Azo, azo, azo, mujeres y Cordobazo
Por Redacción La tinta
A fines de la década del ´60 y principios del ‘70, las mujeres también rompían los mandatos tradicionales. En un contexto histórico socialmente convulsionado, ellas pusieron el cuerpo en las luchas de su tiempo.
La revisión feminista de la historia amplió esa conocida y clásica foto de Agustín Tosco encabezando una protesta social. Para esta nota, conversamos con la historiadora Ana Noguera. Haciendo zoom y tomando distancia del recorte masculinizado de la historia revolucionaria de Córdoba, le preguntamos sobre las trabajadoras de la Industria Latinoamericana de Accesorios Sociedad Anonima (ILASA) y sobre la participación política de las mujeres en los barrios.
No hay cordobazo sin las obreras de ILASA
En esta época, en comparación con los varones, pocas mujeres trabajaban y la mayoría se empleaban en actividades de servicio como docentes, comercio, servicio doméstico y salud. Las que se empleaban en el sector industrial, lo hicieron, en su mayoría, en la industria textil e industria del cuero. Los varones, en cambio, se empleaban, en mayor proporción, en tareas calificadas, de nivel técnico, directivo o profesional.
ILASA se ubicaba al norte de la ciudad sobre la ruta al Aeropuerto de Pajas Blancas y se dedicaba a la producción de mazos de cables, carburadores, bombas de combustible y materiales de fundición destinados a Industrias Kaiser Argentina y otras firmas automotrices. Las trabajadoras de ILASA fueron una excepción dentro del trabajo feminizado y, en comparación con otras mujeres, tuvieron mejores sueldos. Sin embargo, al interior del sector industrial automotriz, se encontraban en una situación de inferioridad, ya que el sueldo era más bajo en comparación con los varones del mismo sector, tenían peores condiciones laborales y diferentes convenios de trabajos. Comprender estas desigualdades de género significó una lucha específica de las obreras: por mejores condiciones laborales, guardería en los lugares de trabajo, por la equiparación de sueldos y la igualación del convenio de paritarias con el gremio SMATA.
Desde la patronal de ILASA, se contrataba a mujeres jóvenes y solteras, de entre 16 y 25 años, para no garantizar algunos derechos laborales como las licencias por maternidad, “quizás, se creyó que contratar a mujeres era más fácil para controlar la fábrica por la ´docilidad´ de las mismas y la realidad demostró que las obreras de ILASA fueron unas de las más combativas y tuvieron una gran participación durante el Cordobazo, con un activismo en las calles, abandono de tareas laborales y hasta ocuparon violentamente la fábrica en junio de 1970”, reflexiona Ana Noguera.
Militancia barrial de las mujeres de organizaciones revolucionarias
En la década del ´60, los sectores populares y obreros fueron percibidos como el sujeto que llevaría a cabo el proceso revolucionario. Muchos estudiantes de clase media universitaria se acercaron a los barrios populares para ayudar en la resolución de problemas de vivienda, salud, educación. “Hay muchísimas experiencias como la de Taller Total, realizado por estudiantes de la Facultad de Arquitectura o campañas de alfabetización, una realizada durante el gobierno de Cámpora. La inserción a los barrios populares también se hizo posible por medio de los curas tercermundistas”.
Además, cuestionaron su propio rol social dentro del orden burgués. Quisieron despojarse de la identidad “pequeña burguesa” para ejercer lo que llamaron “la proletarización”, es decir: “Trabajar en una fábrica, pero también trasladarse a un barrio popular para adaptarse a las formas de vivir y de sentir de la clase obrera y popular, para conocer realmente el sufrimiento del pueblo”, explica Ana Noguera.
Es interesante el caso de Montoneros en la territorialización de la política y su acercamiento a las mujeres como sector. Junto con las Unidades Básicas y el resto de los dispositivos barriales existentes, y con una perspectiva del peronismo revolucionario, la organización creó frentes en los territorios que agrupaba a las personas por sectores. Entre éstos, crearon la Agrupación Evita, con la finalidad de trabajar con las mujeres y niñes. Noguera explica que “estas militantes que participan de la agrupación Evita iban a un barrio donde ya había un trabajo y plantearon cuestiones sobre las condiciones específicas sobre la problemática de un barrio, que tiene que ver con la educación, la salud, organizaron ollas populares, campamentos infantiles”. Así, el lugar de la mujer era uno ligado a prácticas políticas que apelaban a la mujer en tanto madre y esposa, en tanto reproductora de la vida.
La historiadora continúa echando luz a la ambigüedad: “Es interesante ver ahí la tensión entre una militancia que se construye desde el igualitarismo y una bajada desde un discurso bastante tradicional del lugar de la mujer, reconociendo especificidades, pero no con empoderamiento político desde ese lugar. Sin embargo, esto generó la participación de las mujeres en las actividades, discutiendo muchas cosas, generando una politización y un empoderamiento, un movimiento desde ese lugar tradicional”.
Por su parte, el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) también tenía un Frente de Mujeres con características similares en cuanto a la propuesta hacia las mujeres. Explícitamente, la intención tuvo que ver con “abrirles la cabeza” para que no impidan la militancia de los varones, tal era su lectura. Se buscaba generar conciencia por su doble explotación, por ser mujeres y trabajadoras, o, simplemente, por su poca politización por estar imbuidas en el mundo privado doméstico. “El acercamiento concreto es similar, cuestiones muy ligadas a las sociabilidades femeninas tradicionales”.
Había unas pocas agrupaciones no armadas, como el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), que ponían el foco en una agenda de políticas públicas más ligadas a cuestiones de la violencia de género, el aborto, la anticoncepción o la educación sexual.
En fin, a las mujeres se las percibía desde una visión paternal del cuidado: los varones no querían que ellas participaran y se involucraran en política. Pensado como una forma de protección, se podría decir una mirada ligada a la infantilización de las mismas.
Feministas sin saberlo
La segunda ola se manifiesta en Argentina, principalmente, con los cuestionamientos a la sexualidad, las formas y funcionalidades de la familia, y la manera de concebir los roles. Sin embargo, explica Noguera, “la llegada de esas demandas feministas y de la juventud no se traduce en un movimiento feminista que lo impulse, por lo cual, posiblemente, muchas fueran, como ellas dicen, feministas sin saberlo, no se catalogaban así salvo un reducido grupo de Buenos Aires”. Un poco desde la intuición, otro poco desde una idea de igualdad en la lucha, las mujeres impulsaron algunos de los debates de la época, como la distribución de las tareas del hogar, la cuestión del matrimonio y la virginidad, la elección del número de hijes.
“Hay una idea de cambio entre una mujer en los años ´50 a una tipo de joven liberada, emancipada y moderna en los años ´60. No es una visión tan tradicional, pero no se están pensando como feministas, pero sí actúan desafiando el lugar de la mujer que existía”, cierra Ana Noguera.
Si bien muchas compañeras no se decían feministas, y estaban lejos de incorporar ese concepto como propio, las rupturas a los mandatos de la época fueron rebeldías de gran magnitud al orden patriarcal. Nuestro mayor reconocimiento para todas aquellas mujeres que palpitaron la posibilidad de concretar los sueños y utopías revolucionarias.
*Por Redacción La tinta.