Los recuerdos del joven que presenció la muerte de Camilo Catrillanca
Jorge Palacio, padre del testigo del homicidio del comunero Camilo Catrillanca, accedió a una entrevista. Esta es su historia y la de su hijo.
Por Lucas Cifuentes, desde Ercilla, para El Desconcierto
—Se llevaron preso a mi papá-, dice el joven de las famosas iniciales M.P.C., el mismo que presenció la muerte de su amigo Camilo Catrillanca y que, con su relato, desenmarañó el asesinato del comunero.
Es el día miércoles 5 de diciembre, está afuera de la comisaría de Ercilla y pide ayuda para su padre Jorge Palacio, quien se encuentra detenido juntos a otros de sus familiares. La avenida principal del pueblo, donde está ubicado el Centro de Salud Familiar y el Liceo municipal, está casi desierta. Algunos vecinos de la zona miran de cerca las piedras amontonadas en mitad de la calle y las pozas que dejó el agua lanzada por el guanaco. Los 30 grados dan paso a un viento cálido, mezclado con el olor picante de ese vaho que se levanta del cemento. Varios metros más allá, en dirección a la carretera, en la entrada a Collico y cerca del Lof Temucuicui, se encuentran estacionadas las tanquetas del Grupo de Operaciones Especiales de Carabineros (GOPE).
M.P.C. lleva un gorro tipo pescador que le cubre los ojos y deambula nervioso frente a la comisaría. El lugar está atestado de Carabineros de Fuerzas Especiales; él solo espera un poco de información sobre su padre. Tres carabineros del GOPE, que están parados en una esquina, lo graban con videocámaras en mano. Él reconoce a uno de ellos, se pone inquieto, vuelve el trauma: es uno de los hombres que habría participado en el operativo que mató a su amigo Camilo Catrillanca.
Han pasado días desde la detención de Jorge (35). Aún tiene un ojo en tinta, el cuerpo adolorido, como huella de su encierro. Está sentado sobre un tronco, a un costado de su casa y bajo la sombra de un sauce. No le gusta hablar con la prensa y esta entrevista se dio después de un seguimiento de varios días.
Al hablar, gesticula con sus manos, tiene la mirada tranquila. Pese a todo, conserva un sentido de humor suspicaz.
Jorge nació y fue criado en la comunidad Huañaco Millao, reconocido territorio en resistencia. De allá era su madre y gran parte de su familia. Ahora vive en un terreno en el sector de Chamichaco, que está separado por un cerro del Lof Temucuicui. Ese trozo de tierra es herencia de sus padres y hoy lo comparte con sus siete hermanos.
Hombre humilde, trabaja en la artesanía con colihue -oficio que aprendió de su padre- y en la agricultura, con plantaciones de papas, trigo, porotos y avena. También tiene árboles de cerezos, por donde trepa el hermano del adolescente. Jorge vive con su pareja y sus dos hijos: M.P.C, de 15 años, y “Jorgito”, de 9, un niño inquieto y risueño que corre por todas partes mientras juega con una honda.
M.P.C está sentado en un tronco más pequeño y observa mientras su padre conversa, pero ya no hablaremos de él con iniciales. Su historia es más que un nombre que no se dice para protegerlo, así que le pondremos Millán. En lengua mapuche “Milla” quiere decir oro.
A la historia de Millán la antecede la de su papá, quien también vivió la violencia de la policía en su comunidad.
—Cuando niño presencié cómo Carabineros seguía a mis tíos, cómo los tomaban presos, cómo los golpeaban. Cuando andaban en Ercilla y aparecía un furgón de Carabineros, les asustaban a sus bueyes, les rajaban los sacos de alimentos. Siempre hemos vivido bajo la opresión-, relata Jorge.
Desde el miércoles 14 de noviembre, tras la muerte de Camilo Catrillanca, Jorge y su familia han enfrentado el dolor de la pérdida de un amigo. Denuncian además que han sido hostigados y golpeados por proteger a su hijo, el sobreviviente de ese operativo. Dice que si no fuera por Camilo, Millán estaría muerto.
La advertencia
El miércoles 5 de diciembre Jorge viajó a Ercilla a ver un familiar, fue en compañía de su hijo de nueve años. Una vez en el lugar, se enteró de que en la entrada a Collico había un procedimiento policial. Recuerda que un rato después, un peñi pasó raudo en auto y le avisó que se habían llevado preso a su primo.
