Poder latino y socialismo en Estados Unidos
La aparición de candidatos presidenciales progresistas demuestra la crisis económica, política y de legitimidad que atraviesa la principal potencia mundial.
Por Aram Aharonian para Rebelión
Conforme se acercan las elecciones por la presidencia en Estados Unidos marcadas para el 3 de noviembre de 2020, aflora una tendencia a apoyar a un candidato progresista e incluso socialista, impensable hasta hace un par de años, mientras se teme que las políticas del actual mandatario Donald Trump lleven al país a un nueva recesión o a un holocausto climático y/o nuclear.
Trump asegura que Estados Unidos jamás será socialista, pero ni siquiera define a qué llama “socialista”. La mayor parte de los jóvenes entre 18 y 29 años prefieren el socialismo al capitalismo, quizá pensando en las naciones del norte de Europa, como Dinamarca, Suecia, Noruega, Holanda y Alemania, mientras que el capitalismo padece una tara semántica negativa y se asocia con actitudes codiciosas y crueles en el imaginario colectivo.
Con el partido Republicano de Trump controlando el poder legislativo en 2018, su administración y el Congreso lograron aprobar leyes, implementar regulaciones y aplicar políticas que violan o socavan los derechos humanos.
Su régimen frenó iniciativas destinadas a reducir la sobrepoblación en las cárceles, puso en práctica una serie de políticas contra la inmigración, y tomó medidas para socavar un programa nacional de seguro de salud que ayuda a los estadounidenses a obtener atención médica asequible. Los estadounidenses pagan 19 centavos de cada dólar que generan en cuidados de salud (el doble del promedio de los países desarrollados), y tienen que abonar hasta tres veces el valor de las medicinas. Eso ya les resulta intolerable.
Tampoco olvidan que el gobierno de Trump continuó ofreciendo su apoyo militar, financiero y diplomático a gobiernos abusivos en el extranjero.
Según un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) de junio de 2019, en Estados Unidos ha disminuido la esperanza de vida, además del aumento de suicidios y muertes por sobredosis de drogas, lo cual ha influenciado en la disminución de la longevidad. La riqueza y la distribución del ingreso son cada vez más polarizadas, por lo que el 40 por ciento de la población pobre, lo es más hoy que en 1983. Y el informe concluye que la deuda pública “está en un camino insostenible”.
Lo que no se dice es que hoy el endeudamiento estadounidense alcanza 72 trillones de dólares (72 seguido de 18 ceros). Incluye hogares y organizaciones no lucrativas; gobiernos federal, estatales y locales; corporaciones financieras, y el llamado resto del mundo. El producto bruto interno (PBI) estadounidense es de 21 trillones de dólares. La deuda es tres veces y media más grande que su PBI.
Tomemos la calculadora. Si consideramos que la población estadounidense es de 327 millones de habitantes, ese endeudamiento global representa uno de 220.000 dólares por cada habitante blanco, negro, latinoamericano, musulmán, neopentecostés… Si se considera solo la deuda pública (29 por ciento del endeudamiento global), ésta alcanza los 21 trillones de dólares y cada estadounidense al nacer debería 64.000 dólares. Pero esa no es una hazaña sólo de Trump y sus tuits.
Hasta comienzos de los años 1980, ese endeudamiento no superó un valor de una y media veces el PBI. Pero del primer trimestre de 1983 y hasta el segundo de 2009, su peso en el PBI fue creciente y alcanzó el máximo de cuatro veces el producto estadounidense. Los tres sectores más endeudados son -en orden de importancia actual- el gobierno (30 por ciento), las corporaciones financieras (23 por ciento) y los hogares (21 por ciento).
Los acreedores más importantes son las corporaciones financieras (70 por ciento), y los acreedores del resto del mundo, China y Japón, preferentemente que son tenedores del 16 por ciento de la deuda global estadounidense.
