Natalia Roca: «No me considero artista, sino fotógrafa acompañando luchas»
Una conversación acerca de feminismo, fotografía antropológica y el vínculo humano de acompañamiento y respeto mutuo que entrelaza a quien retrata y quien es retratadx.
Por Julieta Pollo para La tinta
La curiosidad, la pasión, la creatividad, el oficio. La militancia, el feminismo, la mirada antropológica. Un acercamiento humano a las personas y un profundo camino de autoconocimiento. Todo eso, y bastante más, atraviesa el lente y se plasma en las fotografías de Natalia Roca. En sus distintas series, hay un rastro translúcido que deja ver un cuidado en el vínculo entre quien retrata y quien es retratada.
Dice que se identifica con las mujeres que retrata por la opresión de género que padecemos todas y la respuesta de lucha colectiva que creamos juntas, por eso, tal vez, le interesa reivindicar la potencia de las mujeres desde la dignidad y no desde el morbo o la denigración que persiguen tantos otros. Conmover de un modo humano y, ojalá, lograr que una de sus fotos prenda en otras la llama de la lucha feminista.
En «Origen», uno de sus trabajos más reconocidos, Natalia retrata y acompaña la lucha por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Se trata de un proyecto «de largo aliento», es decir, un acompañamiento cercano a lo largo de muchos años que permite profundizar en la temática elegida y que va abriendo, a su vez, nuevas aristas narrativas que complejizan y enriquecen el abordaje. La inquietud nació desde su propia experiencia como madre, por un lado sus vivencias de violencia obstétrica en uno de sus partos, y por otro, su elección de transitar dos partos respetados. Ese es el «Origen» de su trabajo, la propia experiencia en el cuerpo. «Es la punta de un hilo que estoy todavía recorriendo», dice.
Su último trabajo, «Liderazgos entrañables», es un registro del trabajo parte de distintos Programas del Fondo de Mujeres del Sur como “Fortaleciendo a las Defensoras Ambientales”, “Nuestros Derechos, Nuestro Orgullo”, “Redes y Alianzas Libres de Violencias”, “Liderando desde el Sur” y «Mujeres en Alta Voz», para el fortalecimiento de las organizaciones tanto de base como intermedias y avanzadas. Esta serie estuvo expuesta en el Museo de las Mujeres durante más de un mes. El recorrido que propone parte de los retratos individuales, pasa luego a la organización colectiva junto a otras mujeres, para terminar en la toma del espacio público con pañuelos verdes, manos entrelazadas y una foto que logró capturar la potencia rapera de las Flores del Desierto cordobesas.
Si bien abraza el recorrido introspectivo que demandan los trabajos en solitario, Natalia dice disfrutar mucho los proyectos junto a otrxs por lo enriquecedor y superador de los procesos colectivos. Actualmente, forma parte de Colectivo Manifiesto y antes ya había integrado otros grupos en los que trabajó temáticas ambientales, como las devastadoras inundaciones en Sierras Chicas; de género, como los calendarios por el derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito («En 2013, cuando todavía ese tema era tabú… no se hablaba de aborto abiertamente y era realmente exponerte y jugártela», cuenta); y también en iniciativas docentes como el taller de foto que ofrecieron durante cinco años en la cárcel de mujeres.
En conversación con La tinta, Natalia Roca contó acerca de estos proyectos, pero, sobre todo, compartió su mirada acerca de feminismo, fotografía antropológica y el vínculo humano de acompañamiento y respeto mutuo que entrelaza con quienes retrata.
—¿Cómo es encarar un proyecto fotográfico de modo colectivo? ¿Qué es lo que más disfrutás de este modo de trabajar?
—Para mí, se da desde el momento de las discusiones y reflexiones, ese es el trabajo colectivo más enriquecedor. El click siempre va a ser más individual aunque la construcción sea colectiva, pero, para mí, el trabajo colectivo más enriquecedor tiene que ver con las discusiones en cuanto a la temática que se trabaje, en cuanto a cómo se va a trabajar en el territorio, lo que se da después de que uno se encuentra en el territorio, que son las vivencias y todo lo que se reflexiona en torno a eso para volver a otra praxis distinta, transformadxs todxs.
Disfruto mucho trabajar colectivamente… también disfruto de la introspección del trabajo solitario, pero el colectivo siempre es superador, siempre llega a lugares impensados.
—Cuando encarás un proyecto nuevo, ¿preparás la mirada previamente o se va dando en el terreno?
