institución y se aplica alcohol en gel en las manos, y, por supuesto, el uso de barbijo. Las medidas funcionan. Paradójicamente, están mejor atendidos ahora que antes. La pandemia nos obligó a cerrar la atención ambulatoria, salvo para casos de entrega de medicación, por lo que disponemos de más equipos de profesionales para cada paciente.
El “Neuro”. Ese lugar incómodo en los ámbitos de discusión sobre el sistema de salud de Córdoba. La crónica roja de la prensa hegemónica guarda un lugar especial en sus páginas de contratapa, para cubrir con un manto ominoso las historias que rodean este hospital. Adriana encarna las iniciativas que, durante décadas, han impulsado usuarios, psicólogos, trabajadores sociales y acompañantes terapéuticos entre otros, para desmitificar ese relato y abrir el espacio a la comunidad.
«En ‘este lado del hospital’, defendemos esas prácticas. Creemos y creamos espacios para compartir, para contener. Espacios abiertos a la comunidad como parte de una terapia integral. Organizamos talleres de arte, de teatro, de cine… logramos desestigmatizar al usuario del neuro».
—En el taller de cine, trabajamos el concepto de “alojar el desamparo”, construir dispositivos para alojar a personas en situación de padecimiento psíquico desde un lugar de apropiación del espacio y de cuidado. Así, nació “recurso de amparo”, un documental hecho por las personas que permanecen en situación de encierro en el hospital. El objetivo era resignificar los espacios, los encierros, los anhelos, como una forma de generar y construir comunidad.
Nos sorprendió que, para algunxs usuarixs, el espacio elegido fue el del internado, en ese sentido, comprobamos que el encierro no es un obstáculo para construir lazos con el otro. Naturalmente, con la pandemia y el distanciamiento social, se hace muy difícil para todos mantener esos lazos. Cuando no hay posibilidad de encuentro y de cercanía con el otro, los lazos comunitarios se debilitan.
Caminamos por el pasillo de columnas que conecta la oficina de Adriana con “la rampa”, un lugar que, hasta hace poco, permanecía revestido de mil colores. Unos zapatos abandonados en medio del camino remiten a un leve sentimiento de abandono. Una pintada subversiva y rebelde que sobrevivió a la implacable visita del nuevo ministro de Salud de la Provincia, Diego Cardozo, asoma entre las rejas: ¿Qué ves cuando me ves? Se hace inevitable preguntarse ¿qué habrá visto el ministro cuando ordenó tapar todas las pintadas de los usuarios, los murales, las intervenciones, de un triste color gris marengo?
Adriana no le esquiva al debate: Estos dispositivos comunitarios chocan con los paradigmas que el Estado concibe. Ahí, hay una disputa con los lineamientos del Ministerio de Salud de la Provincia. De hecho, un día antes del decreto del aislamiento obligatorio, el nuevo ministro vino en persona y ordenó que todos los murales que llevaban años pintados por los pacientes fueran tapados con pintura gris.
«Ahí, nosotros decimos ‘ustedes la uniformidad, nosotros la humanidad’. Para ellos, la uniformidad hospitalaria debe ser anodina, gris, aséptica. Nosotros rescatamos la individualidad subjetiva, alojamos la singularidad de cada paciente para enlazarla en lo colectivo como una forma de terapia».
Llegamos al patio donde el mural del “Cristo de las Jeringas” custodiaba, hasta hace poco, la tarea infinita de la desmanicomialización colectiva. Otra vez, la asepsia gris y hospitalaria lo domina todo. Todo luce asquerosamente limpio, ordenado, pulcro, esterilizado, limitado. Trabajadores deambulan embutidos en trajes futuristas que solo dejan a la vista los ojos. Adriana vuelve a la carga: El ministro se ampara en la Ley de Salud Mental de la provincia que plantea que los hospitales monovalentes deben transformarse o sustituirse por otros dispositivos. Nosotros no queremos estar fuera de la ley, pero pintar de gris las paredes apropiadas por los usuarios para que esto parezca un hospital general no va a cambiar la esencia de que, en este lugar, se atiende a una población discriminada y estigmatizada.
Crucificada por barbitúricos y antipsicóticos, la representación de aquel Cristo, hoy, es historia. “Perdónalos padre los psiquiatras no saben lo que hacen”, rezaba la pintada. El gris marengo elegido por disposición ministerial para pintar las paredes apenas permite adivinar el estallido de creatividad y colores que la cordura de lxs locxs plasmó durante años en ese lienzo de concreto. Adriana conoce tan bien el sistema sanitario que expone con lacerante claridad la discriminación intramuros, que sufren los pacientes del neuro. Nuestros pacientes no pueden ir a otros hospitales porque los directores no quieren que las personas con padecimiento mental estén en SUS hospitales. Esta uniformidad forzada niega la especificidad del neuro.
Vamos saliendo del hospital. De pasada, vemos las rejas que dan acceso al patio del internado. Allí, deambulan algunxs usuarixs disfrutando del sol de otoño que se va escondiendo entre las nubes grises. Entre la sobremedicación y el abrazo colectivo -ahora mediado por la distancia sanitaria-, los tratamientos para el sufrimiento mental nadan en un mar binario: manicomialidad o práctica desmanicomializante, abrazos o pastillas, institucionalidad o terapia colectiva, trabajadores de la salud o funcionarios públicos, enfermos o usuarios. Ni lo uno ni lo otro. Ni blanco ni negro: por ahora, gris marengo. El neuro seguirá siendo una realidad incómoda que desafía los paradigmas, interpela prejuicios e invita a pensar otras estructuras para los sufrimientos de la psiquis.
*Cobertura colaborativa Enfant Terrible y La tinta. Fotos: Colectivo La tinta.