La historia de Carlos Huaiquillán Palacio es conocida: en enero de este año perdió la visión de su ojo derecho tras el disparo de un perdigón que aún no ha sido extraído. Por lo mismo, no puede recibir golpes en la cara o en la cabeza, así que Jorge estaba aún más preocupado.
Fue a la comisaría de Ercilla a pedir información y recuerda que, sin ningún motivo aparente, llegó el carro lanza agua y con un chorro apuntó directo a su hijo.
—¡Este conchadetumadre es el papá del que andaba con Camilo!, dice que gritó uno de los carabineros, mientras él trataba de proteger al niño.
—¿Cómo fue la detención?
—Una vez reconocido por algunos carabineros de la comisaría de Ercilla, seis de ellos me agarraron del cuello, me esposaron y detuvieron. Adentro del calabozo, los mismos carabineros me apretaron la cabeza contra el piso, mientras recibía combos y patadas. Los golpes duraron cerca de veinte minutos. Después volvieron a entrar y me pegaron de nuevo, incluso intentaron tirarme una bomba lacrimógena adentro de la celda. Luego, me enteré de que habían detenido a dos familiares más que estaban pidiendo información sobre nosotros.
—¿Le dijeron algo de M.P.C.? ¿Le informaron por qué lo habían detenido?
—Carabineros no sabía por qué estaba detenido. Se ensañaron conmigo sólo por ser el padre del testigo de la muerte de Catrillanca. Esto fue una advertencia hacia mi hijo, porque acá los detenidos éramos familia. “No le gusta a tu hijo andar metido en hueás. Acá van a ir pagando de a poco”, me decían mientras estaba en el calabozo.
De acuerdo al testimonio de los detenidos de ese día, fueron golpeados y torturados por Carabineros en la comisaría de Ercilla, pese al recurso de amparo que protege al adolescente y a su familia.
Dionisio Palacio (primo de Jorge) entró esposado a la comisaría de Collipulli, donde declaró que un carabinero le habría apuntado con un arma mientras le decían “¿Querís’ morir?, ¿querís’ morir igual que el otro indio que matamos?”, mientras lo grababan con sus teléfonos celulares.
Horas más tarde, los detenidos fueron trasladados desde Ercilla a la comisaría de la ciudad de Collipulli. Son cerca de las nueve de la noche y Millán llega a ver el estado de su padre. El calor del mediodía en Ercilla ya era anécdota, ahora cae una lluvia incipiente que moja el casco de un carabinero joven con rasgos mapuche. También moja las manos del muchacho y los carros de Fuerzas Especiales estacionados frente a la comisaría.
—¿Cuándo nos vemos de nuevo allá en Temucuicui?, le grita a Millán el conductor del carro J051.
El muchacho recuerda el número de ese carro. Dice que participó del operativo policial que asesinó a su amigo Camilo.
La lluvia incipiente se transforma en tormenta. Los funcionarios de Fuerzas Especiales se esconden adentro de sus vehículos blindados. Suenan truenos. El carabinero con rasgos mapuche sigue mojando su casco, con la mirada vaga entre las casas pequeñas de Collipulli.
En medio de truenos y relatos de torturas, pudimos ver a Jorge en el calabozo de la comisaría. En el noticiero de las nueve comentaban el caso Catrillanca mientras el muchacho miraba el rostro hinchado de su padre. Afuera suenan los truenos, la tele comentando sobre Camilo, la voz del periodista en Santiago, el análisis desde Santiago. Jorge, en Collipulli, con la ropa rajada frente a su hijo, en el mismo calabozo donde lo encontró hace tres semanas semidesnudo y golpeado, horas después de la muerte de su amigo.
La memoria insistente de Catrillanca
No habrá descripciones físicas de Millán para proteger su identidad. Él es simplemente un niño que parece adulto. Le gusta manejar motos, pasear por Ercilla y comer cerezas. Todavía está en la enseñanza básica y quiere retomar sus estudios el próximo año; pasó a octavo básico.
Hace poco aprendió a tomar fotos y practica con la cámara de este periodista. Saca fotos a los árboles y las flores. Millán es silencioso, ve las fotografías, percibe la luz, regula la velocidad de la cámara y se la pone al hombro.
