“Cuando conocés tus derechos, no hay quien te frene”
Conversamos con Patricia “Pato” Figueroa, Secretaria General de AMMAR Córdoba, sobre el reconocimiento del trabajo sexual, la situación de las trabajadoras hoy y sus acciones en tiempos de pandemia.
Por Redacción La tinta
Es sábado, hay sol y Pato aprovecha para mimar a sus plantas y hacer tareas en su casa que, adivino, estarán atrasadas en el trajín que asumieron las trabajadoras de AMMAR en los 46 días que llevamos de cuarentena. Lejos de pensar en aislarse, redoblan la apuesta tejiendo redes con muchas trabajadoras que no se habían acercado antes, desplegando estrategias para asistir y acompañarse, tanto en la ciudad como en los pueblos de la provincia.
La Asociación de Mujeres Meretrices (AMMAR) se creó en Córdoba en el año 2000, integrando la Central de Trabajadores Argentinos (CTA). Está conformada por personas mayores de edad, que, por decisión y voluntad propia, eligen el trabajo sexual como su fuente laboral. En la página oficial de la Asociación, explican que sus objetivos son ser reconocidas como mujeres trabajadoras sexuales, contando con leyes y políticas públicas que las protejan, teniendo los derechos, garantías y obligaciones que corresponden a todes les trabajadores. La lucha frente al maltrato, abuso y detenciones arbitrarias por parte de la policía es un eje permanente, como la participación activa en la toma de decisiones y la formulación de políticas públicas que generen igualdad de condiciones para las trabajadoras sexuales. Quienes integran el gremio trabajan a diario en distintos proyectos educativos, de salud, de capacitación y un largo etcétera.
Actualmente, la situación de aislamiento social y la imposibilidad de trabajar generó un acercamiento con muchas trabajadoras no afiliadas o que no conocían su sede, “nos dimos con una gran sorpresa, igual que las compañeras de las páginas, que son compañeras de departamento, hasta ellas llegaron a la sede a buscar sus cosas, hemos recibido a muchísimas compañeras, más de 260”.
“La cosa está jodida”, dice Pato y nos pinta la situación de quienes viven en pensiones, con el mango al día y, como no pueden trabajar, no pueden pagar el alquiler. “Sí, quedate en casa, pero tengo que poder resolver, una puede dormir 30 días en una pensión sin pagar, pero más no, ahora, las compañeras están en la calle. Quienes quedaron sin trabajo tienen la necesidad de un plato de comida y se está viendo el hambre”.
Fuera de Córdoba, la situación se complejiza aún más, “porque las compañeras no están organizadas y no tenemos llegada por presupuesto, y menos en cuarentena”. El pueblo chico que es infierno grande supone otras dificultades, “si en Córdoba estamos teniendo problemas con la policía, imaginate en un pueblo, la represión, el maltrato y el abuso, y no se animan a denunciar porque no tienen ni noción de sus derechos”. Además, en los pueblos, el combate es cuerpo a cuerpo, el que te estigmatiza en la verdulería es el que te tomaría la denuncia por el maltrato de un vecino suyo.
Le digo a Pato que me gustaría hablar con trabajadoras sexuales de localidades de la provincia, para torcer esta reproducción del centralismo. Me responde que puede intentarlo, pero que no sabe si las compañeras van a querer hablar, “cuando hemos entregado alimentos y artículos de limpieza, algunas no quieren sacarse una foto por miedo, no se animan a decir ‘soy trabajadora sexual’ por el miedo al hijo, al padre, al vecino, al qué dirán”.
El sentimiento de culpa, herramienta de control de nuestros cuerpos, cala hondo en el plano del ejercicio de la sexualidad. “En esta campaña, una chica me dijo que no podía salir en una foto por lo que diría su familia y sus vecinos, y respetamos esto, porque son procesos de ellas, pero les decimos: ‘chicas, ya basta de sentirse culpables, son trabajadoras sexuales y con la frente alta que no es un pecado’. Falta reconocerse, decir que es un trabajo y que lo eligen como cualquier otro trabajo, y, entonces, pensar en tener derecho a una obra social, a unas vacaciones, al aporte jubilatorio”.
En el sitio web de AMMAR Córdoba, explican: “Cansadas de la constante y sistemática represión, persecución y discriminación, comenzamos a luchar por nuestra visibilidad como mujeres con voz propia. Siendo un colectivo, entendimos que la organización es la fuerza y el motor que necesitamos para derribar prejuicios, mitos y conquistar nuestros derechos, apuntado a salir de la clandestinidad que solo beneficia a las mafias”.
Entre las múltiples posturas sobre el trabajo sexual, están quienes lo atacan por desconocimiento, miedo y prejuicio, y quienes teorizan sobre la abolición de este trabajo. “Es una elección de cada mujer trabajadora, está el tabú de que una mujer no puede decidir trabajar con los genitales, porque es pecado y, como debe ser de un solo hombre, no puede poseer su cuerpo otro hombre”.
En febrero, catapultado por un producto del mainstrean, se mediatizaron los debates en torno a los sentidos del trabajo sexual. El abordaje dado en los grandes medios y las posturas radicales más difundidas, más que una invitación al diálogo, parecía profundizar la persecucicón de las personas que ejercen. Los discursos de los medios de comunicación masiva, lo sabemos, tienen efectos en los cuerpos de las personas que encarnan eso de lo que se habla. Esta no fue la excepción. “Te pegan fuerte cuando dicen que tu cuerpo es violado y que vos no decidís. No, nosotras decidimos, así como decidimos abortar, nuestro cuerpo también es nuestro y decidimos de qué forma ser reconocidas”, explica Pato.
