Lo que viene en políticas de comunicaciones
Por Martín Becerra
Más allá de las intenciones de Alberto Fernández como sucesor Mauricio Macri en la presidencia de la Argentina, son los efectos y sobre todo las urgencias del desastre socioeconómico de los últimos años, incluido el inédito endeudamiento externo, a lo que se suma la incertidumbre de una región que es un polvorín, los que impondrán ritmos y prioridades en la agenda de la gestión que, aunque tendría que iniciar el 10 de diciembre, determinará todo el mes y medio de la transición entre administraciones.
Siendo fundamentales como parte de la infraestructura material de cualquier plan de desarrollo socioeconómico, además de influir en las percepciones y comportamientos de la sociedad, las comunicaciones se ubican como un área “importante pero no urgente”, según define uno de los cuadros técnicos más capacitados del peronismo en telecomunicaciones. Visto desde “la oferta”, es decir, desde la agenda de Alberto Fernández, es improbable que en la primera etapa del próximo gobierno haya grandes anuncios o planes en este sector.
Pero “la demanda” impone también su juego. Incluso si, como anticipó Fernández durante la campaña, su intención es no hacer olas en comunicaciones, ya el propio recambio de personal dirigente del Estado supondrá señales explícitas sobre el campo de posibilidades que propone abrir -y cerrar- durante su mandato. Además de las designaciones, el candidato –quien siendo jefe de Gabinete del expresidente Néstor Kirchner gestionó la anulación del contrato de Thales Spectrum por la administración del espectro radioeléctrico en 2003- sabe que lo que haga o deje de hacer en comunicaciones tiene ramificaciones en áreas tan sensibles como la negociación de la deuda externa, las relaciones con China y EEUU o la búsqueda de inversores en otras actividades.
El accionariado y las sociedades que incluyen a las telefónicas que operan en el país y a grandes grupos mediáticos (nacionales y extranjeros) con fuerte dominio de los mercados audiovisual y digital exhiben una red de contactos que son parte del tablero de relaciones prioritarias del gobierno argentino en los años venideros. Más aun teniendo en cuenta el contexto de inestabilidad que padecen varios países de la región.
Por eso, ya el nombramiento de autoridades en el gubernamentalizado ente de las comunicaciones (ENaCom), en la conducción de la estratégica empresa ArSat, en los maltratados medios estatales (Canal 7, Radio Nacional, Agencia Télam, señales audiovisuales) y en la más sigilosa pero siempre discrecional área de comunicación oficial que distribuye la publicidad estatal de la que dependen, en parte, medios medianos y pequeños comerciales en todo el país para costear su funcionamiento, dará indicios concretos de la lectura que Fernández y su equipo hacen de los espasmos que mostró la política pública en las dos primeras décadas de este siglo, de las alianzas con las que proyecta gobernar y de los intereses que procurará conservar. El tiempo dirá si la lectura y las alianzas resultan eficaces
La estrategia desplegada por Kirchner entre 2003 y fines de 2007, cuando negoció con los pesos pesados de industrias en ese momento divergentes como los medios y las telecomunicaciones, en un marco de gran crecimiento, funciona como un seductor imán reiteradamente mentado por Fernández y, por ello, le hace guiños al CEO de Clarín, Héctor Magnetto, tras protagonizar su gira española auspiciada por Telefónica (Movistar). Desde aquellos años de veloz recuperación macroeconómica que aseguraba buenos negocios tanto para el Grupo Clarín como para Telefónica, con el entonces jefe de Gabinete como interlocutor para sortear contratiempos, y la actualidad, no sólo se produjo el divorcio entre Cristina Fernández de Kirchner y Clarín (que desde entonces ejerce el periodismo de guerra), además se modificó la raíz de las comunicaciones en el mundo entero.
En 2003 la conectividad y las comunicaciones interpersonales eran mayormente fijas, hoy son móviles; en 2003 Google era apenas un buscador y Facebook no existía, como tampoco Netflix en su formato actual; en 2003 la convergencia entre medios y telecomunicaciones estaba en ciernes y la convivencia armónica entre los actores dominantes en ambas industrias era posible; en 2003 China no disputaba el liderazgo tecnológico global ni, consecuentemente, se había desatado la guerra cuyo ícono es hoy Hwawei a instancias del veto del presidente de EEUU, Donald Trump, a que esta compañía comercie con firmas estadounidenses. En 2003 era impensado que una candidata a la presidencia con grandes probabilidades de encabezar la fórmula demócrata en EEUU tuviese como eje de campaña una propuesta anticoncentración en tecnologías de la información, como la senadora Elizabeth Warren con su promesa de quebrar Facebook.
