Matar al campeón

Matar al campeón
12 marzo, 2020 por Redacción La tinta

Braian Toledo es el significado mismo de la inclusión y del apoyo del Estado en las políticas sociales. Pero, también, su final es la peor muestra de la banalización y precarización de estas mismas políticas a través de lo cual ese mismo Estado mata. Braian nació y murió en Marcos Paz. En el mismo hospital. Probablemente, él imaginaba morir acá, pero no tan pronto.

Por Natalia Tangona para La tinta

«Luchar es algo tan lindo, que cuando uno comprende el significado y el valor de esta humilde palabra, y la ponemos en acción, lo imposible queda tan pequeño… todo es posible y los límites no existen».
Braian Toledo

¿Cómo mierda se escribe esto? Esto que no tenía que pasar. Este apagón sumergido en el absurdo. Este silencio frío que se desplaza en la ruta de madrugada. A las 1:15 a.m., más precisamente.

Braian ingresa al Hospital municipal de Marcos Paz, a cuatro cuadras del accidente, con politraumatismos severos, en estado terminal. Las dos médicas que lo reciben no le practican reanimación cardiopulmonar dado que los daños eran concluyentes y el cuadro irreversible. Sin embargo, horas después, el hilo se cortará por lo más fino y serán destituidas por no hacerlo.


Son las 2 de la mañana del 27 de febrero de 2020. El intendente llega al hospital tras el llamado de urgencia. Todos lloran. El intendente necesita creer que no se despertó, que es una pesadilla. Pero no. Todo el personal del hospital está quebrado en llanto. El camillero, en shock, no es capaz de trasladar el cuerpo hasta la ambulancia rumbo a la morgue. El campeón, el pibe de oro, no puede estar muerto.


Braian Toledo nació y murió en Marcos Paz. En el mismo hospital. Probablemente, él imaginaba morir acá, pero no tan pronto, sino dentro de varias décadas, luego de jubilarse, tras haber dado miles de clases ad honorem y entrenado pibes con el mismo origen y el mismo sueño. Hubiera sido un gran final para una persona tan íntegra y sencilla. El héroe de los humildes convertido en prócer pintando canas. Quizás se hubiera pasado las mañanas tomando café y leyendo el diario en Aibar, como hacen los célebres viejos del pueblo. Quizás habría construido una nueva y más grande pista de atletismo, seguramente pública. Quizás, gracias a él y a gente como él, ya no se hubieran necesitado merenderos. Quizás habría dado charlas llenas de anécdotas por el mundo en la Casa de la Cultura, siempre con humildad. Quizás hubiera inaugurado muchos más murales suyos en el barrio Martín Fierro, rodeado de pibes de ojitos brillantes. Con certeza, habría seguido siendo tan feliz con toda la vida que le quedaba por delante. Sí, un gran final para un gran pibe. Pero el final llegó hace un par de noches y fue el peor, a los 26 años.

(Imagen: Facebook personal de Braian Toledo)

En la película “El ciudadano ilustre”, Oscar Martínez representa a un escritor, Premio Nobel de literatura, quien realiza una visita a su pueblo natal al que critica y relata con desprecio en sus obras. Casi nadie lo ha leído, pero lo reciben como el hijo pródigo del pueblo que ha triunfado en el extranjero. Finalmente, intentan matarlo. Esta otra historia que sí es real, la de Braian y de su terrible y absurdo final, podría ser el guión de una película similar. Con la diferencia de que Braian Toledo amaba a su pueblo. Con la diferencia de que Braian nunca pudo ni quiso irse de Marcos Paz, este era su lugar en el mundo, su nido. La estrella olímpica internacional que entrenaba en Finlandia daba charlas en la Feria del Libro local para los chicos de las escuelas y les firmaba autógrafos en hojas de carpeta. Se acordaba de traerle útiles a su hermano antes del comienzo de clases. Saboreaba el calor de un mate en su barrio Martín Fierro y se llevaba esa tibieza con él por el mundo, esperando volver pronto. Con la diferencia fundamental de que esto no es una película. Y que, esta vez, se quedó definitivamente, despidiéndose en el barrio, entre calles de tierra, yuyal y pueblo.


