El régimen de la opinión y la urgencia posteadora
Por Diego Valeriano para La tinta
Opinar, carburar toda la noche la angustia de un comentario en tu publicación, llamar a los canales frente a cada injusticia, escribir en un pobre blog, contar los RT, wasapear a esa radio militante, subir una historia de Instagram de cada mínimo acontecimiento. Ser panelistas de la propia vida. Si este Facebook sigue así, todo posteo es político.
Militar como festejante. Estallar de alegría ante cualquier novedad, amar acríticamente, termear, recordar a la víctima según el victimario, postear contra el Fondo, ser taxativo tirado en el sillón. Rascar del fondo de la galería alguna foto para la ocasión: la de la jefa, una con Alberto, ante cada nieto, una con Estela del 2008 y cada 24 la foto de tu hija con los dedos en ‘V’ aunque ella ya ni quiera ir a la marcha. Entrar manija en la urgencia de la visibilidad.
Todo es opinable. Todo se expone en su obviedad, todo es excesivamente visible: el hater como tal, el cristinismo como cristinismo, las travas como travas, los intelectuales como intelectuales y el trotskismo como todo llanto. La manija de la visibilidad y la opinión es la que garpa. Visibilizar todo como consumo, como necesidad vital, como lo que nos da tranquilidad en medio de una vida que es horrible, como lo piola que ni calma nuestras frustraciones.
Hablar, pensar, escribir sobre otros, sobre cosas, sobre lo que pasa, decir que todo es político y no decir nada. Ir cambiando la foto de perfil según la coyuntura, usar el pañuelo verde en la mochila siendo un chabón de 40, no errarle ni una efeméride de lucha y memoria. Que todo entre en el régimen de la opinión, de la urgencia posteadora, de lo explicable, de lo que vale porque tiene likes.
¿Es necesario opinar tanto? ¿Hay que tener un timeline coherente? ¿Un muro combatiente? ¿Hay que pelear con la tía porque se ríe de que digas todes? ¿Ser visibles?
Mejor rajar del régimen de la opinión, volverse imperceptibles, no ser gato del algoritmo. Ideas que casi ni se esbozan para no ser manipuladas. Hacer por hacer, fabular el mundo entero sin salir a la pantalla. Construir constelaciones de afectos, segundear a quienes queremos. Acciones que no sean capturables, ni tengan respuesta. Hacer algo dulce y transformador que no se haga mercancía, cagar a piedrazos los patrulleros sin motivo y a pesar de tener la edad que tenemos. ¿Volverse invisibles? Construir estrategias de visibilización gedientas, absurdas, ATR, bien chetas. Mirar todo a través de un ojo perverso, peposo, atrevido. Un ojo que lo deforma todo, que lo desfonda todo. Que devuelve a la gilada como lo que es. Invisibilidad que invita a la pregunta sin respuesta, que deja una estela incomprensible y que, frente a cada opinión, tiene un sticker.
* Por Diego Valeriano para La tinta. Imagen: Steve Cutts