Justicia es que no pase nunca más: Giuliana y Eylin ¡presentes!
En menos de 6 días, dos feminicidios movilizaron a Córdoba: Giuliana Silva y Eylin Jiménez Condori ya no están con nosotres. En menos de una semana, los asesinatos de estas dos jóvenes, de 19 y 17 años, pusieron en evidencia que el sistema que el Estado posee para la prevención y protección frente a la violencia de géneros es insuficiente.
Por Redacción La tinta
Ellas son la prueba de que el sistema patriarcal nos mata y de que el Estado es cómplice y responsable primero. Hoy, las organizaciones sociales y las familias se movilizan al Polo de la Mujer para pedir por un abordaje integral real de la violencia y por políticas públicas de prevención que contemplen las múltiples formas de esa violencia. Mientras tanto, desde abajo, en los barrios, se levantan estrategias de autodefensa colectivas, cercanas a les que sufren las violencias y con conocimientos y saberes que se convierten en estrategias de prevención y lucha mucho más efectivas y profundas que las que el Estado provee. Desde ahí, se lleva una voz colectiva con un reclamo que sobrepasa la mirada punitivista y pone el foco en el sistema patriarcal. Para todes elles: justicia es que no pase nunca más.
Los números de los feminicidios en Córdoba, en lo que va del 2019, son alarmantes: 12 mujeres muertas en manos de varones. A nivel nacional, Mumalá contabilizaba 100 feminicidios y travesticidios sólo hasta mayo, y, en Córdoba, se sucedieron más del 10% de esos casos. Pero sabemos que los feminicidios y travesticidios son sólo la parte visible de la violencia patriarcal que estructura nuestras sociedades.
Las pocas estadísticas oficiales dan cuenta de una violencia sistemática que se ejerce de manera cotidiana sobre los cuerpos no masculinos en todas partes. Ni las calles ni las instituciones ni las casas son seguras. Casi el 50% de los asesinatos sucedió en las casas de las víctimas y el 90% son cometidos por parejas, ex parejas o familiares. El entorno cercano como el lugar de procedencia del agresor y la casa se constituyen como sitio de la violencia.
Pero que las estadísticas reflejen esto no significa, como nos hicieron creer durante tantos años, que la violencia machista es algo “del ámbito privado” y que sucede sólo puertas adentro de la casa. Sabemos que el machismo violento estructura la forma de relacionarnos que tiene nuestra sociedad, forma de la que ninguna mujer o identidad disidente puede estar ajena. Ni siquiera los varones, aunque con otras consecuencias sobre sus cuerpos. Por eso, sufrimos violencias en el trabajo, en la calle, en la escuela, en el hospital. Sin embargo, mientras la Ley de Protección Integral Para Prevenir, Sancionar, Erradicar la Violencia Contra las Mujeres en los Ámbitos en que se Desarrollen sus Relaciones Interpersonales (Ley Nº 26485) nombra estas múltiples violencias y establece patrones y formas, el Estado todavía no ha estructurado mecanismos de prevención y de protección efectivos para todas ellas.
Son raras las veces que una mujer puede denunciar una violencia psicológica, todavía se le exigen “pruebas” en su cuerpo como marcas visibles de la violencia para identificar el “riesgo”. De hecho, las pocas que, portando marcas visibles, pudieron acceder a esos mecanismos han demostrado que estos son insuficientes. Giuliana había pasado por todos y cada uno de los “pasos” que el Estado le exigió y, sin embargo, no encontró la protección necesaria para seguir con vida. Eylin y su madre vivieron años de abusos y maltratos, amenazadas, y cuando se animaron a denunciar, tampoco encontraron respuestas efectivas que las protejan.
Aquel dispositivo que con bombos y platillos se anuncia como ejemplo a seguir desde Córdoba y para todo el país muestra su cara verdadera. El Polo de la Mujer, que sólo ve sus políticas en Córdoba Capital y a duras penas, no alcanza para prevenir y cuidarnos.
Una estructura que, desde afuera, se ve enorme, pero que es, en realidad, un cascarón vacío. Vacío de presupuesto. Vacío de insumos. Vacío de trabajo digno. Vacío de personal suficiente para atender a la demanda enorme. Ya las trabajadoras del Polo nombraron esta situación en sus reclamos. Vacío de articulaciones y redes territoriales. Vacío de comunidad. Vacío de continuidad.