Desde la muerte de su peñi Camilo, Millán se ha vuelto más callado, va seguido a Temucuicui, mira con nostalgia los lugares que visitaron y susurra bajito “permiso compañero” cuando camina por el lugar donde asesinaron a su amigo. Dice, que desde ese día, duerme a sobresaltos unas horas en el sillón y otras simplemente no duerme.
Siempre quiso dedicarse a conducir un tractor, por eso Camilo le estaba enseñando a manejar. Sin embargo, días antes de la muerte del comunero, Millán ya había aprendido a manejarlo. No le contó, porque justo el día se le pinchó una rueda al tractor y no quería que su amigo pensara que él lo había hecho a propósito. Millán ya sabía manejar el tractor azul y quería darle una sorpresa. No alcanzó a dársela.
—Bueno, pero el peñi sigue estando con nosotros, dice y se queda en silencio.
Un rato después se pierde sacando fotos por el lugar.
Jorge sigue sentado sobre el tronco y recuerda que el miércoles 14 de noviembre llegó a la casa de Catrillanca a las nueve de la mañana y lo vio tomando el desayuno, alegre, como siempre.
—Empezamos a trabajar para hacer el radier de su casa, tiramos carretillas de concreto, mientras otros peñi amarraban fierros. Bueno, como se hace la construcción de una casa. Ya habíamos terminado y nos preguntó qué íbamos a hacer, nosotros estábamos alegres porque habíamos trabajado bien, así que quisimos hacer algo. Entonces, mi peñi dice que nos vamos a comer un cordero porque era el primer avance de la casa. Le dije que bueno, pero que había que terminar de limpiar antes de carnear el cordero. Ahí Camilo dijo que no tenía cilantro para el ñachi, así que nosotros íbamos a ordenar mientras él iba a buscar cilantro a la casa de su madre. Mi hijo, que estuvo trabajando con nosotros durante el día, lo acompañó, recuerda.
Jorge se quedó ordenando las carretillas, recogiendo los papeles de los sacos de cemento, amontonando vigas de madera y esperándolos a que llegaran. Media hora después, vio un helicóptero sobrevolando Temucuicui. Después se dio cuenta que un grupo de peñis pasaban raudos por una de las colinas. Se preocupó y fue a preguntar qué estaba pasando.
—Nos dijeron que le habían disparado a un peñi y ahí nos olvidamos de todo y salimos a ver qué era lo que realmente estaba pasando. Una vez que llegamos al camino, nos confirmaron que los pacos habían baleado a un peñi que andaba en un tractor y que parece que estaba grave. Me acordé de mi hijo y de Camilo, supe que el herido era alguno de ellos dos y pregunté con desesperación dónde estaban y me respondieron que se los habían llevado a Ercilla, recuerda.
Jorge evoca la angustia de ese momento, el corazón sobresaltado, porque recordó inmediatamente el poder del armamento que portaban los carabineros que entraba a la comunidad. Pidió que lo llevaran a Ercilla en auto mientras pensaba lo peor.
Cuando llegó al pueblo ya era de noche y el lugar estaba completamente militarizado y en el Cesfam no dejaban entrar a nadie, pese a que los comuneros se agolpaban en la entrada. Allí mismo le confirmaron que habían baleado a Camilo y que estaba muerto. Que “los pacos” le habían pegado un tiro en la cabeza y que su hijo estaba perdido desde entonces.
—Ahí ya dejé de recordar. Sólo buscaba que los carabineros me dijeran qué había pasado. Fui hasta la comisaría de Ercilla y me echaron, me decían que Fuerzas Especiales manejaba esos procedimientos, que ellos no sabían. Yo seguía preocupado y por las redes sociales alguien se enteró de que había un menor herido en Collipulli, entonces ahí busqué rápidamente a una persona para que me llevara a la ciudad porque ese herido podía ser mi hijo, explica.
Cuando llegó a la comisaría dijo que era el padre de uno de los cinco menores que supuestamente estaban detenidos y que no sabía en qué condiciones estaba su hijo. Solo a las diez de la noche un carabinero le informó que Millán estaba ahí, pero no sabía en qué condiciones.