Según cifras oficiales, en 2016, 41 millones de personas, el 13 por ciento de la población (entre ellos casi 14 millones de niños) vivían en la pobreza, frente al 15 por ciento registrado durante el punto álgido de la recesión en 2010. La brecha se ha ampliado en el régimen de Trump.
¿Hablamos de socialismo?
Y desde el abajo surgen propuestas progresistas que van ocupando el centro del debate político del país, desde un New Deal verde hasta el seguro de salud universal, o el acceso gratuito a las universidades públicas y mucho, mucho más. Y, sobre todo, con sorprendentes expresiones de apoyo para el socialismo por el 40 por ciento de la población; mayorías favoreciendo la legalización y respeto de los derechos de los inmigrantes, así como la defensa de libertades civiles de todos. Quizá las más grandes manifestaciones de protesta en la historia estadounidense se han impulsado durante los dos años y medio del régimen trumpista.
Es la continuación de las luchas contra aquel fin de la historia que quisieron imponer. Pero no todo estaba perdido, y en este asalto a todas las instituciones y en la imposición de imaginarios colectivos que parten del desconocimiento de la historia y el ocultamiento de la realidad, los estadounidenses (entre ellos los millones de latinoamericanos de nacimiento o de cultura), se asoman a la posibilidad de un verdadero renacimiento.
Para el analista mexicano Antonio Gershenson, el socialismo ha venido creciendo desde la década de 1980 en Estados Unidos, y cita como ejemplo de ello la conciencia que generó el programa Medicare For All, medicina gratuita para todos, que va también en esa dirección, que junto a otras de corte social crecieron a lo largo de la gestión presidencial de Barack Obama.
Obviamente, contaron entonces con el activo rechazo de la derecha y de los medios hegemónicos de comunicación. Pero puestas en marcha las campañas electorales -aun prematuramente-, las demandas sociales van creciendo rápidamente y ante el temor de una nueva recesión y su consiguiente desempleo, se va hablando cada vez más del poder de la clase trabajadora.
Y este vocabulario de demandas en beneficio de la clase trabajadora que resume la prensa a diario, lo utilizan sobre todo los habitantes latinos, en especial la población más joven, que ve desaparecer su sueño de pan y trabajo. Una encuesta de Gallup, publicada por la cadena periodística inglesa BBC, confirma que la población joven es más radical y demuestra una mayor visión positiva sobre el socialismo.
La misma BBC recogió los datos de los precandidatos demócratas que contenderán contra la candidatura oficial del presidente republicano Donald Trump. El primer mencionado fue Joe Biden, quien tuvo el cargo de vicepresidente, antes del actual; la segunda candidata fue Elizabeth Warren, férrea crítica de Wall Street, y el tercero Bernie Sanders, senador por el estado de Vermont, con una larga historia política, e identificado con el socialismo. Hay 23 candidatos demócratas más.
Pero la estrella demócrata Alexandria Ocasio-Cortez, de origen puertorriqueño y nacida en el Bronx, hizo historia al convertirse en la mujer más joven en ser electa al Congreso, a los 29 años. Y surge como el emblema del nuevo socialismo, enarbolando con orgullo sus raíces y su latinidad, y asegura que conoce bien los problemas de la clase obrera que promete defender, porque ella misma los padeció.
La joven, que trabajó como mesera tras la muerte precoz de su padre de un cáncer y que aún está pagando su préstamo universitario, saltó a la fama al ganar en septiembre las primarias demócratas en las zonas de Queens y del Bronx, con un programa claramente progresista, reivindicando la etiqueta de socialista y se convirtió en la más visible figura de una nueva ola de mujeres y miembros de minorías que hacen frente al “establishment” demócrata.
Defensora del salario mínimo de 15 dólares la hora, de abolir la policía migratoria (ICE), de ampliar la cobertura de salud, y de eliminar la matrícula en universidades públicas, promete también luchar contra el cambio climático y combatir los crecientes costos de la vivienda en Nueva York. Alexandria, que se autodefine como socialista, se transformó de pronto en el símbolo de una gran ola de mujeres demócratas que pertenecen a minorías y que, hastiadas del statu quo demócrata y del gobierno de Trump, están revolucionando a la élite de su partido.