Ciudades (in)seguras
Esta ausencia consciente del Estado favorece, según la teórica feminista Marcela Lagarde, la impunidad para la violencia extrema sobre los cuerpos feminizados. Por eso, la autora acuñó el término feminicidio, intentando reflejar que, cuando muere una mujer por el sólo hecho de serlo, se sucede un crimen de Estado. Son las políticas públicas las que deben garantizar la prevención, tratamiento y protección de las mujeres e identidades disidentes frente a la violencia machista. Por eso, el Estado es responsable por acción y omisión cada vez que une de nosotres es violentade o asesinade. Y esa omisión se ve también en las múltiples formas en las que las ciudades y espacios rurales se han convertido en espacios inhabitables para quienes no ostentan una identidad de varón.
Ser mujer o disidente en un barrio pobre de la ciudad de Córdoba, o en el área rural, se convierte en un desafío que termina, a veces, con nuestras vidas. Las inseguridades cotidianas están a la orden del día y sólo salen a la luz cuando ocurre lo que llamamos “la punta del iceberg”, un feminicidio, pero, antes, miles de obstáculos afectan la vida diaria de quienes no pueden habitar el espacio en igualdad de condiciones. Tierra y vivienda dignas, una calle en condiciones, luminarias, acceso al transporte público son cuestiones de vida o muerte para las mujeres e identidades disidentes.
El acceso a salud y educación de calidad son también cuestiones fundamentales para nosotres. Información sobre cómo cuidar nuestros cuerpos, para elegir si maternar o no, saber cómo alimentarnos y cómo alimentar a nuestros niñes determinan también que nuestra vida cotidiana se desenvuelva en igualdad de condiciones. Entonces, el feminicidio, el travesticido y los crímenes de odio son la cara visible de un sistema diseñado para la opresión de quienes no se ajustan a la norma dominante. El patriarcado, de la mano con el capitalismo y el colonialismo, se erigen como estructuras de muerte sobre nuestros cuerpos y territorios.
La autodefensa desde abajo para que no pase nunca más
Frente a esta realidad, son las propias comunidades las que han elaborado múltiples estrategias de autodefensa frente a la violencia machista y son ellas las que evidencian las fallas que el Estado intenta disfrazar. “Ni el botón antipánico pudo salvarla”, titularon algunos diarios sobre Giuliana. Si el botón es una de las únicas herramientas que tenemos para protegernos de un agresor y esta no puede salvarnos, entonces, ¿qué nos queda?
En estos territorios marginales, las comunidades saben que el Estado no llega y, si lo hace, llega con una mirada insuficiente o que sólo perpetúa las desigualdades. Por esto, la organización desde abajo es una de las herramientas más poderosas para contrarrestar tanta violencia. Siempre son las respuestas que las comunidades pueden darse las que llegan más rápido y mejor. Las que conocen los recovecos del barrio, el movimiento cotidiano, los lugares seguros. En toda nuestra historia, han sido les de abajo organizades quienes han podido dar respuesta a sus propias necesidades de manera autónoma o quienes se han aprestado a quitarle al Estado aquello que necesitan, a fuerza de lucha en las calles.
En barrio Suárez, por ejemplo, donde vivía Giuliana, una comunidad organizada se erige intentando hacerse de herramientas para sus propios problemas. Es esa comunidad la que se organizó hace casi diez años en espacios de mujeres, comedores, espacios educativos y culturales, cooperativas de trabajo, espacios de contención para el consumo problemático, entre otros. Sin embargo, no alcanzó. Ahí en donde el Estado era necesario para defenderla, falló. En una asamblea barrial, les vecines se preguntaron qué hacer frente a tanta muerte y desidia. De nuevo, es la organización y la lucha colectiva la que se levantó para abrazar a la familia y a la comunidad.
Por todo esto, hoy se movilizan. Por una justicia con otro nombre y otro rostro. No piden más policías en las calles, porque saben que eso sólo implica más criminalización de la marginalidad. No piden cárceles repletas, porque saben que eso sólo empeora la situación social. No piden que se baje la edad de imputabilidad, porque saben que les pibes necesitan contención y no represión. Piden políticas públicas de calidad que contemplen a la problemática desde todas sus aristas, para garantizar una efectiva prevención y protección de las personas en situación de violencia. La justicia, para elles, para nosotres, es que lo que sucedió con Giuliana y Eylin, y con les cientos de miles, no se vuelva a repetir.
Y, para eso, necesitamos que todo cambie, que todo se dé vuelta. Es el sistema patriarcal el que estructura las violencias que sufrimos cotidianamente y es él el que tiene que desaparecer.
*Por Redacción La tinta.
♦La convocatoria es este miércoles 17/07 a las 9 hs en Av. Chacabuco esquina Av. Illia.