O sea, la armonía que las condiciones nacionales e internacionales tradujo en la evolución de la cúspide del mercado de las comunicaciones a principios de 2003 ya no existe a fines de 2019. Menos aún después del trato desigual dispensado por el gobierno de Macri a algunos de los operadores más grandes en perjuicio de otros también grandes, que como es lógico creó todavía mayores asimetrías con los medianos y pequeños, tanto de carácter comercial como cooperativo, estatal o comunitario. Hoy los mayores actores de la industria disputan el liderazgo en un contexto global agresivo y predatorio. En la convergencia en comunicaciones, donde el ganador se queda con todo, las políticas públicas deben partir de un buen diagnóstico de las mutaciones tecnológicas, económicas y sociales de las comunicaciones si no quieren condenarse a la ineficacia.
Para un gobierno que deberá lidiar con las consecuencias del tsnunami de deuda, déficit e inflación de la actual política económica, no será sencillo medir las repercusiones y consecuencias que podría tener una decisión doméstica como, por ejemplo, la asignación del espectro que a cuentagotas está devolviendo Telecom según las beneficiosas condiciones que le puso Macri para fusionarse con Cablevisión. No será menor lo que resuelva el próximo gobierno sobre la promesa nunca materializada de esta administración de ampliar las frecuencias que operan las telefónicas y habilitar a operadores regionales: tanto si avanza con esa idea como si la archiva, habrá intereses afectados que, a su vez, podrán afectar al gobierno en otros ámbitos donde están cruzados con otros intereses. Lo mismo ocurre con lo que haga, o deje de hacer, en materia de tributación de las plataformas digitales, de protección de datos personales, de aliento a la producción federal de información y cultura, de inversión en los medios estatales para disputar la atención de la ciudadanía con contenidos de interés relevante. Cada paso que dé será beneficioso para unos y puede ser desfavorable para otros.
La política es cruel: si en campaña se puede juramentar amor a todas y todos, el contexto de retracción económica y convergencia comunicacional obliga a elegir y a ponderar. No todo será posible como lo fue hasta ahora, donde Telefónica le facilitó a Fernández encuentros con las matrices de varios de los principales bancos que operan en la Argentina, mientras el Grupo Clarín le cedió el micrófono en la tarima de su evento anual de exhibición de fortaleza política y negocios corporativos.
Telefónica ya no es dueña de la red Telefé tras la venta a Viacom en 2016, pero sigue tallando fuerte en la economía nacional y regional (al igual que Claro) y, sin olvidar su litigio por la fusión que Macri le obsequió al Grupo Clarín, despliega redes para disputar en desventaja (con relación a Cablevisión-Telecom) los mercados del triple y cuádruple play. Por su parte, el Grupo Clarín no sólo es aquel multimedios que domina desde la producción de papel prensa hasta la grilla de la tv por cable, sino que se ha convertido, gracias a la fusión de 2018, también en el primer proveedor de conectividad a Internet fija y móvil, uno de los dos operadores de telefonía fija y uno de los tres que conforman el cartel de la telefonía móvil. Por añadidura, hoy el conglomerado liderado por Magnetto está en el podio de las mayores compañías del país: su poder no es meramente simbólico. Y como si esto fuera poco, la geopolítica de las redes involucra a grupos de comunicación socios de acreedores externos de la deuda y a las máximas potencias económicas del planeta cuyas inversiones y decisiones resultan críticas para un país con las vulnerabilidades de la Argentina en el marco del polvorín regional de varios países latinoamericanos.
El mundo, ancho y ajeno, dice el refrán. Las comunicaciones son cada vez más globalizadas y reticulares no sólo en su arquitectura y en sus usos sociales sino en sus negocios. Un movimiento en su periferia puede afectar conversaciones sobre cuestiones de urgente resolución. En tanto, la economía recesiva impacta en las grandes compañías (varias de ellas con deudas con compromisos que les será arduo honrar) y amenaza la existencia misma de las medianas y pequeñas. El Estado será convocado más temprano que tarde y deberá desempolvar el traje de socorrista. Difícil que pueda salvar a todos al mismo tiempo.
*Por Martín Becerra.