Los Socialistas Democráticos de América han conseguido llevar a otra de sus afiliadas al Congreso nacional: Rashida Tlaib. Esta abogada de Michigan, primera congresista de origen palestino, causó gran controversia tras jurar el cargo al proclamar que iban a lanzar un juicio político contra “ese hijo de puta”. Y surgió otra política musulmana: la diputada por Minnesota, de origen somalí, Ilhan Omar quien se sumó a la campaña de Tlaib para reducir la influencia del conocido lobby proisraelí, lo que la llevó a sufrir una campaña en su contra de tintes islamofóbicos, encabezada por Trump.
Los analistas reconocen que desde hace unos años se manifestaron como socialistas muchos estadounidenses: algunos se integraron a la organización Nuevo Movimiento Americano, otros al Partido Socialista de Estados Unidos. Pero la mayoría de esos sectores progresistas y hasta socialistas, que demandan -entre otras cosas el fin de la xenofobia y la exclusión, y medicinas y salud para todos- forman parte de un importante segmento del Partido Demócrata, hoy en la oposición.
Para los jóvenes movilizados e indignados, que se preguntan por qué los adultos han permitido que se llegue a este punto del negacionismo del cambio climático, es hora de decir la verdad sobre los pronósticos científicos de desastres existenciales y la nula acción desde el gobierno ante la desestabilización de la vida ya tan evidente. La respuesta oficial por este régimen es totalmente orwelliana: todo eso es puro fake news.
Son los mismos jóvenes indignados que declaran “nosotros somos el cambio que estábamos esperando” ante una de las etapas más oscuras de la historia estadounidense, que la prensa hegemónica muy pocas veces revela: oculta de la realidad, invisibiliza las demandas.
En los últimos dos años, han ocultado las huelgas con decenas de miles de maestros, miles de trabajadores en la industria hotelera (Marriott) y en el sector de salud, otros miles en acciones labores para obtener derechos laborales básicos en la rama de comida rápida. Y la de 20.000 trabajados de telecomunicaciones de AT&T en nueve estados, que estalló en agosto por prácticas abusivas patronales y la ausencia de derechos laborales.
60 millones de “latinos”
Pese a las peroratas racistas y xenófobas de Trump, la realidad evidencia la alta presencia de ciudadanos de ascendencia latinoamericana en aquel país, la mayoría mexicana o de ascendencia mexicana.
De los más de 300 millones de habitantes que tiene Estados Unidos, casi 60 millones son de origen latino, es decir, el 18 por ciento de la población total. Más de 60 por ciento de ese porcentaje, es de origen mexicano, seguidos por grupos de otros países latinoamericanos y del Caribe, asentados en Miami, Nueva York, Chicago, Dallas y Houston, principalmente.
Ha sido constante la política de discriminación contra los extranjeros, y en especial contra los latinoamericanos (para un estadounidense todo aquel que vive al sur del río Bravo es “mexicano”) desarrollada en los últimos años por el xenófobo presidente Trump y sus repetidoras del amplio espectro comunicacional trasnacional y cartelizado. Es de suponer que la mayoría de este sector de la población que vive en Estados Unidos no lo apoyará en las elecciones presidenciales de 2020.
Impedir “la invasión de mexicanos” a Estados Unidos fue el objetivo confeso de Patrick Wood Crusius, al llevar a cabo en San Antonio Texas el 3 de agosto el acto terrorista en que mató a 22 personas, 19 de ellas con apellido hispano y nueve de nacionalidad mexicana, e hirió a otras 26. Con ello, dio inicio a un terrorismo interno que tan gravemente ha afectado la vida cotidiana de los hispano latinos en el vecino país, cuyo procesamiento riguroso y sanción judicial estamos esperando en todo el continente.
