El neoextractivismo de la “cuarta transformación” en México: el “molino satánico” y una mirada crítica al patriarcado
Extractivismo, destrucción de la tierra, profundización del sistema patriarcal, ocultamiento de las culturas originarias, son las políticas enquistadas en el Estado mexicano.
Por Diana Itzu Gutiérrez para La tinta
Lo que el nuevo gobierno, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, llama la “cuarta transformación” (4T) es la actual forma en que se nombra el despojo. Mientras que, para los regímenes anteriores, fueron megaproyectos frustrados e inacabados, para el actual grupo de poder narco-empresarial-político-militar, es una pulsión terca que pretende territorializar la histórica maquinaria de destrucción.
La metáfora del “molino satánico” es retomada de Karl Polanyi (2009), quien se percató de “la gran transformación” del siglo XIX al XX, identificando la maquinaria del progreso como la prolongada guerra contra los territorios y formas de autoabastecimiento de los pueblos.
En la actual realidad que vivimos, dicha ofensiva aparece con el Proyecto Integral de Desarrollo (PIC), focalizado en la región sur-sureste mexicano. Este es continuidad de aquello que, desde hace 40 años, el neoliberalismo ha pretendido territorializar en la región mesoamericana desde diversas iniciativas: el Sistema de Integración Centroamericana, el Proyecto Pantera, el Plan Puebla-Panamá, el Proyecto Mesoamericano y las Zonas Económicas Especiales.
El “molino satánico” de la iniciativa político-económico y cultural de la 4T aparece en el sur-sureste mexicano como un proyecto que pretende ser más eficaz y audaz en la forma de devorar los mundos de vida indígenas-campesinos. Las aspas de la maquinaria pretenden triturar y transformar los espacios de vida en no vida. Se presenta desde el Proyecto Integral Morelos, el Proyecto Integral del Itsmo de Tehuantepec y el Proyecto Integral de la Península mexicana, donde aparece el “caballo de troya” de lo que amañadamente llaman “Tren Maya”. Los circuitos de las vías férreas de dichos proyectos para algunas regiones estarán conectadas con super-autopistas. Para el caso concreto de la selva Lacandona, en Chiapas, se concretaría la super-vía San Cristóbal de Las Casas-Palenque. En la misma geografía se suma la territorialización de plantaciones para amarrar la dependencia asistencialista del tutelaje estatal mediante el programa desarrollista «Sembrando vida» que es un mecanismo de cambio de uso de suelo y mediando la monetarización/bancarización para efectuar el cultiricidio de regiones campesinas. Del lado opuesto a la selva, se cartografía la minería a cielo abierto con extracción de oro, plata, cobre, entre otros, y, a la militarización ya existente de todo Chiapas, se suma una nueva fuerza represiva institucionalizada en la recientemente creada Guardia Nacional. Como ya dijeron decenas de intelectuales: “Más que una estrategia de seguridad, parece una estrategia de guerra”. En cuya misión se suma el combate de flujos migratorios de Centroamérica y más allá, que manifiestan el continuo vendaval multicromático de desposeídos y despojados, quienes se topan con el corrimiento del muro del río Bravo al río Suchiate, Usumacinta y el Hondo, en la frontera estatal de México y Centroamérica.
Desde lo anterior, presento dos precisiones puntuales del sistema capitalista patriarcal en la 4T:
—No es nada nuevo entender que el diagrama de poder que impulsan desde arriba se cuela en el abajo en muerte. La ecuación social de la guerra junto con el progreso y desarrollo se traduce en geo-códigos que establecen un lenguaje social, singular y formulado, a partir de lo que Rita Segato llama “la pedagogía de la crueldad”.
—La guerra que vivimos es una dinámica sistémica en cuyo avance es mucho más complejo el modo de exterminio.
Desde nuestra mirada como mujeres, se trata de una forma política patriarcal capitalista que tiene como condición intrínseca y necesaria la apropiación de lo ajeno para transformarlo en mercancía, teniendo como escenario la continuidad del Estado territorial moderno.
La respuesta frente a dicho “molino satánico” está en des-dibujar la configuración territorial patriarcal de matanza: hacerlo sembrando, multiplicando y fortaleciendo las autonomías, desde la resistencia organizada por y desde la vida en escalas colectiva, comunitaria, regional. Desde las dimensiones de la crianza, alimentación, educación, sanación colectiva; desmontar el poder que reproduce jerarquías, burocracias y centralización, porque estas son las formas políticas coloniales del mandato de masculinidad capitalista.
Rescatar la huella de nuestros nichos maternos, de nuestra vida comunitaria que, ancestralmente, ha estado anclada en lo que aún queda de la raíz societal matrística en varias comunidades; de reproducción y cuidado de la vida humana y de la Madre Tierra.
