Gladys Tzul: “Hay que comprender la condición de pluralidad en la lucha de las mujeres”

Gladys Tzul: “Hay que comprender la condición de pluralidad en la lucha de las mujeres”
22 agosto, 2019 por Tercer Mundo

La tinta dialogó con Gladys Tzul, comunera maya k’iche’ y Doctora en Sociología, que, este jueves, presenta su nuevo libro en Córdoba.

Por Redacción La tinta

Gladys Tzul, comunera maya k’iche’ de Totonicapán, de Guatemala, y Doctora en Sociología presentará, este jueves en Córdoba, su libro Sistemas de gobierno comunal indígena: mujeres y tramas de parentesco en Chuimeq’ena’ (Tinta Limón, 2019).

En el marco de la Cátedra Libre Ideas Menores, Tzul abordará temas relacionados a los pueblos indígenas de su país, los modelos comunales de organización social, la realidad guatemalteca y la actual lucha de las mujeres en defensa de sus derechos y territorio.

La presentación se realizará a las 18 horas en el Museo de Antropología – UNC (Hipólito Yrigoyen 174) de la capital cordobesa.

Antes de llegar a Córdoba, La tinta dialogó con Tzul sobre su reciente libro, la realidad profunda de Guatemala y la resistencia histórica de las mujeres indígenas de su país.

Guatemala Gladys Tzul la-tinta

—¿Qué aportes realizás en tu libro a los procesos de organización y liberación en América Latina?

—El libro surge de mi tesis doctoral, con la que quiero reflexionar, en primer lugar, sobre la relación entre comunidad y masacre, después de los acuerdos de paz en Guatemala. Es decir, mi texto busca examinar las distintas formas de relación y antagonismo entre la forma comunidad y la forma Estado en la región mesoamericana. Se trata de mostrar las distintas formas de pautar el tiempo, de producir la decisión, de un sistema que trata de organizar el trabajo concreto y comunitario, la producción de las autoridades desde una perspectiva comunal versus la perspectiva liberal, que pasa por una serie de procedimientos propios de los estados en que cada una se encuentra.


Con esa antesala, reflexiono sobre la potencia comunal de la política y propongo un acercamiento y una comprensión de las luchas indígenas en clave comunal. En ese sentido, en el libro, se busca una distinción de las interpretaciones que hicieron sobre lo indígena a partir de estudios culturales o étnicos, en la medida en que se va a pensar, como es mi propuesta, lo indígena en una clave comunal que nos abre la posibilidad de pensar lo comunal en término de gobiernos. 


Lo comunal indígena no es sólo una identidad, es, sobre todo, una estrategia y una manera de gobernar tierra, agua, de gobernar trabajo comunal, de gobernar fiestas y decisiones. Utilizo el término sistemas de gobierno, o lo indígena como forma de gobierno, porque permite comprender en términos contemporáneos, pero también en términos históricos, la capacidad y la posibilidad histórica y presente de pueblos que se han gobernado a sí mismos. Si bien es cierto que no utilizo el término autonomía de manera sistemática o conceptual, opto por utilizar el término gobierno para dar cuenta de procesos históricos y contemporáneos que han logrado recuperar, conservar, gobernar y defender las tierras comunales. Me parece que ese es uno de los aportes.

Un segundo aporte es que, en ese contexto, hay que pensar las distintas formas de lucha, que las mujeres indígenas, hoy en día, están empujando y protagonizando. Si comprendemos lo comunitario en clave comunal, y como una forma y estrategia de gobierno, la condición, la lucha y el protagonismo de las mujeres va a cobrar otro lugar de interpretación. Me detengo a reflexionar sobre cuáles son las estrategias que han tenido las mujeres para luchar por la conservación de la tierras comunes. Y pensar la lucha contemporánea de las mujeres indígenas no únicamente como la búsqueda de los derechos y el reconocimiento estatal, sino centralmente en la defensa y la conservación de las tierras comunales, asunto que no pasa únicamente por el reconocimiento del derecho comunal.

