Seguimos en las calles: por una política en femenino
Pasó la semana, Macri ya se fue. ¿Y ahora? ¿Dónde nos paramos las mujeres y las disidencias frente a este nuevo panorama?
Por Redacción La tinta
Hay mucho fervor en las redes: el pañuelo de Estanislao, el gesto de Fernández de nombrar a las mujeres en sus discurso, la cara de Cristina al saludar a Macri demostrando que no tranza, ministerios estratégicos ocupados por mujeres, tanto a nivel nacional como a nivel provincial, Gines García Gonzalez anunciando el protocolo de interrupción legal del embarazo. Todo esto es el resultado directo de nuestras luchas colectivas en las calles, lo sabemos y lo festejamos. Pero conocemos también el riesgo de descansar en que una institución como el Estado sea la que lleve la batuta de nuestras demandas, marque la agenda y diluya nuestras luchas.
Estamos adentro, pero no queremos ser como elles. Por eso, estas líneas buscan reflexionar sobre otras formas de hacer política, aquella que las mujeres, las disidencias, los movimientos indígenas y campesinos venimos ensayando en toda Nuestramérica, una forma que ha llevado a rebeliones populares en todo el continente, que cuida y protege nuestros recursos y nuestras tierras, una forma que construye desde la inclusión como estrategia política no binaria, y que debemos potenciar de cara al momento histórico que se nos viene.
El 10 de diciembre de 2019 no nos pasó de largo. Es una fecha bisagra para nuestro país, el día en que Macri dejó el gobierno nacional después de 4 brutales años de neoliberalismo recargado con cifras récord de pobreza y retroceso en derechos básicos. Para las mujeres y las identidades disidentes, este gobierno que se va nos deja también con luchas truncas, presupuestos vacíos y políticas públicas inexistentes. Nos deja en el lugar más marginal de una sociedad en crisis, al mismo tiempo que nos encuentra unides en luchas transversales con una fuerza histórica inigualable. Porque, en este tiempo, también crecimos, nos hicimos fuertes y nos hicimos escuchar.
Ahora que sí nos ven, es un buen momento para preguntarnos cómo todo aquello que reclamamos y construimos en las calles, en las escuelas y en nuestras casas encontrará su lugar en esta nueva configuración gubernamental en los distintos niveles. Nos toca una tarea de vigilancia activa frente a nuevos gobiernos que se componen de mucho de lo viejo, de formas y lógicas que combatimos, y supimos superar al interior de nuestros propios movimientos. Nos sigue tocando estar en la calle y en el abajo, construyendo ese horizonte de soberanía y dignidad que buscamos constantemente.
Para analizar el nuevo gobierno, necesitaremos de una perspectiva que mire lo que permanece y lo que se transforma. Existen tensiones, conflictos, contradicciones y articulaciones entre la política partidaria tradicional y los feminismos que han avanzado en el espacio público, y hasta en grupos sociales que llevan marcas de época, discursos y vivencias diferenciadas.
Cupo femenino en discusión
Los primeros análisis que salieron sobre las nuevas gestiones tomaron como eje el medir cuántas mujeres llegaron a ocupar lugares de poder importantes en el entramado estatal. Énfasis en “mujeres”. Cuantitativamente, los números dejan sabor a poco en cualquiera de los equipos que se analice. Ya sucedió algo parecido cuando se dio la campaña #feministasenlaslistas que demostró que los armados partidarios no tuvieron en cuenta nuestros reclamos, ni siquiera el de las leyes de cupos existentes.
A nivel nacional, sólo 4 de los 21 ministerios anunciados están ocupados por mujeres en el rol de conducción, un número que viene a engrosar la escueta historia de mujeres en los ministerios de gobierno: 16. Si ampliamos la mirada al resto de los cargos de primera línea (PAMI, AFIP), el número engorda y llega al 35% de mujeres. En la provincia de Córdoba, de los 31 puestos más relevantes, 4 son para mujeres y, en el municipio, sólo 2 de los 16 cargos. Cuerpos disidentes, trans, travestis: 0.