—Es un devenir, una nunca sabe. Sí vas siempre con una idea de la manera en que querés abordarlo y lo que te encontrás siempre es algo distinto o que te lleva a otro lugar. Me parece que lo mejor es ir sin expectativas al registro, más allá del modo de abordar, para tratar de estar lo más neutra posible y abierta a lo que se vaya dando al momento del registro. Lo que sí me parece interesante, sobre todo en los trabajos de largo aliento, es armar una especie de guión de trabajo, porque, en cada registro, una va avanzando un poco más o se van abriendo temáticas nuevas. Entonces, es armar una especie de guión de lo que se va abriendo para profundizar.
Dependen las circunstancias. En el caso de esta muestra, «Liderazgos entrañables», con quien más llegué a profundizar en lo vincular fue con Brenda. Yo no sabía con qué me iba a encontrar cuando viajé a Guatemala. Sabía que iba a conocer una asociación que trabaja los derechos sexuales y reproductivos en mujeres niñas y adolescentes, porque hay muchísimo embarazo adolescente en Guatemala en general, pero, sobre todo, en Petén, donde trabajan ellas.
No sabía que iba a ser invitada a la casa de una de ellas, pero sabía que quería ir ahí. Dispuse de unos días para ir sin que estuviera seguro nada. Cuando llegué, Brenda me invitó a su casa. Fue algo sorpresivo, no estaba planificado, y fue llegar a una aldea y estar conviviendo tres días con ella, su madre y sus hermanos. Y en esos tres días de caminata, fue un pantallazo fuerte del contexto en el cual se está dando esta problemática de embarazo adolescente. Es una aldea de 400 habitantes y siete iglesias pentecostales evangélicas, entonces, es fuerte la manera en que la religión arrasa o convive o irrumpe ahí. Entonces, mientras vivía todo eso, iba armado un mapa, construyéndolo con ella y con lo que ella quiere decir desde su trabajo en la asociación.
—Has trabajado en muchos proyectos de largo aliento, acompañando temáticas o personas durante mucho tiempo, como en el caso de «Origen». ¿Por qué elegís este modo de trabajar?
—Porque me da la sensación de que, en un encuentro breve, si bien no es superficial, apenas conozco una capa de lo que es la problemática. Desde lo fotográfico, creo que una puede empezar a sacar las capas e ir explorando otros lugares. Me atrae el tema, es una forma de autoconocimiento también: no puedo entender el autoconocimiento como algo de poco tiempo, es toda una vida, y me gusta ese compromiso de reflexión y de tomar el tiempo que sea necesario.
El proyecto «Origen» muta su nombre. Inicialmente, fue «Dar a luz», que es una serie de registros a lo largo de siete años de partos domiciliarios y partos respetados. Pero el proyecto «Origen» es mucho más amplio y tiene que ver también con la cantidad de registros que hice en instituciones acompañando partos no del todo respetados, como testigo de violencia obstétrica, y esas imágenes forman parte del todo del proyecto. Eso me llevó a indagar un poco más sobre un tipo de violencia obstétrica que es la episiotomía -ahora estamos trabajando un documental sobre esto- y también me llevó a indagar un poquito más sobre el rol de las parteras: qué pasó con ellas, por qué fueron desplazadas si son las personas idóneas para atender un parto saludable. En Córdoba, específicamente, se cerró la carrera de partería en la última dictadura.
Entonces, el proyecto «Origen» es mucho más abarcativo y tiene que ver con los derechos sexuales y reproductivos, con la autonomía de las mujeres, con el desplazamiento de las mujeres de un territorio que les pertenecía, con el conocimiento del cuerpo que está tapadísimo. Es la punta de un hilo que estoy todavía recorriendo y que me vincula al activismo porque tampoco lo veo como un proyecto… no me considero artista, sino fotógrafa acompañando luchas. Y, en ese sentido, el proyecto «Origen» acompaña la lucha de las mujeres por un parto respetado.
—¿De qué modo fue el acercamiento a un ámbito tan íntimo de las mujeres como es el nacimiento de unx hijx?
—El modo en que vamos a retratar a las mujeres y a configurar nuestras historias tiene que tener un cuidado, un acompañamiento, tiene que haber un vínculo desde el pedir permiso, un respeto, una ética. Tiene que haber un acercamiento humano hacia la otra persona. Y después, una vez que están las imágenes, una puede verlas y evaluar también, poder decir esta imagen no se muestra, no va. En uno de los últimos reportajes, pude ver situaciones desgarradoras de trato indigno hacia el ser humano, imágenes muy potentes, pero que eran denigrantes, así que decidí descartarlas. A mí, lo que me enseñó este recorrido, principalmente «Origen» y el trabajo con el Fondo de mujeres del sur, es que reivindicamos la potencia nuestra de mujeres desde la dignidad y donde esté ese cuidado, esa empatía, ese acompañamiento, eso sí vamos a potenciar y a mostrar, lo demás no aporta.
