El Hoyo: «La película no pretende sermonear, la película expone»
«Cuando estrenamos la película el año pasado, me dijeron que era el momento histórico ideal para hacerlo por las desigualdades que se percibían en la sociedad. Yo contestaba que, si hubiéramos estrenado en cualquier otro momento, también hubiera sido el mejor momento, porque siempre estamos en el momento histórico en el que más desigualdades sociales hay. Es decir, que cada vez hay más», sostiene el realizador español Galder Gaztelu-Urrutia acerca de su ópera prima, una de las tres películas más elegidas en Netflix en Argentina y el mundo.
Por Diego Brodersen para Página 12
El hombre abre los ojos y lo que tiene por delante no se parece en nada a lo que suele observar todos los días al despertar. Una extraña habitación con un enorme agujero en el medio, un hoyo que continúa hacia arriba y hacia abajo, sin que la vista permita advertir un final, un tope al abismo. El hombre se llama Goreng (el actor catalán Ivan Massagué) y más temprano que tarde descubrirá –gracias a su único compañero de cuarto, veterano de ese insólito encierro– que ambos se encuentran en el nivel 33 de algo llamado Centro Vertical de Autogestión. Y que, además, ese hoyo central tiene una única función: permitir el descenso, una vez por día, de una plataforma con toda clase de comidas y bebidas. El mortificante truco, que puede ligarse al famoso “derrame” de la economía, es que al llegar al piso 33 el festín ya ha pasado por otras 32 habitaciones (y las manos y bocas de 64 comensales). ¿Qué les quedará a los hombres y mujeres de las alturas inferiores? ¿Cuántos pisos y personas existen en esa extraña reclusión? Goreng comenzará a comprender un poco más el funcionamiento de esa particular sociedad cuando le llegue el turno de ser trasladado a otro nivel. De manera aleatoria, hacia arriba o hacia abajo.
Con elementos narrativos que recuerdan a la ópera prima de Vincenzo Natali, El cubo (1997), y, de manera menos literal, a Snowpiercer –el film del coreano Bong Joon-ho que transcurre por completo a bordo de un tren dividido en castas y clases–, El hoyo fue estrenada el año pasado en el Festival de Toronto y tuvo un exitoso paso por el Festival de Sitges, especializado en cine fantástico y de terror. Nadie podía imaginar, sin embargo, que el lanzamiento mundial de la película en Netflix se transformaría en un auténtico batacazo: la ópera prima del bilbaíno Galder Gaztelu-Urrutia ha logrado ubicarse en los primeros tres puestos en las preferencias de los usuarios de la plataforma en todo el mundo, incluido nuestro país.
En diálogo exclusivo con Página/12, el realizador confirma que la película “ha estado en la primera posición en la mayoría de los países en los que opera Netflix». «Comenzó en los de habla hispana y se ha propagado demoníacamente. No sé. Me parece que todo lo que está pasando con El hoyo es demasiado caprichoso para poder explicarlo sin la debida distancia. Distancia que yo, obviamente, no tengo”. Tal vez la coyuntura actual de encierro global haya tenido algo que ver; tal vez no. Lo cierto es que El hoyo, evidentemente, ha tocado ciertas fibras en los espectadores, más allá de su ubicación geográfica.
La conversación comienza con una extrapolación del huevo y la gallina. ¿Qué fue primero, la alegoría o el concepto narrativo y visual? Para Gaztelu-Urrutia “siempre hay que empezar por lo que quieres contar y pensar después cómo hacerlo”. En cuanto al origen del largometraje, el realizador confirma que existió, previo a la escritura del guion, la intención de que todo formara parte de un proyecto teatral. “La idea original es de uno de los guionistas, David Desola, quien junto con el otro guionista, Pedro Rivero, escribieron un guion para una obra teatral. Esta pieza nunca se llegó a producir y los escritores le hicieron llegar el guion al productor, Carlos Juárez, a quien le encantó y me lo pasó inmediatamente. Yo quedé muy impresionado con la analogía de los niveles y el potencial del guion pero, al mismo tiempo, tenía claro que el texto requería una profunda reescritura para convertirlo en una película”.
—¿Cómo describiría el proceso de reescritura del guion y, en particular, el desarrollo de los plot points (los momentos de cambios sustanciales en la historia) como bisagras narrativas?
—Siendo honestos, fue un auténtico suplicio que duró dos años. David, Pedro y yo discutimos muchísimo. Cada uno defendía su punto de vista con uñas y dientes. Más de una vez estuvimos a punto de abandonar el proyecto. Había diferencias troncales y anecdóticas. Había días en los que los amaba y otros en los que los odiaba. Ahora recuerdo ese periodo con cierto cariño, pero fue duro. Finalmente, poco a poco, llegué a los ensayos con una versión con la que me sentía relativamente cómodo. Los actores y actrices aportaron mucho e hicimos bastantes cambios. En rodaje, cambiamos cosas también. Y, finalmente, en montaje, todo se terminó de perfilar hasta lo que puede verse en la versión final.