Cualitativamente, podemos observar algunas victorias para nuestros movimientos. La llegada, desde abajo, de una Ministra de “las mujeres, género y diversidad” a nivel nacional como Eli Alcorta es el resultado directo de la presión colectiva. No sólo se crea un ministerio específico, sino que se ocupa con alguien que viene directamente de la ola feminista, quien se rodea a su vez de muchas compañeras de larga trayectoria.
Esa misma mirada, aplicada a Córdoba, no otorga los mismos resultados. Aunque, cuantitativamente, las mujeres son una minoría alarmante, estas ocupan puestos con un poder interesante dentro de la estructura gubernamental: Ministerio de Coordinación con una denominada “superministra” como Silvina Rivero, que nuclea a otras secretarías estratégicas, el nuevo Ministerio de la Mujer, que ocupará Claudia Martínez, quien dirige el Polo de la Mujer desde hace años. Pero ninguna de ellas proviene del movimiento de mujeres ni tampoco han demostrado con su gestión, como es el caso de Martínez, que nuestros reclamos tienen cabida en sus formas: años de precarización en el Polo de la Mujer, presupuestos que no alcanzan, políticas vacías y poco margen para el intercambio con el movimiento feminista.
¿Alcanza? El discurso mediático y político parece comparar ahora no ya cantidades, sino “calidad” del puesto y de la trayectoria de quién lo ocupa, en un virage sorprendente en el análisis tradicional. “Hay pocas mujeres, pero las que hay tienen mucho poder” se escucha y lee. ¿Pero qué tipo de poder queremos ocupar como feministas? ¿Queremos entrar en esas lógicas jerárquicas y expulsivas que el juego de la política masculina nos impone? ¿Que tendrán que ceder quienes ocupen esos puestos para poder sobrevivir en ellos? “Real politik” o “política real”, dicen por ahí.
Siempre, no importa cómo ni dónde, llegamos a estas encrucijadas en donde las formas en las que construimos desde el feminismo chocan con las otras formas patriarcales e históricas, esas que se zanjan en los binarismos, en la lógica amigo-enemigo, en la exclusión. Será una lucha dura desde adentro para nuestres compañeres y será mucha la espalda que tendremos que brindarles en la calle.
En esta nueva era que se abre, nos dicen que se está apostando al diálogo, al respeto y a la “tolerancia” de cara a lograr una amplia unidad para poder gobernar. ¿Nos podemos quedar callades frente a una unidad que tiene a Menem, a Manzur, a Alperovich, a Chiche Duhalde y a Duhalde, a Felipe Solá, a Berni, a Gustavo Vélez en la provincia de Córdoba? ¿Es esa la unidad que supimos construir en las calles desde el feminismo en los últimos años? Creemos que no lo es.
Nosotres no tranzamos con la Bullrich, denunciamos a la Vidal, escrachamos a Claudia Martínez en Córdoba, repudiamos la abstención de Alejandra Vigo en el debate por la ILE. Para nosotres, no da igual estar en un ministerio y que el resto sigan ocupados por la vieja política, los acuerdos por debajo de la mesa, los negociados sobre nuestros derechos. No nos conformamos. La política que sabemos hacer es revolucionaria. Mueve todo. Y hacia eso caminamos.
Por una política en femenino
Todos estos años de lucha feminista, de entretejer redes de hermandad entre pueblos y ciudades, nos han mostrado formas de ser y hacer muy distintas. Nos sentimos incómodas, como dice Raquel Gutiérrez, cuando las decisiones se toman de manera jerárquica o vertical. Nos incomoda la política tradicional y sus formas, nos incomoda la “vanguardia” iluminada, porque nos hemos cansado de que decidan sobre nosotres y nuestros cuerpos.
“Políticas en femenino es una propuesta para pensar formas de lo político desarrolladas a partir del proceso de producción de lo común, es decir, a partir del ‘compromiso colectivo con la reproducción de la vida’. El esfuerzo de concebir lo político más allá de las formas oficiales, articuladas alrededor del Estado y orientadas hacia la acumulación del capital, apunta a dos objetivos entrelazados”.
