Guerra de Malvinas: “Para Galtieri, para la superioridad, mi vida no tenía ningún valor»
En un nuevo aniversario del Día del Veterano y de los Caídos en la guerra de Malvinas, recordamos este suceso histórico a partir de los testimonios de los ex combatientes José María Rodríguez y Luis Seroni. Las imágenes que nos quedaron.
Por Débora Cerutti (La tinta) y Martín Medero (En Estos Días)
Las tres guerras
«El solo hecho de que guapos adolescentes, en la flor de la edad, sean sacrificados (o aún sometidos a las torturas de la disciplina militar) en nombre de unos islotes insalubres, es una razón de sobra para denunciar este triste sainete, que obra mediante el casamiento de los muchachos con la muerte».
(«Todo el poder a Lady Di» Néstor Perlongher)
Luis Seroni estaba haciendo el servicio militar obligatorio en el Regimiento 507 de La Plata. Ya había transcurrido un año en la colimba y el rumor que corría era que el 15 de abril les darían la baja y saldrían. Esto nunca llegó.
El 2 de abril de 1982, en la televisión de la cantina donde Luis se juntaba con otros soldados a comer y beber, escuchaba con asombro que Argentina había invadido y recuperado las islas Malvinas. Se veían las imágenes de la Plaza de Mayo donde todos gritaban “los vamos a reventar”. Luis desvió su atención de la pantalla y miró a sus compañeros con desánimo y con la certeza de que los mandarían a la guerra.
José María Rodríguez vivía en Mar del Plata. Tenía 18 años. Estaba terminando el colegio industrial cuando le tocó la colimba. Pensaba entrar a estudiar en la Universidad la carrera de Ingeniería, pero sus proyectos juveniles se vieron trastocados por la guerra. En marzo de 1982, el día de su cumpleaños 19, entró al cuartel.
El 2 de abril de 1982, José María vio como Galtieri salió a Plaza de Mayo a anunciar el desembarco de las fuerzas armadas argentinas en las islas Malvinas. Tres días antes, la dictadura había reprimido una marcha masiva de la CGT. Jose María, sintió que esa parte del pueblo que salió a cantar victoria y avalar una guerra en unas islas en el atlántico sur, no dimensionaba lo que vendría.
Marcos de guerra
«La política de izquierdas debería proponerse, en primer lugar, replantear y expandir la crítica política a la violencia estatal, incluyendo tanto la guerra como esas formas de violencia legalizadas mediante las cuales las poblaciones se ven diferencialmente privadas de los recursos básicos necesarios para minimizar la precariedad».
(«Marcos de guerra» Judith Butler)
“¿Por qué mis viejos no me mandaron a Uruguay y evitaron que fuera a la guerra?”, se preguntó en ese momento José María. No hubo respuestas prontas. Entendió con los años, que su madre y su padre, como tantos otros sujetos, se hallaban doblegados ante la dictadura que estaba llegando a su final, mientras los desaparecidos y exiliados se contaban de a montones.
José María narra que vivió la ida a la guerra como una locura. Que fue sin instrucción. Que todo parecía un “jueguito electrónico”. Mantuvo durante un par de días en las islas Malvinas, la esperanza de que la guerra sólo fuera un mal sueño: “Queríamos creer que la guerra no iba a pasar, que no iba a haber batalla. A pesar de las palabras de Galtieri, ‘Si quieren venir que vengan’. Cómo no iban a venir”.
Narra también, que fueron tres las guerras que vivió: contra los ingleses, contra el hambre y el frío y contra sus superiores. Esta última, implicó situaciones en que José María se vio violentado por los militares: “A mí me han pegado mucho por una vez que me quedé dormido en una guardia. Con palo en la espalda y sentía que el que me pegaba, el torturador en ese momento, lo hacía también por miedo. Porque tenía miedo de lo que estaba pasando. Todos queríamos sobrevivir”.
