La Lengua vallada

La Lengua vallada
28 marzo, 2019 por Redacción La tinta

Por Roy Rodríguez para La tinta

En la rotonda a la salida del Aeropuerto, sobre un muro de piedra y hierro, el martes terminaron de fijar una escultura. Justo el martes. Son tres figuras bailando o haciendo ejercicios. Poco importa. Es horrenda. Pero sirve para recibir al Rey, al Virrey y a todos los súbditos que defienden los muros. Los muros que siguen atravesando la lengua en esta ciudad que tras 500 años conserva el silencio jesuítico y la resignación ante los muros.

Ante la lengua sitiada. ¿Hay alguien capaz de gritar ante los muros azules y de gorra, ante las vallas de hierro que cortan una a una las calles, ante las cintas rojas y blancas, ante los carros hidrantes que garantizan que todos nosotros, seres de pie, estemos lejos de la lengua española de Borges y de Cervantes?

No va a gritar el chofer del bondi que habla cordobés y que le cuenta que su hijo que va a una escuela lejana, apartada, en las viejas mercedes jesuíticas, no fue al colegio, por el Congreso de la Lengua y por el Rey y miserable Virrey que dice ante los conspicuos presentes que ahora los chicos son evaluados para darnos cuenta de los problemas que él nunca pudo resolver con el uso de la herramienta comunicativa y de poder más eficaz: la lengua española, que me somete en esta ciudad sitiada y más allá.


La lengua que desposeyó a toda esta tierra arrasada por los silencios sepulcrales de los muros, que no ocultan otra cosa que sangre y más sangre. De siglos. Córdoba de la Nueva Andalucía.


El bondi me dejó junto al río marrón, sin peces, arruinado por una lengua pragmática cordobesa (española) que sólo sirve para ocultar chanchullos y apropiarse de todo. Capital. Práctico. Sólo hay palabras detrás del hacer. Hacer es la única palabra aceptada y legalizada en esta ciudad. Siempre habrá una ley que respalde a apropiadores y atorrantes de guantes blancos.

Si Daniel Moyano volviera hoy a esta ciudad, huiría a toda velocidad hacia el oeste en su renoleta destartalada. Chocando contra las vallas y atropellando azules hasta el hartazgo.

Nadie hablará de Daniel Moyano, más allá de las vallas y de los muros que impiden caminar sobre Vélez Sarsfield. No hay derechos, don Dalmasio. Y qué me importa. Yo me morí hace rato. El Rey y el Virrey habitan ahora las cercanías de un colegio convertido en shopping donde los desahuciados empleados cuelgan carteles con la palabra Sale. La lengua española dejó de ser siquiera oferta para ellos.

Cicerón ofrece visitas guiadas por el colegio de los jesuitas, el Monserrat. El de la alta sociedad. Sólo por hoy. (Lo dice un cartel en la puerta del colegio que otrora albergó la Reforma, el primer movimiento político juvenil latinoamericano). No hablará del Orador de la Revolución que transitó las piedras junto a esos oscuros muros. No.

No hay palabras. No hay palabras para hablar de Juan José Castelli. Menos en el día en que el Rey y el Virrey y todos los súbditos de la Córdoba de la Nueva Andalucía decidieron vallar el idioma, una vez más.

El único orador respetable será el Virrey de apellido italiano que descubrirá que el idioma nos permite comunicarnos con los ecuatorianos o uruguayos, (él piensa que son seres de otro planeta). Una forma poco original de vallar la lengua.

Y tampoco hablarán de Deodoro Roca. Roca -Deodoro- las ideas de justicia que en un momento circularon por el idioma han quedado ocultas tras los muros.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

No más reformas. Sólo policías. Y tanques anti multitudes. Y nadie gritará en las calles. Dos manifestantes de siete, detenidos. Todo es silencio sepulcral en Córdoba de la Nueva Andalucía. Mentiras andaluzas.

El niño, hijo de la chica rumana que pide monedas en Hipólito Irigoyen con un sanguche en la mano, balbucea otro idioma. No es el español del Rey. Raro. Rumanos. Gitanos. Invasores del idioma. Vinieron en el neoliberalismo de los ’90. Alguien los tiró en Buenos Aires para explotarlos. En Buenos Aires, la madre recorría los trenes descalza, de niña. En Córdoba (ni ella sabe cómo llegó), los formalismos requieren que su hijo pida en zapatillas. Explotado, pero en zapatillas. La policía sólo para cuidar al Rey. Y al Virrey. Claro. Otro idioma. Raro. “Tiene una moneda”, entiendo que dice. Me compra una bolsita, grita, casi llorando la madre. Rumana. Los pobres hablan otra lengua en este país.

En los bares, la lengua se ve por televisión. O en las pantallas de los celulares. “Hay una masa de cuerpos sin nombre, escondidos tras la pantalla, expuestos a vigilancia en el lugar de trabajo, una multitud desplumada, despojada de su salario”, dice algún filósofo. Es la pantalla el muro que nos impide comunicarnos y echar a patadas al Rey, al Virrey y a todos los bufones que se sacan fotos delante de las sillas rojas para decir en Facebook que ellos sí pertenecen. Que ellos también son un poco dueños del idioma. Del idioma español. Del idioma del Rey.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

No entiendo a la mujer –otra- que se pregunta algo parecido a cuándo van a levantar las vallas y se va a ir la policía. A ella, el Estado nacional no le garantizó la lengua, pero algún político conspicuo le cede un lugar en la calle Trejo para que cobre estacionamiento.

Todos están fuera del idioma. Fuera de la lengua castiza, casta, castellana. Como yo, que escribo después de caminar por la ciudad vallada por los dueños de la lengua. Una ciudad silenciosa, llena de muros. Donde nadie habla. Porque hace muchos años que le robaron las palabras. Fueron reemplazadas por una escultura dispuesta en un muro a las apuradas. Tres personas que bailan, fuera de todo. Sin más música que la de las fanfarrias de los que se robarán, otra vez, hasta el último sonido, hasta el último grito. Gutural. Sin registros. Sin más significado que la impotencia de sabernos otra vez colonizados. Despojados. De la ciudad. De la palabra. De la vida.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

*Por Roy Rodríguez para La tinta / Foto de portada: Colectivo Manifiesto.

Palabras claves: Congreso Internacional de la Lengua Española, Mauricio Macri, Rey Felipe VI

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