En suma, la ecuación social de la maquinaria de la 4T hace un tremendo diseño de muerte para terminar de someter la libertad de diversos mundos de vida indígenas-campesinos. La genealogía del Estado territorial moderno, sus instituciones y programas nos vienen mostrando cómo se zambulló histórica y hábilmente dicha forma de poder hasta nuestras comunidades, familias, milpas, terruños, fogón, comida, cuna, suelo, rebozo de nuestras madres. Hasta que nuestras diversas formas de vivir la vida se han venido organizando históricamente a través de introducir fronteras/limites que destrozan, arrancan, separan, capturan, anulan y someten la libertad de elegir cómo y desde dónde vivir como pueblos, comunidad, mujeres, otro y otras.
El diagrama del poder capitalista patriarcal colonial, a través de la guerra y la forma del Estado, vienen demarcando espacios-tiempos de no existencia: zonas de explotación y desprecio para silenciar y reprimir, una forma política de democracia electoral y de partidos políticos; sus leyes; la propiedad privada, renta y venta de la tierra; división social y sexual del trabajo y de la vida en múltiples y extensivas escalas patriarcales; demarcación y encasillamiento en dos polos ciudad/campo; latifundios; fábricas y parques industriales; iniciativas regionales para el desarrollo; “zonas económicas especiales”; centros comerciales y turísticos; hasta llegar a los más normalizados campos de adiestramiento de la vida, a través de relaciones sociales y sobre los cuerpos (familias heteropatriarcales, escuelas, hospitales, tecnologías, modas, productos procesados, etc.).
Desde hace ya un par de años, estamos en la etapa caótica de la propia redefinición del Estado patriarcal mexicano. Sin caer en la certeza, puede que la consecuente disolución del poder político-estatal se esté reconfigurando en la complejidad de un poder de tipo político-corporativo-narco-estatal, constituido por variadas pandillas criminales.
Cuando intentamos abrazar nuestros miedos y sanarnos de forma colectiva, cuando cuidamos que la lucecita de nuestro pecho no se apague, cuando resguardamos colectiva y organizadamente nuestra huella ancestral, cuando nos autoconvocamos para hacer vibrar el corazón común como personas que somos, cuando nos responsabilizamos con la integralidad y relación con la Madre Tierra, la energía vital se expresa en dignidad. Desde este lugar de la dignidad, enraizada y responsable, es mucho más fácil identificar cómo aparece la maquinaria de muerte y qué hacer frente a ella.
Quienes adherimos a “la Sexta” y a las Redes de Resistencia y Rebeldía, la dignidad es energía vital, nuestra razón de ser en la búsqueda de un caminar político-espiritual con raíces ancestrales, colectivo y comunitario. Enraizada en la iniciativa de los pueblos indígenas del Congreso Nacional Indígena (CNI) y del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), y desde este epicentro organizativo, elegimos nuestro derecho en tanto responsabilidad de ejercer la ética por la vida, de defender esos mundos de vida indígenas que hoy florecen en propuestas de autonomías que no buscan ser diseñadas ni capturadas según el diagrama del Estado Territorial Moderno, colonial, capitalista y patriarcal. El derecho a la vida es un derecho no negociable y el cual hemos elegido sembrar y defender.
La mirada, el latir, el paso que andamos, busca el reconocer, recuperar, sembrar y reflexionar los espacios-tiempos vitales que cruzan, convergen, esquivan, a veces se deshilachan o rompen, pero nuevamente somos rebeldes para retejerlos. Nuestra terca rebeldía está en seguir dejando semillas de vida por las porosidades de un sistema de muerte. Y aquí encontramos las huellas de la Matria y no la Patria que se nació y constituyó de la forma del Estado territorial moderno. Matria en tanto Madre Tierra, útero común, matriz comunitaria que vibra desde las raíces de la memoria presente, es decir, de la energía vital que dignifica el corazón colectivo para forjar de manera organizada rumbos otros: los de la vida y la libertad.
En mayo del 2015, el Subcomandante Moisés, vocero tojolabal del EZLN, retomaba palabras históricas y nos recordaba que la “hidra capitalista sigue escupiendo lodo y sangre”, sólo que ahora sus modos y formas se han regenerado y, por tanto, las resistencias y rebeldías tienen que ser más contundentes. Hoy, la tarea está en la organización social, comunitaria, colectiva para que no se apaguen los mundos indígenas, las autonomías ya floreciendo ni la lucecita que aún nos conecta con la vida-vida y la cual nos entregaron las mujeres zapatistas en marzo del 2018, en la sede del Municipio Autónomo Zapatista 17 de noviembre, del Caracol IV.
*Por Diana Itzu Gutiérrez para La tinta