La dejaron morir en nombre de la moral
Por Luciana Mangó para Cosecha Roja
Ana Acevedo tenía 19 años y tres hijos cuando le diagnosticaron cáncer de mandíbula. Durante los 13 meses que duró la enfermedad, los médicos del hospital Iturraspe de la ciudad de Santa Fe no atacaron el cáncer. Ana estaba embarazada de dos semanas y le prohibieron la quimioterapia para proteger al feto. Su mamá, Norma Cuevas, pidió un aborto terapéutico para salvar a su hija. Los médicos lo negaron. Su moral les impedía poner en riesgo a un feto, pero estuvieron de acuerdo en dejar agonizar hasta la muerte a una joven sólo para mantener las convicciones. Dijeron que Ana y su beba iban a vivir, y mintieron. La beba murió al día siguiente y Ana, una semana después.
Nadie fue preso ni condenado. El Estado provincial pidió disculpas a la familia. El caso de Ana fue un emblema que cambió las normas y logró que Santa Fe sea la única provincia donde hoy ninguna mujer muere por aborto. La deuda aún queda. Tres hijos sin madre y la certeza de que Ana murió porque era pobre y la violencia religiosa se ejerció sin piedad contra ella, como si hubiera sido elegida para sufrir y morir en nombre de la moral y las buenas costumbres. Norma será una de las oradoras en el Congreso en el marco de las audiencias sobre la despenalización del aborto.
Historia
Ana María Acevedo tenía 16 años cuando parió al primero de cuatro hijos. Lo llamó Aroldo Román, igual que a su padre. Con el hijo, sus padres y hermanos, vivían en un barrio de casas construidas con planes oficiales cerca del cementerio de Vera, una localidad ubicada a 250 kilómetros al norte de la ciudad de Santa Fe. Ana María era la mayor y cuidaba de los hermanos cuando los padres trabajaban. Aroldo Román era puestero y Norma, portera en una escuela. No tenían estudios. Ana María llegó a terminar la primaria, pero no pudo seguir. Para entonces, ya había parido a otros dos varones: César y Juan David, y limpiaba en casas de familia.
Ana María pasó la infancia montando a caballo, trabajando en la huerta y ordeñando las vacas que la familia tenía en el patio. Con la leche que sacaba, alimentaba a siete chivitos. Lo que más disfrutaba era cocinar. Su especialidad era la pizza casera. Aprendió viendo a su mamá y se perfeccionó tomando cursos de cocina.
En mayo de 2006, un fuerte dolor en la boca la llevó de urgencia a visitar el Centro de Salud de Vera. Le extrajeron una muela y le dieron antibióticos. El dolor volvió. Ana visitó el hospital Cullen en la ciudad de Santa Fe donde le diagnosticaron un sarcoma maxilar, un tipo de cáncer que se origina en ciertos tejidos como los huesos o los músculos. Los médicos le extrajeron una parte del tumor y la derivaron al Servicio de Oncología del Hospital J.B. Iturraspe (también en Santa Fe) para que hiciera un tratamiento de quimioterapia y rayos.
En noviembre, viajó a iniciar el tratamiento. Ana estaba embarazada de dos semanas. Los médicos se negaron a hacerle quimioterapia para preservar la salud del feto y la derivaron al Servicio de Ginecología, donde estuvo internada con analgésicos hasta la víspera de Noche buena.
El embarazo avanzaba al mismo tiempo que el sarcoma le tomaba la cara. En febrero de 2007, Ana volvió al hospital Iturraspe. Estaba dolorida y de 13 semanas. Los médicos le dijeron que debía quedar internada en el Servicio de Oncología, donde la medicaron para calmar el dolor en dosis lo suficientemente bajas para que no afectaran al feto.
El 22 de febrero, el Comité de Bioética del hospital analizó la situación. En la reunión, participaron tres médicos del servicio de oncología, una asistente social y una psicóloga, un médico del servicio de obstetricia, un médico radioterapeuta ajeno al hospital y tres integrantes del Comité.
–»¿En algún momento se pensó en un aborto terapéutico?», preguntaron desde el Comité.
–»Por convicciones, cuestiones religiosas, culturales, en este hospital (y en Santa Fe), no», dio su contundente respuesta el jefe del Servicio de Oncología.
En el acta, quedó registrada la reunión donde los médicos reconocieron que el tratamiento que le daban a Ana sólo combatía el dolor y no la enfermedad.
El cuerpo de Ana cargaba con el dolor en la cara y una panza en crecimiento. Su madre Norma recorría los pasillos de los hospitales pidiendo un aborto terapéutico para salvar la vida de su hija. Los médicos nunca la escucharon. No lo habían hecho cuando fue violada a los 14 años y tampoco lo hicieron cuando, después que Ana parió al tercer hijo, pidió una ligadura de trompas por recomendación de la obstetra porque la sangre de Ana era incompatible con la del bebé.
