Una cooperativa feminista ayuda a compañeras trans a tener viviendas dignas
En Paraná, provincia de Entre Ríos, se encuentra en formación la primera cooperativa de mujeres y disidencias dedicada a la construcción. Mientras esperan la matrícula nacional, el grupo no detiene sus trabajos en las obras. Como parte de su perspectiva social, realizó jornadas de trabajo solidario «mingas» en la casa de Verónica Siomara Lescano, una mujer trans que ha sufrido vulneración del derecho a la educación, la salud y la vivienda durante toda su vida.
Por Gisela Romero para Agencia Presentes
En el barrio Mosconi Viejo, en la zona oeste de Paraná, la cumbia a todo volumen invitaba un lunes por la mañana a entrar en la casa de Verónica Siomara Lescano. Guantes, baldes, taladros, maderas, se desparramaban en la entrada y el interior de la precaria vivienda que habita, desde hace unos seis meses, esta mujer trans, que cumplió 42 años el 21 de septiembre.
Hasta allí, al populoso barrio de la capital entrerriana, llegaron les integrantes de La Pasionaria, la primera cooperativa en formación, integrada por mujeres y disidencias. Su objetivo fue realizar su primera «minga» – trabajo solidario- para ayudar a la Vero, quien pasa sus días sola, sin trabajo, recibiendo el beneficio del Programa Hacemos Futuro y atravesando dolencias físicas producto de una mala práctica médica de su juventud.
«Nuestra cooperativa nació con la idea de ser una fuente de trabajo para todas las compañeras que la integren pero también con una perspectiva social. Ya veníamos trabajando en casas de compañeras que necesitaban ampliaciones o refacciones. Vinimos a ver la casa de Vero y es una situación súper complicada en la que está viviendo», explicó a Presentes Yudit Baez, presidenta de La Pasionaria.
«Como todos sabemos, las compañeras trans son las más sufridas en todos los aspectos: en la salud, el trabajo, la educación, y en el acceso a vivienda. Entonces sentimos un gran compromiso desde el lugar que nos toca, de poder mejorar la calidad de vida de ellas y hacerlas habitar un espacio propio», agregó. «Como cooperativa es la primera minga, pero la idea es una vez al mes hacer una de estas actividades y ayudar a mujeres y diversidades que necesiten arreglar sus casitas», precisó.
A lo largo de todo el día, les integrantes de La Pasionaria trabajaron en la vivienda, de techo bajo y patio de pasto y árboles frondosos. «Es una casa con muchos problemas de humedad debido a que no tiene revoques en las paredes externas, no tiene impermeables y no tiene revoques adentro, y como Vero sufre de asma nos pareció muy necesario hacerle una ventana para que la casa esté más aireada y que entre el sol, hacer los revoques y arreglar caños que estaban con pérdidas», detalló Yudit sobre la obra.
La Pasionaria
«Mi hermana y yo empezamos hace dos años o un poquito más con la construcción de la vivienda propia, y siempre con la idea de por qué si podíamos aprender el oficio no podíamos transmitírselo a otras compañeras. Así nos fuimos encontrando porque había un montón de compañeras que estaban trabajando como ayudantes, y empezamos a organizarnos y a darle un carácter legal. Nos decidimos por la cooperativa ya que la economía social y solidaria es la que nos va a sacar de esta crisis en la que estamos», dijo Yudit Baez a Presentes. Así arrancó La Pasionaria, como un sueño que hoy se está concretando.
«Hicimos una convocatoria y vimos que había muchas compañeras que estaban sueltas, pero no se reconocían como mujeres trabajadoras de la construcción. A nosotras, que ejercemos el oficio y que lo venimos haciendo hace un montón de años como ayudantes de compañeros, ayudantes de padres o ayudantes de amigos, nos cuesta mucho reconocernos de ese modo. Entonces cuando se abrió la propuesta de La Pasionaria fue decir: me reconozco como una trabajadora y puedo vivir de esto», ahondó Yudit, que también destacó el perfil social de La Pasionaria, que se relaciona con la ayuda solidaria a las personas trans.
Hoy La Pasionaria está integrada por 13 personas, entre ellas una mujer trans y un hombre trans, que esperan la matrícula nacional de la cooperativa así como las capacitaciones de la Uocra. En el grupo, algunos trabajaban en la construcción, en tanto la mayoría proviene de otros ámbitos. Así, hay estudiantes de canto popular, arte y danza, y comunicadoras sociales. «A mi me faltan materias para recibirme de politóloga. Son variados los estudios dentro de la cope, pero todas amamos hacer esto: pegar ladrillos», afirmó Yudit.
«Algunas buscaron trabajo y no conseguían, pero a la mayoría le gusta la construcción y en algún momento ya habían hecho este tipo de trabajo pero nunca reconociendo que podían hacerlo solas. Entonces se sumaron: fue el gusto, el encontrar un grupo unido, un vínculo, el demostrar que las mujeres cuando nos juntamos no estamos todas locas sino que podemos generar otras cosas», reflexionó además ante este medio.
Aprender el oficio y derribar prejuicios
Cuando Yudit comenzó a pegar ladrillos y levantar paredes, no tenía conocimientos. Pero con la ayuda de una de sus pares, Lulu, y de su padre maestro mayor de obra fue aprendiendo el oficio.
