Daniel Tortosa: hacer cine es transformar el veneno en medicina
En 2016, Daniel Tortosa estrenó Los Maricones, el documental que registra las voces de protagonistas de la comunidad LGTBIQ+ violentadas por la dictadura. En esta entrevista, el realizador cordobés nos cuenta cómo llegó a realizar el filme y nos comparte las convicciones y sentires que sostienen esta producción audiovisual.
Por Soledad Sgarella para La tinta
Daniel Tortosa habla claro y es generoso con las palabras. Su calidez está en cada oración de esta entrevista y escucharlo es, en tiempos de pandemia y de miedos, un paraguas de esperanza.
El docente e investigador de la Facultad de Artes de la UNC estrenó Los Maricones el Día del Cordobazo de 2016 y la fecha no fue inocente. El documental tiene como eje de sentido una pregunta fundamental: ¿Cuál ha sido la situación de mayor violencia que has vivido por parte de la policía? El filme recupera seis testimonios de compañeres del colectivo LGTBIQ+ que vivieron la represión policial, la violencia física e institucional, y las detenciones arbitrarias durante la dictadura y los años 80.
Desde el lanzamiento, Tortosa es invitado por públicos de los más diversos para compartir su experiencia como cineasta y, sobre todo, su lucha -sanadora- por la memoria y la justicia con el arte como bandera.
—¿Nos contás un poco cómo es que llegaste a Los Maricones?
—La raíz de la producción surge cuando yo decido ir a dar testimonio a la ex D2, al Museo de la Memoria, porque yo estuve detenido ahí por el Artículo 2do. H, y por orientación sexual, nos detenían a los homosexuales en 1980. Eso está en el documental y así arrancó. Dije: No, bueno, esto se tiene que saber. Es una cuestión personal mía dejar testimonio sobre eso, que no quede en nada. La represión no fue sólo por motivos de militancias de los derechos civiles -con toda y la absoluta validez que tiene-, también nosotros fuimos detenidos por esta otra cosa.
Fui a la ex-D2, la conozco a Natalia Magrin, y el equipo de gente muy copada me dice: Te vamos a hacer la entrevista así queda para el archivo. Ahí, yo le dije: Bueno, pero déjenme hacer una pequeña dirección de cámara… el intercambio sería que, después, ustedes me presten el material para que yo, luego, pueda editar y hacer un documental. Esa era mi idea, no sabía bien cuánto iba a durar ni cómo iba a ser, pero les dije: vamos a salir e ir al lugar donde nos detuvieron, que era ahí cerquita. Entonces, salimos a la calle con la cámara y filmamos esos primeros minutos que salen ahí en el documental, allá en el año 2012.
Y, ahí, empezó un momento donde fui pensando cómo sería la estructura, qué tipo de documental, y lo conozco a Coutinho, el documentalista brasilero y me inspiré. Dije: ¡Ay, bueno, vamos a hacer así, vamos a tratar de invitar gente que estuvo detenida ahí, que vivió esa tortura, que estuvo en ese calabozo y vamos a ir al lugar de los hechos. Vamos a hacer la filmación ahí mismo, en los calabozos donde estuvimos, vamos a hacer una puesta en escena similar a la iluminación que había durante los interrogatorios de la policía… crear ese clima para ver qué sucede.
Y todo dio muy buen resultado. Porque la entrevistada, al estar en esa situación, habla desde otro lugar, como que habla desde las entrañas… ¿viste? Desde el corazón. La importancia de la palabra que sobrepasa la cámara, sobrepasa todo… Llega al espectador.
Es como que se habla de corazón a corazón en esa situaciones. Obvio, esa es una de las técnicas del documental, yo no descubrí nada nuevo, sino que fui siguiendo los pasos de otros maestros y dio resultado llevar a los entrevistados al lugar de los hechos. Vos llegas ahí y está. El olor, los ruidos, la reverberancia, el tipo de iluminación… y eso está en la memoria, entonces, se produce una cosa muy particular, muy especial, donde surgen los recuerdos desde ese lugar tan profundo. Fue una experiencia muy interesante, vinieron los que vinieron. Hubo gente que no quiso participar, que me decía: No, Dani, para qué remover esto, mejor no. Y otros que dijeron que sí: esto se tiene que visibilizar.
Por otro lado, había habido otro detonante. Cuando a mí me incitan los grupos de jóvenes de Devenir Diverse y otras agrupaciones para hacer la primera Marcha del Orgullo, en el año 2009, yo era el más veterano de todes. Imaginate, en el 2009, ya tenía cuarenta y pico de años, y estos eran todos chicos de 20, 21, 18… y uno de ellos, estudiante de Historia, me pregunta: “¡Ay, Dani! ¿Qué es de ese mito urbano de que metían en cana a los putos?”. Y yo, ahí, me quedé pensando… mito urbano… mito urbano…. Hay que hacer algo, si no, sí va a quedar como eso. Digamos: si mi generación, y yo mismo, no me hago cargo, esto se va a olvidar, se va a perder y va a entrar en esa categoría, de mito. Así que ahí fue: tengo que hacer un documental, hay que hacer un informe periodístico, algo. No sé, no la tenía tan clara y, como te digo, se fue puliendo y se fue aclarando.