“Vení a pararte en mi esquina y ver la realidad desde acá”, invita Pato, “todo eso que dicen influye mucho en la discriminación, con nuestras familias, con la gente más grande que tiene ese tabú en la cabecita, y de pronto en los medios que digan que somos violadas, que no es un trabajo, eso confunde”.
Por momentos, el discurso abolicionista parece pivotar entre la trabajadora víctima a rescatar o la victimaria culpable de la trata y la explotación de los cuerpos feminizados. “Cuando empecé a militar, era una persona que mucho no entendía la militancia, no entendía que tenía derechos cuando me llevaban detenida”, cuenta Pato. “Sufrí mucho porque me señalaban, los chicos les decían a mis hijos ‘mi mamá no me deja juntar con vos porque tu mamá es prostituta’, eso te hace daño, es la discriminación. Pero cuando una va abriendo la cabeza, cuando conocés tus derechos, no hay quien te frene después”. Definitivamente, no se paran desde el lugar de la víctima, “yo decido con quién quiero estar y cuánto vale mi servicio, porque es un servicio y a mí nadie me viene a violar ni me viene a decir tomá esta plata y ya, no, eso es mentira”.
Las organizaciones de trabajadoras sexuales parecen tener una triple tarea: fortalecer el reconocimiento como trabajadoras en el interior de cada una, organizarse por sus derechos y por formas de trabajo que las beneficien, y debatir en el espacio público sobre el reconocimiento del trabajo sexual.
“Aprendimos a tener nuestra voz”, me dice, “estuvimos en la dictadura militar y, ahora, en la dictadura policial”, saben de sobra qué es la trata y cómo se maneja el poder en ese negocio. “A nosotras nos daban de 5 a 180 días detenidas, donde ellos eran dueños de tu vida, quién más que nosotras podemos hablar. Por qué nos están juzgando a las mujeres que nos organizamos. Nosotras peleamos para mandar en cana a todos los que nos han matado y desaparecido, quién más que nosotras para decir lo que nos pasa, sabemos que, si nos organizamos, podemos pelear contra la trata”.
Me gusta escuchar a Pato, su voz tiene una pasión que no desbarranca. Mientras ella me habla de estas mujeres de carne y hueso, yo recuerdo también a Teresa Batista, personaje del escritor brasilero Jorge Amado, de la novela del mismo nombre. Agarro el libro, lo hojeo, encuentro un fragmento marcado: “El que no lo sabe que se entere de una vez por todas que las putas no tienen ningún derecho, están para darle gusto a los hombres, recibir la paga establecida y se terminó. Fuera de eso, golpes. De la celestina, del gigoló, del poli, del soldado, del delincuente y de las autoridades. Renegada del vicio y de la virtud. Por cualquier tontería va a dar con los huesos en la cárcel, el que quiera puede escupirle en la cara. Impunemente”.
Vuelvo a leer la cita y pienso en las personas de carne y hueso, en la grandeza de la tarea de las compañeras de AMMAR, en guardia ante la monstruosa moral de occidente que no sólo juzga, sino que despliega todas las violencias.
“Nosotras no decimos que nos respeten y las convencemos que somos trabajadoras sexuales. No, nosotras decimos: ‘respetanos como trabajadoras sexuales, respetanos como mujeres, respetanos en nuestra decisión’”.
Ante la crisis actual por la pandemia y la cuarentena obligatoria, desde AMMAR, lanzaron la campaña solidaria: #LxsTrabajadorxsSexualesTambiénImportamos, para juntar alimentos, artículos de limpieza y aportes económicos destinados a quienes más lo necesitan.
Pato nos cuenta que la campaña va bien, aunque siempre se necesita más, y narra el episodio del jueves 30 de abril, cuando, entregando mercadería de limpieza a más de 100 personas, se encontraron con la violencia policial. “Dos compañeras nuevas no sabían del permiso que estaba entregando AMMAR y nosotras, con la cantidad de gente, no nos dimos cuenta que no se lo habíamos dado”. Cuando las chicas fueron a esperar un taxi, arribó un móvil policial por una supuesta denuncia de trabajo. “Fuimos a explicarle que teníamos en la sede el permiso, que no se habían dado cuenta, pero nos dicen que no, que ya no, que las van a llevar, con ese maltrato que no te dejan hablar porque ellos tienen la voz”, narra Pato. No puedo dejar de pensar en las decenas de ejemplos de gente que ni tiene que mostrar los permisos para circular en los controles. “Se resolvió con los cantos de las compañeras, que nos manifestamos en plena Maipú, es la fuerza que tenemos estando juntas”.
El viernes fue primero de mayo y, además de los mártires de Chicago, cada quien tiene a quiénes recordar y honrar ese día. Pato me dice que, en esta fecha, primero, se acuerdan de ellas, porque ellas mismas se organizaron para decir “también es nuestro día, somos trabajadoras sexuales”. Después, recordar a mujeres “como Evita y a las primeras trabajadoras sexuales que se organizaron y pelearon, y a las que fueron quemadas en una fábrica textil, y a las trabajadoras sexuales que corrieron a todos los soldados”. Se refiere a las que, según lo registrado por Osvaldo Bayer en la Patagonia Rebelde, en 1922, se negaron a prestar sus servicios a los militares que reprimieron y asesinaron a los peones rurales durante las huelgas en Santa Cruz. “Con asesinos, no nos acostamos”, les gritaron a los soldados desde la puerta del prostíbulo.
Pienso cuánto se ha modificado la vida de las trabajadoras sexuales por la tarea de personas como Pato, que, dándose cuenta del valor de la organización, pudieron hacer que tantas mujeres hoy se sientan orgullosas de su trabajo.
*Por Redacción La tinta / Imágenes: Fer Leunda.