—En «Liderazgos entrañables», fotografiaste a mujeres a lo largo y ancho de Latinoamérica. ¿Hay un hilo conductor que una a esta diversidad de mujeres?
—La serie tiene que ver con partir desde lo íntimo o individual hacia la salida colectiva, hacia el espacio público, para ver cómo estas mujeres, que tienen una individualidad, luego conforman sus organizaciones y logran incidir en el espacio público, en lo político y en sus comunidades. Siento cierta identificación… conocerlas a cada una de ellas me hizo pensarme a mí misma también. Siento que lo que nos une, más allá de ser muy diferentes, es que nacemos todas y nos une esta opresión de género en la cual estamos inmersas. Y también que, de alguna manera, todas encontramos distintos mecanismos a través de la organización con otras mujeres para movilizarnos y accionar en el espacio más cercano.
Me sentí identificada con cada una de ellas en ese sentido, frente a una lucha común que tenemos todas, que es esa opresión que se manifiesta principalmente en el cuerpo de las mujeres y también en el cuerpo como territorio, porque muchas de ellas son lideresas defensoras ambientales, viven la violencia en relación a la falta de agua potable, la minería a cielo abierto.
Cuando hubo que parar la olla, Natalia supo encontrarle otro sabor a la empalagosa ostentación de las bodas. Los ensayos fotográficos «Infacias», «Mirada mayor», «Mirada oculta» y «Portfolio animal» son expresión de su mirada antropológica siempre curiosa y ponen en el centro de la escena lo invisibilizado en estos rituales.
—Trabajaste durante mucho tiempo fotografiando bodas, pero hay una serie de reportajes que muestran otra cara de estas ceremonias. ¿Cómo surgen estos trabajos?
—Supongo que no estaba pudiendo llevar adelante la fotografía de casamiento si no tenía un porqué hacerlo más allá del sustento económico, algo que decir en relación a eso. Si bien cada uno de los reportajes de casamiento tenía como fin satisfacer a un cliente, en cada uno de esos momentos, hubo una mirada que estaba mirando más allá de la boda… en relación al ritual, la manera en que se está dando en este momento histórico, y otros condimentos en relación a las personas que trabajan en las bodas, por ejemplo, o los niños y el modo en que son invisibilizados, desplazados.
Entonces, de alguna manera, dejar mi mirada o una opinión en relación a eso fue también observar esos detalles para que no me pasara por encima, porque es muy agotador también estar en algunos lugares tanto tiempo, casi 20 años en un mismo ritual que se da de una misma manera, sumado a que una tiene el conocimiento o prejuicio de lo que significa el casamiento y, a su vez, vivenciándolo en lugares donde es notable la ostentación. Creo que, por la incomodidad que a mí me significaba eso, encontré estos matices para sobrevivir, tal vez.
—¿Qué fotógrafx te conmovió y marcó tu recorrido?
—Uno de los trabajos más conmovedores, que me marcó y que lo vi un millón de veces, y que hasta vi la evolución, es el trabajo de Darcy Padilla que es una fotógrafa estadounidense cuyo trabajo se llama «Family love» ahora, antes tenía otro nombre. Ella hace un acompañamiento de más de 20 años a una mujer enferma de cáncer; se hace muy amiga de la familia y pasa un tiempo larguísimo. Me conmovió el acercamiento y cómo, después de la muerte de esta mujer, ella siguió retratando esa historia familiar que es tremenda. Creo que ese trabajo no me lo voy a olvidar nunca. Por la intensidad, lo profundo, lo largo en el tiempo, por haber acompañado de un modo tan cercano que no se ve sólo en lo técnico, sino en el corazón. Después, sobreponerse a esa muerte y seguir con ese trabajo con una empatía, un respeto y un conocimiento muy grande.
También Adriana Lestido que es una gran maestra para la vida, no solo por sus fotos, sino por lo que ella plantea desde el meditar y conectarse con una para, desde ahí, salir a mostrar o develar. Entender que toda fotografía es una construcción con el otro o la otra, pero, sobre todo, lo que una va a mostrar de una misma.
—De acá a un tiempo, ¿qué te gustaría despertar en alguien que ve una de tus fotos?
—Ojalá que alguna de mis imágenes haya servido para movilizar en relación a los temas que me interesan trabajar, que haya sido una llamita que despierte a otras mujeres en relación a sus derechos. Eso, ojalá alguna de mis imágenes sea una llamita que encienda curiosidad en relación a los derechos de las mujeres.
*Por Julieta Pollo para La tinta. Imágenes: Natalia Roca.