“Es una atrocidad que el Ministerio de Seguridad justifique el gatillo fácil”
Hace más de 20 años, a la madre de Agustín Toscano la asaltaron y arrastraron por el piso hasta desengancharle la cartera. Ese fue el disparador para su primer largometraje: ¿Qué es lo que lleva a una persona a robar? ¿Por qué vive de esa manera? ¿Puede cambiarlo? Entrevista al director de El Motoarrebatador, una película fuerte, necesaria y polémica.
Por Pablo Bruetman para Revista Cítrica
Miedo. Terror. Sufrimiento. Susto. Alivio. El corazón late fuerte. El Motoarrebatador no es una película de terror, pero genera esos sentimientos. El miedo invade al espectador. Miguel es el hombre que manejaba la moto desde la que le robaron y dejaron inconsciente a la señora Elena. Por nada del mundo, queremos que alguien sepa que Miguel manejaba esa moto. Que no lo sepa Elena ni la médica del hospital ni la policía ni las vecinas de Elena. Nos da miedo que a Miguel lo descubran. Nos da miedo que el mismo sistema que excluye a Miguel, lo castigue, lo hostigue y lo señale.
Miguel es el arcángel que lucha contra el demonio. El Miguel de la película lucha contra su demonio, que es un poco el de todos, todas. Después del robo y tras haber escapado junto a su socio en la moto sin saber si Elena ha muerto o ha quedado herida, quiere tranquilizar su espíritu y la busca hasta encontrarla en el hospital. Y, a partir de allí, al conocer que ella ha perdido la memoria, inicia el camino de la redención al ayudarla, visitarla y hacerle compañía.
“Me pregunté, simplemente, qué sería de un ser humano arrepentido de haber cometido una barbaridad. Lo importante de este sujeto es que ‘no puede olvidar lo que hizo’, mientras que su víctima ‘no recuerda nada’, perdió la memoria. Se trata de una paradoja que me parece emocionante. Quizás es una cuestión mucho más simbólica que realista”, explica Agustín Toscano, director de la película.
La idea del film surgió en la cabeza de Agustín hace muchos años, cuando le robaron a su madre: “No tengo odio hacia el arrebatador aquel que arrastró a mi mamá. Creo que nadie nace motoarrebatador. Son las circunstancias de la vida las que empujan a los hombres a actuar y, en este caso, a sobrevivir de este modo violento. Siendo yo alguien que tiene un trabajo hermoso y privilegiado, dirigiendo películas, no me siento en posición de juzgar a un motoarrebatador. Estoy acá para fomentar la tolerancia”.
Sin odio y con tolerancia es como Agustín Toscano pudo construir un relato que nos increpa y nos obliga a ponernos en el lugar de otra persona. De la que roba. De la que es robada. De quien está acompañada. De quien vive en soledad. Para Toscano, la película es un viaje emocional que tiene su “punto de partida en el hartazgo de un personaje sobre su propia vida. Miguel está cansado del modo que ha elegido para conseguir dinero y el atraco que da inicio a la película es un punto de quiebre. Una vida que no conocemos cambia y nos obliga a pensar en los factores que lo llevaron a vivir así y, luego, a necesitar un cambio. Esa es la historia que empecé a escribir en 2014 y se alimentó de su época. Los saqueos de diciembre de 2013 en Tucumán estaban todavía muy presentes en el ambiente. La idea de ambientar la película en esas jornadas de huelga policial me ayudó a pensar en varios de los elementos que quedaron en la película y me sirvieron estructuralmente para completar el cuento: las cámaras de seguridad, la ausencia de policías y de investigación sobre el caso, la potencia del acto colectivo de saquear un supermercado en la que se involucra Miguel, los regalos que extrae de ahí para su hijo y para la señora que cuida… toda una capa de humo llegó a mi historia desde que la ambienté en aquellos días extraños.
—¿Qué es para vos la culpa?
—Es una fuerza que puede dominar el accionar de las personas. Uno puede tener la culpa de algo y no sentirse culpable, o puede no tener la culpa y sentirse culpable igual, o puede sentirse culpable de algo que es culpable y punto. El protagonista de esta historia pasa por las tres opciones en distintos momentos de la historia. Sabe que cometió un error, pero, en su intimidad, siente que es su socio el verdadero culpable. Piensa que él, en el lugar del otro, no hubiese hecho lo mismo, no hubiese arrastrado a la señora. Sin poder perdonarse, se siente en el deber de acusar a su amigo, de hacerlo entrar en razón. Se encuentra encerrado en esa escala que lo coloca a él levemente por encima de su compañero. Su moralidad tiene esa complejidad. No quiere que su familia se entere de lo que hizo, pero tampoco puede desentenderse del sentimiento que lo lleva a cuidar a su propia víctima.