—¿Qué puede decir en cuanto al equilibrio entre las vicisitudes del relato y el “mensaje” social? Equilibrio en cuanto a que este último no devorase la historia por completo.
—Ese es realmente el equilibrio más complejo de conseguir. Hay que vehicular el mensaje a través de una historia atractiva con personajes que queramos seguir. Yo siempre he sido un gran defensor del cine de género porque, oculto tras un formato de entretenimiento, tiene un gran potencial para transmitir mensajes. En el guion escrito para la obra de teatro la ideología era demasiado evidente. Mi empeño siempre fue esconder el contenido tras el lenguaje multidisciplinar cinematográfico. Trabajar con la simbología en términos casi abstractos dejando mucha información en el umbral de la comprensión para que cada espectador complete su particular rompecabezas. La película no pretende sermonear. La película expone.
—Eso es interesante, porque la película puede ser vista como un film de nicho (horror social con toques gore), pero al mismo tiempo ofrece placeres claramente masivos. ¿Esa fue siempre la intención?
—Así es. Una forma visual y sonora muy trabajada atrae a muchos espectadores que, de ninguna otra manera, elegirían una película de este tipo.
—¿Cómo fue el trabajo de diseño del producción –en particular, el set– y el proceso de casting?
—El proceso de diseño del hoyo fue clave para poder sacar el máximo rendimiento a cada euro del presupuesto. Funcionalmente, toda la construcción fue milimétricamente calculada con sus paredes modulares y recovecos para poder rodar el 99,9% de la película con cámara al hombro, sin maquinaria de rodaje alguna. Artísticamente, el diseño representa la frialdad deshumanizada del Centro Vertical de Autogestión. Un gran trabajo de la directora de arte Azegiñe Urigoitia, al que se le suma la pericia del director de fotografía, Jon Díez. Todo el equipo artístico se dejó la piel en la película. El protagonista, Ivan, sale prácticamente en todo los planos y, durante el rodaje, en seis semanas, tuvo que adelgazar doce kilos para dar credibilidad al deterioro físico y psicológico de Goreng. Antonia San Juan, Zorion Egileor, Emilio Buale, Alexandra Masangkay. Todos y todas creyeron en el proyecto y se entregaron completamente.
«Hay que imaginarse lo duro que es interpretar una película que en sí misma exige tanto, mientras haces, simultáneamente, la dieta más severa de tu vida.»
—Teniendo en cuenta el tono poco esperanzado del film, ¿qué piensa en general sobre el estado de las cosas en las sociedades modernas y su posible futuro?
—Cuando estrenamos la película en Toronto, en septiembre del año pasado, me dijeron que era el momento histórico ideal para hacerlo por las desigualdades que se percibían en la sociedad. A eso yo contestaba que si hubiéramos estrenado en cualquier otro momento, también hubiera sido el mejor momento, porque siempre estamos en el momento histórico en el que más desigualdades sociales hay. Es decir, que cada vez hay más o, al menos, tenemos los medios para saberlo. Y ahora, con el lanzamiento en Netflix, me vuelven a decir que es el mejor momento por la situación tan extraña que está viviendo el mundo. Creo que la película se entiende de la misma manera en cualquier momento y en cualquier parte, porque todos vivimos y entendemos las injusticias de manera similar. Con nuestras cartas, desde nuestro nivel, todos las sufrimos y, lamentablemente, directa o indirectamente, todos las ejercemos. Si en nuestra plataforma, en vez de comida, hubiéramos puesto papel higiénico o mascarillas, estaríamos hablando de lo mismo. Del egoísmo que subyace en lo más profundo de nuestros corazones. Lamentablemente, creo que somos la especie más miserable que ha pisado este planeta y no creo que cambiemos. Eso sí, a pesar de tener esta triste convicción racional, extrañamente, soy una persona emocionalmente positiva. Un auténtico homo sapiens con miles de contradicciones.
—Finalmente, ¿puede mencionar algunas influencias o referencias como realizador, tanto en lo visual como en lo narrativo?
—Con la humildad y el debido respeto diré que nuestros referentes cinematográficos han sido El ángel exterminador, Taxi Driver, Blade Runner, Delicatessen. Y claro, también con mucho respeto, estudiamos con detenimiento: Cube, Next Floor, Snowpiercer. Aunque lo cierto es que El hoyo bebe más de la literatura que del cine, siendo los referentes obvios Kafka, Orwell, Cervantes. La propia Biblia. Ojo, no quisiera que todo esto pareciera pretencioso, pero es que si uno quiere aprender a jugar al fútbol, ¿en quién se fija? En Maradona.
*Por Diego Brodersen para Página 12,