Les cambiaron de país sin moverlos, los invadieron
El teólogo pastoralista colombiano Edgar Beltrán desenmascara, en un interesante trabajo (A matar mexicanos), la mentira y el engaño de la invasión hispano-latina en Estados Unidos, ya que la presencia hispano latina en el país es muy anterior a la de habla inglesa. Quienes hablan español llegaron a territorio estadounidense más de un siglo antes que los de habla inglesa: Ponce de León llegó en 1515 a Florida, mientras que los famosos pilgrims (peregrinos) llegaron a Plymouth Rock 107 años después, en 1620. En Estados Unidos se habló español más de 100 años antes que el inglés.
Tras la aventura de Cristóbal Colón, Hernando de Soto partió de Florida en 1539 para cruzar lo que hoy es Georgia, Carolina Norte y Sur, Alabama, Louisiana, y descubrió el río Mississippi, cerca del cual murió. Francisco Vásquez de Coronado penetró en 1540 el suroeste por Arizona, Nuevo México, Oklahoma y Kansas, mientras Fray Juan de Padilla llegó a Kansas en 1542, donde lo martirizaron; fue el primer mártir en esas tierras.
En esta misma época, Juan Rodríguez atravesó California de sur a norte. La famosa ciudad de San Agustín, al norte de Florida, primera ciudad como tal en Estados Unidos, fundada por Pedro Menéndez en 1565, 55 años antes de los pilgrims.
Beltrán, quien fuera secretario de la II Conferencia General del Episcopado Católico Latinoamericano en Medellín, Colombia, en agosto de 1968, concluye que los hispanos estaban en esas tierras 500 años antes (1515-2019) de quienes ahora los quieren expulsar o matar.
Cuando les dicen que se vayan a su país, los hispanos contestan con nobleza, en español y en inglés: “Este es nuestro país, bienvenido tú, querido recién llegado”. Y añade que la “invasión” fue de Estados Unidos a México. A mediados del siglo XIX, Estados Unidos se anexó más de la mitad del territorio mexicano, del río Grande hacia el norte, casi llegando a Canadá por el Pacífico y muchos estados del centro del país.
A la población la cambiaron de país sin moverse, los invadieron, recuerda Beltrán. Y precisa que de manera extraordinaria fue una invasión militar, aunque no suficiente, pues dominaron las tierras, pero no a las personas. Estas seguían siendo como lo eran antes, pues gracias a su forma familiar nuclear y extendida, a su lengua y a su cultura, así como a su fe religiosa, conservada sobre todo por las abuelas, no se dejaban invadir.
Hoy en día, la población hispano-latina pasa de 60 millones, siendo ya la mayor minoría en ese país, y es incluso mayoría en algunos estados. Su población es además la más joven de la nación. Su lengua, el español, hace que Estados Unidos sea ya, por población, el segundo país del mundo que habla español, después de México, con 126 millones, y antes que Colombia, con 48 millones; España, con 46 millones, y Argentina, con 43 millones.
El español es, de hecho, el segundo idioma más hablado en la política. El senador Tim Kaine, demócrata por Virginia, pronunció en el Senado todo un discurso en español el 11 de junio de 2013, y en su visita a Estados Unidos el papa Francisco dirigió en español su discurso oficial a los obispos de ese país.
No es raro que los himnos de lucha, resistencia y esperanza del movimiento de derechos civiles de los años 1950 y 1960 se vuelvan a escuchar en universidades, en las calles, cuando a los cuatro vientos se amenaza con un apocalipsis climático o nuclear.
David Brooks señala que esas odas a la resistencia, a la perseverancia, a la fe, a veces son poco convincentes, sobre todo en uno de los países más violentos de la historia, ahora bajo un régimen que está dispuesto a anular el futuro no sólo de su pueblo, sino de todo el planeta.
*Por Aram Aharonian para Rebelión