“Al dolor no lo podemos borrar, sólo acompañar”
Reflexiones sobre la experiencia del equipo de psicólogos que trabajó en el acompañamiento a los centenares de testigos, víctimas querellantes y familiares en los juicios por crímenes de lesa humanidad realizados en Córdoba.
Por Comisión Provincial de la Memoria de Córdoba
La anulación de las leyes de obediencia debida y punto final, en el año 2005, permitió reabrir en el país los juicios por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura. Con la reapertura de las causas, y en particular con la desaparición de Julio López y las amenazas permanentes a testigos, se evidenció la necesidad de desarrollar estrategias de protección integral de las víctimas de crímenes de lesa humanidad.
Con ese propósito, en 2007 se reglamentó el Plan Nacional de Acompañamiento y Asistencia integral a los querellantes y testigos víctimas del terrorismo de Estado, coordinando las acciones a implementar con una perspectiva integral psico-jurídica a nivel nacional. Con el primer juicio en Córdoba, en el año 2008 se conformó el primer equipo de acompañamiento psicológico a testigos, víctimas y familiares en situación de dar testimonio en juicios por crímenes de lesa humanidad en la provincia.
A partir de las entrevistas a Alicia Greco y Silvia Plaza, integrante y coordinadora del equipo respectivamente, compartimos algunas reflexiones sobre lo que significó esta experiencia en Córdoba, principalmente en la Megacausa La Perla – Campo de la Ribera – D2, durante la cual el equipo acompañó a 560 personas.
—¿Cómo se construyó la experiencia de acompañamiento a los testigos de juicios por delitos de lesa humanidad en Córdoba?
—Silvia Plaza: Los juicios son una experiencia novedosa, no porque sean los primeros, porque no hay que olvidar el Juicio a las Juntas, que fue importantísimo en una época muy difícil: recién salíamos de dictadura, estaba todo el aparato represivo vigente, se vivieron sublevaciones y las calles estaban llenas de servicios. Estos juicios vienen en otro contexto donde esta memoria empieza a ser oída en el marco societal, no sólo en los micro-espacios. Otra novedad es que a partir de la desaparición de Julio López aparece esta exigencia de pensar y de cuidar a los testigos, tanto en sus vidas biológicas, físicas, como en lo que implica testimoniar en los juicios. De ahí deviene el equipo de acompañamiento.
Y esta es una diferencia con el Juicio a las Juntas, en donde los testigos padecieron mucha soledad y en algunos puntos no fueron muy bien tratados, porque el sistema jurídico no estaba preparado. Aún no estuvo preparado en 2007 y acá en Córdoba en 2008, en el sentido de que es muy difícil mover el aparato jurídico. Nuestro sistema jurídico está pensado para facilitar la defensa, y bienvenido sea el sistema de garantías, pero el testigo era un mero instrumento proveedor de pruebas. También lo jurídico debía dar lugar a que los testigos fueran tratados como seres humanos, especialmente por la experiencia terrible que habían vivido. Esto se activó en jueces, abogados, auxiliares.
En Córdoba, con el primer juicio de 2008, junto con el cuerpo de protección a testigos, que mereció también mucha atención y trabajo de los organismos de derechos humanos, se crearon los equipos de acompañamiento psicológico. Entonces hubo una decisión de que el equipo no tuviese una dependencia institucional, o que si eran rentados eso no significara una dependencia que afectara la autonomía. El equipo iba a tratar cuestiones muy delicadas, con una confianza lesionada, porque los testigos también fueron lesionados en su confianza a nivel institucional; no fueron escuchados, algunos fueron maltratados, etcétera. Esa cuestión de ofrecer una escucha centrada en ellos y que no respondiera a intereses particulares, fue una decisión política y ética.
—¿En qué consiste el acompañamiento? ¿Cuál es su función?
—Alicia Greco: Es una construcción, en el 2008 fue inaugural y nadie tenía muy en claro cuál iba a ser la tónica de los acontecimientos en esos juicios. Nosotros, al trabajar en comunidad, veníamos en esa línea de trabajo desde hacía mucho tiempo. Partíamos de un encuentro con el otro, de un otro potente y activo políticamente. Desde ese eje empezamos a construir un dispositivo que tuviera que ver con estar con…, y no desde una mirada clínica. El antecedente de nuestra tarea comunitaria nos permitió pensar un dispositivo no clínico, porque no partíamos de la idea de que eran personas que necesitaban asistencia, sino que la situación de dar testimonio jurídico tenía una singularidad y requería pensar cómo el Estado podía proveer de otros abrazos a esa situación, de modo tal que quien diera testimonio pudiera hacerlo en las mejores condiciones.