Volveremos más cómodos
«Pero esta ironía se torna cruel cuento se ve cómo en nombre de una abstracta territorialidad, que en nada ha de beneficiarlas, las castigadas masas argentinas (o al menos considerables sectores de ellas) se embarcan en la orgía nacionalista y claman por la muerte».
(«Todo el poder a Lady Di» Néstor Perlongher)
El humor negro acompañó a parte de los ex combatientes, nos cuenta Luis, mientras recuerda los primeros bombardeos, el zumbido que presagiaba la caída de una bomba cerca, el temblor en los dientes. Pero hubo un momento, relata, en que se produjo la naturalización de la situación de guerra en sus cuerpos. “Ya no temblás más. Empezábamos a hacer normal una situación de guerra. La relación con la muerte. Y el humor para tratar de sobrellevar esos momentos”.
«Sobrevivir se convirtió en la premisa fundamental. Aerolíneas Argentinas fue quien realizó el traslado de gran parte de los jóvenes que serían convertidos en combatientes de una guerra que no querían vivir. Un avión sin asientos. Un vuelo de más de mil kilómetros que partió desde Río Gallegos. Un aterrizaje nocturno, en una pista muy corta, con una frenada muy larga que tiró a todos los soldados para adelante: quedaron apilados como ovejas contra la cabina del conductor», cuenta José María.
Luis Seroni también viajó en Aerolíneas Argentinas. Fue en un avión distinto al de José María. Cuenta que en su vuelo, mientras todos se quejaban por estar apilados e incómodos, alguien se burlaría de la muerte con un chiste que alivió la tensión del viaje, “a la vuelta vamos a volver más cómodos”. Luego de la risa, llegó el silencio.
Sobre héroes y tumbas
En la oscuridad total armaron sus carpas. Pedazos de tela unidos con botones. Sin piso. Sin aislante. Sin protección para la lluvia. En medio de un campo minado por el terror. José María habla de la «Patria” y sólo se le vienen a su mente imágenes de supervivencia: “Tener que ir a robar comida para poder comer, porque no previeron ni cómo íbamos a comer, ir al baño, dormir. No previeron nada”.
José María nos recuerda que mucho se habló de “héroes”, de “locuras heroicas” mientras se producía el olvido de quiénes y por qué impulsaron la guerra. “No fuimos a defender a la patria. Fuimos a recuperar por la fuerza un pedazo de territorio. Nos mandaron a morir. Para Galtieri, para la superioridad, mi vida no tenía ningún valor”.
La guerra terminó el 14 de junio de 1982, con la declaración de rendición por parte de las Fuerzas Armadas Argentinas. Fueron 73 días en que se contabilizaron 649 muertos y más de mil heridos. Hay nombres que no están en esa lista. Como así tampoco los incontables casos de suicidios de ex combatientes, ni las secuelas en los cuerpos, en las mentes, en el espíritu de los excombatientes. No están contabilizadas las imágenes del horror. Los ruidos de la guerra que permanecieron en los oídos de tantos sujetos. Los dolores de la desidia del pueblo y el Estado.
Días y noches de guerra
Un día en las islas era muy largo. Con pocas horas de luz. Los combatientes dormían alrededor de 3 horas por noche. Narra José María que en junio de 1982, cuando sucedieron las últimas batallas, aclaraba un poco a las 10 de la mañana y a las 5 de la tarde ya estaba completamente oscuro.
«Las tareas eran interminables. Mejorar la ubicación, entrar en combate, reaprovisionarse de municiones, ir a robar comida a otros batallones”. Mientras transcurrían los primeros combates, la esperanza de que “alguien” parara la guerra se hacía bandera de supervivencia en los cuerpos de los soldados. Esperanza de que se firmara la paz, de que hubiese algún acuerdo. De que alguien se rindiera.
