El lenguaje de lo obvio y el poder detrás de los conceptos
¿Tiene sentido discutir el uso del lenguaje inclusivo? ¿Qué sentido tiene? ¿Para qué estar a favor o en contra? El lenguaje va cambiando permanentemente por los usos sociales que de él se hace. El lenguaje define no por la forma en sí de la palabra, sino por los atributos que a ella se le cargan.
Por Martin Fogliacco para La tinta
Las posiciones sobre el uso del lenguaje inclusivo ya están tomadas y los argumentos son explicativos para cada una de ellas y no son tomadas como argumento por la posición opuesta. De manera que la discusión, diría Sztajnszrajber, se ha vuelto metafísica y es irreconciliable.
Lo que sí parece más interesante para debatir son los atributos de las palabras, ¿qué implica ese “inclusivo”? ¿A qué está asociado? Porque no son palabras que se dicen sueltas, sino que son semillas que caen sobre tierra, pero ¿sobre qué tierra caen? ¿Podríamos decir que el terreno en el que estas semillas “novedosas”, como el uso del lenguaje inclusivo, es el terreno del sentido común, que no es otra cosa que el discurso del poder hecho hábito, hecho sentido, hecho “lo obvio”?
Pensemos este tema de los atributos de las palabras. Si nosotros decimos, por ejemplo, “Sociedad”, tal como la conocemos hoy, ¿de qué tipo de sociedad hablamos en realidad? Para quien se maneja por el sentido común, va a ser esta una pregunta que lo incomode, porque va a tener que explicitar qué ideas tiene detrás de esa concepción de la sociedad. Y va a tener que vérselas en que “su” sociedad, o su concepto de sociedad, no es más que uno en el montón. ¿Qué puede decir el sentido común que es la sociedad? ¿Un conjunto de personas? ¿Se rigen por reglas comunes? ¿Pero cuáles son esas reglas? ¿Quién las determina? ¿Es esa sociedad misma? ¿Son los miembros de esa sociedad partícipes ecuánimes en la determinación de las reglas? El sujeto que está dando estas definiciones, ¿participa de la creación de las reglas de la sociedad a la que él mismo pertenece?
La “sociedad” hoy, pensada así en el terreno de lo común, es, incómodamente, capitalista y patriarcal. Los miembros de la sociedad participan de manera funcional como dueños del capital o como trabajadores del capital, salvo, por supuesto, los cínicos de Diógenes de Sinope. Pero, si en lugar de llamarle “Sociedad Capitalista-Patriarcal”, le decimos simplemente “Sociedad”, estamos aceptando que Sociedad es esto, que esos atributos son intrínsecos al concepto de Sociedad. Se totaliza la palabra y hace de la sociedad una posibilidad única. Que sea como es, porque la sociedad es así. En cambio, si explicitamos que es capitalista-patriarcal, estamos aceptando que es una entre muchas posibilidades de sociedad. Entonces, el espectro posible para pensar la sociedad se abre, se hace discutible, se le quita poder al discurso hegemónico.
Pasa con todas las palabras. Pensemos, por ejemplo, en la ciencia social, que el poder pone, por encima de las otras ciencias sociales, la Economía. Tanto la quiere separar el poder de su carga de ser una ciencia social que hasta trabajan en hacerla axiomática, pseudo natural, pseudo matemática. ¿Por qué? Porque las ciencias naturales y matemáticas tienen la característica de ser prácticamente indiscutibles, son creadoras de proposiciones (Kant) que tienen la capacidad de ser aceptadas como verdades por el sentido común, aunque éste no las comprenda.
Es ésta la principal razón por la que se intenta separar lo máximo posible a la Economía de las otras ciencias sociales. ¿Qué características tienen las ciencias sociales para el discurso del poder, para el sentido común impostado? ¿Cómo son las personas que estudian ciencias sociales, según ese discurso? ¿Qué atributos se les da a los conceptos de estas ciencias? Exactamente los contrarios de los que se quiere atribuir a la economía y a las ciencias indiscutibles. Si un buen economista es un tipo serio que anda de traje y reparte verdades a diestra y siniestra en cualquier mesa, un sociólogo es un loquito mal ajetreado que siempre anda molestando en cualquier almuerzo. La descalificación no es carente de sentido, estigmatiza, desprecia, anula a aquello que justamente cuestiona el orden, como, en este caso, el sociólogo (o cualquier otra ciencia social).
Entonces, a la economía se la ubica en un lugar que está por fuera del resto de las ciencias, con pretensiones matemáticas, pero con efectos sociales. El discurso del poder, el que busca que sea indiscutible, ¿para qué quiere que sea indiscutible? ¿Es esta una manera de imponer su orden? Así como con el concepto de sociedad, que, en este contexto, es la sociedad capitalista-patriarcal, ¿qué sucede con la economía? ¿No es acaso una economía capitalista-neoliberal? ¿No asume como supuesto básico la propiedad privada y la jerarquía del capital por sobre el trabajo? ¿No presume que es el capital el que ordena a la masa de trabajadores y no al revés? ¿No es el capital el factor ordenador de la economía? Y mucho más entre líneas, ¿no asume que la acumulación, o la búsqueda de acumulación individual, favorece la distribución de la renta? De nuevo, ¿no asume la acumulación individual como motor de la distribución? ¿Suena esquizofrénico? No es otra cosa que la teoría del derrame. ¿Es la economía, así como decíamos de la sociedad, una palabra ecuánime en la que todos participan en la construcción de sus reglas? Porque, ¿qué son sus enunciados, sino explicitación de una serie de reglas? Los sujetos que viven en el marco del Estado (otra palabra hermosa para deconstruir), ¿participan de la formulación de las reglas de la economía o simplemente las aceptan por ser indiscutibles? Hay un uso del poder en la definición misma de los conceptos.
“Economía” es hoy “Economía capitalista-neoliberal”. Y, al igual que en el caso que pensábamos antes sobre la sociedad, es en la interpelación del concepto mismo que está la posibilidad de aceptar que esta economía no es más que una economía entre las posibles y no la única.
Podríamos pensar así cualquier concepto que se nos ocurra, es en la deconstrucción de la palabra que podemos ver los hilos del poder que se esconden, a veces, con más elegancia y, a veces, con menos. En el caso del lenguaje inclusivo, que hablábamos al principio. ¿Qué es “Todos”? ¿Cuándo se acuñó el uso masculino como totalizador para todas las identidades de género? ¿En qué contexto? ¿Sigue siendo válido aquel contexto para las pujas de poder de hoy? ¿Cuáles son los grupos que disputan? ¿Cuál es el hegemónico o del poder establecido?
Lo más importante, creo, del uso del lenguaje inclusivo radica, justamente, en su aparición, porque sintetiza el crecimiento de un nuevo movimiento que viene a disputar el poder establecido. Viene a molestar al poder. Viene a discutir lo que, desde prácticamente el nacimiento de la sociedad occidental, ha sido indiscutible. Interpela el uso de lo masculino como totalizador conceptual. Y por esto, justamente, es incómodo, porque obliga al sentido común a tener que explicarse a sí mismo y ahí empiezan a aparecer las contradicciones y, otra vez, los hilos del poder que se esconden detrás de ese Todos.
*Por Martin Fogliacco para La tinta.