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Además, ensayo algunas categorías teóricas, como, por ejemplo, pensar que la lucha de las mujeres indígenas está inscripta en algo que denomino la política del deseo y no solo desde la política de los derechos. Pensar desde la política del deseo te remite también a una utopía, a la producción de los medios concretos para el alcance de un objetivo y, en este sentido, se trata de cómo y de qué manera se va seguir conservando la tierra comunal, para que esa tierra, en su calidad de comunal, pueda ser habitada, conservada y disfrutada por hijos o nietos. En ese sentido, me acerco a pensar en mujeres indígenas en clave comunal. Es decir, que se piensan a sí mismas con las generaciones posteriores o contemporáneas, en la conservación de la tierra comunal, que es donde se juegan los procesos de reproducción social de la vida.

—¿Cómo describirías la situación social actual en Guatemala?

No se puede pensar la situación guatemalteca sin aludir a la temporada de la guerra y a la temporada del conflicto en el país. Somos un país que salió de una guerra con más de 250 mil muertos y 60 mil desaparecidos, de los cuales varios de ellos no fueron encontrados ni presentados. Todavía hay comunidades enteras que están buscando osamentas y fosas clandestinas de sus muertos de las masacres. En la guerra, hubo una política dirigida al exterminio de comunidades completas. Si bien es cierto que se han empujado varios procesos para juzgar la política de exterminio contra los pueblos. El informe de memoria histórica y la comisión de esclarecimiento ha documentado, según las investigaciones que realizaron, que existieron cinco lugares donde ocurrieron genocidios: la región Ixil, donde ya empezó un proceso de justicia, y las regiones Chuj, Kaqchike, Achí y Kekchí. Son cuatro pueblos que buscaron exterminarlos.


Hay que comprender que, en ese exterminio y en ese proceso de genocidio, lo que estaba en juego era sentar todas las condiciones para un proceso de despojo de tierra. En alguna investigación, utilizaba el concepto de que “el que mata, mata por la propiedad de la tierra” y esa condición del despojo de tierra a través de la muerte o de la represión fue una de las características de la guerra, con un enfrentamiento directo contra las comunidades, con políticas militares de ocupación en los territorios. 


También es importante mencionar que, hoy en día, en Guatemala, hay una correlación entre esos espacios, esos territorios donde el Estado planificó procesos de genocidio, que coinciden con comunidades que, a pesar de la guerra, se fueron reconstruyeron, buscaron no perder sus tierras y ahora son lugares donde se intentan implementar proyectos extractivistas, que van desde hidroeléctricas, mineras o producción agrícola industrial, como la palma africana. Los lugares donde se fraguó el genocidio son lugares donde se está fraguando la política extractiva. Eso es ineludible mencionar para comprender la relación entre las comunidades y el Estado, y para comprender el pasado proceso electoral, que fue hace menos de dos semanas. Ese puede ser un diagnóstico, una forma de interpretación, pero, por otro lado, es preciso decir que el Estado guatemalteco no es totalizante, no ha logrado decidir sobre el uso y el destino de las tierras comunales. Esto es interesante y, tal vez, se conecta con que hay diversas formas de propiedad comunal, que no es estatal y tampoco privada, y es un estatuto histórico y jurídico que está impidiendo la totalización del capital como única forma de relación y a la propiedad privada como única forma de propiedad.

Han pasado 500 años del establecimiento de una invasión colonial y de un proceso republicano que prolongó esta condición colonial, pero, en ese contexto, aparece y despunta, como archipiélagos, la presencia de tierras comunales que presentan formas de existencia de la vida no basadas en la propiedad privada y donde el dinero no es la única forma de intercambio. Son sociedades que, por habitar comunalmente la tierra, tienen y producen condiciones para procesos de fertilización, y que eso va a asegurar la creación de cosechas que van a permitir la existencia de larga data. Hay comunidades donde se cultiva maíz, frijol, chile y otro tipo de cultivo, lo que va a permitir garantizar que haya alimentación todo el año, de manera que, en tanto se tenga maíz, no se va a tener que comprar comida todo el tiempo en el mercado. O solo se va a comprar lo básico. Son economías que no están plegadas al mercado o que pueden sobrevivir si no están plenamente mediadas por el intercambio monetario. A eso lo hemos denominado riqueza concreta. En Guatemala, hay una considerable cantidad de riqueza concreta que ha permitido que, a pesar de la exclusión, de la guerra y del genocidio, las comunidades logren reconstruirse y reorganizar su vida.