«Al principio fue un poco difícil por todos los estereotipos sociales que tenemos, de que siendo mujeres no sabemos trabajar de la construcción. Socialmente está constituido así: si sos mujer no sabés, no es que no podés, pero es un oficio en el que históricamente han estado involucrados hombres. Así que empezamos con pocos clientes, reducidos, los que confiaban y los que llamaban con desconfianza, pero hoy tenemos muchos clientes que nos llaman, porque se corrió la voz de que trabajamos bien. Es cuestión de tiempo, que nos vean trabajar para terminar con todos los prejuicios», dijo a Presentes.
Yudit reconoce que jamás pensó la posibilidad de vivir de la construcción. «Sí se me había ocurrido la idea de generar un grupo, en el cual las mujeres pudiéramos aprender, para no tener que depender de nadie que lo haga en nuestras casas. Pero vivir de esto, la verdad que no», admitió. Sin embargo, poco a poco lo fue pensando como medio de vida. «Si bien tengo una carrera universitaria, me encanta lo que hago. Amo pegar ladrillos, lo digo todo el tiempo».
En la cooperativa que preside Yudit Baez todes cobran en forma igualitaria. Ni la arquitecta ni la maestra mayor de obra perciben un mayor salario. Y se separa y guarda el 10 por ciento del valor del trabajo para momentos más difíciles. «Somos mujeres, somo trabajadoras, somos negras y somos el cuádruple o triple de pobre que otra persona. Entonces guardamos el porcentaje en una cajita de zapatos y cada vez que a alguna le falta el gas, la tarjeta del colectivo, o no tiene para comprarle la merienda a los chicos, se saca de ahí y se distribuye entre las compañeras», describió.
La historia con Verónica
En la minga, como forma de trabajo colectivo, no faltó el almuerzo comunitario. Y tampoco las muestras de afecto con la dueña de casa, que les integrantes de La Pasionaria conocieron a través de estudiantes de la Universidad Autónoma de Entre Ríos y el Área Provincial de Políticas de Identidad de Género y Diversidad Sexual. «Que hayan venido las compañeras me da esperanza y me da una alegría bárbara. Se están ocupando de mí y me siento querida», dijo a Presentes Verónica Siomara Lescano.
En su vida atravesó muchos momentos abandónicos por parte de su familia y de profunda soledad. «No creo que haya nada lindo en mi historia. A los 9 años me echaron de mi casa, a los 12 empecé a trabajar, y toda la vida alquilé. Un tiempo trabajé para mi mamá, porque me hacía trabajar, y caí en la droga. Me drogaba un montón porque mi mamá no me quería y le tenía que llevar plata para verla», recordó, dolida. «Yo era chica, no sabía nada de la vida. Pero cuando fui cumpliendo años fui cambiando y me dije que no quería una madre a la que le tuviera que pagar para verla un ratito. Busqué de mil maneras que me quisiera como soy, no por plata, y no se pudo. Así que hace muchos años que no veo a nadie de mi familia», reveló.
En su duro andar Verónica cuenta innumerables internaciones hospitalarias, en las provincias de Santa Fe y de Entre Ríos. Cada una de sus recaídas son producto de haber sido inyectada con aceite de avión a los 18 años. «Quería cambiar un poco y por eso me inyecté. Fui a Buenos Aires y me lo hicieron», contó Verónica, que hoy sabe fue engañada con el producto que le aplicaron. No fue silicona líquida como le informaron.
El aceite de avión desparramado en su cuerpo le produjo, con el correr del tiempo, profundos dolores en las piernas y la cintura, que en la actualidad le impiden movilizarse con agilidad. No solo le cuesta caminar sino también bailar, algo que le gustaba tanto. Y depende de ocho medicamentos para mitigar un poco el dolor físico. Además, sufre de asma.
Ante su vivencia, Verónica brindó una reflexión para les jóvenes trans: «Que no se pongan nada, a mí me arruinó totalmente la vida. Que junten plata y se pongan prótesis. A mí que me encantaba bailar no puedo hacerlo, y tampoco puedo caminar, me arruinó. Ojalá pudiera trabajar. Pero por todo lo que me pasó estoy con psicólogo y psiquiatra, y la estoy peleando».
Verónica no finalizó la escuela primaria, y aprendió a defenderse en la calle. Sale poco de la casa que alquila, casi nada, pero en el barrio los vecinos la conocen y la respetan. Es que cuando tenía 14 años supo correr y jugar en las callecitas de barro, entre las casitas de techos bajos y chapa. «Siempre viví sola y me arreglé sola, y toda la vida trabajé de la prostitución porque no había otra salida. Nunca me gustó pero hoy en día no quiero estar con nadie. Tengo el plan Hacemos Futuro y con eso pago mi techo y el almacén», narró, con una mirada triste que, cada tanto, se encendió en pequeñas sonrisas.
Articular para lograr políticas públicas
La minga se concretó a partir del trabajo articulado entre organizaciones sociales, el Área Provincial de Políticas de Identidad de Género y Diversidad Sexual de la Subsecretaría de Derechos Humanos de Entre Ríos, y la cooperativa La Pasionaria. El objetivo es arreglar viviendas de personas del colectivo LGBTIQ+ de la ciudad.
En ese marco, las cruzadas solidarias continuarán, sumando manos y trabajo, con el apoyo del Estado provincial garantizando el aporte de los insumos y herramientas. El fin será que estas acciones se conviertan en una política pública capaz de cambiar la calidad de vida de travestis y trans de la ciudad.
*Por Gisela Romero desde Paraná para Agencia Presentes / Imágenes: Alfredo Hoffman.