“Vivía dolorida. Les pedí a los médicos que le hicieran un raspaje para que empiece el tratamiento. Peleaba todos los días y el médico no hacía nada. Me decía que no podía hasta que no estuviera grave. Mi hija no estaba para morirse, tenía otros tres hijos que criar”, contó Norma.
Ana volvió a la clínica. Los padres renunciaron al trabajo. Norma la acompañó durante los meses que estuvo internada y el padre se quedó en la casa de Vera cuidando de sus tres nietos, que tenían entre 1 y 4 años. “Vivíamos más en el hospital que en casa. Estuvo cerca de siete meses internada. Ella dormía. El doctor le decía que tenía tiempo. Ella decía que se iba a morir porque se daba cuenta que no le hacían nada”, recordó Norma.
Las enfermeras y monjas del hospital dejaron estampitas de la virgen de Guadalupe en la cama de Ana. Ella, que a los 12 años se había cortado el pelo para cumplir una promesa que la madre hizo a la Virgen de Itatí, se había vuelto devota de la Virgen de Guadalupe y le rezó cada noche.
El 29 abril, Ana se sometió a una cesárea programada. Después de 22 semanas de gestación, parió a su primera hija mujer: María Guadalupe de los Milagros. Pesó 450 gramos y murió un día después. Ana no la llegó a ver.
La salud de Ana empeoró. Ocho días después de la cesárea, le hicieron la primera sesión de quimioterapia. Le siguió una traqueotomía. Al tiempo, entró en coma farmacológico y murió dos semanas después.
“Me dijeron que me iban a entregar a las dos vivas y me dieron a las dos muertas. Yo me daba cuenta. ¿Para qué estudiaron? No podían dejarla morir. No le dieron una oportunidad”, contó Norma.
Norma cree que su nieta sigue viva. Ella y su marido la sueñan, y se aferra a esa idea.
La ley
El artículo 86 del Código Penal establece que el aborto no será punible en caso de peligrar la vida o salud de la madre. El caso de Ana llegó a la Justicia. En julio de 2008, el juez Eduardo Pocoví procesó al ex director del hospital Iturraspe, Andrés Ellena, y a otros cinco médicos. Ninguno llegó a juicio.
Ocho años después, el Estado provincial pidió disculpas a la familia y firmó un convenio de resarcimiento económico.
Dolor
Ana sufrió, rezó y resistió durante un año y 9 días desde que sintió el primer dolor de muela hasta que murió. La causa lleva una década sin avanzar. En noviembre del año pasado, Norma recibió un pedido para cerrarla.
“No pedí plata. Quiero Justicia. A mi hija no la voy a recuperar más. Quiero que me digan qué pasó con Ana. Por qué no le dieron una oportunidad de vivir. Le negaron las ligaduras y la obligaron a seguir el embarazo”, dijo Norma.
El jueves 17 de mayo, se cumplieron 11 años de la muerte de Ana y la familia organizó una marcha en Vera y en Santa Fe. Su madre piensa encadenarse a los tribunales hasta conseguir justicia.
La vida de todas las mujeres
Norma sigue el debate sobre la despenalización del aborto desde Vera. Como no tiene televisor, se entera de las novedades a través de los vecinos. Le hubiera gustado que el tema se debatiera antes, pero celebra que haya llegado al Congreso. “A mi hija la asesinaron. Quiero que se haga la ley para salvarle la vida a todas las mujeres”.
Norma cría a dos de los tres hijos de Ana. Todos los días, la recuerdan: “Ella era todo, muy servicial y muy querida”. Y contó que el mayor quiere ser abogado para defender la causa de su madre.
Sobrevivir
Después de perder sus trabajos, los padres de Ana empezaron a fabricar ladrillos en el patio de la casa. Aprendieron el oficio hace cinco años, pero, en los últimos seis meses, la sequía les impidió continuar. Entre la ruta y la vía, Norma y Aroldo juntan tierra para hacer ladrillos. Hacen un pozo de un metro de profundidad y, en el medio, ponen un fierro. A la tierra le tiran bosta, pasto, aserrín y agua. Atan un caballo al fierro y lo giran para mezclar. Cuando el barro está listo, lo ponen en un molde de madera. Esperan uno o dos días hasta que seque y lo llevan al horno.
El miércoles 11, se conoció una carta donde Norma contó la historia que repetirá cuando hable ante los Diputados. Norma no fue a la escuela ni tuvo una profesión. Pero no necesitó estudiar ni leer libros para darse cuenta de que, como su hija, muchas mujeres mueren en nombre de las buenas costumbres.
*Por Luciana Mangó para Cosecha Roja.