Gregorio y los caballos: tatuajes del monte
Por Redacción Sala de Prensa Ambiental
Desde tiempos inmemoriales, el caballo ha sido el compañero inseparable de quienes habitan montes y bosques. Grandes hazañas, exploraciones, leyendas y batallas han tenido como protagonistas a estos animales desde hace miles de años: Bucéfalo, el legendario caballo de Alejandro Magno; Incitatus, famoso corcel de Calígula; Othar, el mítico alazán de Atila y también Rocinante, compañero de aventuras de Don Quijote que ya forma parte de la historia universal.
Los caballos son hermosos mamíferos que habitan nuestro planeta, con un antiquísimo proceso de evolución en sus genes ya que, se supone, sus antecesores aparecieron hace 55 millones de años. Desde entonces, han servido a la humanidad como alimento, transporte y fuerza de trabajo.
Desde la Era Cenozoica donde los antecesores de estos animales comenzaron a transitar la Tierra llegamos a la actualidad, donde los caballos salvajes ya no existen como tales en ningún rincón del mundo. Sin embargo, asoman casos donde estos grandes mamíferos son criados en estado de semi-libertad; sin infringirles dolor ni usando la fuerza para lograr que un caballo acepte la montura, una brida y un jinete.
Monta y monte
El espacio Rohan desarrolla su experiencia desde hace 2 años en la localidad de Malagueño, en el Gran Córdoba. Allí, se plasma el proyecto de Escuelita de Monta y Monte, con la idea de que niños y adolescentes entiendan la importancia del respeto hacia los caballos que viven en estado de semi-libertad, con mucho espacio a su disposición en geografías del monte serrano.
Cuando uno llega a Rohan se despliega un universo de imágenes que incluyen a una niña acariciando a un caballo mientras otro se acerca al trote con mirada atenta y las orejas en punta, arrimándose a curiosear en tanto el resto de la manada saborea las primeras pasturas verdes que van apareciendo con la llegada de la primavera; todo ello bajo la atenta mirada de los niños.
Gregorio Aita Tagle es quien ideó el proyecto Escuelita de Monta y Monte con la idea de conectar a los niños con los caballos y la naturaleza que los contiene. “Cuando llegan los chicos -indica Aita Tagle- tiene que haber un saludo al caballo y una despedida cuando se van: un lindo abrazo. También, les pido a los pibes que les hablen a los animales, no porque vayan a entender lo que les decimos sino porque nuestro tono de voz les transmite mucho. Entonces, les sugiero que estén solos con ellos un rato, que busquen un lugar para cepillarlos porque ese es un buen momento para entender que no se van a subir a una bici sino que van a compartir momentos con un ser vivo que tiene emociones”.
Como impulsor de la Escuelita de Monte y Monte en campo Rohan, Gregorio dice que el proyecto “apunta a que los chicos participen en actividades que tienen como eje el conocimiento en profundidad de los caballos y la necesidad de mantenerlos cerca de su estado natural para que tengan una buena calidad de vida. A partir de eso, que los niños y adolescentes disfruten caminando junto a ellos o montándolos en un ambiente natural. Los chicos aprenden a mover el cuerpo sobre los caballos y de paso experimentan el bosque nativo, su flora y su fauna, creando conciencia ambiental mientras nos divertimos”, indica Aita Tagle.
Doma o amansamiento, esa es la cuestión
La milenaria relación del hombre con los caballos está teñida de sometimiento al animal, muchas veces quebrando su voluntad de manera impiadosa. Al respecto, Gregorio Aita Tagle señala que “hay casos en que el caballo es sometido por la fuerza y con sufrimiento, pero existen otras formas que consisten en amansarlos buscando construir un dúo enmarcado en una relación respetuosa, y eso es lo que tratamos que suceda aquí; que el animal quiera estar con nosotros, que se sienta cómodo sin exigirle por demás. El proyecto de Rohan reside en respetar a los caballos y a la naturaleza. Tener animales infelices, atados comiendo con un morral para que luego venga alguien y se le suba, se baje y luego otro, y así: no, yo quiero caballos felices que si tienen ganas de correr que corran y se vayan, aunque los tengamos que ir a buscar al monte y nos hagan renegar un rato”.
—¿Qué diferencia hay entre domar y amansar un caballo?