—Un elemento interesante de la película fue mostrar los costados egoístas de Miguel: que le comía el pollo a la señora o la mandaba a dormir a la peor cama para quedarse con la mejor. Como para que la empatía con el personaje no sea total. ¿Por qué tomaste esa decisión?
—El hombre vive aprovechando situaciones y le cuesta dejar pasar una cuando se le presenta. Como la cartera que deja una vecina a su alcance y que Miguel levanta unos segundos, y, antes de abrirla, la vuelve a dejar. La dificultad que tiene para respetar lo ajeno lo supera. Pensé que los dos personajes principales, ella y él, tenían que tener su lado oscuro y su lado luminoso. A ella también le cuesta no sacar ventajas, no aprovechar las situaciones. La tendencia de ambos es similar y, a pesar de ser muy distintos, esta característica los acerca mucho, los une. Ambos se aprovechan del otro y de la situación. Es tan humano como errar.
—Tucumán es una provincia de una presencia policial muy fuerte, hace pocos meses, la policía mató a Facundo Ferreira, de solo 11 años, ¿qué opinión te merece el accionar de las fuerzas de seguridad en democracia?
—Me duele mucho que la policía, nacional, provincial e internacional, se endurezca de ese modo. El caso de Facundo Ferreira me genera una tristeza absoluta. El gatillo fácil es una falta de cordura. Pero que se lo justifique desde el Ministerio de Seguridad es directamente una atrocidad. Una vida de 11 años merecía otro destino, otras oportunidades, otra contención. Debía garantizarse una buena educación y una buena alimentación, tiempo para jugar y para aprender a amar, en cambio, se le dispara a quemarropa. Es inaceptable.
La desigualdad es la mayor expresión de fracaso de nuestra sociedad. Nadie puede estar tranquilo en esta época, sabiendo que hay gente que tiene hambre, gente que vive en la calle, viendo cómo otros tienen todo y, encima, son ostentosos de sus pertenencias. Esa brecha es la que propaga la inseguridad.
—¿Qué conclusiones sacaste durante el proyecto?
—Un señor confundió el rodaje en el supermercado con un verdadero saqueo. Se metió y sacó algunos objetos básicos para pasar el invierno: un calefón y una manta. La policía lo detuvo. No habíamos hecho ninguna denuncia, así que iban a soltarlo ese mismo día, pero, como tenía antecedentes previos, quedó detenido. La televisión nacional se enteró del suceso y empezó de inmediato el bullying mediático a la persona detenida.
La noticia se viralizó y las cadenas de TV repitieron durante días el suceso. Lo curioso era que los conductores de los programas que repetían esto no tenían nada claro y lo inventaban. No tenían imágenes del detenido, así que pasaban un vídeo (captado por un celular) de otro momento de la filmación y señalaban con un círculo rojo a un actor de la escena. Una falta de respeto total. Decían que se trataba del detenido, pero no era verdad. Daban también otras informaciones falsas. La única conclusión que puedo sacar es que la televisión no es un medio serio ni creíble. Las pocas veces que conocí una noticia de primera mano, y que llegó a los canales, noté que no les importa la verdad, solo les interesa la burla, la simplificación de la historia y el chisme. Desde entonces, creo más en el cine, en la ficción, en la profundización de las ideas, en el desarrollo. Sospecho que hacen lo mismo con todo el resto de las noticias. Se copian de un canal a otro sin chequear nada, sin ampliar nada. Ponen a un conductor payaso que repite descaradamente lo que no sabe con toda su pedantería. Se ríen de la gente con toda la malicia.
Quiero creer que esa persona que sintió necesidad de participar de lo que creía un saqueo está en una situación parecida a «Miguel, El Motoarrebatador». Los dos fueron empujados ahí. No es una vocación, no es el sueño de nadie tener necesidad, frío o hambre. Es la sociedad la que lo presiona con publicidad y mentiras. Es el Estado el que ajusta la soga cada día más, con inflación, con desempleo, con injusticia. La locura en la que se meten estos sujetos no es deseada. No es que yo tenga la respuesta o la solución a esta circunstancia. Pero estoy convencido que no es el bullying mediático una salida del problema. La televisión que se cree omnisciente sólo perjudica a la sociedad a la que se dirige.
*Por Pablo Bruetman para Revista Cítrica.