Es bien conocida su historia personal, su historia de necesidades, de pobreza, de hambre, de abandono paternal, de sacrificio y perseverancia. Su indescriptible solidaridad y humildad. Su surgimiento en los Juegos Evita como lanzador de jabalinas, su medalla de oro en los Juegos Olímpicos a los 16 años, su récord de 81.78 mts., su constancia y profesionalismo en el entrenamiento y en la vida.


Braian Toledo es el significado mismo de la inclusión y del apoyo del Estado en las políticas sociales. Pero, también, su final es la peor muestra de la banalización y precarización de estas mismas políticas a través de lo cual ese mismo Estado mata. El mismo Estado que le brindó programas de acceso al deporte, capacitación en el CENARD, ayuda en materiales para construir con sus propias manos la casa de su madre, dado que el deportista olímpico argentino de alto rendimiento que brillaba con su talento de otro planeta vivía en una humilde casilla; el mismo Estado que vulneró sus derechos durante su infancia precaria y que, luego, se resarció, en parte, de tanta ausencia; ese mismo Estado que hace agua en la obra pública cuando no la hace y, si la hace, no controla o ejecuta con sobreprecios, o precariza, o incumple leyes provinciales colocando lomos de burro en las rutas porque es más barato; este Estado también lo mató.

Braian colaboraba con el Programa de Colaboración EMB-Weber, empresa de materiales de construcción, a través de la cual ayudaba a la ONG Arriba los pibes.

La muerte de Braian Toledo es, desde el primer instante, una muerte política. “La fuerza de Braian” fue uno de los spots más emotivos en la campaña de Cristina en 2011. Un símbolo de la gestión social del Estado. ¿Cuán grande es el costo político a pagar cuando el embajador deportivo más joven y prodigioso en el mundo muere a causa de la negligencia y la inoperancia estatal en vialidad básica? ¿Cuán grande es la miseria humana de los que aprovechan la tragedia para confabular en la política local y en beneficio propio? 72 horas de duelo, corridas, reuniones, llamadas, convocatorias por redes sociales, rumores de visitas y de ayuda del gobierno nacional, trolls por doquier intentando instalar una versión “oficial” que habla de correcta señalización y exceso de velocidad, y otros arengando la “pueblada”.

Ante la presencia de los medios nacionales, ordenan a las cuadrillas salir a pintar todos los lomos del burro de la ciudad, cual año 2004 cuando, una semana después de Cromañón, los bares y boliches hicieron boquetes en cualquier pared para colocar “salidas de emergencia”. Lo cierto es que, si no hubiera sido Braian Toledo quien encontrase la muerte en ese lomo de burro de 15 cm en la ruta 40, que venía destrozando autos hacía 5 días, no estaríamos hablando de una muerte política, sino de una muerte desapercibida como tantas de las miles que se cobra el sistema vial argentino. Causalidad trágica de la mediocridad institucional y un dolor colectivo que dejará huellas permanentes.

Es la mañana del 28 de febrero. Tras 16 horas de velatorio en su casa, el cortejo fúnebre hace su paso por su Escuela 15, por la pista de atletismo que lleva su nombre, por la municipalidad y por la plaza central. Nunca antes esa plaza ha estado tan desbordada. Durante 5 minutos, la plaza de Marcos Paz contiene al mundo entero en un estruendo de aplausos infinitos que no quieren dejar de hablarle al gran campeón, al chiquilín que lanzaba cañas en el campito, al que luchó para que su familia no tuviera hambre, al que no quería dormir más en el piso porque sabía que ni él ni ningún pibe debe nacer con los derechos vulnerados, al que tocó el oro, pero siempre volvió para sacar a los suyos del barro.

Las manos del mundo arden de dolor y bronca. A las 11:15 a.m., llega al cementerio con la multitud atravesada por una tristeza que estrangula el pecho. Entre sirenas de bombero, aplausos y llantos, el campeón ingresa a su morada final. Cuánta tumba de pibe joven en el camino. Las vidas que brillan con más fuerza se apagan tan rápido. Nadie quiere dejarlo ahí a Braian. Nadie. Pero hay que dejarlo nomás y nos vamos yendo. Y se queda ahí, en el nicho 34, en una esquina del cementerio. Se queda ahí el pibe de oro. Se quedó acá en el pueblo nomás, con tanto cielo que le quedaba por volar.

*Por Natalia Tangona para La tinta.

Palabras claves: Atletísmo, Braian Toledo

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