Luis cuenta que vivían en un galpón donde se esquilaban ovejas. Habían conseguido un tacho que hacía de salamandra. A 40 metros de allí, tenían el pozo de zorro al que iban a dormir cuando bombardeaban o creían que iban a bombardear a la noche. Es decir, bastante seguido.
La última noche de la larga guerra, los ingleses avanzaron hasta quedar a un kilómetro de donde se encontraban los soldados argentinos. Estos últimos, se vieron obligados por sus superiores jerárquicos a cavar trincheras personales porque no les llegaba la orden de replegar: “Creo que los ingleses nos dejaron de tirar porque se dieron cuenta de que era inútil”, piensa José María.
Cuando se firmó la rendición, el alivio de que concluyera la guerra y la tristeza de todos los muertos se hizo certeza en su vida. Recuerda aquel día, “por la calle caminaban soldados ingleses como si nada. No estaban atemorizantes. He visto argentinos sacarse fotos con ingleses, a modo de recuerdo. No había odio ni violencia. Se acabó. De un día para el otro, por una firma. Entonces, me pregunto de qué guerra me hablan”.
En el 2014 José María volvió a las islas Malvinas. Sus hijas tenían la edad que él tenía cuando fue a la guerra. La pregunta acerca del sentido de la guerra se hizo densa mientras recorría las tumbas de los argentinos y de los ingleses. Se volvió espesa cuando se paró delante de su trinchera, cuando vio los pozos de los bombazos. Esa pregunta lo asfixió cuando logró subir a Monte Longdon y ver las huellas en la tierra de la batalla. Las imágenes de la muerte lo sobrevolaron y lo bombardearon.
Dios es argentino
Que la cúpula eclesiástica fue cómplice de la última dictadura cívico militar no es ninguna novedad. Poco se ha dicho respecto al rol de la iglesia católica en la guerra de Malvinas. La bendición del fusil y del campo de batalla fueron parte del show eclesial en aquel archipiélago frío situado en el sur de global.
José María Rodríguez reconstruye una imagen del campo de batalla en la que un cura les dijo que Dios estaba con las Fuerzas Armadas Argentinas. Con un telón de fondo trágico; se veía el humo de las bombas que caían en Puerto Argentino. “Qué raro que él supiera que Dios estaba con nosotros y no con los ingleses”, reflexiona José María de manera irónica.
Prohibido prohibir
El olvido se implementó como política de post-guerra en el Estado argentino. José María volvió con 15 kilos menos en su cuerpo y con imágenes del terror que lo habitan hasta hoy. Cuenta que cuando regresaron, les dieron un papel a los ex combatientes en el que los obligaban a estar de acuerdo con una prohibición: la de hablar de lo que habían visto y vivido en la guerra.
Pero eso no impidió que los ex combatientes empezaran a buscarse, a reconocerse y generar espacios de charla para acompañarse, para hacer una política de la memoria verídica de lo que había ocurrido allí, para ayudarse a seguir sobreviviendo y reconstruyendo las imágenes contra el olvido, a intentar sanarlas.
Sanar las imágenes grabadas en el cuerpo, la del soldado apoyado contra la pared en posición fetal congelado, esperando un camión para ser trasladado. El silencio de las caminatas el día de la rendición. La nieve dibujando el territorio. El paso cansino de los soldados que volvían de los distintos frentes. La desolación del hermano muerto. Hablar de lo vivido. De los proyectos de adolescencia interrumpidos. Del odio a los militares argentino, ante una sociedad y un Estado que no querían hablar del tema. Que aun hoy, no quiere hablar del tema.
Las imágenes de la guerra continúan. Se traducen en gestos políticos que dan cuenta de que la maquinaria bélica sigue funcionando. Y que nuestros pueblos y nuestros cuerpos, siguen siendo carne de cañón.
*Por Débora Cerutti para La tinta.
**Las entrevistas a José María Rodríguez y Luis Seroni fueron realizadas en 2018 por Martín Medero, periodista del medio En Estos Días.