—Recién a la una de la mañana me dejaron verlo en el calabozo de la comisaría de Collipulli. No pude acercarme, lo vi de lejos y escoltado por carabineros. No me dejaban abrazarlo y estaba todo mojado, embarrado, tenía los ojos llorosos, la cara hinchada, me decía que le dolían las costillas. Me preguntó qué había pasado con nuestro peñi. Le dije que lo vi grave, pero no sabía lo que realmente había pasado, y él me volvió a preguntar una y otra vez, pero no tuve la fuerza para decirle que había muerto. Lo miré no más, hasta que me sacaron del lugar. Al lado del calabozo había un televisor encendido, así fue como mi hijo se enteró que Camilo había fallecido, explica.
A su hijo le sacaron la ropa para hacerle peritajes, así que tuvo que conseguirle ropa para que se abrigara. Vio sus manos amoratadas e hinchadas por las esposas plásticas que le habían puesto. Quedó deshecho.
—Lo apuntaron con un arma, se burlaron de él, lo insultaron, le dijeron “Mataron a tu peñi” y no lo dejaron ir al baño. Desde el principio le decían que habían matado a Camilo, que tenían pruebas de que él había estado en un robo de vehículos, porque un helicóptero lo había visto. A mi hijo lo torturaron psicológicamente-.
Mientras él preguntaba por su peñi, Camilo ya estaba siendo traslado al Servicio Médico Legal en Angol. “Es complicado para un padre ver todo lo que le hicieron a mi hijo, él todavía es un niño… mi guagua. Uno no está preparado para vivir algo así”, confiesa.
El resto es historia conocida: el traslado al Juzgado de Garantía de Collipulli, la audiencia de formalización iba a empezar, los atrasos.
Recuerda que había un gendarme que salía cada cierto rato del juzgado y Jorge le preguntaba si su hijo quería tomar agua y el gendarme le respondía que Millán no quería nada, porque estaba en estado de shock. Luego llegaron desde el Instituto Nacional de Derechos Humanos.
—Recién a las cinco de la tarde declararon ilegal la detención de mi hijo, lo liberaron y pude abrazarlo. Le confirmé que era cierto lo que estaba saliendo en la tele, que Camilo ya no estaba con nosotros, entonces me dijo: “Yo lo vi mal, pero no pensé que iba a pasar esto, que se iba a morir mi peñi”, recuerda.
Jorge observa alrededor de su casa, cada tanto un drone sobrevuela el lugar. A su terrenos en la comunidad lo rodean las forestales San José I y II, que pertenecen a la empresa Arauco. Mira a la gallina que persigue su hijo Jorgito, se acomoda sobre el tronco y revela una convicción: quiere seguir la lucha de la recuperación de territorios, así lo habría querido el peñi Camilo.
—¿Qué recuerdos tiene de Camilo?
—Lo conocí desde niño, compartimos varias cosas, siempre conversábamos sobre lo que estaba pasando y lo que iba a significar para los niños más adelante. Él siempre daba su opinión respecto a la recuperación territorial, tenía sus convicciones claras. Era un muy buen peñi, siempre ayudaba a la gente con su tractor. Hoy se nota su ausencia, siempre andaba por aquí, compartimos un mate, un vaso de agua con harina tostada, y siempre nos reíamos, porque tampoco podemos pasar todo el día sometidos a la realidad que estamos viviendo.
—¿Confía en la justicia chilena?
—Nosotros no confiamos en la justicia porque es parte del Estado, pero lamentablemente el proceso hay que pasarlo igual.
—¿Cómo le gustaría ver a sus hijos en el futuro?
—Me gustaría que mis hijos recuperen su lengua, que la juventud hable mapuzungun para que no pasen por lo que estoy pasando yo, que soy mapuche pero no sé hablarlo. Antes éramos muy hostigados por hablar mapuzungun, por culpa de eso se fue perdiendo nuestra lengua. Pero todavía hay esperanzas.
Millán observa la entrevista de lejos, sonríe a veces. Come una cereza y nos saca una foto. Su hermano menor se amarra al cuello una pañoleta roja y sigue correteando detrás de las gallinas, se sube a los árboles y mira desde sus cerezos las plantaciones de la forestal Arauco.
*Por Lucas Cifuentes para El Desconcierto