—Silvia Plaza: La función del equipo –lo puedo decir hoy– era cobijar a través de una escucha atenta y acompañar los procesos del recordar, no sólo una situación para testimoniar a nivel jurídico sino recordar la experiencia vivida para poder objetivarla. En ese sentido, el haber vivido una experiencia tan profunda de crueldad, hizo que este acompañar ese recuerdo fuera desde la idea de la ternura. Y la ternura tiene que ver con algunas cuestiones básicas, como la alimentación, el abrigo y el buen trato. Era una respuesta delicada y atenta al desamparo, a la desnudez lastimada, y esa crueldad que afectó a la intimidad.
—Alicia Greco: Al dispositivo de acompañamiento lo enmarcamos en etapas que tiene que ver con el pre testimonio, el momento del testimonio y el pos testimonio. Había un primer contacto y se planteaba una invitación–porque no era una obligación– de que si tenían interés podían ser acompañados por el equipo. El dispositivo fue estar a disposición, cuando ellos decidieran y con quién decidieran. Es decir, nosotros estábamos 24 horas disponibles. Podía ser en una plaza, en un bar, podía ser en una casa. Al principio, en los juicios anteriores, no teníamos un espacio propio, pero para la Megacausa contamos con una sala para los encuentros. Era en la universidad, entonces ofrecíamos esa salita, pero la mayoría de las veces íbamos a los domicilios. Estábamos un poco pautados por la lógica judicial en términos del orden la lista de testigos, si tenían los datos de ese testigo y cómo conectarlo. Entonces, más allá de nuestra predisposición a hacer la mayor cantidad de encuentros posibles previos al testimonio, a veces no se podía porque nos llegaba el contacto tan solo uno o dos días antes de la fecha de testimonio. Para la Megacausa ya habíamos aprendido que era necesario hacer este trabajo en forma previa, y creo que el tribunal también incorporó que era importante para nuestra tarea y empezó a generar más posibilidades para la realización de los encuentros.
Solamente en este juicio fueron acompañadas por nosotros 560 personas. En general la mayoría necesitaban y querían dar testimonio. Entonces el encuentro era fructífero, por un deseo de los testigos de llegar bien y superar sus temores a no poder hacerlo. Creo que esas dos cosas generaban la posibilidad de que nosotros fuéramos ese primer público, una antesala de la audiencia en tribunales, donde recordar las historias límites sufridas por el terrorismo de Estado durante la última dictadura. Mi recuerdo de esta preparación para el testimonio ha sido marcado por el interés profundo de cada uno de poder aportar a esta construcción de memoria y de verdad. Ese móvil hacia que los encuentros fueran posibles.
—¿Cuál es la especificidad del acompañamiento en el ámbito judicial? ¿Cuáles son los desafíos cuando esas personas se enfrentan a esa situación tan particular?
—Silvia Plaza: La Megacausa fue singular. En el primer juicio estuvieron los primeros relatos en el campo jurídico, porque los testigos eran sobrevivientes de La Perla y de Campo de la Ribera. Eso nos ayudó mucho porque no sólo nos introdujo en el campo de la escena judicial sino que también nos permitió una reflexión sobre los sobrevivientes. El escenario jurídico está habitado por múltiples actores. Es la caja de resonancia de la memoria como campo de lucha. Por un lado, teníamos un tribunal con el que podíamos establecer un diálogo peleado, discutido, muy trabajado, en donde nosotros podíamos reconocer lo que implicaba el escenario judicial, y el tribunal y sus auxiliares reconocer la implicancia psicológica en esta cuestión. Por otro lado, estaba el cuerpo de protección a testigos, que aun cuando no era el «enemigo» –esto entre comillas– devenía de una fuerza de seguridad y eso implicaba una situación al menos de tensión en estos testigos. Entonces, también tuvimos que hacer un trabajo, donde en algunas cuestiones fue muy provechoso y en otras muy dificultoso. Teníamos que intervenir y estar atentos a este interjuego de actores.
Además, en el mismo espacio estaban los imputados, que en muchos casos fueron quienes torturaron y mataron a sus hijos o torturaron al testigo. Entonces, también se generaba una tensión ahí, y en muchos casos esta circunstancia debió ser trabajada especialmente. Es difícil hablar de recetas o que a todos les pasó lo mismo. Los testigos estaban convencidos de que debían testimoniar, y nuestro trabajo posibilitó que sea pensado. Así pudieron, aun estando los imputados, ejercer su palabra.
—Desde la experiencia del acompañamiento, ¿qué significa testimoniar sobre vivencias límites en estos procesos judiciales?