—Yo amanso sin violencia, respetando los tiempos del animal. Para mí, incluso suele ser más rápido que la doma tradicional donde se doblega la voluntad del caballo con métodos de fuerza: le tiran del hocico, lo embozalan a un poste y entonces el caballo cede. Nosotros lo trabajamos de una manera más progresiva para que el caballo vaya acostumbrándose de a poco a esos elementos: que pueda olfatear la montura, que la sienta sin tener que estar atado a un palenque porque eso los aterra ya que son animales de huida: ante el peligro huyen, no confrontan ya que se agrupan en bloque con su manada y se van, esa es su defensa. Entonces, el amanse busca ser muy respetuoso, enseñándole todo lo que vamos a hacer, de manera que él primero pueda aceptarlo por su voluntad, dándole tiempo para que tire un par de patadas y que se dé cuenta que la cincha no es para lastimarlo. El amanse es progresivo, te subís y le vas enseñando.
El caballo sabe hacer todo, sólo que con alguien arriba se entorpece, es como que pases de correr solo a hacerlo con alguien que se te sube a la espalda y después te pongan un freno en la boca -una palanca de hierro que trabaja a distintas presiones-. Ese hierro produce dolor en su paladar y hace que gire o frene, por ejemplo. Entonces, se trata de usar cabezadas que no tienen embocadura y que trabajan con el movimiento de su cuerpo. Por eso, uso poco el corral, amanso en libertad en el monte donde hay obstáculos naturales para él: una piedra, un árbol, un zigzagueo entre árboles donde haya desniveles para fortalecerles la musculatura. Los saco a las sierras aunque uno se expone más porque puede haber más accidentes.
«Yo entro en contacto con la tierra bastante seguido”, dice Gregorio soltando una carcajada y prosigue diciendo que “al amansarlos de esa forma son bastante confiados porque no hay un castigo nunca, no hay violencia”.
Acerca de cómo se aproximan los niños y jóvenes a los caballos, Aita Tagle indica que “primero utilizamos una pista que tiene 500 m2 donde los chicos se encuentran con los primeros manejos del animal y, cuando siento que ya están seguros, nos vamos con los caballos hacia el monte a jugar y a aprender. Para los caballos también es más divertida esta situación real de monta; los chicos aprenden a mover el cuerpo sobre ellos y de paso experimentamos en el monte con su flora y su fauna, creando conciencia ambiental mediante charlas, observando o simplemente transitándolo”.
Sofi, la encantadora de caballos
“En la Escuelita de Monta y Monte puede pasar cualquier cosa», dice Gregorio sonriendo mientras le cambia la cebadura al mate. “También, sucede que hay chicos que van con sus binoculares viendo pájaros, otros se bajan del caballo con su mochila y se ponen a dibujar. Otros vienen y dicen ‘hoy quiero ver cómo es un día normal de los caballos en su casa’, entonces observamos cómo se mueve la manada, qué pasturas eligen para alimentarse o cómo es su dinámica de descanso; trato de abrir la cancha mucho con eso y también con cuestiones del medio ambiente para que aprendan a desenvolverse allí; que los chicos sepan que no debemos intervenir todo un monte para poder transitarlo sino que podemos elegir un caminito y mejorarlo porque no necesitamos andar por todos lados metiéndonos y rompiendo, alterando el ecosistema”, señala el responsable de la Escuelita de Monta y Monte.
Cuenta Gregorio Aita Tagle que “hace unos días, una niña llamada Sofi apenas llegó, sacó una flauta y me dijo ‘me gustaría tocar alguna canción para los caballos’ y nos quedamos todos helados por la ocurrencia. Los animales que andaban sueltos por ahí comenzaron a oír sonidos que les resultaban extraños y empezaron a acercarse arrastrados por la curiosidad. Lo primero que hicieron fue acercarse quedándose todos tranquilos, rodeándola como ella los rodeaba con las melodías de su flauta”.