Es una política en femenino o feminista no porque sea realizada sólo por mujeres o porque exalta atributos que socialmente se relacionan a las mujeres, sino porque son las experiencias de las mujeres e identidades disidentes en lucha contra el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado las que han forjado esta nueva política. El eje que la vertebra es la producción, la defensa y la ampliación de las condiciones para la reproducción de la vida en su conjunto, porque hemos sido puestas ahí históricamente, pero porque también ha sido desde ahí donde gestamos el “entremujeres” que hoy nos permite articular las grandes movimientos sociales.
La política masculina nos ha llevado por un camino de exclusiones y separaciones, donde la acumulación de capital o los enfrentamientos por gestionarla (aunque sea hacia abajo) han sido la guía. Una política que nos obliga a callar, a ceder en demandas vitales, a silencios y ocultamientos, a acuerdos con “indeseables” para obtener una tajada más grande de votos (como si esos votos no fuesen personas de carne y hueso). Una política que, aunque no queramos, nos encierra en sus lógicas violentas y manipuladoras, y nos hace creer que son las únicas herramientas “para llegar” y que, una vez allí, vamos a poder ser mejores, pero desde arriba.
Pero la política en femenino no busca formas de tomar el Estado, sino que intenta desarmar la imposición del capital pluralizando y ampliando las múltiples capacidades de intervención y acción sobre los asuntos que son públicos, dando voz y capacidad decisoria a quienes involucran y afectan. Así, se construyeron el Ni Una Menos en Argentina, las guerras del Agua en Bolivia, las luchas estudiantiles en Chile, la ola verde en Latinoamérica. La inclusión como eje central, pero con objetivos de lucha claros y no negociables. Nunca fuimos ni seremos defensoras de Patricia Bullrich “sólo porque es mujer”. No defendimos a la Vidal mientras saqueaba una provincia entera y la sumía en la pobreza. Lo que ellas representan está exactamente en contra de lo que queremos, ellas no entran en nuestras filas.
¿Podemos decir lo mismo del amplio arco que se gestó en contra de Mauricio Macri? No. ¿Queríamos que Macri se vaya? Sí. Pero ahora nos toca la dura tarea de cuestionarnos constantemente cómo vamos a construir nuestras luchas a partir de ahora. De preguntarnos qué lugar van a tener aquelles que llegaron desde abajo al Estado y cómo van a cristalizar nuestras demandas allí.
¿Nos da igual cualquier Ley de interrupción voluntaria del embarazo? No, queremos que sea ley aquella que venimos caminando juntes desde hace tantos años, que consensúa miradas, aportes y procesos netamente colectivos y desde abajo. ¿Nos da igual cualquier plan contra la violencia de géneros? No, somos muches les que venimos trabajando hace años en estrategias de autodefensas comunitarias y les que sabemos qué necesitamos en nuestros barrios. No queremos una política punitivista hacia la violencia de géneros. No queremos más policía en las calles con la excusa de “cuidarnos”. ¿Nos da igual que no se escuchen las voces de las disidencias y de les compañeres trans y travestis? No, este feminismo que venimos construyendo es plural, plurinacional y diverso.
Será importante considerar los contextos socio territoriales, las “demandas de fondo” y los actores que toman esas demandas y las articulan para desarrollar propuestas de políticas públicas. Dependerán de los contextos sociales y políticos, de historia locales, anudamientos institucionales y de iniciativas colectivas también para que se vuelvan una política de Estado que no pueda ser arrebatada por los sectores conservadores, como vimos suceder durante el último gobierno de Cambiemos.
La exigencia ahora es enorme: vamos a seguir en las calles, vamos a seguir construyendo desde abajo las formas de vida que queremos. Esas son nuestras formas políticas, tan distantes de aquellas que el Estado y los partidos políticos nos presentan como recetas mágicas. Sabemos que no es adentro en donde se construye esta política feminista, sino en nuestros pasos cotidianos hacia el horizonte de lo comunitario. Y mientras, defenderemos aquellas luchas que lograron colarse en la estructura jerárquica y patriarcal del Estado, buscando avanzar de manera horizontal e inclusiva en derechos que nos aseguren una vida digna libre de violencias y soberanía sobre nuestros cuerpos y territorios.
*Por Redacción La tinta / Foto de portada: La tinta.