—Alicia Greco: Nosotros hablamos bastante de los sentidos de dar testimonio, y creo que eso ayudaba en este tránsito. Me refiero a poder pensar antes cuáles eran las expectativas y temores, a poder acompañar en ese momento conociendo esas expectativas y temores, y pensar después de dar testimonio si era posible una resignificación de ese momento. Me parece que en el pos testimonio pudimos recoger situaciones más intensas que en el pre. Esto nos lleva a la reflexión de si sólo la palabra libera, protege y cura. En estos casos, me parece que no, que no sólo la palabra y dar testimonio es sanador. Es un ordenador, es una necesidad y muchos hicieron referencia a eso: “Me saqué un peso”, “fue como sacarme una mochila”. Para algunos, al haber estado tantos años esperando la oportunidad, seguramente en algún punto tenía que ver con un alivio, pero nos queda la pregunta de si es posible elaborar y metabolizar experiencias radicales de crueldad, como las vividas.
—Silvia Plaza: Hay algo que se hace en general al inicio del acompañamiento o en el trayecto de los juicios, y es un poco un pasaje –porque siempre hay movimiento– que se puede sintetizar con dos figuras. Uno es el pasaje de la crónica a la narrativa. En algunos casos los testigos para cumplir con el deber de testimoniar –que esa era la razón de la sobrevivencia– tuvieron que escindirse de ellos mismos. No había una implicación, se sentían todavía ajenos. Fue el mecanismo que muchos utilizaron para poder vivir. La narrativa implicó hacer propio el relato y hablar en primera persona, no hacer como si fuera un tercero. Y otra cuestión muy importante se puede enunciar como el pasaje del fragmento a la situación. La lógica de un campo de concentración incluye la construcción de una realidad a través de fragmentos y de esa manera desubjetivar, haciendo de cada uno que estaba ahí un fragmento. Ninguno tenía una narrativa del campo de concentración y lo que allí sucedió, era el relato de ese fragmento desde la imposición de la lógica del campo. La situación implica acceder a los otros fragmentos y poder a través de la narrativa ir hilvanándolos y construyendo una realidad subjetivante.
—¿Cuál es la potencia de dar testimonio en términos de reparación?
—Silvia Plaza: Esta categoría de reparación es difícil. Vale en el campo jurídico, pero en el campo psicológico prefiero hablar en otros términos. Dos cosas, no sé si el juicio solo hubiese tenido trama subjetivante. Me parece que la presencia de psicólogos locales, en el caso de Córdoba –no todos los equipos son iguales– ha tenido gran importancia para los testigos. No sé para la causa, pero sí para ellos. Como dije antes, hay condiciones de desubjetivacion ante eso que produjo un despojamiento de su condición humana, del carácter de semejante. Y por otro lado está la ley, pero no es lo mismo la ley simbólica que la jurídica. La pregunta es sobre los efectos de la ley jurídica en lo simbólico. Como dice Fernando Ulloa, que nos puede ayudar en este punto, el paradigma de la crueldad es la mesa de tortura, y ahí se establece una “relación”: el torturado y el torturador. Es una encerrona trágica, porque no hay un tercero, no hay un otro que ampare o a quien pedirle ayuda. Ante esa situación, el juicio viene a instalar un tercero que es la ley, con un tribunal que escucha y hace callar al represor. Porque no es sólo un tribunal que está, sino que, además, produce acciones de escucha. Se instituye como un tercero subjetivante y desde allí hay un efecto simbólico. Por otro lado, lo que produce la encerrona del campo, como vida concentracionaria, es que no hay salida. Es un puro dolor del que no se puede salir. En todo caso, uno puede alienarse, fragmentarse, romperse, construirse un otro. Creo que las instancias del juicio y el acompañamiento posibilitaron salir de ese túnel sin salida. Entrar y salir, porque había otros, el tercero de la ley y el tercero del acompañamiento, que los podían cobijar; entre otros.
—Alicia Greco: Desde el plano jurídico-social y el lugar de ciudadanos, sin lugar a dudas que el Estado tome estas historias entre sus manos y las juzgue y las condene, se instituye como un ordenador que en algún punto destraba. Lo que pasa es que reparar en términos de volver al estado original de las cosas, que sería la pretensión legal, es ilusorio, impensable. Estamos hablando de experiencias radicales, más allá del límite. Lo que escuchamos fue alivio, pero muy pocas veces se dijo “me siento bien”, “siento que reparé algo”. Eso no apareció. En la mayoría de los casos, fue posible el acto de dar testimonio jurídico. Los testigos sintieron que pudieron hacer uso de la palabra, construir una narrativa sobre lo vivido. Queda la sensación de logro, a pesar del esfuerzo, porque a su vez es un tránsito atravesado por el dolor. En esta instancia es donde el acompañamiento se torna en presencia significativa…, porque al dolor subjetivo no hay qué lo alivie. Al dolor sólo lo podemos acompañar, no lo podemos borrar.
*Por Comisión Provincial de la Memoria de Córdoba / Imágenes: Colectivo Manifiesto.