Gregorio camina con una interminable fila de perros por detrás -de todos los colores y tamaños- cuando abre la tranquera indicando que parte de la filosofía de la Escuela de Monta y Monte consiste también, en enseñar a resolver diferentes situaciones desde la simpleza: “Si nos toca un día de lluvia, les digo a los chicos: bueno acá tienen bolsas de consorcio y un cuchillo, ábranlas…brazos y cabeza afuera y listo, se construyeron una capa de agua solos; no hay que tener un equipo super cheto para andar a caballo… andamos como estamos y con lo que hay. Esas cosas aportamos: la sencillez de prender un fogón y que para eso los chicos tengan que elegir cuáles ramas son las mejores o que empiecen a descubrir qué madera es la más dura, si la de un tala, un algarrobo o un espinillo».
Retoma diciendo que “nos encontramos con pibes que aprenden a disfrutar un montón con los caballos que son los protagonistas pero también con el monte, porque una de las actividades que más nos gusta hacer con ellos es la exploración y búsqueda de plantas aromáticas y medicinales, aprendiendo cómo hay que cortarlas para que vuelvan a crecer y mientras eso sucede hablamos de los tatuajes del monte que son los rayones y marcas que a veces dejan las espinas cuando lo atravesás”, dice sonriendo mientras relata que “en una ocasión, los chicos me vieron a mí con raspones y marcas en los brazos y me dijeron: ¡eh, son los tatuajes del monte! y bueno, es que cada tanto, el bosque y sus espinas te cobran peaje”.
Lunático
Entre la manada de Rohan, aparece la figura de un caballo en particular, “ese es Lunático y tiene un temperamento bastante complicado”, dice Gregorio Aita Tagle señalando a su caballo. “Lunático es parte de un reproceso personal mío: un animal que le tenía mucho miedo a las personas; pánico porque lo habían molido a palos y por eso subirse a Lunático era todo un tema: apenas ponía un pie en el estribo él empezaba a bufar. Cuando lo traje del campo donde lo tenían fue todo un tema: estuvo dos días sin tomar agua. Recuerdo que desesperado lo llamé a un amigo diciéndole: ‘Se me va a morir, no sé qué hacer, le cambie el agua, le limpie el bebedero, todos los otros toman pero él no, se me va morir’”.
«Dos días estuvo sin tomar agua hasta que entendió que ésta iba a ser su nueva casa y que lo íbamos a tratar bien, cuenta Gregorio, y que “cuando lo empecé a sacar a campo abierto me di cuenta que era un caballo que tenía muchísima fuerza y me tiraba al piso en cuanta ocasión podía, veníamos galopando y de pronto hacía movimientos muy bruscos y yo terminaba revolcado en el suelo una y otra vez. Lunático me tiraba al piso, se alejaba unos 30 metros en el medio del monte y se detenía a mirarme mientras se ponía a comer. La verdad es que yo lo miraba desde el piso y era casi una costumbre, porque me tiraba bastante seguido».
«Hace poco, íbamos paseando con mi compañera por un caminito angosto y de repente se formó una Y. Al instante, mi problema fue para donde ir porque Lunático podía encarar para cualquier lado y como de costumbre yo me incliné para la derecha y él decidió ir hacia la izquierda: en un segundo me quedé en el aire y otra vez al piso viéndolo como se iba. Lo corrimos por el medio del monte intentando agarrarlo hasta que se frenó en el alambrado del campo y se dio vuelta para mirarnos como diciendo ¿llegaron?, ¿está todo bien? Ese es mi caballo”, dice Gregorio riéndose con un gesto como quien describe a un hijo que hace ostentación de su rebeldía.
“Lunático es mi compañía pero también una amansadora para mí, porque cuando estoy de mal humor se pone insufrible, in-su-fri-ble: se va, quiero agarrarlo y corre; tengo que estar horas persiguiéndolo porque no se deja agarrar”, murmura Gregorio con una sonrisa que apunta al piso mientras dice “Lunático va a ser siempre mi caballo escuela y por eso le dedico a él los domingos, los dos solos en el monte, con el loco que cuando se le cruza que quiere ir por un lado no hay rienda que sujete su tozudez. Yo me siento muy identificado con él porque es mi caballo, el que me enseña que uno no está solo y que hay que relajarse cuando estamos con otro, aprendiendo a respetarlo, a empatizar, y que de guapo no se la vas a ganar a nadie; con mi caballo entendí todo eso”, concluye el creador de Monta y Monte.
*Por Redacción Sala de Prensa Ambiental / Imágenes: Sala de Prensa Ambiental.