—¿Cuál es el rol del arte en todo esto? ¿Cómo te parece que el arte va construyendo la memoria y el nunca más?
—Mirá, el espíritu de la obra tiene que ver con un principio budista que es el de «convertir el veneno en medicina». O sea, transformar los sufrimientos en misión, en algo que les sirva a las otras personas. Algo que ilumine esa cosa tan fea de haber estado en los calabozos… esas situaciones horribles.
Hacer con eso una película, una obra de arte y elevar -digamos- el nivel de conciencia para el mejoramiento de la vida en comunidad. La idea, el espíritu, es visibilizar este tema para que la convivencia en la comunidad sea mejor, para sanar heridas.
Fue una experiencia muy sanadora, tanto para mí como para todes les que participamos en esto, tanto las entrevistadas, les del equipo, espectadores. He tenido muy buenas devoluciones de su parte, es más: ya se ha proyectado más de 70 veces en todo el país y en el extranjero, y se usa en ámbitos educativos. Ha tenido un recorrido muy importante, sorprendente para mí. No pensaba yo que iba a adquirir semejante difusión… ¿de hormiguita, no?
Porque no está en las grandes ligas ni en la espectacularidad de las críticas ni nada de eso, sino que va por abajo. Se lo pasa mucho en las aulas, en los colegios secundarios, en cátedras, en humanidades, en derecho, en psicología, no sé… en un montón de lados. Pueblos del interior, lugares públicos, plazas, cineclubes, centros culturales. Sé que se ha juntado gente en el extranjero, en casas y departamentos, a verlo. Trans que viven allá, que se tuvieron que ir de este país. Así que ese fue el principio, el convertir el veneno en medicina.
Y, sí, la memoria y este documental es para no repetir las tragedias. La memoria es una cuestión importantísima que cualquier sociedad seria y responsable tiene en cuenta.
—¿Cómo lo fuiste configurando y por qué elegiste lo que elegiste en cuanto a las formas del docu?
—El tipo de puesta en escena, el tipo de corte, de montaje… el documental tiene que ser para educación, tiene que estar dedicado a los jóvenes, para los que no vivieron eso: tiene que ser algo corto, de 30 minutos como máximo, para que sirva para charlas debate.
La obra tiene, además, mucho movimiento interno, unas 335 escenas. O sea que ninguna supera el minuto, es algo rápido. Son muchas voces, que te van contando una misma historia, y se rescata una voz colectiva que se va haciendo presente, ya que todas hablan de lo mismo, y se va uniendo un bordado del guión, de la palabra… donde una va siguiendo a la otra y, después, sigue el otro, y, después, la otra y vamos contando la historia como si, tal vez, la pudiera haber contado una sola persona.
Les personajes se van haciendo queribles también, a pesar del corto tiempo, para el público. Me llamó mucho la atención, mujeres de más de 50 años, esperarme a la salida, abrazarme y decirme muy emocionadas que habían llorado y que se habían sentido identificadas con esa historia… mirá vos. Vos decís ¿qué tendrá que ver? Y, sí, tiene mucho que ver, porque la cuestión de la mujer, la discriminación de la mujer, la violencia que sufre la mujer y que sufrió -sobre todo, de esa generación- tiene que ver con lo que nos pasaba a las trans y los homosexuales, por ejemplo. Además, en un punto, te toca porque ¿quién no ha sido discriminado por algo? Entonces, la discriminación es en el seno de la familia, del colegio, del trabajo, de la calle y ese es el tema.
La pregunta disparadora era cuál ha sido la situación de mayor violencia que has vivido por parte de la policía. A través de esa pregunta es que fui haciendo el recorte. Yo las invité y les dije: “Bueno, chicas, vengan, vamos a filmar, va a ser para una película, vénganse peinadas, maquilladas como a ustedes les parezca para salir en cámara, y vamos a tener 40 minutos”, y así fue. Entonces, fue la manera de ordenarme previo al montaje. Por supuesto, después con el trabajo en equipo, donde me terminaron de orientar y ver lo que podíamos hacer.
Cuando pensamos el estreno, yo fui a pedir al Centro Cultural Córdoba, ya que, bueno, hablamos de la Policía de Córdoba en este documental y dijimos: vamos ahí a pasarlo y lo vamos a estrenar el día del Cordobazo. Así que Los Maricones se estrenó 29 de mayo de 2016, a sala llena. Se llenó y tuvimos que hacer dos funciones, y hubo más de 500 personas para el estreno. En ese momento, creo, fui consciente de la necesidad que había en la comunidad para ver estos temas, para escuchar sobre estos temas. Y, sí, gente joven por todos lados. Como hongos, la juventud se hizo presente y eso me hizo muy feliz.
Los Maricones (2016) Dirección: Daniel Tortosa | Producción: Daniel Tortosa | Guión: Daniel Tortosa | Fotografía: Yamile Bulacio, Santiago Orsi, Sergio Kogan | Sonido: Mario Gómez | Entrevistados: Nadiha Molina, Agostina Quiroga, Eugenio Cesano, Marcia Collota, Romina Campo, Vanessa Piedrabuena, Daniel Tortosa.
*Por Soledad Sgarella para La tinta.