Lo que también vamos a encontrar en Guatemala es una voluntad de vida, de reponerse y recomponerse, con todos los dolores y con todas las contradicciones. Así podríamos describir a Guatemala en este momento.

—¿Cómo se desarrolla la lucha de las mujeres en Guatemala?

—Últimamente, investigo en la región Ixil, lugar donde se encabezó el primer juicio por genocidio, y ahí la lucha de las mujeres es plural. Hay que comprender la condición de pluralidad en la lucha de las mujeres. También hay que pensar que el sostenimiento eficaz de la vida y la estructura comunal deviene de la energía, la capacidad y de la pragmática política que las mujeres están empujando. 

En esta región, por ejemplo, son las mujeres las que siguen buscando a los muertos y a los desaparecidos. En mis trabajos de campo, conversando y registrando mis datos, pude ver que son las mujeres las que se dan cuenta de la llegada de los proyectos extractivos a las comunidades. Son ellas las que se dan cuenta porque están escarbando debajo de la tierra los huesos de sus muertos. Ellas están en ese proceso cuando se dan cuenta que otros también están escarbando la tierra: técnicos, gente que está ejecutando licencias de exploración minera. Son dos grupos: las mujeres buscando los huesos de sus muertos en los cementerios clandestinos y los otros que buscan yacimientos de oro u ojos de agua. Por eso, ellas se dan cuenta de que hay gente que entra a las comunidades para buscar debajo de la tierra lo que les pertenece a las comunidades. Eso no eximió la lucha de lo uno y de lo otro: ellas llevan esa doble o triple lucha, en el sentido de que buscan a sus muertos, luchan contra el extractivismo y, al mismo tiempo, organizan fiestas, están en comités, son autoridades comunitarias, son comadronas, tejedoras. La producción simbólica e iconográfica de dignidad de las mujeres es producida, tejida y diseñada por las mujeres.

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La lucha de las mujeres es plural y, si seguimos los argumentos de Silvia Federici, las estructuras estatales y gubernamentales, que están ancladas o son aliadas de los poderes extractivos, comprenden muy bien que las mujeres son fundamentales en la estructuración de la vida comunal. Por eso, lanzan una serie de campañas de agresión y de violencia contra las mujeres. El Movimiento de Mujeres Tz’ununija, en el que estoy articulada y tiene presencia en casi todo el país, dice que la violencia la produce el Estado, sus agentes paraestatales y estatales. Se han conocido muchos casos de policías o de administradores de justicia que acosan y persiguen a las mujeres. Antes de que llegaran las instituciones estatales, como la policía o los tribunales, este tipo de problemas no sucedían. Esa lucha de las mujeres es importante darla a conocer. 

También existen una serie de problemas de violencia intrafamiliar, que me parece que es transversal para Latinoamérica y para las mujeres indígenas y no indígenas. En mi tesis, también buscaba reflexionar sobre la condición de las mujeres al interior de las tramas comunales o de las comunidades indígenas, y situar qué tipo de dificultades y opresiones que existen, que no son para nada parecidas al diagnóstico que hace cierto feminismo liberal, que piensa a las mujeres en el mundo de la exclusión. Por eso, utilizo términos como inclusión diferenciada, dando cuenta de que las mujeres gozan y usan los beneficios de la riqueza concreta que se produce en las comunidades. En ese sentido, asuntos como la violencia intrafamiliar no serían únicamente una condición de las mujeres indígenas o de sectores populares, sino que es un problema de la condición de las mujeres.

*Por Redacción La tinta

Palabras claves: Gladys Tzul, Guatemala, pueblos originarios

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